domingo, 31 de agosto de 2014

Dislates del buenismo

La inmensa mayoría de la humanidad forma parte hoy en día de una especie de Civilización Mundial, la cual continúa creciendo y modulándose mientras termina de absorber a las civilizaciones tradicionales que aún perduran en ciertas áreas del planeta, como la India o China. Todo ello, obviando las reliquias antiquísimas que siguen fieles a sí mismas en enclaves casi aislados -tribus amazónicas, etc.- o singulares atavismos, como el cerril intento de regresar a la Edad Media de algunos sectores extremistas. Pero todas las anteriores no son sino modelos marginales superados por la historia, o en vía indefectiblemente muerta.
La civilización planetaria a la que me refiero está entretejida por ese sustrato común que resulta perfectamente identificable en la mayor parte del mundo, incluso en sociedades tan aparentemente dispares como la japonesa o la canadiense, la brasileña, la turca, la australiana o la rusa. Se trata de ciertas reglas de juego universales, ciertos valores, límites, esquemas de convivencia y de desarrollo, tanto individuales como colectivos. Por supuesto que todo está lleno de matices y de versiones: no es ya que no sea lo mismo Sevilla que Moscú, es que no lo son Villaconejos de Arriba y Villaconejos de Abajo, ¡hasta ahí podíamos llegar…! Pero el sustrato unificador que define el estadío globalmente alcanzado por la humanidad es nítido.
La Civilización Mundial -me gusta el término, que es relativamente reciente- se cuajó siglo a siglo, a medida que las sociedades humanas iban haciéndose dueñas del planeta y los diferentes grupos se iban interconectando de forma cada vez más estrecha. El primero y más sustantivo de los hitos en este proceso fue sin duda la Revolución Neolítica, y como ésta comenzó en el Creciente Fértil, cabe decir que en sus primeros pasos la incipiente Civilización Mundial debió tener acento oriental.

Pero el segundo gran empujón, la Revolución Industrial, tuvo su origen en Europa, lo que occidentalizó notablemente su acento.
                                                                   

Y el hecho de que el tercer gran seísmo de la humanidad, la Revolución de la Información, haya tenido también como punto de partida occidente, ha terminado de sesgar la cosa.
De manera que la Civilización Mundial tiene bastante más de greco-romana/sajona que de afro-indo-china, o de cualquier otro potpurrí geopolítico que pueda uno imaginarse. Y una de las señas de identidad del universo greco-romano/sajón (tiene otras mil más sustantivas, pero aquí ha lugar destacar esta), es su mala conciencia. Mala conciencia ganada a pulso, culpa justa y justificada por siglos de expolio planetario, de crecer a base de rapiñar, esclavizar, someter, exterminar. A occidente se le cae la cara de vergüenza recordando lo que hizo en África, en América, en Asia, exterminando pueblos y etnias enteras, esquilmando impúdicamente sus recursos, pasando del esclavismo al colonialismo… Hoy en día todo ha cambiado radicalmente, y las responsabilidades por las desigualdades e injusticias que aquejan a más de media humanidad son mucho más enmarañadas, sutiles y globales. Occidente ya casi no existe como ente reconocible y diferenciable de lo que es la Civilización Mundial; pero le aporta a ésta, entre otras cosas, una mala conciencia que, como efecto rebote, ha alumbrado una especie de corriente de corrección política, al parecer incuestionable: el buenismo.
El buenismo es la política del buen rollito. Respeto, por encima de todo respeto, tolerancia comprensión. Muy especialmente respeto al diferente, al minoritario. Lo primero, el diferente –ojito: sea la que sea su diferencia respecto a los demás- jamás deberá ser considerado peor, ni menos desarrollado, sino simplemente distinto, y sus perspectivas y planteamientos, equiparables a los tuyos. El buenismo obliga a una especie de empatía compulsiva: hay que ponerse siempre en la piel del otro y pensar qué es lo que sentirías tú si alguien de fuera viene a intentar imponerte su perspectiva como verdad absoluta. Lo segundo, el diferente merece un trato preferente, para compensar los siglos –o milenios- de trato injusto al que “los suyos”, fueron sistemáticamente sometidos. Consecuentemente, el buenismo aboca a la discriminación positiva, que viene a ser lo mismo que sacralizar la injusticia… por causas justificadas.
El efecto del buenismo, de que prevalezca el lavado de nuestra consciencia histórica sobre el cabal sentido común, el sentido de la justicia, de lo ético, de lo que la Civilización Mundial considera correcto e incorrecto (recuerdo e insisto: los mínimos universales planetarios), desemboca en dislates inconmensurables. Anoche vi un reportaje sobre la ablación (en román paladino: la castración de mujeres), que además de sacar lo peor de mí, me hizo reflexionar sobre todo lo que aquí intento plasmar. Intentaré ser lo más conciso posible en la reseña de algunos de los más palmarios desatinos engendrados por el buenismo. Lo mismo algún día le dedico un rato a cada uno de ellos, porque todos lo merecen y tienen carnaza para chapotear a gusto.
-       La ablación: la mutilación genital femenina se trata como una mala costumbre, como un rito bárbaro poco higiénico, peligroso e innecesario; y educadamente, se considera que se debe intentar que caiga en desuso entre las honorables comunidades que aún la practican … CUANDO DE LO QUE SE TRATA ES DE UNA ABERRACIÓN INHUMANA, EQUIPARABLE COMO MÍNIMO AL INFANTICIDIO O A LA ANTROPOFAGIA.
       
        
-       La equidistancia: no hay conflicto en el que no proceda dar un paso atrás e interpretar que nunca hay buenos del todo ni malos del todo, que todos tienen su parte de culpa… LO QUE NOS LLEVA A EQUIPARAR A LOS TERRORISTAS Y A SUS VÍCTIMAS, A LOS PUEBLOS EN EXTERMINIO Y A SUS EXTERMINADORES…


-       La sistemática discriminación positiva: ser minusválido es un plus; ser negro es un plus; ser homosexual es un plus; en el colmo ya del delirio: ser mujer es un plus… LO QUE EQUIVALE A AFIRMAR QUE LOS ANTERIORES NO SON “DIFERENTES”, SINO “INFERIORES”.
       

-       La tolerancia frente al machismo histórico: en ciertos países hay una reparto radical de roles por sexos que ha de respetarse por tratarse de una seña de identidad cultural, aunque intentando que poco a poco se suavicen sus límites… LO QUE HACE INTERNACIONALMENTE RESPETADO QUE EN UNA CUARTA PARTE  DEL PLANETA LA HUMANIDAD QUEDE DIVIDIDA ENTRE HOMBRES, POR UN LADO, Y GANADO SEXUAL/ELECTRODOMÉSTICOS, POR OTRO.

 
Pero no pasa nada, chicos, tranquilos. Buen rollito. La Civilización Mundial no es quién para alzar la voz, ni aunque sea para decir que el fuego quema y el agua moja, porque en su día Occidente mató y robó mucho, y eso aún pesa. Suavecito, sin molestar, sin hacer ruido.
Al animal que se compra una hembra de doce años, susurrémosle al oído “pobre cría, trátala con cariñó”, pero no tosamos alto, no se nos enfade su gobierno.
Equiparemos el dolor de las madres que no pueden ver a sus hijos asesinados con el de las madres que ven a los suyos presos. Todo por la reconciliación.
Dejemos sin plaza a alguien con talento para que ocupe su puesto un ser inferior –un negro, una tía, un cojo, un maricón- al margen de cuál sea su valía. Pobrecito mío, con lo suyo ya tiene bastante.
Ya lo dijo ET: “sed bueeeenos…”.

Hay noches que casi  es mejor no ver los documentales de la 2 antes de irse a la cama…

domingo, 24 de agosto de 2014

Culpa

La culpa es el sentimiento de pesar que nos embarga cuando somos conscientes de que, por acción o por omisión, hemos actuado contra las normas, generando un mal a alguien o a nosotros mismos. Es un sentimiento inevitable y forma parte de nuestra condición de humanos, en tanto en cuanto somos unos primates sociales conscientes y tremendamente morales. Llevamos impresos en nuestros genes los conceptos de bien y de mal, de correcto e incorrecto, al igual que nos acompaña la certidumbre de nuestro libre albedrío (al margen de que “libre” sea siempre un término relativo).
Fuente: el escobillón.com
Como todo lo que nos conforma, lo que se ha asentado en nuestra identidad como especie, la culpa constituye un elemento evolutivamente valioso, al igual que la empatía, el altruismo, la obediencia, la confianza… De no ser así, el tamiz inapelable del tiempo, el eterno prueba/error en el que se desenvuelve todo lo que existe, la habría descartado de nuestro bagaje.
Efectivamente, la culpa actúa como poderoso controlador interior, como freno voluntario que ayuda a limitar severamente el quebrantamiento de las normas. No es sólo el miedo al castigo impuesto por la sociedad, por los otros, lo que nos mueve a no hacer daño, sino la certidumbre de que eso nos haría sentir fatal, hasta tal punto que con frecuencia incumplir la norma acabaría generándonos más perjuicios que beneficios. De modo que gracias, culpa, por todo lo que nos ahorras en aparato policial, judicial y penitenciario.
Rota la lanza anterior, me temo que ahora procede un contraataque. Y demoledor: el sentimiento de culpa es sistemática y universalmente empleado por las estructuras sociales de nuestra especie para someter a los individuos. Y me estoy refiriendo a todas, desde la familia a la religión, pasando por cualquiera de los ámbitos de agrupación social que quieran considerarse.
Se parte de un impulso natural y útil, y tras darle vueltas y más vueltas se alcanza una impúdica hipérbole que nos convierte a todos en malvados vocacionales, en seres defectuosos, culpables hasta el delirio de no ajustarnos en absoluto a lo que “se supone” deberíamos ser. Ese es probablemente el quid de la trampa “lo que deberíamos ser”, el “idealismo” (ya le partiré la boca en otra ocasión a Platón, a cuenta de esta herencia envenenada), sustituir la realidad por una quimera inalcanzable, una utopía. Pero en vez de usarla después como referente hacia el que encaminarse, utilizarla directamente como molde contra el que contrastar a la humilde realidad, que obviamente no llega ni de lejos. Y ahí, ya te han pillado. Ya eres culpable. Ya estás jodido.

Fuente:  feeling.com.
La culpitis, la inflamación patológica del sentimiento de culpa, empezará por rebajar tu autoestima. Y a menor autoestima, menor iniciativa: hablarás menos, replicarás menos, intentarás menos cosas nuevas, serás más obediente, más humilde, más manejable…
De segundo, vivirás con las piernas abiertas en relación con los castigos: “me lo merezco, me lo merezco, vaya que si lo merezco” es la inevitable coda de esa bonita canción que dice “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Pero si soy una mierda, un ángel defectuoso y soberbio, ¿cómo no me voy a merecer el infierno?
Dejemos respirar un poco a la religión, para que nadie confunda esto con el enésimo púlpito anticlerical.
Nunca reciclarás lo suficiente: Culpable. ¿Siempre votas, en todas las elecciones? Peor aún, las veces que vas a votar, ¿realmente te has leído los programas electorales de quienes terminas apoyando o criticando?: doblemente culpable. ¿De cuantas onegés eres socio? ¿Acaso no te parece relevante el papel de Cruz Roja, de Médicos sin Fronteras, de Amnistía Internacional, de UNICEF, de Green Peace…: Culpable, culpable, culpable…¿Has hecho realmente algo para luchar contra la explotación infantil en el tercer mundo?; ¿y contra la homofobia en medio mundo?; ¿y contra el racismo en el otro medio?; ¿respetas siempre las normas de tráfico?; ¿lo declaras todo?; ¿le dedicas a tus hijos el tiempo que necesitan y merecen?... una y mil veces, eres CULPABLE.
Si el objetivo fuera crear una sociedad de individuos felices, es obvio que el error sería de enfoque: simplemente, se habría sobredimensionado absurda e innecesariamente un sentimiento natural y útil. Pero me temo que esto último no sea sino una idealización por mi parte. ¿”…una sociedad de individuos felices…”? ¿Quién me ha dicho a mí que ese sea el objetivo de la evolución? Y ¿quién me ha dicho que lo que existe, que el Ser, es una realidad en evolución de la que formamos parte?
Dejadme que termine reconociéndome culpable: culpable de soñar que las cosas, acaso, sí tengan algún sentido.
Pero de lo que no puedo sentirme culpable es de estar convencido de que, caso de existir, dicho sentido sólo puede tener que ver muy tangencialmente con lo que defienden las teorías morales de las religiones que he llegado a conocer. Y son unas cuantas.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Ecología y razón: Ahorro vs despilfarro

Me quedé perplejo al conocer la versión brasileña de la fábula de la cigarra y la hormiga. Según cuentan allí, la cigarra no murió tras el desaire de la hormiga, sino que decidió migrar a una tierra más acogedora y menos condicionada por la tiranía de las estaciones. Y como en su verano de trovadora había adquirido grandes habilidades, en su nuevo destino se hizo artista famosa, llevando una vida de ensueño mientras la huraña hormiga se limitaba a sobrevivir entre la extenuación de los veranos y el ostracismo de los inviernos.

Fuente: milcuentosinfantiles.com
Por supuesto que lo anterior es una loa al Carpe Diem, un ensalzamiento de ese estilo brasileño tan hedonista de afrontar la vida que a tantos –incluido, obviamente, yo- nos resulta atractivo y tentador. Pero al mismo tiempo, y no sé si era consciente ello el Esopo tropical que reformuló la historia, aporta un matiz muy interesante desde el punto de vista ecológico: “ahorrar” y “despilfarrar” son conceptos humanos que no tienen sentido en la naturaleza. Las hormigas se llevan portando como tales desde hace decenas de millones de años, y las cigarras otro tanto, porque ambas opciones son eficaces. Ese sí es el criterio: la eficacia. Lo eficaz perdura, y lo ineficaz desaparece.
¿Y los humanos, nosotros? Como especie social que somos, y como seres individuales de cierto recorrido, tenemos bastante más de hormiga que de cigarra en lo que se refiere al tema del ahorro. Pero esto también es más que matizable.
Desde el lanzamiento de nuestra versión prototipo -Homo.0- llevamos dando la lata a este guijarro estelar casi dos millones de años. Nosotros en concreto -que debemos ser Homo.9- comenzamos a poner definitivamente patas arriba este cotarro hace unos 200.000 años. Puede parecer bastante, pero seguro que es menos que nada a ojos de una cigarra o una hormiga.
Pues bien, durante el 95% de nuestra historia, mientras fuimos nómadas cazadores y recolectores, nuestra perspectiva del ahorro no debió ser muy diferente de la de un oso o una ardilla: Madre Natura, que además de Una y Trina era en extremo procelosa, ya se encargaba de generar ininterrumpidamente seres, vallas y otras delicatesen para nuestro disfrute. Claro que había que tener un poco de criterio para conservar los excedentes según se adquirían (ahumando, enterrando, congelando, desecando, etc.), de modo que hubiera de qué vivir durante el largo invierno. Y ese mismo criterio era de aplicación para disfrutar sin pudor de los excesos inconservables cuando éstos se presentaban (moras, setas, cangrejos, huevos…) Pero todo eso, insisto, debía ser natural, obvio, nada cuestionable ni generador de moralejas.
El punto de inflexión, a mi entender, surge con la revolución neolítica, el desarrollo de la agricultura y la ganadería (y de su mano, las ciudades, las sociedades complejas, etc.), que es de largo la más sustantiva y tremebunda de las revoluciones sufridas por la Humanidad desde Oldowai hasta la hace nada (creo que estamos empezando otra de similar calado; pero eso será objeto de atención en otro momento) A partir de entonces surgen los excedentes de producción, los stocks, el generar, tener y administrar al margen de lo que la vieja Natura opine al respecto. Ahí es donde aparecen Esopo, su cigarra y su hormiga: ¿generas y administras correctamente?: pues tendrás; ¿no generas o no sabes administrar?: pues prepárate para la carestía.

Fuente: mundohispano.com
Pero lo anterior, y ahora mi yo mediterráneo cede paso al tropical-consorte, es sólo verdad en determinado tipo de contextos. ¡Ay del vikingo imbécil que no saquee lo suficiente durante el verano, para subsistir en invierno!. Pero el yanomami, que no tiene ni veranos ni inviernos, ¿cuándo y para qué debe ahorrar? Si tienes la opción de usar lo que surge, cuando y como surge, y después lo siguiente… ¿qué sentido tiene eso del ahorro?; ¿y qué cosa pudiera ser su antítesis, el despilfarro?
Rematando: el Homo sapiens sapiens Occidentalis Postindustrialis, máxima cristalización de la perspectiva de la hormiga, vive por y para producir, sobrepropucir, ahorrar y evolucionar hacia otras versiones de sí mismo. Lleva en ello algunos cientos de años. Pero el Homo sapiens sapiens, a pelo y sin más, lleva doscientos mil limitándose a ser él mismo, como los osos, las ardillas, las cigarras y las hormigas, ajeno a conceptos tan artificiosos como los de ahorro y despilfarro.
Fuente: unaantropologaenlaluna.blogspot.com

Ganará el primero, qué duda cabe. De hecho, ya ha ganado. Pero, a veces, me reconforta pensar que acaso perdure en mí algo del segundo.

jueves, 14 de agosto de 2014

Vienen tiempos mejores


Fuente: claseshistoria.com
Eso de que “cualquier tiempo pasado fue mejor” es el bluf más comprado de todos los tiempos. Y no se debe tanto a que lo dijera Manrique (de niños a todos nos contaron que los que salían en los libros eran intrínsecamente respetables, ya fueran poetas, santos o guerreros), sino a que tal patraña nos alegra con frecuencia los días y las noches al común de los mortales. Acurrucarte en algún rinconcito y dejar que la nostalgia te meza; evocar aquel sabor, cuando los tomates y las manzanas sí sabían a algo; el tacto de aquel jersey, cuando la lana sí abrigaba; el calor de aquel brasero, aquella música que ya no se hace, aquel verano… Hace ya mucho que los psicólogos y los neurofisiólogos desentrañaron el ardid: el cerebro filtra el recuerdo, lo tamiza descartando todo lo áspero y magnificando lo placentero, de manera que el retrato distorsionado que terminamos conservando resulte impecable.
Lo anterior, en sí mismo, importaría bien poco, y podría considerarse un recurso supervivencial similar a la secreción de endorfinas para contrarrestar el dolor, o a contar ovejas para luchar contra el insomnio. Pero el problema surge cuando, como en tantas otras idiotas ocasiones, nos empeñamos en esa empatía compulsiva que nos hace creer que “los otros”, no son sino “otros yos”, y que lo que me aplica a mi es de aplicación universal. Así, no es que los veranos de mi infancia fueran mejores que mis veranos actuales, sino que el mundo entero de mediados del siglo pasado era mejor que el actual. Antes había más generosidad, menos egoísmo.
Antes todo era mejor. Y antes de antes, pues mejor aún, hasta llegar a una especie de Arcadia paleolítica en donde el bien era la norma y el mal la excepción.
Cada día, después de ver las noticias o de hojear –virtualmente- los periódicos, enarbolo la paráfrasis inversa de Punset: “Cualquier tiempo pasado, fue peor”, seguro de que ya falta menos para que la marea de la Historia se lleve a los monstruos de nuestro tiempo al mismo vertedero al que ya se llevó a los Jemeres Rojos, a las SS, al Ku Klux Klan, a la Santa Inquisición… En ese lóbrego agujero de nuestra memoria histórica ya tienen asignada su miserable plaza Boko Haram, Al Qaeda, ISIS, y todo el resto de cristalizaciones perversas que aquejan a la humanidad, sarampiones y viruelas al parecer inevitables en el marco de su proceso evolutivo. Pero cada vez son menos, creedme, y más limitada su capacidad de generar desgracia a su alrededor.


Ya sé que no se trata de un proceso lineal y sencillo, y los rodeos y retrocesos son más que evidentes, como lo demuestran el auge de los integrismos religiosos y de la homofobia, en ciertas regiones de nuestro fatigado mundo.

Se calcula que existen cerca de treinta millones de esclavos de hecho y varios centenares de millones de semi-esclavos funcionales.

En muchos países se sigue matando gente legalmente a mansalva, con las excusas más peregrinas. En otros tantos –con frecuencia, coincidentes con los anteriores- las mujeres siguen siendo consideradas un híbrido entre electrodoméstico y ganado sexual.


Pero la cosa va a globalmente a mejor, por increíble que a veces parezca. Y como reconfortante prueba, ahí van cuatro datos objetivos y contrastables:
-       En 1977, sólo 16 países habían abolido la pena de muerte. Hoy en día, superan el centenar.
-       La esclavitud era, desde que se inventó la escritura -y acaso desde Atapuerca- uno de los pilares de las sociedades humanas. Entre comienzos del siglo XIX y comienzos del XX, la esclavitud desapareció del ordenamiento jurídico, a nivel mundial.
-       Mi abuela, cuando nació, era un ser de segunda sin derecho a casi nada, incluido el voto. A su hija, de adolescente, le regalaron la condición de persona completa, y esa es hoy en día de largo la norma en la inmensa mayoría del planeta.
-       Hasta 1990, la homosexualidad era considerada por la OMS una enfermedad mental. En la actualidad en 16 países se permite el matrimonio homosexual, y la tolerancia a ese respecto gana terreno cada día.
De modo que alegrad esa cara. Y la próxima vez que os topéis con alguna nueva barbaridad intentad no dejaros llevar por la ira -reconozco que, a mí, a menudo me pasa- y recordad que, antes, era peor. Si lo lográis, caso seáis capaces incluso de esbozar una sonrisa, seguros de que vienen tiempos mejores.


domingo, 10 de agosto de 2014

Poesía


La poesía es la verdad que somos,
sin sospecharlo y sin que importe.
El idioma definitivo,
el código certero para intercambiar razones
que la razón no alcanza.

Allí donde el corazón…
pero no sólo:
también la raíz de las tripas,
la punta de las alas,
la electricidad de la piel,
los sótanos de los sueños,
el peso específico del recuerdo.

Todo, al fin,
lo que nos hace algo más que barro ingenioso,
más que eficacia y tesón, biología afirmada.

Todo lo que acaso sí sea algo
capaz de hacer tambalearse al azar,
reivindicación del Ser como hermosura,
quimera al menos respetable,
opción posible
hipótesis bien argumentada de algún indescifrable -pero cierto-
sentido.

Si fuera que algo es por algo,
sólo podríamos saber de ello,
y contárnoslo,
 en poesía.


(en algún rincón de la Maragatería, acabado septiembre de 2011)

jueves, 7 de agosto de 2014

Isaura

Vamos con algo más de música; aunque, en este caso, compuesta y grabada en este último milenio. Lo que os dejo aquí es una canción llamada Isaura, homónima de la mujer que amo. Alguien que me ayudó a saber que Brasil es algo más que la inagotable cuna de futbolistas, bellezas y músicos de talento que yo –y muchos de vosotros- suponíamos. Pues no: es eso y muchas más cosas; aunque a ese tipo de asuntos ya volveremos en otro momento.
Por cierto, que en esta grabación colaboró mi entrañable amigo y músico –batería, percusión y lo que le echen- Paul Hesp.

domingo, 3 de agosto de 2014

Versión musical de Los Escritos del Músico

Y para completar la poliédrica perspectiva de Los Escritos del Músico, aquí os dejo una parte considerable de su versión musical. Los que ya hayáis leído la novela, pero no sepáis leer solfeo, es probable que os quedaseis con curiosidad, ante las cuñas en las que aparecen comentarios y fragmentos de pentagrama, como por ejemplo en las páginas 85-86, 95, 123-124, etc. No, como ya avisé, no son dibujitos: es música; y aquí os la cuelgo para vuestro disfrute.
Lo que tenéis es una grabación de la primera de las dos suites, y sus “créditos” son los siguientes:
1.- La pluralidad del yo (0,00 – 4,20)
2.- Reflexiones sobre el origen (4,20 – 9,35)
3.- Urgencia de Leugim (9.35 – 13,25)
5.- El viaje (13,25 – 18,38)
Compuesto e interpretado por Miguel Ángel Ferradas García, entre los años 1.990 y 1.991, utilizando los siguientes instrumentos: Guitarra clásica, guitarra eléctrica, bajo eléctrico, voz, darbuca, tariya, sicuris, cañas, conchas y agua.
En todo caso, me temo que se hace necesario un aviso: la grabación que os ofrezco, de comienzos de los 90, está producida con la tecnología que en aquella época era accesible para el común de los mortales, empleando básicamente una grabadora Fostex de 4 pistas. Por ello, la calidad del sonido no es a la que ahora estamos acostumbrados, aunque a mi entender es perfectamente digna. La ininterrumpida sucesión de nuevos proyectos, que desde siempre me tienen gozosamente enredado, me ha impedido pararme a hacer una reinterpretación y grabación más depurada, cosa hoy en día tan simple. Pero algún día caerá, tiempo al tiempo.

Sin más preámbulos, ahí os dejo la primera parte de la versión musical de Los Escritos del Músico. A disfrutarla.