viernes, 26 de diciembre de 2014

¡Ya vienen los Reyes...!


De las fiestas navideñas, mi preferida de largo es la de los Reyes Magos. Noche Buena y Navidad son encuentros familiares, lo que siempre es grato… aunque a veces no sea precisamente sencillo. Es el momento de cantar villancicos, comer mucho y bien, y todo eso. Fin de Año es la fiesta menos familiar de todas esas celebraciones, y según la etapa de tu vida en la que te encuentres, puede ser el día de armarla con tus amigos, el del encuentro romántico con tu pareja, o el de hacer un viaje para que la cosa te pille en un lugar insólito. 
La fiesta de Reyes, al margen de que sea algo casi exclusivo del mundo hispano, en casi todas partes es una celebración totalmente centrada en los niños. Obviamente, en mi casa los niños también son el alma de la fiesta. Pero en mi familia la celebramos de una forma realmente especial, distinta de todo lo que yo he llegado a conocer. Los elementos básicos son los mismos; pero dos o tres matices y ritos peculiares convierten aquello en algo realmente único. Todo aquél que lo ha llegado a conocer ha quedado sorprendido y encantado. Aunque, advierto desde ya, se trata de una fiesta absolutamente exclusiva, en la que sólo se puede participar si se hace plenamente: no se admiten visitas, bajo ninguna circunstancia, y este extremo nos ha costado algún que otro desencuentro con amigos o similares que han intentado ocasionalmente apuntarse.
La fiesta de Reyes de los Ferradas no es un secreto, y los que la celebramos le hemos contado la mecánica de la cosa a muchísima gente. Pero tengo que reconocer que, hacerlo ahora aquí, vox populi, me da un pelín de pudor. En fin, vamos a ello. Y el que quiera, que intente hacer algo parecido. Ya verá como no se arrepiente.
Lo primero que tengo que señalar es que no sé de dónde viene esta tradición familiar. Es decir, de dónde viene esta modalidad. Sí sé que, como mínimo, los Reyes se celebran así en mi familia desde hace algo más de 50 años. No sé si antes era igual, o sólo parecido, pero no importa.
Los elementos básicos de la historia, son los siguientes:
Todos nos regalamos a todos, a excepción de los niños pequeños, claro. Cada núcleo familiar (los Ferradas García por aquí, los Suarez Ferradas por allá, etc.), suele constar de entre ocho y doce personas, de modo que a cada cual le toca hacer ese número de regalos, conforme a su presupuesto, y también son los regalos que recibirá como mínimo, pues a veces hay quien hace más de un regalo a alguien en concreto. Todos regalamos a todos (aunque sean regalos de un euro, eso no importa), desde el año en que nos enteramos de que los Reyes no son unas realidades misteriosas, sino la gente que te quiere. Nada menos.
- Con días de antelación, se hacen saber —o se indagan— los deseos, necesidades y preferencias de cada cual, ya sé mediante las célebres cartas, preguntando, comentando, etc. Aquello acaba convirtiéndose lógicamente en una película de espías, intercambiando todos de forma cruzada un montón de información para no repetir regalos, para aclarar dudas, etc.
 Todo ha de ser absolutamente secreto, por sorpresa. Vale intrigar, dar pistas falsas de todo tipo, inventarse lo más insólito… Pero nadie debe saber a ciencia cierta qué es lo que va a encontrarse la mañana del día 6.
La mecánica de la cosa, es la siguiente:
Si aún quedan niños pequeños en la casa en donde se celebran los Reyes, se hace lo que corresponda para que ese día estén rendidos y se acuesten temprano.
- El anfitrión debe tener preparado, en un cuarto discreto, bolsas grandes con el nombre de los participantes. Además, obviamente, de cantidades generosas de bebida y algo de picar, en la cocina o en la zona de avituallamiento que se halla habilitado a tal fin.
- En el salón de la casa, el anfitrión tiene que colocar –como en un anfiteatro– sillas, sillones, mesas o lo que corresponda, para que haya tantos espacios como participantes. Y para saber cuál es el espacio de cada cual, se colocan delante los correspondientes zapatos.
- Los participantes, según van llegando, se dirigen al cuarto de las bolsas y meten allí, separadamente, los  regalos. Después colocan los zapatos que han traído específicamente para ello frente a la silla, sillón o trozo de mesa que se les haya asignado. Luego se van a la cocina y hala, a comer, beber, bromear e intrigar sobre los regalos, diciendo de todo menos la verdad.
- A medida que llega gente las bolsas se van llenando de regalos, al igual que la cocina de juerga; aunque lo más contenida que se puede, por aquello de los niños.
- Cuando ya está todo en las bolsas, y los pequeños están con seguridad dormidos, empieza la colocación de los regalos, comenzando por los niños: se traen las bolsas y se van colocando en su sitio como si se tratase del más deslumbrante escaparate.

- Después tiene que salir un voluntario, acaso el más cansado, el más mayor, o el más “nuevo” (por ejemplo: una pareja de reciente incorporación al clan), al que se le manda a la cocina a seguir tomando y a esperar, mientras el resto le arma su escaparate.
- Uno a uno, se van armando los escaparates, y la cocina va aumentando su concurrencia. De cuando en cuando, es casi obligatorio que uno de los que está armando escaparates se acerque a la cocina a intrigar, a dar pistas falsas sobre el número de regalos de éste o aquél, sobre lo bonita que es tal o cual cosa, que sin duda cambiaría por cualquiera de las suyas, etc.
- Cuando al final sólo quedan dos, uno de ellos sale, y el otro coloca sus regalos. Después, los cubre con una sábana y sale él. El que había salido primero entra, y sin ver sus regalos (cubiertos por la sábana), coloca los del que acaba de salir.
- Tras finalizar la colocación, se toma la última cerveza en la cocina, se bromea e intriga, y se pacta la hora razonable de entrar a ver los regalos, al día siguiente.
- A la hora pactada, se reúnen todos los participantes y se ponen en fila india delante de la puerta del salón, por riguroso orden de estatura.
 Se abre la puerta y… ¡magia!: los Reyes han traído un montón de regalos para todos…

- Después de ver cada cual lo suyo y lo de los demás, de probarse ropas, poner a funcionar juguetes, etc., se toma un buen desayuno con Roscón de Reyes, y hasta el año siguiente.
Espero que este año hayáis sido todos muy buenos y los Reyes os traigan muchos regalos. Y por si a Sus Majestades no se les ocurre nada, aquí os dejo un par de ideas:
Seguro que la mayoría de los que aquí os asomáis no habéis leido las primera entradas que colgué en este blog. A mí me pasa: cuando doy con algún blog interesante rara vez me asomo a entradas muy antiguas, salvo que esté buscando algo en concreto.
Pues entre mis primeras entradas se encuentran referencias a dos libros que tengo publicados y que podrían ser un magnífico regalo para estas fiestas. Se tratan de la novela Los escritos del músico, y del conjunto de relatos Desasosiego.
La novela narra un viaje interior, con un pie en la esperanza y otro en esa cobardía que hace que nuestros sueños parezcan más inalcanzables de lo que son.
Y los cuentos —18 en total— describen situaciones y sucesos diversos, engarzados por un hilo sutil de inquietud, un destemple del alma que nos conecta con dimensiones secretas de la existencia, evidenciando que la diferencia entre lo mágico y lo real la mayoría de las veces es tan sólo una cuestión de enfoque.
 Felices fiestas a todos Y en especial, ¡FELICES REYES…! 

martes, 23 de diciembre de 2014

Gran Marrano

(AVISO PREVIO: AL EMPEZAR A ESCRIBIR CREÍA QUE ESTO IBA A SER MERAMENTE ERÓTICO-FESTIVO, PERO ME HA ACABADO SALIENDO ALGO MUCHO MÁS SERIO... AUNQUE AL FINAL, AFLOJA.  LO DIGO POR SI ACASO. Y ¡FELICES FIESTAS…!)
Para empezar, no me digáis que lo de “Gran Marrano” no es mil veces mejor que esa cursilada infantil de “Adán y Eva”. Aunque, bien pensado, su título tiene sentido, pues un producto como ese precisa una denominación a la altura de sus usuarios: preadolescentes mentales con una ignorancia enciclopédica, anclados seguramente de por vida en el nivel de “caca-culo-pedo-pis”. Pero “Gran Marrano” es muchísimo más redondo, ¿a que sí?
Me refiero, obviamente (y lo digo para los que me leéis desde fuera de España, porque aquí no creo que quede nadie que no tenga, como mínimo, oído hablar de la historia), a esa nueva versión de Gran Hermano que se emite desde hace un par de meses en la 4, y cuya deslumbrante singularidad es que los participantes/actores/concursantes van en pelota picada. Por cierto, que Telecinco (4 y 5 son cadenas del mismo grupo), que es la propietaria en España de la franquicia Gran Hermano, tiene en emisión la decimoquinta edición de su sow. Quince años ya, qué barbaridad. Por aquel entonces yo ya tenía 40, pero el impacto que me llevé fue muy potente; aunque, claro, la culpa fue mía: ¿quién me mandará a mí leer? Como pude en su momento comprobar, eran en realidad muy pocos quienes habían leído 1984… obviando al 50% de españoles que no lee. Si ese dato estadístico es correcto (lo he sacado de www.federacioneditores.org), querría decir que la mitad de los españoles sí son lectores, cosa que tampoco está tan mal. Yo creía que éramos menos.
Bueno regresando al meollo de la cosa, es necesario un aviso importante: SE APROXIMA UN ALUD DE SPOILERS EN RELACIÓN CON 1984, DE MODO QUE EL QUE PIENSE LEER LA NOVELA, O VER LA PELÍCULA, QUE NO SIGA Y QUE REGRESE OTRO DÍA.
En este caso, y a diferencia de lo que suele ser habitual, la película basada en la novela, dirigida en 1984 —cuándo, si no— por Michael Radford y protagonizada por John Hurth, es abiertamente recomendable. Como pasa siempre, se deja un buen número de cosas fuera, pero conserva lo esencial y lo plasma de forma totalmente convincente. Muy buena. A quien no lo haya hecho, le recomiendo que se lea el libro, y que luego vea la película. Y algún tiempo después, que regrese aquí, a compartir mis reflexiones. Pero ahora, ¡HUID, QUE OS LA DESTRIPO…!
Para mí, que un espacio televisivo de ocio, un reality, se titulase “Gran Hermano” era comparable a que se llamase “Las duchas de Auswitch” o “Vacaciones en el Gulag” ¿Era posible que alguien no supiera que 1984 reflejaba el peor de los infiernos imaginables para la sociedad humana? ¿De verdad que alguien le había puesto a un juguete de hacer galletas, “Aprende a cocinar con Anibal Lecter” ? Pues al parecer, así era.. Y lo más brutal de todo: al margen de que el programa estuviera –y siga estando- destinado a analfabetos funcionales, su enjundia consistía y consiste en considerar divertida una de las más terribles monstruosidades vaticinadas por la novela: la desaparición total y absoluta de la intimidad.
1984 es, probablemente, la distopía más genial parida hasta la fecha. Lo es sin duda para mí; pero mi conocimiento es obviamente limitado, además de que no sé inglés, y la literatura sólo puede evaluarse correctamente sin la intermediación de traductores. Pero al margen de mi criterio, esta obra es aclamada universalmente por multitud de razones, incluidas las conceptuales, que son las que ahora y aquí más interesan.
George Orwen fue un brillante y reconocido periodista y escritor británico, y 1984 es sin duda su obra cumbre. La escribió finalizando la segunda guerra mundial, y se publicó en el 48 —sí: 84 al revés— dos años antes de su muerte. La composición de lugar que acaso el bueno de George se hizo al conceptuarla, pudo ser algo así: “El mundo entero se une para derrotar al fascismo… y resulta que quien lo derrota es una dictadura equivalente”. Porque la obra trata básicamente de eso, de un futuro hipotético en el que la humanidad entera se encuentra dividida en tres grandes bloques dictatoriales, en guerra permanente.
El propio Orwen confesó que no creía que el mundo pudiese nunca llegar a convertirse en lo que planteaba en su novela; pero sí creía que algunas de las cosas que en ella se contaban podían llegar a suceder. A la vista está su tino… aunque eso requeriría de un análisis que aquí no cabe. Pero a lo que no me resisto es a, al menos, reseñar diez de las ideas contenidas en el libro (haciendo un gran esfuerzo, me centraré en lo más gordo), cuya monstruosa profundidad daría para escribir tratados enteros. Sentarse y sujetarse, que empiezo:
Doblepensar
En la sociedad de 1984, desde la infancia se enseña a los individuos a pensar de forma abierta y no concluyente. Una especie de sofismo global que posibilita creer absolutamente en algo, y al mismo tiempo en lo contrario, según cómo se planteen las cosas. Según como se planteen desde arriba, obviamente: desde un “Estado Padre” omnipotente y omnisciente que dirige de forma estrecha e infalible la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.
El Gran Hermano
La organización que articula la sociedad es el Partido Único, el INGSOC (Socialismo inglés). Pero, incluso por encima de éste, existe un símbolo que sintetiza al “Estado Padre” al que antes me refería: un ser que es al tiempo guía, inspiración y esencia de la sociedad. El protector, el legislador, el guardián de los valores, el que conducirá al pueblo a la victoria final. Alguien que es casi tanto un individuo como una metáfora: el Gran Hermano.
Ojito al lema del INGSOC: “Guerra es Paz; Libertad es Esclavitud; Ignorancia es Conocimiento”
Reescritura permanente de la historia
El protagonista se dedica profesionalmente a la censura, y singularmente a la reescritura de la historia: los acontecimientos ya sucedidos, los protagonistas, las fechas… todo es objeto permanente de revisión, reinterpretación y reformulación, siguiendo los intereses del Estado en cada contexto. Ni siquiera la fecha en la que se sitúa la historia, 1984, puede darse por segura.
La Neolingua
Los habitantes de Eurasia hablan Neolingua, un derivado del inglés en permanente revisión mutilante: se suprimen palabras (sobre todo, sinónimos) y se crean otras nuevas (básicamente, ambivalencias), para evitar las alternativas conceptuales y facilitar el “doble-pensar”.
La guerra permanente
La única manera de mantener bajo control a las sociedades humanas es conseguir que la gente viva en el umbral de la miseria; y para que ésta sea posible, no existe otro mecanismo mejor que la guerra: asegura la destrucción de “excedentes” que podrían dar lugar al bienestar, canaliza la productividad hacia la fabricación de máquinas destructivas, etc. Por ello, la humanidad entera, dividida en tres grandes bloques equivalentes, se encuentra embarcada en una guerra perpetua.
Las telepantallas
Los artilugios fundamentales para la vigilancia y control de los individuos son las telepantallas: dispositivos que están literalmente por todos lados, y que son al tiempo cámaras receptoras y pantallas, que permiten al “Gran Hermano” saber en todo momento qué es lo que estás haciendo, e indicarte cuando y como corresponda qué es lo que deberías hacer  
El odio, como alternativa del amor
El sentimiento que más se potencia y venera es el odio hacia “los otros”, el cual forma un conglomerado indisociable del amor a “los tuyos”. Todos los ciudadanos deben asistir obligatoriamente a las ceremonias diarias de exaltación del odio.
El crimental y la policía del pensamiento
Los delitos más inaceptables y perseguidos no son los relativos a actos —robos, asesinatos, etc.— sino a pensamientos: las ideas contrarias al funcionamiento de la sociedad, den lugar o no a acciones concretas, son en sí mismas crímenes execrables e inaceptables. La Policía del Pensamiento, el cuerpo represivo más potente del Estado, se encarga de perseguirlos.
La canalización de la resistencia
Es inevitable que un pequeño porcentaje de la población se resista al estado de cosas descrito, y por ello, existe un soterrado pero consistente movimiento de resistencia. Lamentablemente, y como nuestro protagonista comprueba, toda la red es en realidad otro mecanismo del Estado, diseñado para captar, canalizar y desactivar cualquier posible subversión.
El arrepentimiento de los sublevados
Una vez captado y canalizado, al disidente se le empuja y alienta hasta llegar a la abierta traición al Estado. Entonces se le tortura metódica y sistemáticamente, sobre todo desde el punto de vista psicológico, hasta conseguir anular en él cualquier iniciativa personal o cualquier rastro de amor, que no sea el amor hacia el Gran Hermano. Entonces, cuando el disidente acepta que la realidad no es otra que la que el Gran Hermano establece y proclama su arrepentimiento, se le otorga la gracia liberadora de la muerte.
Joder. Hará cosa de treinta años que leí aquello, y todavía me conmuevo al recordarlo. Por supuesto, jamás volveré a leerla, como supongo que jamás volveré a ver La Lista de Schindler —de Steven Spilberg— o The Killing Fields —de Roland Joffé— pero no me arrepiento en absoluto de haberlo hecho: gracias a ello sé más de la historia, de la vida, del alma humana y de mí mismo. Y aunque no se trate precisamente del lado más atractivo de la realidad, saber de él es totalmente imprescindible para tener perspectiva. Para poder decidir. Para ser inaccesible al doblepensar. Para que nadie pueda imponerme su neolingua. Para no confundir odio y amor. Para ser un activo resistente individual frente a la injusticia y la mentira… pero siempre suspicaz en lo que respecta las estructuras organizadas. Para valorar como un tesoro la intimidad y huir de las premonitorias telepantallas más que de un nublado, por mucho que hoy en día sean la cosa más común del mundo, como lo son las tablets que el Doctor Spock nos dio a conocer, allá por los 60.
En fin, parece que voy consiguiendo recuperar el ánimo.
Vamos a ver si rematamos con un poco más de alegría, que las fechas lo piden.
Había empezado la cosa con incontenido sarcasmo hacia la legión de burros que siguen Gran Hermano, en sus n-versiones. En cierto sentido les entiendo: todos nos paramos en los zoológicos frente a la jaula de los monos, a ver cómo juegan, se pelean, copulan, se masturban, etc. Y si andan perezosos, pues les tiramos algo de comida para activarlos y forzarlos a competir. Esto es exactamente lo mismo… solo que los primates en cuestión son de la especie Homo sapiens sapiens. Aunque en este caso, mucho me parece lo de “sapiens”… para colmo, repetido.
Lo de ir en pelotas tampoco me parece demasiado original: raro es el zoológico en el que visten a sus chimpancés. Y como el objetivo es ese, el ji-ji, ja-ja de niños jugando a las cochinadas, pues mejor que mejor (si lo que se quiere ver es sexo de verdad, hoy en día no hace falta buscar mucho para encontrarlo), que así queda más explicitado el que la cosa va de seducción animal a pelo, picaresca de vestuario, erotismo de retrete público, y poco más.
Lo que me resulta más heroico de todo esto es la labor de los psicólogos y del resto de tertulianos, que son capaces de hacer sesudos debates, elaborar hipótesis, tesis, antítesis, teorías e incluso leyes capaces de explicar el sofisticadísimo comportamiento de los primates observados. Los cuales, por otra parte, hacen alarde de un nivel cultural, intelectual e incluso mental tan ínfimo, que a mí me cuesta trabajo creer que no forme parte pactada de sus papeles. Porque, sinceramente, no es ya que todo apeste a actuación: es que, intrínsecamente, lo es. ¿Acaso alguien podría comportarse con naturalidad, intentando seducir en cueros a una hermosa jovencita —feos, gordos, etc. quedan descartados, por razones obvias— delante de una cámara?
¿He dicho cámara…? Quería decir, telepantalla…
Lo dicho: que leáis a Orwell -ahora no: después de que pasen las fiestas-, porque cuanta mayor perspectiva se posee, más libre se es; y conocer el infierno que ese hombre imaginó es la mejor manera de mantenerlo a raya.

¡FELICES FIESTAS…!

lunes, 8 de diciembre de 2014

Secuelas de la esclavitud (II)


En vista de la buena acogida que tuvo la entrada anterior, en la que a cuenta de un lamentable suceso de flagrante injusticia racista aproveché para hablar de los ecos que aún perduran de los tiempos del esclavismo; y en vista también de que otro hecho muy similar acaba de producirse, voy a dedicarle un rato más al mismo tema, que sin duda lo merece.
El hecho en cuestión ocurrió igualmente el verano pasado, aunque en este caso no fue en el profundo Medio Oeste, sino en la más cosmopolita de las urbes de ese país de cuyo nombre sigo intentando no acordarme. Pero da igual, todo es tremendamente parecido: un suceso menor, irrelevante, a lo sumo una falta administrativa, y un policía que se crece, como si se sintiera el protagonista de una película de Satallone o de Chuck Norris, se deja ir, y acaba matando. Meses después, y aplicando sin duda escrupulosamente una legislación manifiestamente injusta, al salvaje de turno se le considera, otra vez, totalmente inocente. No sé cómo cerrarán la cosa, si determinando que el pobre infeliz que murió ahogado en realidad se suicidó apretando su cuello contra el brazo del policía, o si que casualmente falleció en ese momento por sus malos hábitos, sin que su estrangulamiento tuviera nada que ver en el asunto.
Ah, sí: de nuevo el policía era blanco, y el muerto negro. Qué curioso, ¿verdad?

Aquí al lado, en Barcelona, hace unos meses pasó algo parecido: un suceso menor, una intervención policial excesiva, y un muerto. Obviamente se está instruyendo un juicio, y hay 4 policías imputados por homicidio. Acabe la cosa como acabe –se piden 11 años de cárcel; se alega que fue un desgraciado accidente- como mínimo, se toma el asunto en serio. Y sí, tanto los policías como el muerto eran blancos; pero no tiene nada de extraño, pues por estas tierras andamos escasos de negros. Racismo sí tenemos, aunque distinto, porque la gente de otras razas es en nuestra sociedad una recién llegada, y los únicos “diferentes” con los que hemos tenido contacto regular han sido gitanos y marroquíes. Y las reticencias, el rechazo, esa mezcla de escepticismo y miedo que siempre se tuvo hacia ellos, estoy convencido que tiene mucho más que ver con una cuestión meramente económica que cultural: ¿qué problema pueden suponer los alemanes, americanos o japoneses, si son gente rica, civilizada y culta… por más que su cultura no sea la nuestra? Ahora bien, los pobretones analfabetos que vienen a trabajar —si pueden— en lo más básico, porque son tan burros que no dan más de sí; y que si no consiguen trabajo lo mismo se dedican a robar… esos son otra cosa. Y como resulta que la mayoría de ellos son sudamericanos o marroquíes (los subsaharianos son recién llegados, y aún pocos), pues ya está hecha la asociación de ideas.
Como ejemplo de mi teoría del racismo económico español cabe citar el caso de los “jeques árabes”: hace ya décadas que la clase alta de diversos países árabes escogió España como territorio de ocio y negocio, y por aquí eso no hizo sino celebrarse, considerando una buena noticia la llegada de gente tan rica y peculiar, de la que sin duda se podía sacar tajada —y se sacó— ¿Racismo hacia ellos?: en absoluto. Ahora bien, hacia el desarrapado que desembarca de la patera o el que salta la valla de Melilla, y que anda por ahí quitando trabajo a los españoles necesitados, chupando injustamente de nuestros beneficios sociales… a ese, ni agua: que se vuelva a su país. Es entonces cuando el árabe se convierte en moro, y el hermano hispanoamericano en sudaca.
Hay muchos tipos de racismo, y cada uno de ellos obedece a complejas causas históricas que sería ingenuo y soberbio intentar esclarecer aquí en cuatro renglones. Pensemos en las prevenciones, reticencias o animadversiones existentes entre chinos y japoneses, entre indios y paquistaníes, entre hutus y tutsis… En unos casos lo más decisivo es el peso de la historia, en otras las diferencias culturales o religiosas. La cosa, tal como yo la veo, sigue el siguiente proceso:
1.- El “diferente” no es en principio ni bueno ni malo, y sólo causa curiosidad.
2.- En el momento en el que algún “diferente” ocasiona algún problema, y como mecanismo social preventivo que nos llega arrastrado desde los tiempos de las cavernas, se etiqueta a todos los relacionados con el causante del problema como “potencialmente peligrosos”.
3.- Para facilitar la defensa frente a esos “diferentes”, que han dejado de ser objeto de nuestra curiosidad para convertirse en “potencialmente peligrosos”, se busca aquello que posean que sea más notorio y diferente; y si tienen algún rasgo racial que los diferencie de “los nuestros”, pues perfecto.
4.- Ahora, y para garantizar la seguridad de nuestro grupo, se cosifica a conciencia a los diferentes, que dejan de ser individuos, personas, gente como tú, pasando a convertirse en una realidad siniestra y uniforme a la que se le cuelga una nueva etiqueta, como “sudaca”, “moro”, “chino”, “negro”, “indio”, “judío”. etc.
Sólo como ejercicio, os adjunto varios retratos correspondientes a personas de “grupos étnicos” tradicionalmente enfrentados. ¿A que no es tan obvio quién pertenece a cada grupo?
Empecemos por un palestino y un judío (ya sé que los hay más feos; pero estos dos también valen, y así le quitamos un poco de plomo al asunto —¿verdad, chicas?—, que ya tiene bastante).
Fuentes: joaoleitao.com y depenalty.es
Vamos ahora con una japonesa y una china
Fuentes: asisucede.com y diariouno.com.ar
Sigamos con un español y un marroquí
Fuentes: fanoos.com y listas.veinteminutos.es
Ayub es central en el equipo de fútbol de mi hijo —y es un buen central— y Kristian es el máximo goleador. No sé qué clase de monstruo habría que ser para odiar a alguno de esos dos chavales. Pero si cogemos a Ayub Aamart y a Kristian Krasimirov y les desposeemos de su humanidad, si los convertimos simplemente en un moro y un ruso, todo pasa a ser más fácil. Así, las muertes de Michel y Eric dejan de ser una tragedia y se convierten en un engorro, cuando les quitamos su condición de personas y los convertimos en dos negros. Pero ¿cómo es posible que pase algo así? En Brasil me contaron un asqueroso chiste racista que puede ayudar a entenderlo. Y que conste que quien me lo contó no era precisamente blanco: “¿Qué es un blanco corriendo?: un deportista”; y ¿un negro corriendo?: un ladrón”.
El Gran Jurado es una figura clásica del Sistema de Justicia Penal del país del que fueron ciudadanos Michel y Eric, y procede del derecho británico. Lo conforman 23 ciudadanos (ojo al dato: ciudadanos, no técnicos ni profesionales del Derecho), y a ellos les corresponde, entre otras funciones, estudiar las pruebas incriminatorias que pesan sobre presuntos responsables de delitos importantes, para decidir si éstas son consistentes y el sospechoso en cuestión debe ser juzgado o no. Si un negro, en el país probablemente más mestizo del planeta, me contó el chiste anterior… ¿qué chiste no podrían contarme en el país de Michel y Eric? ¿No es razonable, consecuentemente, cuestionar la imparcialidad del Gran Jurado?
En España llevamos algún tiempo intentando implantar el jurado como parte de nuestra maquinaria procesal, y aún no lo hemos conseguido del todo, pues aunque se reserva para casos muy singulares y teóricamente poco técnicos, la participación del jurado nos han sorprendido más de una vez con veredictos absurdos, parecidos a las absoluciones de los que mataron a Michel y a Eric. Pero la cosa es aún peor, pues el hecho de que intervengan solo profesionales del Derecho tampoco garantiza una “justicia imparcial y universalmente aceptable”. Así, el poderoso y rico es capaz de promover acciones de defensa que acaban por embarullar y matizar de tal manera las cosas que los juicios se demoran de forma desesperante, terminando en ocasiones en sentencias ridículamente leves, como las de estafadores de fortunas u homicidas que acaban pasando por la cárcel apenas fugazmente.
De modo que la “justicia imparcial y universalmente aceptable” —las comillas las pongo para etiquetar un concepto general que supongo existirá… aunque no sé si se llamará así (ya lo sabéis: soy biólogo)— no es algo sencillo, ni queda garantizada por el hecho de que sean profesionales del derecho o ciudadanos de a pié los que tomen las decisiones.
Pero intentemos regresar al arranque de esta entrada, para que no se acabe haciendo eterna, como tiende a ocurrirme.
A mi entender, el prejuicio racial, aunque sea obviamente una simplificación consistente en etiquetar a la gente en función de su “etnia”, parte de algunos hechos ciertos y constatables. El círculo vicioso y diabólico, al que yo le añado una causa primera y fundamental, sería el siguiente (esta generalización se refiere a América):

Para destruir ese círculo infernal el único punto razonable de ataque es el primero: si se consigue que determinado colectivo salga de la ignorancia abandona la miseria, y entonces todo el proceso se desmorona, desde el hecho objetivo de que de allí surjan más personas conflictivas hasta el que la sociedad en su conjunto estigmatice a ese grupo.
En una próxima entrada prometo seguir contribuyendo a arreglar el mundo. Y creedme que se puede. De hecho, se va pudiendo… aunque como siempre más despacio de lo que nos gustaría. Os adelanto un par de ideas sobre las que pienso volver:
  • En Brasil hace ya tiempo que funciona la denominada “Bolsa familia”: en comunidades misérrimas, se les “paga” a las madres —son más de fiar que los padres— para que sus hijos pequeños vayan a la escuela. De ese modo, los niños adquieren al menos una formación básica, y las familias tienen para comer sin que los niños tengan que dedicarse a trabajar, mendigar o robar. La medida se tacha de paternalista y de cosas peores; pero lo cierto es que está funcionando, y la aplicación de medidas de ese tipo ha sacado ya a millones de brasileños de la miseria.
  • Un poco más abajo, un presidente tachado de loco ha promovido en su país la despenalización total de la marihuana. ¿Podéis imaginaros el impacto que podría suponer, a nivel planetario, si las drogas dejaran de ser una opción lucrativa; si los chavales que viven en la pobreza absoluta no tuvieran otra opción para abandonarla que formarse y trabajar, en lugar de disponer del atajo si retorno que es hoy en día para ellos la opción de las drogas…?
Lo dicho; pronto, más.