domingo, 28 de junio de 2015

La vida engorda

Ya ha empezado el calorcito, abren las piscinas, se acercan las vacaciones, y ya tenemos en el horizonte cercano la amenaza de salir en las fotos como felices cetáceos, cosa que a ninguno nos hace la menor gracia. Por ello, supongo que ya andaréis todos y todas (como dicen ahora los acomplejados y acomplejadas esa entelequia de la igualdad; tema enjundioso que ya atenderé en su momento), en plena operación biquini/bermuda; o luchando por procrastinar el asunto algunos días, antes de que sea inevitable.
Pues señoras y señores, este biólogo se propone ofrecer desde aquí su meditado y argumentado punto de vista respecto a un aspecto clave de esta áspera cuestión; a saber: No estáis ni la mitad de gordos de lo que creéis.
Esos volúmenes tan reprobables y socialmente inaceptables que lucís están casi siempre muy cerca de lo que corresponde; porque tenéis la edad que tenéis, y es casi imposible, además de perverso, que vuestro cuerpo finja tener varias décadas menos de las que tiene.
Una cosa es la gente que tiene la desgracia de haber nacido con un metabolismo perverso —y son gordos o esqueléticos desde siempre, como otros miopes o sordos— y otra es eso de volverse gordo con el paso del tiempo, especialmente después de los cincuenta. En este escrito me voy a referir a los segundos, reflexionando sobre qué es eso de estar gordo y qué no a partir de cierta edad. Advierto desde ya: aunque daré un montón de datos objetivos e incuestionables, MIS DEDUCCIONES Y CONCLUSIONES SON EN UN 90% ANATEMAS PARA LA VERSIÓN OFICIAL.
Para empezar, ¿porqué es inaceptable estar gordo? Muy sencillo: los gordos no son deseables, no son sexualmente atractivos (hablo en términos generales), y además son gente insana y culpada de descuido  ¿Qué otra explicación podría tener, si no, su gordura? Es obvio que los gordos no se cuidan, comen demasiado y hacen poco ejercicio. Vale, pues ya tenemos la primera en la frente: eso es rigurosamente falso, como luego argumentaré.
Para seguir, ¿qué es estar gordo? Medir 1,70 m y pesar 100 kilos obviamente lo es. Pero ¿qué sería lo correcto para una persona de esa altura? ¿60 kilos u 80? Hay un montón de factores que habría que considerar, como sexo, raza, complexión, edad… Pero, en la práctica, la sociedad aplica uno solo: El peso correcto es el que esa persona tenía cuando estaba en su flor (seamos generosos, y pensemos que todos en algún momento lo estuvimos); lo que equivale a decir lo que pesaban ellas con 20 y ellos con 25. Para la altura puesta de ejemplo, la cosa quedaría más o menos en 60 para las mujeres y 65 para los hombres. Ese referente, que lo sano y deseable es aparentar tener eternamente veinte años, es un criterio estético moderno. Como referencia de que eso no fue siempre así, y para no citar como todo el mundo a las Gracias de Rubens, traeré yo aquí la célebre canción coral de Bienvenido Mister Marshall: “Americanos, llegan a España gordos y sanos…”

El auténtico quid de la cuestión es que no existe un peso ideal biológicamente incuestionable para los hombres o las mujeres de 50 años, porque tales seres somos un invento reciente que la evolución no había previsto.
Todas las especies, tanto animales como vegetales, están diseñadas para un determinado tiempo de vida. Es su programación natural, la duración razonable de la realidad que son. Un perro, si no tiene ningún problema singular, es normal que viva entre quince y veinte años. Un elefante, setenta. Ciertas tortugas más de dos siglos, y muchos insectos apenas unos días. Es fácil dar con una encina de dos o tres siglos, y casi imposible encontrar un chopo que pase de los cien años. Pues bien, el hombre, Homo sapiens sapiens, es un primate que, desde que surgió hasta la Revolución Neolítica (hace 10.000 años: fin de la última glaciación, invento de la agricultura y el urbanismo, etc.), rara vez pasaba de los cuarenta años. Sí, había ancianos de más de sesenta, como también muchos niños que morían antes de los tres. Pero los que alcanzaban la pubertad y llevaban una vida normal para su especie, solían caer antes de los cincuenta. En definitiva, cabría considerar que la “fecha de caducidad de fábrica” de nuestra especie tradicionalmente estuvo en torno a los 45 años.
Otro dato curioso que casi nadie conoce: la menopausia sólo se presenta en este planeta en nuestra especie…y en algunos mamíferos marinos. El porqué aparece en las ballenas piloto no lo sabe ni lo entiende nadie, pero para el caso de los humanos sí se cree tener una explicación: el hecho de que las hembras pasen un tiempo de su existencia dedicadas a ser abuelas, cuidando de los demás y conservando y enseñando conocimientos, en lugar de tener que invertir toda su energía en sacar adelante a su propia prole, constituye un hecho evolutivamente positivo, por lo que la selección natural tendió a asentarlo (eso, más o menos, es lo que postula la conocida como Teoría de la Abuela). Este proceso se ve retroalimentado por el aumento de la longevidad debido a las mejoras neolíticas en materia de alimentación, salud, refugio, etc., de manera que desde hace ya diez mil años empezó a ser frecuente encontrar gente de más de 50 años, incluidas abuelas menopáusicas; cosa que en las cavernas era insólito.
Lo anterior, el que la mayoría de los que llegaban a adultos muriesen entorno a la cincuentena, o poco más, permaneció invariable hasta hace apenas 200 años. Con la llegada de la Revolución Industrial la esperanza de vida de la humanidad aumentó notablemente, y este proceso creció de forma exponencial durante el siglo XX. Cuidado con el dato estadístico “esperanza de vida”, porque éste tienen en cuenta la duración de la vida de todos los miembros de determinado grupo, de modo que allí donde la mortandad infantil es alta la esperanza de vida es muy corta… al margen de que los que superan la pubertad lleguen a ancianos: en Somalia la esperanza de vida es 50 años, y la mortalidad infantil de 100 niños por cada mil partos, mientras que en España, en donde la esperanza de vida superan los 83 años, mueren sólo 3 niños de cada mil nacimientos.
Bueno, a lo que íbamos: resulta que ahora casi el 20% de la población de Homo sapiens sapiens —1.500 millones— tiene 50 años o más, cosa que a la evolución jamás se le había pasado por la cabeza que ocurriría. Recuérdese que nuestra especie lleva aquí cosa de 200.000 años (obviemos antepasados más o menos recientes), y si consideramos globalmente que a los veinte años nuestros ancestros ya estaban haciendo más gente, salen cosa de cinco generaciones por siglo; y para nuestros dos mil siglos de existencia, 10.000 generaciones. Bien pues desde la Revolución Industrial, la mejora global de la alimentación, las vacunaciones sistemáticas, etc., han pasado dos siglos; es decir, 10 generaciones. CINCUENTONES Y CINCUENTONAS: ¡ESTAMOS SIENDO INVENTADOS, SOMOS UNA COSA NUEVA… Y NO HAY  REFERENCIA ALGUNA DE A QUÉ DEBERÍAMOS DE PARECERNOS!
¿Cuál sería el aspecto razonable para un perro de 37 años, o un elefante de 150? Pues obviamente ninguno, tal cosa sería un ser absurdo, una abominación que, si acaso intuitivamente, acertamos a imaginar como algo infinitamente anciano y desgastado. Pero para el caso del hombre la cosa varía por una sencilla razón: este primate es una máquina de modificarlo todo, desde su entorno y los seres que le rodean hasta su propia naturaleza, con la intención irrenunciable de incrementar su confort, su calidad de vida y la duración de ésta. Somos los virtuosos del hedonismo biológico. Para el que ve mal, gafas y a seguir leyendo. A los sordos, sonotone y a estudiar música. Crecepelo para los calvos y depilación laser para los osos. Para cada enfermedad su cura correspondiente (algunas aún están en cocina, pero en seguida nos las servirán), que para eso estamos aquí, para durar y durar más que el conejito de Duracell, y además disfrutando. Qué queréis que os diga, no parece un mal plan, de modo que estoy seguro de que  a eso nos apuntamos todos.
Pero pasada nuestra fecha de caducidad natural, el metabolismo se nos desacompasa, y una de las primeras cosas que hace es acumular todo los nutrientes que puede, acaso en un intento desesperado de hacerte durar un poco más (tu pobre metabolismo cree realmente que estás en las últimas). Y ese juntar reservas para prolongar lo que teóricamente es un último asalto, es lo que normalmente llamamos michelines. No, queridos cincuentones y cincuentonas, no sois culpables de comer de más, y de hecho casi seguro que coméis notablemente menos que hace diez o veinte años: es que vuestro metabolismo ahora no deja escapar ni una sola caloría, además de esmerarse en gastar menos que nunca. Porque aunque sea cierto que no os movéis como lo hacíais con veinte años, vuestras vidas seguramente no son más sedentarias de lo que lo eran una década antes (poco suelen varias los hábitos entre los 40 y los 50), y sin embargo el ejercicio no os cunde, no os ayuda a adelgazar. Ese tipo de respuestas metabólicas también se producen en situaciones extremas, como hambrunas, guerras y demás: la gente es capaz de sobrevivir incluso años con dietas de menos de quinientas calorías al día, cosa teóricamente imposible. El metabolismo es así de plástico.
De modo que a la mierda con la idea asentada de que el que con cincuenta años luce tripita o cartucheras es culpable de glotonería y vagancia. ¿O acaso el que no ve bien de cerca a esa edad, es culpable de haber leído demasiado? Y los sordos, ¿lo son por haber oído demasiada música? ¿La culpa de la artritis es haber usado demasiado los huesos? ¿La acidez es fruto de nuestro empeño en comer picantes? ¿El insomnio se debe a que nos preocupamos en exceso? NO, NO, NO, Y MIL VECES NO. Todo lo anterior, simplemente, se debe a que la vida gasta. Vivir, gasta. Y además, engorda.
Venga, vamos a cambiar todo lo que haga falta para durar más y gozar más. De acuerdo: quiero mis gafas, mi sonotone, mis pastillas para los huesos, mi almax, mi dormidina… y ya puestos, pues ese regulador metabólico que llevan un porrón de tiempo fabricando y que no terminan de comercializar, capaz de hacer que mis tripas no crean que estoy en las últimas, activando todos los circuitos de emergencia, de manera que sigan funcionando como lo hacían no ya cuando tenía veinte años, sino treinta e incluso cuarenta; es decir, que mantengan su rutina de trabajo normal previa al descontrol que se produce al sobrepasar nuestra fecha de caducidad.
Entre tanto, y para aquellos cuyo minúsculo ego precise de la aprobación sexual popular, ahí tenéis la dieta de la alcachofa, la del pomelo, las dietas disociadas, sufrir como perros, comer mierda —y poca— sólo los días que toque, sudar y sudar en gimnasios, gastaros un pastizal en bicicletas de montaña y equipos de runner para destrozaros los tobillos por sendas de montaña pensadas para disfrutar de la naturaleza y no para otra cosa. Sois muy dueños de hacer el ridículo; pero no tenéis ni tendréis nunca más ni veinte ni treinta, y aunque dentro de diez siglos se hablará de la crisis de la obesidad de los cincuentones del siglo XXI como una anécdota histórica similar a la peste bubónica del siglo XIV (ambas cosas serias, pero evolutivamente anecdóticas), ahora es lo que os ha tocado vivir. Vuestros padres vivieron sin ordenadores y vuestros abuelos son antibióticos, y tampoco pasó nada. Asumid que vosotros vivís en le época previa al control médico/genético del envejecimiento y sus deterioros, incluido eso de engordar según pasan los años. Y ya está.
Hombre, os recomiendo que tampoco os dejéis ir sin más, que luego es terriblemente incómodo eso de jadear para atarse los cordones o aguantar la respiración hasta ponerse morado para las fotos. Cada cual sabe cuál es su talón de Aquiles: el chocolate, las galletas, la cerveza, el embutido… Pero huid de aquellos que os pongan como modelo al que intentar aproximarse al matrimonio Jolie-Pitt: esos no son gente como tú o como yo, son seres anómalos fruto de todo tipo de esfuerzos ingentes.
De momento, y hasta que la ciencia aparte de nosotros este cáliz, dejad de sentiros culpables de lo que no sois, y sobrellevar con naturalidad ese moderado incremento de vuestra humanidad: si pasados los cincuenta pesáis un 15% más de lo que pesabais con veinte años (*), en todas las tablas saldrá que sois unos enfermos, unos obesos culpables. Pero mirad un poquito a vuestro alrededor, recapacitad y ajustad como consideréis oportuno el 15% que os sugiero (seguro que al final tampoco lo movéis demasiado), y veréis como eso se aproxima mucho a la realidad que podéis constar.
En definitiva, que a todos los que andéis entorno al porcentaje de referencia que os sugiero, os digo que estáis estupendos, y que si alguien se componente a pagar la siguiente ronda, esta la pago yo.
¡Ah…! y a los vendedores de productos dietéticos, a los responsables de salones de belleza, gimnasios y clínicas, a los fabricantes de productos farmacéuticos y parafarmacéuticos, les informo de que hay lista de espera para matarme. Que se apunten en ella, esperen el sorteo y… ¡suerte!

(*) Ejemplos de mi disparatada perspectiva del aceptable 15%:
Si en tu flor pesabas:             …no tiene nada de raro que pasados los cincuenta peses:
50 Kg                            57 Kg
55 Kg                            63 Kg
60 Kg                            69 Kg
65 Kg                            75 Kg
70 Kg                            80 Kg
75 Kg                            86 Kg
80 Kg                            92 Kg
85 Kg                            97 Kg

miércoles, 10 de junio de 2015

Periodismo paternalista

Yo no sé las veces que me lleva pasado ya: arranco con cualquier tema, y en seguida me veo intentando elaborar una teoría que explique la totalidad del universo. Supongo que es una deformación de cuando anduve haciendo ciencia, pero el caso es que casi instintivamente paso de describir un suceso a buscar una explicación del mismo, y a continuación una teoría general capaz de explicar cualquier hecho similar o emparentado. El resultado, obviamente, es una desesperante ralentización de mi producción, que en vez de brotar como de un manantial de montaña acaba pareciéndose más al célebre Parto de los Montes (el que no haya leído nunca a Esopo, que aproveche)
Y así, casi un mes con el blog en seco…
Pues se acabó. Hala, ahí que me lanzo, si ínfulas ni pretensiones de explicar el mundo, dando fe y quejido de algo que ofende cotidianamente mi inteligencia, como quiero creer que la de tantísimos otros: el periodismo paternalista.
Yo nací a mediados del siglo pasado. La tasa de analfabetismo en España era entonces del orden del 15%, pero dos décadas antes había sido del doble. La televisión era Una, no muy Grande y en absoluto Libre, ya que se traba básicamente de algo que además de entretener jugaba un papel crucial en la información/formación/adoctrinamiento de la población. A lo mejor es de esos polvos de donde le viene al periodismo nacional el lodo del talante paternalista.
Ya he avisado que intentaré huir de vanos intentos de explicación global de nada; pero lo cierto es no deja de ser curioso que los principios básicos que a continuación relaciono, y que se refieren a lo que detecto en mi entorno, también se presentan en otras extensas áreas del planeta, tengan o no un pasado dictatorial.
(Nota previa: cuando escribo Medio, con mayúscula, me refiero a canal de comunicación -prensa, radio, televisión, etc.- ya sea con carácter general o particular)
  • Los Medios tienen siempre en cuenta que su público es heterogéneo, y como los objetivos de todos son llegar a la mayor cantidad de público posible, tienden a orientarse hacia lo que se considera “el espectador medio.”
  • El nivel del espectador medio, y da igual de qué estemos hablando, es por definición bajo en comparación con lo que desde el Medio se le ofrece: si hablamos de literatura, al otro lado estarán escuchando básicamente personas que leen poco; si de ciencia, gente con la secundaria, y gracias; si de naturaleza, urbanitas; si de interculturalidad, individuos que apenas han viajado; etc.
  • Para llegar al mayor número posible de espectadores de nivel bajo, el Medio ha de ajustar igualmente a la baja su listón, tanto si hablamos de política o de cine como de salud o mascotas. (Vale, algunos Medios ofrecen espacios “intelectuales”, a horarios absurdos, para no dejar de atender/captar a los cuatro bichos raros que saben de verdad algo de alguna cosa; pero esos siempre son minoría, y no merece la pena dedicarles más).
  • Como el Medio parte de que es “superior” a su audiencia, resulta inevitable que adopte una actitud paternalista. Se esté tratando lo que se esté tratando, sistemáticamente se incorpora una empatía forzada y fraudulenta, procurando no incomodar a la audiencia; se acude a generalizaciones que metan en el mismo saco al que habla y al que escucha; se finge ignorancia, dejando entrever que "eso nos pasa a todos”; se muestra sorpresa ante lo que se supone que a la mayoría sorprendería, etc.
  • Como continuación natural de esa actitud paternal, los Medios dedican siempre especial atención a alertar del peligro a su ignorante audiencia: cuidado con el sol, cuidado con el agua, cuidado con el viento, vacúnese, no lleve animales sueltos, no pise al otro lado de la raya, no esquíe fuera de la pista, no coja setas, no coja animales, no se bañe fuera del área señalizada, no coma de más, no duerma de menos, conduzca más despacio…. Y por encima de cualquier otra consideración: no fume y no beba alcohol.
Los periodistas no sé si es que aceptan o que hacen como que aceptan la verdad absoluta que constituye la piedra angular del sistema: “SI CUMPLES LAS REGLAS, NADA MALO PUEDE PASARTE”.
Lo anterior, que es acaso la mayor de las idioteces paridas por la Humanidad y —y mira que llevamos paridas unas cuantas bastante buenas— es de aplicación para absolutamente todas las versiones del Sistema: el occidental, el cubano, el norcoreano, el saudí… todas.
¡Ay, que me estoy yendo de nuevo a intentar explicar el mundo, y luego me releo, me lio a corregir y no acabo nunca…! Regresemos a mi minúsculo entorno.
Noticias del fin de semana. Han muerto x personas en la carretera; ¿porqué? La respuesta es obvia: o no llevaban el cinturón, o no llevaban el casco, o alguien había bebido, o estaba mirando el móvil, o iba demasiado deprisa, o la vía no estaba bien conservada… Siempre habrá alguna explicación culpabilizante; porque si todos hubieran cumplido las reglas, es impensable que pudiera haber habido un solo accidente grave. Es responsabilidad de los Medios transmitir este mensaje. Y lo hacen. Todos y todo el rato.
Algún cabrón/cabrona mató a su pareja. Aquí hay dos posibles alternativas: ¿había denunciado? ¿no? Pues está clarísimo… ¡Ah…! ¿que sí había denunciado…? pues también está clarísimo: hay que cambiar las leyes y cumplirlas con mayor rigor. Si las leyes son las correctas y se aplican, la violencia de género no es concebible. Es responsabilidad de los Medios transmitir este mensaje. Y lo hacen, etc.
Las drogas son muy malas, todas y siempre. Son absolutamente innecesarias. Hombre, el alcohol puede tolerarse, porque es un tónico que incita al optimismo… pero bebido siempre con exquisita moderación. Es responsabilidad de los Medios transmitir, etc.
La prostitución es, única y exclusivamente, una versión moderna de la esclavitud. Pobres infelices son atraídas a los países ricos con falsas promesas laborales, y una vez aquí son convertidas en esclavas sexuales. Si conseguimos luchar eficazmente contra las mafias que trafican con personas y esclavizan a las mujeres, el problema de la prostitución desaparecerá. Es responsabilidad de los Medios, etc..
Van cuatro gilipolleces tan grandes que al escribirlas tenía miedo de que me explotara el ordenador. Pero hay más, muchísimas más del mismo pelo con las que nos toca convivir a diario. Simplificaciones infantiles y verdades a medias que, precisamente por obviar que la realidad está construida con una gama ilimitada de grises, se terminan convirtiendo en mentiras flagrantes, descomunales y dañinas.
¿De dónde parte la consigna? ¿Acaso es que realmente existe algo parecido a un gobierno mundial en la sombra, que entre otras cosas se esfuerza por mantener a la humanidad en un estado de preadolescencia global?
Supongo que la explicación, como casi siempre, y aplicando el principio de Ockham, es mucho más sencilla: para que alguien te lea/vea/oiga, tienes que tener credibilidad, y esta sólo es conseguible si aceptas los principios universales consensuados, y singularmente aquel de que “si cumples las reglas, estás a salvo”.
El único matiz posible, ya sugerido antes, es que alguna regla no sea perfecta; pero eso tiene fácil arreglo: se ajusta como corresponda la regla en cuestión, y ya está.
Vamos a ver, que no soy tonto del todo. No propongo una sociedad sin reglas (de hecho, eso es técnicamente e incluso ontológicamente  inviable); pero estoy harto de que las reglas en cuestión, que en la mayoría de los casos me parecen cuanto menos cuestionables, me las vendan veintisiete horas al día, sí o sí, aunque yo no esté comprando nada, sólo porque intentaba enterarme de qué tiempo hará mañana o de qué cosas gordas han pasado por ahí.
¿Quién ha decidió que es mejor mantener a la humanidad en una ingenuidad ilusionada? ¿Todos los periodistas creen que el mal menor es que la gente no piense, no razone, no matice, no asuma lo intrínsecamente compleja que es la realidad, para que se vayan todos a la cama sintiéndose seguros y protegidos? Y si fuera así, ¿quién coño les ha dado a ellos potestad para ejercer tan perversa función? Otra más gorda aún sería que ellos mimos también creyeran en la idiotez de fondo que subyace a ese infantil buenismo… No será eso, ¿no?...
Bueno, supongo que ya me he hecho suficientes enemigos por esta noche. Pero, por favor, si hay algún periodista en la sala global que haya entendido que esto no es nada personal, y que sea capaz de darme alguna pista para entender el dislate, le estaría muy agradecido. Ya sabe dónde encontrarme.