miércoles, 30 de noviembre de 2016

Después de leídos ¿para qué valen los libros?

Viniendo de un escritor, supongo que la mayoría pensaréis que la pregunta es sarcástica o meramente retorica; pero no es así. Os invito a reflexionar sin prejuicios sobre el tema: ¿cuál es la razón de ser de los libros, una vez leídos?
En mi casa la cultura siempre fue un bien valioso en sí mismo. Creo que el promotor de tal idea, al menos a mi escala, fue mi padre, quien ciertamente fue un hombre culto; aunque tampoco tanto como en su momento creí. Y lo de “tanto” lo digo contrastando el nivel cultural que le recuerdo con el de otras personas que conozco o que he llegado a conocer. Pero en su momento, y teniendo en cuenta su entorno, él destacaba notablemente; cosa que no dudaba en aprovechar para erigirse en referencia dentro de su pequeño microcosmos. Porque en la España aislada y culturalmente subdesarrollada de mitad del siglo pasado, tener estudios superiores, hablar más de un idioma y haber viajado era algo que le sucedía a muy pocos, y si lo sabías explotar —era un maestro del protagonismo— podías brillar a pesar de tus posibles carencias en otras áreas tradicionalmente aclamadas, como el patrimonio o el abolengo.
El caso es que en mi casa siempre hubo multitud de libros, y entre ellos alguna voluminosa enciclopedia, como la famosa Espasa-Calpe. Era imposible que en cualquier reunión familiar, cumpleaños, navidades, lo que fuera, no surgiera entre nosotros alguna controversia, casi siempre irrelevante, tipo “¿Quién nació antes, Cervantes o Shakespeare?; o ¿Qué país tiene más superficie, Australia o Canadá?”, y raudo saltábamos a por la Espasa, cada cual seguro de encontrar ahí la validación incuestionable de sus argumentos. Hasta tal punto interioricé la imprescindibilidad de una buena enciclopedia que cuando me independicé de mis padres, al casarme por primera vez en 1986, en mi lista de bodas figuró una edición de la Espasa, algo más moderna y reducida que la de mi padre. Treinta años después ahí sigue conmigo ¿Cuántos años hará que no la abro, que la Enciclopedia Universal Definitiva que es Internet la sustituyó para siempre?
Me acerco al salón y le hago una foto ahora mismo, que testifique el papel que hoy en día ocupa en mi vida la que fue pilar central de mi cultura, Ahí va:


Acumulando polvo en las estanterías conservo otro buen montón de libros no literarios, tanto de mis tiempos de estudiante (libros de bioquímica, genética, zoología, geología…), como textos profesionales (guías de todo tipo, de plantas, animales, atlas climáticos, estudios técnicos de cuarenta asuntos), o relativos a aficiones (de montaña, de fotografía, de viajes…), que también cabría considerar libros de consulta y que en su mayoría hace ya muchos años que no consulto, dado que, sea cual sea la duda a dilucidar, siempre es más rápido versátil y contrastable hacerlo a través de Internet que hojeando objetos de celulosa con tinta impresa.
Lo anterior para los libros de consulta. Veamos ahora los de lectura, los que están concebidos para entrar por una punta y salir por la otra, ya te lleve el recorrido unas horas o varias semanas.
No conservo ni la tercera parte de lo que me he leído; pero no dejan de ser un buen montón, acaso dos o tres centenares. Algunos de ellos los recorrí varias veces, ya fuera porque fueron especialmente significativos y quise mamar de su sabiduría en diferentes momentos de mi vida, o porque su naturaleza se prestaba a ello. Podríamos meter ahí libros de poesía (Residencia en la Tierra, de Neruda; El Rayo que no cesa, de Miguel Hernández; Altazor, de Vicente Huidobro…); de calado filosófico (Siddhartha, de Herman Hesse; Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach; Ficciones, de Borges… Sí, he dicho Ficciones, de Jorge Luis Borges, y si alguien cree que es un libro de cuentos y no un tratado de filosofía, que se lo lea de nuevo, que no se ha enterado de nada); y también narrativa excepcional (La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa; La familia de Pascual Duarte, de Cela; Cien años de soledad, de García Márquez…). Va otra foto.
Muchos de los que ya no tengo sé que los regalé, o que los presté y luego olvidé a quién, costumbre singular mía completamente idiota pero de la que me enorgullezco: cuando leo algo que me apasiona lo recomiendo encarecidamente, hasta que alguien al final me pide el libro en cuestión, se lo dejo, y hasta siempre. Tan solo repararé en su pérdida cuando, acaso años después, me surja una duda que quiera consultar o se lo indiquen como lectura a mi hijo en el colegio. Ese día, fatigaré desconcertado las estanterías buscándolo… para acudir finalmente a consultarlo/descargarlo en mi ordenador, o pasar por alguna biblioteca a pedirlo prestado.
Algunas pérdidas recientes se deben a mi perro Nube, gran aficionado a la literatura al que no conviene dejar sólo en un cuarto con libros, porque el muy cabrón se los devora (por desgracia, no es una metáfora: en tres ataques distintos ya ha dado cuenta de algo más de una docena).
¿Para qué demonios conservo pues toda esa quincallería emocional decorando mis espacios? Sé que no sería capaz de tirarlos, sin más. Podría donarlos, y acaso debería hacerlo, porque para el que no lo ha leído cualquier libro es nuevo, es una puerta entreabierta invitando a pasar, un sitio no visitado que te está llamando; como lo fueron en su día esos mismo libros para mi.
Pero si donara mis libros, y me estoy refiriendo a todos de golpe, no a soltarlos de uno en uno a alguien en concreto y como regalo especial del alma, sé que no reconocería mi casa, mi espacio, mi universo. La casa de un Ferradas es inconcebible sin una Espasa, con sus páginas pegadas por falta de visitas, actuando como faro espiritual, proclamando desde la atalaya de su estante que el conocimiento existe, que las cosas son de determinada manera porque generación tras generación la humanidad se dedicó a comprobarlo, refutarlo, redefinirlo y dejarlo por escrito, negro sobre blanco… en su día: hoy, negro sobre blanco amarillento.
Y también vigilan mi corazón desde la estantería los versos que tanto me conmovieron y que me volvieron poeta, y los barcos pirata en los que me embarqué, las batallas que perdí, los reinos que gané, los dioses que conseguí entender y aquellos de los que abominé. Tienen forma de papel callado, viejo, sabio. Saben que es improbable que vuelva a visitarlos. No es necesario, siguen cumpliendo su misión silenciosa al fondo de mi memoria, y la mera visión fugaz y ocasional de sus lomos es suficiente para hacer detonar dentro de mí toda su potencia. Más bonito todavía: de cuando en cuando incorporan algún nuevo hermano destinado a la misma tarea, al margen de que sea un recién llegado. Y menos mal: mientras haya nuevas incorporaciones, aunque sean pocas y espaciadas, es que aún estás de ida. Es que aún no has llegado.
Concluyo así mi reflexión, que me ha ido llevando de la mano sin guión previo, y cuyo inesperado resultado a mi mismo me sorprende:
No te deshagas de los libros ya leídos. Cuando entiendas que es lo correcto, dónalos de uno en uno y con el corazón a quien creas que crecerá con ellos como tú lo hiciste. El resto déjalos reposar en sus estantes: solo con mirarlos podrás recordar siempre quién eres. Dejando al margen que acaso alguien, incluido tu perro, pueda encontrarles una utilidad en la que nunca pensaste.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Lo que amo de USA; lo que odio de USA


Los habitantes de países pequeños sentimos siempre una mezcla de admiración y envidia hacia los países grandes. Qué tíos, cómo son, menudo país tienen, no les falta de nada. Menuda producción artística, científica, tecnológica, menudo poderío. Qué cantidad de medallas ganan en todas las olimpiadas, qué de premios Nobel, lo que inventan, lo que nos venden. Qué maravilla… Y al tiempo, qué cabrones, qué asco.
Estoy seguro de que lo anterior es universal y vale lo mismo para un español hablando de USA que para un lituano hablando de Rusia o un vietnamita hablando de China. Pero para el caso concreto de los países que antaño fueron poderosos creo que hay un factor añadido que contribuye a inclinar la balanza del lado de la admiración o del de la envidia, y es el tiempo transcurrido desde su pasada grandeza.
Hace cuatro mil años Egipto era el cénit de la humanidad, en todos los sentidos. Cabe considerar a Grecia su relevo, y allí fue donde nacieron las concepciones filosóficas, científicas y políticas sobre las que apoya la actual sociedad planetaria (nada menos). Roma, que sería la siguiente referencia (ya sé que China, India y América siguieron sus propios itinerarios; pero sé poco de ellos y obviarlos ahora no creo que comprometa mi argumentación), alcanzó su hegemonía tras absorber y reciclar cuanto pudo de las culturas helena y egipcia. Pues bien: ¿dónde está la chulería, prepotencia y resentimiento de egipcios, griegos o italianos? No hay tal. Hace ya demasiado que estuvieron arriba, y cuando miran a los grandes no se comparan.
Vamos a echar ahora la cuenta al revés, de adelante hacia atrás. Hace poco más de un siglo el Imperio Británico abarcaba, redondeando, a 500 millones de almas y 30 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivalía al 25% de la población mundial y el 20% de las tierras emergidas. Los británicos alcanzaron en parte su esplendor tras acabar con la hegemonía francesa; y unos y otros solo pudieron montar sus negocios tras acabar con quien había sido su predecesor, el Imperio Español, que si sería planetario que en él no se ponía nunca el sol.
Pues bien, es más que manifiesta la soberbia nacional, orgullo patrio y mirada de soslayo (mezcla de condescendencia, envidia y desprecio), de británicos, franceses y españoles hacia las potencias contemporáneas en general, y hacia los EEUU en particular. Y además en ese orden: los que más, los británicos (difícil encontrar a alguien más enamorado de su propio ombligo); a considerable distancia los franceses (aunque éstos también tienen lo suyo), que a su vez nos aventajan claramente a los españoles, maestros en la autocrítica despectiva pero con un irrenunciable orgullo de fondo que nos hace mirar a los yanquis como a nuevos ricos.
Puff, perdonad por la larga introducción; pero es que, ya me conocéis, soy apóstol de la perspectiva, y siempre me parece preferible dar datos por exceso que por defecto, antes de comenzar con las opiniones.
Vamos a ello.
Este españolito siempre ha sentido fascinación por USA, y al tiempo una considerable aprensión. Parte de mi admiración es la misma que supongo sentirán la inmensa mayoría de los habitantes del planeta ante el descomunal poderío americano, a todos los niveles. Pero esa admiración, en mi caso, no es ni de lejos la más relevante. Lo que realmente me pone de ellos son las cosas que he llegado a conocer y de las que he podido disfrutar. Y todo a pesar de no haber estado nunca allí, aunque tenga amigos que residen en ese país, otros nacidos allí pero asentados en España, y conozca además a mucha gente que han visitado USA. Y lo anterior por citar fuentes más o menos directas, porque las indirectas, la información de todo tipo que nos llega desde allí es inabarcable.
En el lado positivo, y por encima de todo, tengo que destacar la auténtica esencia del American Dream: la valoración del esfuerzo personal, la fe en el individuo, el respeto a la iniciativa, la firme creencia en que todos estamos autorizados para intentar lo que sea, y que a priori nada es imposible, acabe al final la cosa como acabe. Yo soy uno de los millones de cándidos adolescentes que empezó a hacer fondo tras ver Roky en 1976… y acabé corriendo maratones. Thanks forever.
Siguiendo de cerca a lo anterior, su capacidad para la fantasía, para la creación artística. Y ahí tengo que meter desde mis lecturas de Whitman, Poe, Hemingway, Asimov o King hasta las películas de Spielberg, Allen, Disney, Welles, Coppola, Scorsese, Lucas… Si pasamos a la música mi amor puede acabar convirtiéndose en idolatría, y no ya tanto por la obra de autores en concreto (ahí, me temo que la mayor parte de mis dioses son europeos: alemanes, rusos y franceses de hace entre 300 y 100 años, y británicos contemporáneos), sino por ser los “inventores” de la inmensa mayoría de lo que es la música contemporánea, empezando por el jazz, siguiendo por el rock y terminando por donde queráis.
Y puestos a hablar de inventos, entre los siete mil asuntos que le debemos a su ingenio se encuentra nada menos que Internet. La globalización/planetarización bien entendida que yo tanto defiendo no existiría sin tal cosa.
Podemos rematar diciendo que amo todo lo que tenga que ver con la exploración espacial (y si no fuera por la NASA apenas existiría), la ecología y otras cuarenta materias que no serían lo que son si no fuera por lo que han aportado tantos hombres y mujeres norteamericanos que necesitaría diez páginas solo para relacionarlos.
Y para colmo tienen Las Rocosas, el Gran Cañón, Yellowstone, Yosemite, Florida, Alaska, Haway… (soy más ratón de campo que de ciudad, y por eso no cito New York ni ninguna otra de sus apabullantes megaurbes)
Como decía al principio: ¡Qué maravilla…! ¡Qué cabrones…!
Peeeero….
A pesar de todo lo anterior, la sociedad estadounidense incluye una serie de rasgos y elementos desconcertantes que hacen que me refiera con frecuencia a ellos como “una panda de adolescentes”, “gente subdesarrollada”, o cosas aún peores. Adjunto algunas reseñas de lo que más me cruje. Y ya sé que cada uno de los 50 Estados que conforman esa nación tiene sus peculiaridades; pero como referencias globales, valen:
Su relación con las armas
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI se considere normal que los civiles vayan armados por la calle y que a los niños Santa Claus les regale fusiles de asalto? ¡Eso es una reliquia del Far West, de cuando el Estado caía lejos y no podía garantizar la seguridad de nadie, de modo que mejor era autoprotegerse! Ahora es inaceptable que siga siendo así. O si no, si realmente nadie está seguro en ese país si no es empuñando un arma… lo primero, ese país es una mierda; y lo segundo ¿para qué pagan impuestos? Si yo no me fiase de las fuerzas y cuerpos de seguridad de mi Estado, no daría un euro para su mantenimiento. Y para qué vamos a hablar de las consecuencias de que todo el mundo, indistintamente gente honrada, psicópatas, niños, quien sea, tenga tan fácil acceder a un arma como a un móvil: a) Todo el mundo está inseguro, porque cualquiera con quien te cruces puede ser una amenaza. b) Cualquier tonta disputa, que debería acabar con tres gritos, o a lo sumo con dos mamporros, puede acabar con varios muertos. c) La policía dispara primero y pregunta después, pues es casi seguro su interlocutor que ira armado. d) Todo lo anterior se traduce en: ¡más de 90 muertos al día…! Mucho más que en la mayoría de las guerras contemporáneas. TENENCIA LIBRE INDIVIDUAL DE ARMAS= SUBDESARROLLO.
 Pena de muerte
La pena de muerte es pura y simplemente Venganza de Estado, Ley del Talión cuyo único objetivo es reconfortar a los perjudicados por el condenado. Es conceptualmente amoral, paleolítica, y no resuelve absolutamente nada, pues está más que demostrada su ineficacia preventiva. Que quien quiera mire dónde se aplica en la actualidad la pena de muerte: salvo en Japón (otros que tenían que hacérselo mirar), y en EEUU, únicamente está vigente en dictaduras, sociedades feudales y lo más profundo del tercer mundo PENA DE MUERTE= SUBDESARROLLO.
 Criterios morales desquiciados
Si en una película sale una teta, eso la califica de moralmente peligrosa, lo que restringe su ámbito de distribución, con todo lo que conlleva (yo llegué a creer de adolescente que las yanquis nunca se quitaban el sujetador para mantener relaciones). Pero que alguien se tome la justicia por su mano para asesinar a quien se le ponga por delante, hombres, mujeres, niños o lo que sea (asunto que centra el 90% de las películas populares), no tiene nada de reprochable, y la película es apta para todos los públicos. Leyes restrictivas de las relaciones sexuales, incluso consentidas y entre adultos, estuvieron vigentes en medio país… ¡hasta 2003…!
Esto de sus disparates morales/legales es tan delirante que merece como mínimo otra reseña: la mayoría de edad, en 47 de los 50 Estados, está establecida a los 18 años; pero la edad penal no está tan clara, y hay muchos estados que la sitúan por debajo de los 14 años, por lo que en EEUU hay varios miles de niños ¡condenados a cadena perpetua…! Pero la edad a la que se autoriza beber alcohol sí está más estandarizada en los 19 años. Total, que UN ESTADOUNIDENSE DE 18 AÑOS PODRÍA SER PRESIDENTE DEL PAÍS… PERO LE DETENDRÍAN SI SE BEBE EN PÚBLICO UNA CERVEZA.
Decir patético es decir poco.
 Segregación racial de hecho
De esta circunstancia me han informado de forma reiterada e inequívoca testigos directos: salvo en contadísimas excepciones, los estadounidenses negros viven en una sociedad ajena al resto. Se casan entre sí, viven en barrios de negros, van a escuelas de negros, apenas se relacionan más que con negros. Por eso apenas hay mestizos; excepto entre los latinos, clatro está, porque como en el resto de Sudamérica, casi todos son mezcla de cuarenta sangres. Los negros, por lo demás, son de largo los más pobres, menos cultos, los que ganan menos, los que llenan las cárceles… No es que existan hoy en día leyes segregacionistas; pero la realidad de hecho es que se trata de un país racialmente estratificado.
Incultura + proteccionismo + preservación de la impunidad = Desinterés por lo global
La inmensa mayoría de la población es rematadamente inculta y solo se interesa por asuntos directamente relacionados con sus respectivos microcosmos. Eso también pasa en España, lo reconozco, y en ambos casos, siendo generosos, apenas podríamos rescatar de la marea del burrerío a un 20% de personas curiosas y aceptablemente leídas (eso sumaría cosa de 60 y 9 millones de norteamericanos y españoles transitables, respectivamente). Pero la relevancia mundial de España es muy limitada, mientras que la de EEUU es crucial, de manera que si a los españoles se nos hubiera ocurrido el dislate de negar el cambio climático o no haber firmado en su día el Tratado de Kioto, no habría pasado nada; pero que lo hicieran los estadounidenses sí fue muy serio para el resto del planeta (vale, ahora han firmado el Acuerdo de París; pero ha habido que pelear con ellos 20 años para hacerles bajar del burro). Y entre el desinterés popular y el celo de su autonomía/impunidad, la lista de tratados y convenciones de importancia mundial que EEUU no tiene asumidos (ergo que torpedea), incluye desde el Tribunal Penal Internacional (una cosa es juzgar a genocidas yugoslavos y otra pretender hacerlo con los horrados gestores de Abu Graib), hasta la Convención de los Derechos del Niño.
Esto no es un examen, no toca contrastar virtudes y defectos para obtener una nota media. Eso daría completamente igual, porque fuera la que fuera nada haría cambiar las maravillas con las que empezaba y las miserias con las que terminé. Lo que me proponía era precisamente lo contrario: ayudar a reflexionar a los aduladores incondicionales de “los americanos”, para que no olviden lo mucho que aún les queda por delante a aquella gente, y en la media de las posibilidades de cada cual (más de las que todos sospechamos), que ayuden empujando en la buena dirección. E igualmente a los críticos despiadados e irreflexivos, para que reparen en lo muchísimo que la humanidad les debe a ese gran pueblo. Incluido que este escrito haya podido llegar hasta vosotros.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

¡Ánimo…! Que a pesar de los pesares, la Humanidad avanza

Hace año y medio colgué aquí mismo una entrada con el título “Vienen tiempos mejores”. Ahora, y aún a pesar de la que está cayendo, me reafirmo. Lo mismo el problema radica en que nos cuesta trabajo entender que cada asunto sigue su propia dinámica, que no todo avanza a la misma velocidad, y de la misma manera que erradicar la esclavitud costó siglos, dejar atrás el ultranacionalismo seguramente costará otros tantos. Porque lo cierto es que, menuda rachita…
Trump por un lado…

…por otro lado el Brexit…

…triunfo en Polonia del ultraconservador Adrzej Duda …
…Vicktor Orban y su partido Fidesz consolidados en el poder en  Hungría…
…Turquía rendida al personalismo populista y ultranacionalista de Recep Tayyip Erdogan…
…avance constante del Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia…
Merece destacarse que todos los líderes que acabo de citar —y he parado ya para no aburrir, pero podía poner a un cerro más— están ahí como resultado de legítimas elecciones democráticas. Ya alertaba en la última entrada sobre las contradicciones y efectos desconcertantes de la democracia. La "mayoría de lo que sea" es simplemente "los que son más", y eso es solo un dato. En función de lo bien o mal formadas e informadas que estén en cada caso las masas de votantes, y de qué sea lo que se pregunta, los resultados de las votaciones pueden ser unos u otros. Imaginemos que sometemos a la votación de los adolescentes de determinado país la alternativa de que los fines de semana duren cinco días, en lugar de dos ¿Alguien duda de cuál sería el resultado?
Ojo, que pese a mi perspectiva tengo un conocimiento muy limitado de los entresijos de la política estadounidense, francesa o inglesa; y no digamos ya de la húngara, polaca o turca. Las circunstancias de cada caso son únicas, y no descarto que los contrincantes derrotados fueran peores gestores o merecedores de menos confianza aún que los ganadores. Pero lo que sí es obvio es que los seis ejemplos que he traído a colación muestran una tendencia planetaria que nos está desconcertando a todos (qué finos los analistas de turno: otra vez la realidad nos pilla por sorpresa, como con la crisis económica mundial, las avalanchas migratorias, el auge del integrismo islamista…), y que cabe resumir en el triunfo general del populismo nacionalista.
Siempre igual. Se parte de un pasado idealizado que forma parte del inconsciente colectivo y del que nadie se atreve a dudar (el esplendor americano que ganó la Guerra Fría, Le Grandeur de la France de Napoleón, el Imperio Austrohúngaro, la gran patria otomana de Atatürk…), el cual se contrasta con una realidad actual que nunca es ni remotamente tan satisfactoria. Luego se buscan elementos diferenciadores entre aquél pasado glorioso y el actual gris presente, y siempre resulta que la raíz de los males está en la contaminación de las esencias: pasa lo que pasa porque se han perdido los valores tradicionales, nos hemos contaminado, viciado con extranjerismos, con modas foráneas… ¡incluso nos hemos dejado invadir por extranjeros, que solo han venido a quitarnos lo nuestro…! La solución es simple: carguemos contra los de fuera, que no venga ni uno más y echemos a cuantos podamos. Cerremos filas en torno a nuestras tradiciones, a lo de siempre, a nuestra moral más secular… y con seguridad volveremos a ser el Imperio que fuimos.
Como decía mi padre con frecuencia —con todo su sarcasmo y a propósito del suceso más anecdótico que se pueda imaginar­— ¡Qué lucha contra la ignorancia….!
(METO UNA CUÑA, QUE NO ME AGUANTO MÁS, Y LUEGO SIGO: Mi mujer, extranjera de nacimiento —ahora tiene doble nacionalidad, pero el proceso al completo nos llevó ¡siete años…! Lo mismo que a cualquier futbolista, vaya— contribuye al PIB nacional muy por encima de la media de lo que lo hacen sus compatriotas mesetarios más carpetovetónicos. Y eso solo hablando del vil metal, porque su contribución a esta nuestra/su sociedad, es infinitamente más amplia y diversa).
No, hombre, no. Está imparablemente en curso una auténtica globalización que tiene poco que ver con la deslocalización de empresas y la imposición forzada de modelos políticos del siglo XXI en sociedades medievales. Una globalización que hace que la información fluya imparable, de acá para allá, que universaliza todo y que inevitablemente determinará que todo el mundo incorpore a sus propios micromundos lo que es mejor de los otros, y al tiempo viable en su propio contexto. Obviamente, los lapones tendrán difícil adoptar la dieta mediterránea, como es improbable que los cubanos se aficionen al esquí o los mongoles al windsurf. Pero lo realmente importante, lo que es eficaz y sirve para que la gente sea más feliz, inexorablemente cala y seguirá calando. Las vacaciones laborales, la sanidad y la enseñanza pública, universal y gratuita, la elección popular de los cargos públicos, el respeto a la infancia, la equiparación de derechos para ambos géneros, la preocupación por el medio ambiente, el respeto a las opciones espirituales individuales, el respeto a la orientación sexual de cada cual... Ese tipo de cosas, con carácter general (obviando ahora interpretaciones o reflexiones respecto a hasta dónde se ha llegado en cada campo), son verdades universales hacia las que se avanza. Y no, no son una mera invasión cultural, una imposición de Occidente al resto del globo. De espiritualidad, Oriente o Sudamérica aportan ahora mismo al planeta diez veces más que Occidente. De eficacia, China tira sola del carro más que Alemania y EEUU juntas. En Occidente llevamos un puñado de décadas insistiendo en la necesidad de la medicina preventiva, cosa que en otras culturas es tradición milenaria ¿Quién aporta más perspectiva en lo relativo a la preservación del entorno, un yanomami o un ecologista neoyorkino? Y etcétera, etcétera, etcétera.
¿Lo Veis? Vamos bien, creedme: vamos bien. Despacio, pero bien.
Otra vez, de nuevo, todo vuelve a ser cuestión de cultura, de perspectiva. El American Dream siempre estará ahí, y no deja de ser una aportación —otra más— de los EEUU a la humanidad; pero la absoluta hegemonía planetaria americana de finales del siglo pasado nunca volverá, por mucho que expulsen a veinte millones de indocumentados y que aviven las brasas del rencor cruzado con el mundo islámico. La Frace siempre será grande, y el mundo sería ininteligible sin la Revolución Francesa, la Ilustración, el paté y el vino tinto. Pero su imperio jamás regresará, como tampoco lo harán el británico, el austrohúngaro o el otomano.
No sé si eso de cerrarse sobre su propia concha de los populismos nacionalistas es una estrategia de embauque y supervivencia de castas y poderes locales, o si realmente es un efecto espontáneo de acción-reacción, como cuando los niños escupen un alimento nuevo la primera vez que lo prueban. Pero independientemente de que su existencia se deba a la maldad de unos pocos o a la ignorancia de muchos, los populismos nacionalistas terminarán en la cuneta de la historia. El tiempo y el conocimiento todo lo curan.
Seguro que tú y yo también escupimos la primera vez que nuestra madre nos metió en la boca una cucharada de papilla de frutas. Y seguro que, hoy en día, tanto tú como yo tenemos nuestras frutas favoritas. Nuestras frutas y nuestro de todo. Con el tiempo y la curiosidad suficiente, la lista se va ampliando y evolucionando, empezando probablemente por la naranja y el plátano para incorporar después a la fresa, y acaso la chirimoya, el níspero… y ya puestos la papaya, el mango, el dátil… aunque antes del postre podemos empezar por una buena paella, o un cocido, o un cuscús, o sushi, o quesadillas, o kebab, o paté, o rosbif, o…
Que los del amor enfermizo por el propio ombligo coman lo que quieran. El restaurante universal continúa abierto, y cada vez con más sucursales. Y el día que dejen de escupir las papillas que les resulten novedosas, creo que deberíamos dejarles entrar.