lunes, 26 de octubre de 2015

Una solución (drástica, pero solución), al conflicto judío-palestino

Finalmente, la Comisión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas no ha sido capaz de realizar un encargo formal al Tribunal Planetario, en relación con el conflicto que enfrenta a judíos y palestinos desde hace ya setenta años. Se trata de un drama completamente vivo, y que desde sus orígenes hasta la actualidad ha estado engarzado en el contexto de otras disputas geoestratégicas de mayor ámbito, como la Guerra Fría (secuelas de la misma aún son perfectamente perceptibles en Siria), y las más recientes confrontaciones entre sunís y chiís. Por estos motivos, las presiones sobre la Comisión han sido muy intensas, y ésta ha desistido de su intención de presentar una solicitud de intervención en regla al Tribunal Planetario.
No obstante lo anterior, la tragedia es tanta y las expectativas de solución tan inexistentes que este poliedro se siente moralmente obligado a dar su opinión al respecto, ya que incluye una posible vía de solución que no parece haber sido aún investigada en profundidad.
Vaya por delante que asumo que mi conocimiento respecto a este asunto es limitado, como no deja de serlo en realidad respecto a cualquier otro. Supongo que los expertos de todos los bandos, bandas y banderas encontrarán decenas de resquicios por los que saltarme al cuello. Pero intuyo que, para poder tomar perspectiva y buscar soluciones, un conocimiento limitado de las cosas puede ser mejor que una información exhaustiva. Vamos, que estoy convencido que a los sabios del asunto les debe resultar dificilísimo dejar de reparar en los miles de árboles entre los que transitan, mientras que a mí –encima, biólogo- me resulta mucho más fácil tomar conciencia de que aquello, lo que es, es un bosque.


Cojo impulso, y salto:
PUNTOS DE PARTIDA, RAZONABLEMENTE OBJETIVOS
1.- Tanto el pueblo judío como el palestino tienen sobradas razones históricas para reivindicar sus derechos sobre los territorios en disputa. No otorga mayor ni menor peso histórico el que aquella tierra sea la de tus ancestros desde hace seiscientos años o tres mil.
2.- Ambas sociedades, palestina y judía, han dejado sobradamente demostrada su incompatibilidad. No es realista pensar, ni a corto ni a medio plazo, en una convivencia respetuosa de ambos pueblos dentro de una misma frontera. Acaso dentro de tres generaciones esto no sea así (piénsese en franceses y alemanes, o en japoneses y estadounidenses); pero hoy en día, lamentablemente las cosas son como son.
3.- Las tierras que se disputan son pequeñas. Escandalosamente pequeñas, para el tamaño de ambos pueblos: el actual Estado de Israel tiene una superficie de poco más de 20.000 Km2, y los territorios que –al menos teóricamente- controla la Autoridad Nacional Palestina (la franja de Gaza y Cisjordania, la cual incluye más de cien asentamientos de colonos judíos), 6.000 Km2. Todo junto, no llega ni a los 30.000 Km2. Como referencia, baste señalar que Egipto tiene una extensión de más de 1.000.000 Km2 (33 veces el territorio en disputa entre judíos y palestinos), Siria 185.000, Jordania 90.000, etc.
4.- En el exiguo territorio en disputa viven ahora mismo algo más de 6 millones de judíos y otros 6 de palestinos (cosa de 5 en Cisjordania y Gaza, y algo más de 1 millón dentro del propio Israel). Otros 5 millones de palestinos viven fuera (2,7 millones en Jordania, medio millón en Siria, otro medio en Líbano…), y son más aún los judíos que viven lejos de Israel. La inmensa mayoría de los palestinos exiliados o descendientes de exiliados, y probablemente también un buen número de judíos, querrían trasladarse a unos Estados de Palestina e Israel estables, consolidados y en paz. En ese supuesto, la cosa quedaría en más de 20 millones personas metidas en un área menor que Galicia, de la que la mitad, para colmo, es desierto.
5.- Las fronteras, aunque sería deseable que fueran fijas, indiscutibles y sin otra perspectiva que su eliminación —más pronto o más tarde— lo cierto es que son referencias sociales/contextuales que están ahí, y que han sido históricamente modificadas, una y otra vez. Las fronteras del moderno Estado de Israel se definieron por primera vez en 1946, y han sido redefinidas diez veces desde entonces. Y el Estado de Jordania, mira tú por dónde, también tiene fronteras definidas precisamente desde ese mismo año. O sea que esos países tienen apenas trece años más de vida que yo mismo.
6.- Los intentos de repartir racionalmente ese paisito entre dos sociedades que se odian a muerte son sin duda loables; pero se han demostrado totalmente ineficaces e inviables:
6.1.- La Franja de Gaza es el límite del delirio: ¿Cómo va a ser viable (es decir, autónomo desde el punto de vista energético, ambiental, de recursos primarios como el agua, el suelo, etc.), una parcela de desierto de 40 km de largo por cinco de ancho, en la que se hacinan millón y medio de infelices? Si alguien quiere usar como referencia Mónaco o Liechtenstein, que mire primero la relación de las sociedades de esos mini-estados con sus vecinos, o incluso los recursos naturales de los mismos frente al tamaño de sus poblaciones: densidad de población de Gaza, 1.427 h/Km2; de Liechtenstein, 221 h/Km2.
6.2.- Una misma ciudad no puede ser a la vez capital de dos estados, para mayor inri antagónicos. Si acaso, podría dividirse en dos y convertirse en dos ciudades adosadas, como lo fueron en su día Berlín Este y Berlín Oeste. Esa es una solución pésima, pero viable. Ahora bien, armar un puzle entremezclado con zonas comunes, otras segregadas… eso es radicalmente inviable, desde la más elemental perspectiva de planificación.
6.3.- Lo que queda de Cisjordania, en donde hay más de 125 asentamientos israelíes, con cerca de 400.000 colonos ocupando las zonas menos malas de ese minúsculo territorio, tampoco es hoy en día realmente viable. Su situación no es tan grotescamente obvia como la de Gaza, pero se le aproxima.
6.4.- Un hipotético Estado Palestino que aglutinara el pasillito de Gaza y el quesito gruyer de Cisjordania sería una parodia de estado, imposibilitado para una subsistencia autónoma en la que se dieran unas condiciones de vida y expectativas de futuro dignas para sus nacionales.
7.- Israel, a base de tesón, sacrificio, trabajo, dinero y tanques, sí ha construido un estado viable en el que sus ciudadanos pueden aspirar a unas dignas condiciones de vida. Pero siempre en guerra de hecho, y en eternas apreturas que les impelen a colonizar, al precio que haga falta, los territorios más prósperos de sus alrededores: los altos del Golán en Siria, lo menos malo de Cisjordania y Gaza, etc. Y todo lo anterior, siempre bajo el punto de mira de la sociedad árabe en su conjunto, (algunos les odian tanto que desean directamente su exterminio, o al menos la desaparición del Estado Hebreo), y despreciados por más de medio planeta a la vista de cómo se comportan con los palestinos. Para colmo, con un servicio militar obligatorio de ¡TRES AÑOS PARA LOS HOMBRES Y CASI DOS PARA LAS MUJERES…!. En definitiva: Israel es un estado militarizado y en inestabilidad permanente, que no puede considerarse modelo ideal de paz y bienestar social.
Bueno, y ahora va mi propuesta. Que conste que me hago cargo de que es terriblemente dolorosa, costosa, brutal para ambas partes. Pero es que, dado el tamaño del problema, creo que solo una solución así de radical podría modificar de verdad el panorama, abriendo unas expectativas de futuro que merezca la pena ser vivido. Y disparo:
ACUERDO DEFINITIVO DE PAZ ENTRE ISRAEL Y PALESTINA
1º Creación de un Estado para los palestinos: la Confederación Jordano-Palestina
Creación de un nuevo Estado, al que provisionalmente denominaré CONFEDERACIÓN JORDANO-PALESTINA, que aglutine el actual estado de Jordania y los territorios conocidos como Cisjordania.
Imagen fabricada por El Poliedro, sobre la base del Google.maps
2º Entrega a Israel de la Franja de Gaza
Abandono y desalojo total de la Franja de Gaza, que deberá ser cedida a Israel, con el traslado de todos sus actuales habitantes palestinos a territorios de la nueva Confederación (salvo, obviamente, aquellos que quieran y puedan convertirse en ciudadanos israelíes).
3º Entrega a Israel de Jerusalén Este
Abandono y desalojo total de los barrios árabes de Jerusalén, que deberán ser entregados a Israel. Sus actuales habitantes palestinos deberán ser realojados en territorios de la nueva Confederación (salvo, obviamente, aquellos que quieran y puedan convertirse en ciudadanos israelíes). Jerusalén continuará siendo la capital de Estado de Israel, como ciudad unificada.
4º Custodia compartida de los Santos Lugares
Los Santos Lugares de las tres grandes religiones abrahámicas quedarán administrados de forma permanente y conjunta por Naciones Unidas y un Comité Interreligioso, que garantizará su preservación, la posibilidad efectiva de visita de sus respectivos fieles y el libre ejercicio de sus ritos y cultos.
5º Entrega a la Confederación Jordano-Palestina de la Cisjordania (al completo)
Abandono y desalojo completo de todos los asentamientos judíos de Cisjordania, y de todo tipo de infraestructuras defensivas, puestos de control, etc., en dicho territorio. Todos sus actuales habitantes judíos deberán ser reasentados en territorios de Israel (salvo, obviamente, aquellos que quieran y puedan convertirse en ciudadanos de la nueva Confederación).
6º Compensaciones económicas de Israel a la Confederación Jordano-Palestina
En compensación por los territorios cedidos por los palestinos a Israel, así como por los daños ocasionados por las distintas ocupaciones y anexiones realizadas por éstos durante los últimos 70 años, la nueva Confederación Jordano-Palestina recibiría una indemnización, cuyo monte debería ser precisado, si bien se parte como referencia del equivalente a un año del PIB de Israel: 300.000 millones dólares.
7º Retirada israelí de los Altos del Golán
Abandono y desalojo completo de todos los asentamientos judíos de los Altos del Golán, y de todo tipo de infraestructuras defensivas, puestos de control, etc., en dicho territorio. Todos sus actuales habitantes judíos deberán ser reasentados en territorios de Israel (salvo, obviamente, aquellos que quieran y puedan convertirse en ciudadanos sirios).
8º Incorporación a Israel del 50% de la Península del Sinaí
Cesión por parte de Egipto a Israel de un 50% de la Península del Sinaí (30.000 Km2), de forma que la extensión del Estado de Israel pasará a ser más del doble de lo que es en la actualidad. Los terrenos a ceder, pendientes de definición precisa, excluirán en todo caso el canal de Suez  y una franja mínima de distancia al canal de 30 Km, así como las importantes ciudades egipcias de Suez, Port Said o El Arish. Pero los territorios cedidos sí incluirían la zona del Monte Sinaí y un tramo de al menos 50 Km de costa en el flanco oeste del golfo de Aqaba.
9º Construcción y explotación egipcio-isrraelí del trasvase Mediterráneo-Mar Muerto
A cambio de la cesión de la mitad de la península del Sinaí, Egipto e Israel formarán al 50% una nueva Sociedad cuyo cometido será construir y explotar una canalización que permita conectar el Mediterráneo con el Mar Muerto. La magnitud de esta obra será gigantesca, comparable en envergadura a los canales de Suez o Panamá, ya que sus objetivos serán realizar un trasvase de tales proporciones que permita recuperar la extensión del Mar Muerto de hace tres décadas, y mantenerla estable. Estos ingentes caudales serán precipitados sobre el Mar Muerto desde los riscos situados entre Masada y Ein Gedi —el desnivel es de más de 500 m— alimentando a la que será la mayor central hidroeléctrica del planeta.
Imagen fabricada por El Poliedro, sobre la base del Google.maps 
10º Compromisos de paz y colaboración de la ONU
Entre Israel y la nueva Confederación Jordano-Palestina se establecerá una franja de seguridad desmilitarizada, custodiada por los cascos azules. Diferentes Organismos integrados en  la ONU actuarán como garantes  e inspectores de todos los movimientos de población, realojos, desmantelamientos, preservación y mantenimiento del culto de los Lugares Sagrados de Jerusalén, etc. E igualmente, auditarían la correcta gestión de las compensaciones económicas a recibir por la Confederación Jordano-Palestina.
Tanto Israel como la nueva Confederación renunciarán de forma definitiva a cualquier tipo de reivindicación territorial, económica o de cualquier otra naturaleza que fuera en contra de lo establecido en los diez puntos del presente acuerdo, y se comprometerán a combatir activamente dentro de sus fronteras cualquier tipo de movimiento o iniciativa de esa naturaleza.
REPERCUSIONES DEL ACUERDO
1.- Como objetivo fundamental, CONSECUCIÓN DE UNA PAZ DEFINITIVA PARA ORIENTE MEDIO. Sus efectos en cascada en el mundo entero serían inmensos… por lo que lo razonable sería que el Tratado de Paz aquí propuesto fuera activamente apoyado por todos, y en especial por las grandes potencias (incluidas las emergentes).
2.- Creación de unas condiciones que posibilitarían el desarrollo armónico y en paz de los pueblos judío y palestino, que pasarían a ser poseedores —ambos— de unos territorios con el tamaño y los recursos suficientes para ello:
2.1.- Los judíos, tanto los 6 millones de israelitas como los dispersos por el resto del planeta, dispondrían de un territorio de más de 50.000 Km2, (más del doble que el Israel actual), con fronteras estables y seguras reconocidas por el mundo entero, incluida la Comunidad Árabe. El nuevo y gigantesco trasvase Mediterráneo-Mar Muerto aportaría la energía necesaria para abastecer el país entero, incluida la que se requeriría para alimentar a las desaladoras que se implantarían para convertir el Sinaí y el Negev en dos vergeles.
2.2.- Los palestinos tendrían al fin un estado sólido y viable, que además de incluir la Cisjordania al completo (podrían aprovecharse todas las instalaciones de los asentamientos judíos que no sean llevadas a Israel durante los desmantelamientos), se extendería hacia el este hasta abarcar más de ocho veces la superficie que les tocó en el reparto de 1946. Ese territorio tendrían que compartirlo 10 millones de palestinos con 6 millones de jordanos; pero sitio de sobra habría para todos. Y aunque es cierto que buena parte del mismo es desierto (cosa que también sucedía con la Palestina original), dispondrían de nada menos que 300.000 millones de dólares (o sea: 10 veces el PIB de Jordania), para hacerlo habitable. Y todo esto, en paz y con reconocimiento internacional universal. Vamos, un pelín mejor de lo que ahora están creo yo que sí que es, ¿no?
3.- Siria, además de recuperar los Altos del Golán y de firmar una paz definitiva con Israel, se vería liberada de acoger a medio millón de refugiados palestinos, y de tener que cargar colateralmente con un conflicto que en realidad no es el suyo. Con “lo suyo” ya tienen más que suficiente, y el quitarse de encima el problema palestino, la ocupación de parte de su territorio por Israel y un estado de semi-guerra permanente con su vecino del sur, seguro que ayudaba.
4.- Líbano, otro tanto: el estado general de paz entre árabes e israelíes y verse liberados de ser tierra de acogida de los palestinos exiliados, seguro que también contribuía a suavizar sus muchas tensiones internas.
5.- Egipto apenas perdería casi nada: ceder la mitad del Sinaí, excluyendo el Canal de Suez y sus ciudades importantes, le supondría una merma territorial de poco menos del 3% (de un territorio que hoy en día en realidad apenas tiene valor para ellos); y a cambio podría participar en una empresa de ingeniería de alcance mundial, cuyos frutos supondrían un sustantivo y permanente chorro de dinero para las arcas del Estado.
6.- Un Oriente Medio en paz multiplicaría por cien sus posibilidades turísticas (ahí lo siento por España y el resto de destinos mediterráneos, que verían crecer un fortísimo competidor), con lo que ello tiene de prosperidad. Esto es extensible a todos: Egipcios, Judíos, Libaneses, Jordano-Palestinos …  Los judíos podrían decir adiós a su vida militarizada, y a unos delirantes gastos en defensa (el 6% de su PIB: ¡Seis veces más que España y el triple que Reino Unido…!), que podrían ser destinados a otros fines.
Como despedida, solo me queda recordar a un tan John, sintiéndome orgulloso de que, esta vez, se me pueda aplicar el cuento:

“You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one
I hope someday you'll join us
And the world will live as one”

viernes, 9 de octubre de 2015

La inutilidad de retorcer el lenguaje… y la lenguaja

Sinceramente, siento un punto de vergüenza cuando me veo arremetiendo contra los buenos sentimientos, por mucho que mi arremetida tenga que ver con alertar de los peligros de la ingenuidad y no con discrepancias de fondo sobre las causas de la indignación, o con las intenciones de quienes promueven cosas sobre las que acabo ironizando. Me pasa a menudo con los ecologistas, al igual que con otros muchos “istas” —feministas, animalistas, pacifistas, abolicionistas varios— y también con los “antialgo”. Es frecuente que discrepe en la precisión de su diagnosis, y más frecuente aún que lo haga con la viabilidad de sus recetas. Pero como no dejo de sentirme su hermano (como también me siento hermano de los cristianos de corazón, los musulmanes, taoístas, hinduistas o budistas poco dogmáticos y capaces de sonreír mientras bucean en el océano de sus ilusiones), al final me quedo con dudas de si no sería mejor dejarles que empujasen, torpe e intuitivamente, que mejor es que lo haga alguien que que no lo haga nadie. Porque la dirección —entendida ésta de forma generosa— seguramente es la correcta. O más o menos la correcta, que no es lo mismo, pero es igual (y gracias, Silvio).
No obstante lo anterior supongo que si este poliedro está aquí es para eso: para sacarle punta a los colchones y no dar por bueno lo que casi casi lo es… pero no llega a serlo del todo. De modo que a ello. Y esta vez, chán-tata-chán, le toca el turno del repasito al cándido buenismo lingüístico. Ya me sentiré mal después. Pero vamos allá, que lo mismo ayudo a hacer pensar; y de paso consigo arrancar alguna sonrisa.
No cabe duda de que el lenguaje es un artilugio informacional cuya función es dar a las ideas forma concreta y compartible ¿De qué serviría una lengua que fuera incapaz de trascribir lo que pienso, o que nadie entendiera?
Dos de las reglas básicas de todos los lenguajes son la precisión y la economía. Un perro es un perro —o un gŏu, que dirían los chinos— y no hay duda de qué animal se trata, lo mismo que el queso “se ve claramente que es queso”, que diría Eugenio. Ese bicho, tan común para todos, es nombrado con pocas sílabas y letras, lo que agiliza la transmisión de información. No hay ningún idioma —eso creo— en el que “perro” se llame algo parecido al sonido “P”, ni tampoco “cánidodomésticomultifuncionalquelomismosirveparahacercompañíaqueparaayudarconelganado”. La primera de las opciones sería lo más en concisión; pero el número de posibles palabras formadas con solo un golpe de voz es muy limitado, de modo que en todos los idiomas éstas se reservan para conceptos u objetos importantes y de uso constante: si, no, yo, tú, él, pan, sal… El megapalabro de antes tampoco es una opción, porque pese a su calidad descriptiva, antes de terminar de pronunciarla nuestro interlocutor ya se habría dormido sin saber de qué animal estábamos hablando. Mejor perro, o chien, o dog, y todos contentos.
Las lenguas son cosas que nacen del uso y con el uso evolucionan, tirando de mestizaje y adaptación al medio, como los seres vivos. Del latín brotaron el español y el resto de las lenguas romances, de forma muy similar a como surgieron el perro, el lobo o el zorro, a partir del tomarcturus ancestral.
Peeeero —ya estaba tardando la formulita— el hombre es un primate peculiar, y si ya fue capaz de modificar las condiciones ambientales como para que Canis lupus familiaris acabase teniendo versiones tan dispares como el caniche y el mastín, ¿porqué no hacer lo propio con el idioma? En román paladino: en lugar de quedarse esperando a ver en qué tiene a bien dar la evolución natural de las lenguas, empujemos un poquito para acá o para allá, para que al final terminen dando en lo que más nos interese.
La justificación del planteamiento anterior es que si el idioma es el mecanismo que sirve para dar forma a las ideas y compartirlas, cambiando el mecanismo lo mismo conseguimos cambiar las ideas de fondo, que es lo realmente interesante. Si eso fuese posible, podríamos conseguir de un salto lo que siguiendo los procedimientos evolutivos normales suele demorar siglos, e incluso milenios ¿Cuánto se tardó en abolir la esclavitud, tomando como punto de partida del proceso las primeras reflexiones respecto a su  cuestionabilidad? ¿Y el sufragio universal? ¿Y la igualdad de derechos de hombres y mujeres? Pues lo dicho: cambiemos la forma de hablar y cambiaremos la forma de pensar. Cambio detrás del cual estará el de la propia humanidad.
Qué bonito lo anterior, ¿verdad? ¿A que es lógico que me sienta mal, tirando piedras contra esa monada? Solo que el hecho de que una idea sea bonita, bienintencionada y loable, no la hace viable. Y malgastar energías en opciones inviables puede ser peor que reservarlas para empeños más fructíferos. Desde esa perspectiva, me pongo el uniforme de Pepito Grillo y les pregunto a mis chicos y chicas soñadores y soñadoras: ¿habéis oído hablar del Esperanto?
Eso de cambiar la forma de hablar para hacer lo propio con la mente fue la idea central que movió en 1887 al oftalmólogo polaco L.L. Zamenhof a crear el Esperanto. Este hombre, tras diez años de esfuerzos coordinados de un grupo de amigos y entusiastas lingüistas, tuvo a bien alumbrar una nueva lengua destinada a ser el idioma universal que acabase con las rencillas nacionales y nacionalistas. La argumentación de fondo, supongo, sería más o menos la siguiente: “si todos hablásemos igual nuestros pensamientos estarían más próximos y serían más fáciles de compartir, lo que equivale a decir que sería más fácil entendernos y más difícil que las diferencias acabaran en disputas”
La idea tuvo al principio muy buena acogida, sobre todo entre los movimientos internacionalistas y universalistas del momento. Pero poco a poco fue ganándose enemigos, especialmente de tipo político, y no solo entre los nacionalismos más exacerbados, como habría sido de esperar (por ejemplo, el imperio japonés o la Alemania nazi), también en otros ámbitos supuestamente internacionalistas, como la Unión Soviética.
En todo caso, no fue ninguna clase de conspiración universal la que dio al traste con el sueño esperantista, sino su propia inviabilidad práctica. Porque las lenguas no son convenios sociales ajenos a las personas, sino parte de su esencia cultural desde el momento en el que éstas pasan a ser algo. Son la prolongación natural de la leche de tu madre, lo que sigue al gesto, las instrucciones para aprender a jugar, y después, para aprender a aprender. El vinculo que conecta tu capacidad de conceptuar con el resto del universo. Si una lengua no es materna, al menos en alguna parte, no es una lengua, sino simplemente un código de comunicación, que ni es lo mismo ni es igual (gracias de nuevo, Silvio).
Lo anterior acaso sean tan solo elucubraciones de un poliedro (biólogo, músico, escritor, alpinista y cuarenta cosas más; pero no lingüista), de modo que acudiré a una argumentación más sencilla e inapelable: que el sueño del esperanto no prosperó lo evidencia el número de sus hablantes —un millón, aceptando la más generosa de las estimaciones— 128 años después de su nacimiento. Diez veces menos que el número de creyentes en la doctrina espiritista. Cincuenta veces menos que los seguidores del Barça en facebook. El fuego, la rueda, la agricultura, el fusil, la máquina de vapor, el automóvil, el avión, internet… Cuando algo es una buena idea y funciona, ya no hay nada que lo pare. Y ese no fue, precisamente, el caso del esperanto. Y punto.
Ahora, siglo y cuarto después, el buenismo ingenuista promueve algo parecido: acabar con la sociedad sexista manufacturando un leguaje sexualmente correcto que cale en los individuos y contribuya a modificar su modo de pensar. Pues va a ser que no. Y no porque me parezca bien perpetuar los esquemas paleolíticos de reparto de roles basados en potencia muscular y dedicación a la procreación (ya se explayará este biólogo en su momento, pero vaya un anticipo de mi parecer: no somos equipotenciales; e intelectualmente, es probable que la cosa quede en un 55/45, a favor de ellas); pero eso no me impide considerar enternecedoramente inútiles atajos como esos, que obvian los preceptos básicos del lenguaje: que se te entienda bien, y rapidito.
El género neutro podría haber sido una buena solución para situaciones comprometidas. Cuando hay que referirse a un grupo de entes masculinos y femeninos se acude directamente como genérico al masculino, sin hacer un censo previo y dictaminar democráticamente si lo correcto es “vosotros” o “vosotras”. Si hay diecisiete gallinas y un gallo, el grupo es “vosotros”, y amén, por antidemocrático que ese resumen resulte. Acaso hubiera sido más razonable acudir al género neutro, apoyado por ejemplo en la “e” (en este caso, vosotres). Pero a nadie se le ocurrió salir por ahí, de modo que si se intenta esa fórmula, lo más probable es que piensen que estás hablando en bable: “todes vosotres, pasen y se sienten” (habría sido indiscutiblemente bable si la frase anterior hubiera rematado con la interjección interrogativa, “¿oh?”: “todes vosotres, pasen y se sienten, ¿oh?” ).
La propuesta, que se concreta en verbalizaciones del tipo “nosotros y nostras estamos muy contentos y contentas de que los trabajadores y las trabajadoras madrileños y madrileñas…”, etc., etc., etc., se habría quedado en ocurrencia disparatada, y nada más, de no ser porque políticos, periodistas y otras subespecies humanas que viven por y para el qué dirán, interpretaron que ese ridículo escorzo lingüístico era lo máximo en modernidad e igualdad social, y que el que no lo pusiera en práctica era un machista cavernícola. Una vez que salió por la tele, que es por donde los dioses contemporáneos se hacen visibles a la plebe, la corrección de la fórmul@ —eso de la arroba es una variante de lo mismo— quedó definitivamente consagrada.
Así que ya estamos todos y todas jodidos y jodidas, obligados y obligadas a gastar saliva y salivo, tiempo y tiempa,  tóner y… ¿toneresa? (vosotros y vosotras me perdonaréis, pero ignoro el femenino y la femenina de ese producto y esa producta), para que ninguno y ninguna se llame a engaño ni a engaña y me tome por un retrógrado o una retrógrada.
La idiotez de remarcar la pansexualidad de lo que se dice, además de atentar contra las normas de precisión, inteligibilidad y economía inexcusables para cualquier lenguaje, es una flagrante forma de discriminación. Si yo digo, “hola a todos”, en simple y llano castellano, queda claro que estoy saludando a toda la concurrencia. Pero si digo “hola a todos y a todas”, es obvio que estoy destacando que me dirijo a todos los presentes de sexo masculino y de sexo femenino, resaltando tal condición, evidenciándola, convirtiéndola en referente sustantivo del discurso ¿No es eso, precisamente, destacar aquello que supuestamente pretendía darse por superado? ¿Qué ocurriría si en lugar de decir “todos y todas”, dijera “españoles y extranjeros”, o “blancos y negros”? Sería obvio que estoy dando una importancia singular a la nacionalidad o la raza de mis interlocutores, lo que evidenciaría la relevancia de tal circunstancia. Hablando en llano: discriminación pura y dura; y para colmo, maquillada por un paternalismo mal disimulado: ”Pobrecitas las mujeres, los extranjeros, los negritos… si hablo así para que no se sientan inferiores…” (¡Puaj..!)
Estaría bueno que ahora alguien me tomase por machista. Sin duda, no sería nadie de los que me conoce en persona, ni mi mujer (igual de culta y bastante más lista que yo, de cuyo trabajo vivimos toda la familia desde que hace cinco años mi oficio de ambientalista entró en crisis —antes, cargábamos con la cosa a medias, como espero que vuelva a ser algún día—), ni ninguna de mis dos brillantes hijas (os dejo un par de links, para que el que quiera se deslumbre: http://ireneferradas.wix.com/ireneferradas, http://ayudantededireccion.blogspot.com.es/), ni nadie entre mis muchos amigos, conocidos y cómplices, tanto hombres como mujeres. Más de uno entre ellos milita en alguno de los “ismos” y “antialgo” de los que hablaba al principio, y periódicamente tengo con ellos amigables y enriquecedores encontronazos, porque mi perspectiva poliédrica casi nunca es políticamente correcta. Y esto vale tanto para con los valores tradicionales como para con los modernos.
Mi opinión respecto a este asunto, como me sucede con tantos otros, es que el movimiento se demuestra andando, y a estas alturas del partido nadie tiene excusa para repetir inercialmente los vicios y roles paleolíticos sexistas. Es intolerable llamarle a alguien “nenaza” como sinónimo de cobarde (peor aún, “maricón”), o “chicazo” a la cría a la que le gusta el fútbol. Pero si cuando alguna amiga acomete un acto de valor le digo “olé tus cojones”, lo último que se me pasa por la cabeza es analizar si tal expresión pudiera ser o no sexista. Si quieres aprovechar mejor el tiempo, madruga, no te limites a cambiar el reloj para que a la diez parezca que son las siete.    
En el fondo y en la fonda, esta disquisición es irrelevante e irrelevanta, porque si algo o alga no funciona ni funciono, la mecánica y el mecánico de la vida y el vido lo condena al olvido… y la olvida.
¿Cómo es posible que Les Luthiers no hayan compuesto todavía ninguna canción con este jugoso asunto…?