domingo, 23 de abril de 2017

Lo del colesterol es un mito

No soy conspiranoico. Ya he dejado aquí constancia de ello más de una vez, por más que la versión oficial no sea siempre la correcta, y que las confabulaciones destinadas a intereses bastardos sean una realidad. De modo que no tengo la menor duda de que el hombre ha paseado por la Luna en cinco ocasiones, y de que no existen extraterrestres en formol en el Área 51. Pero el Área 51 sí existe (el gobierno americano reconoció en 2003 la veraz existencia del “Centro de Pruebas de Vuelo de la Fuerza Aérea: Destacamento 3”, que es su nombre oficial), de la misma menara que la obsolescencia programada es una realidad: cuando se inventaron, las medias de nylon era irrompibles, y las bombillas eléctricas de principios del siglo XX podían durar cien años; pero para conseguir que la gente siguiera comprando eternamente, las grandes marcas secuestraron las patentes de esos productos perfectos y sacaron al mercado las mierdas que desde entonces compramos, tiramos y volvemos a comprar. El asunto es realmente impresionante, y para quien tenga curiosidad por él le dejo aquí un link que merecen la pena: https://www.youtube.com/watch?v=24CM4g8V6w8;
Bueno, pues anoche pude ver un programa en la 2 de TVE (la 2, cómo no: ese oasis de cultura y conocimiento), relativo al colesterol, que me dejó igual de perplejo: Colesterol, el gran engaño.
Después de dormir regular, esta mañana me he zambullido en la Red buscando más información al respecto. Hay que tener mucho cuidado con estas cosas, saber desbrozar bien y separar lo que tiene consistencia de lo que simplemente se parece a lo que quieres oír. Supongo que los años que me tiré haciendo ciencia, de la de verdad (etología de insectos sociales, a principios de los ochenta), me dejaron un sanísimo poso de escepticismo y autocrítica que me ayudan a no caer en brazos de charlatanes. Así, esta mañana me he encontrado un montón de veces con páginas en las que a la vez que se metían con Danone o con las grandes firmas farmacéuticas, aportando aparentemente datos creíbles, incluían otros apartados destinados a negar el holocausto judío, el cambio climático o la llegada del hombre a la Luna, asunto que me deja más perplejo aún que lo de la obsolescencia y el colesterol juntos: ¿cómo puede haber tanta gente tan idiota como para ignorar incluso las pruebas actuales que constatan que los cacharros que mandamos allí en los sesenta siguen donde los dejamos? (imágenes actuales de los restos de los alunizajes).
Bueno, pues después de desbrozar lo necesario he podido constara que los escépticos del mito del colesterol no son precisamente alucinados conspiranoicos, y que sus argumentos son absolutamente sólidos. El principal referente mundial que agrupa a estas gentes es el denominado THINCS, acrónimo ingles de The International Network of Cholesterol Skeptics; lo que viene siendo la Red Internacional de Escépticos del Colesterol
(Llevo un par de años estudiando inglés, pero estoy seguro de que más de uno agradecerá que traduzca el título de esa publicación: Grasa y colesterol no son la causa de los ataques al corazón; y las estatinas no son la solución)
No me voy a enrollar aquí intentando un resumen atropellado y parcial de la barbaridad de información disponible en la media docena de links con los que os estoy bombardeando, contra lo que suele ser mi costumbre. Pero de verdad que os recomiendo, cuanto menos, que le echéis un ojo a la cosa. Yo todavía estoy medio aturdido. Además, como biólogo que soy correría el serio riesgo de adentrarme en detalles técnicos que, o bien sería largo y aburrido explicar, o bien podrían dejaros a la mitad fuera de juego. De modo que me reservo esas disertaciones, que ya tenéis ahí donde encontrarlas, seguro que mucho mejor estructuradas. Pero lo que sí voy a hacer es daros cuatro datos de mi relación personal con ese asunto. De mi actuación como víctima inconsciente de fraude y estafa durante casi diez años, a costa de mi salud.
En mi familia, entre mis antecesores, son excepcionales los casos de cáncer y muy numerosos los de infartos. Con esa perspectiva, mi mujer me convenció, hace cosa de una década, de que me hiciera análisis para ver cómo estaba la cosa. Lógicamente, mi colesterol estaba “alto” para las referencias de aquel entonces (ojo al dato: en 2008 no se consideraba alarmante el nivel total de colesterol si no se superaban los 240). Me puse a régimen serio, perdí unos cuantos kilos sin comer prácticamente nada de grasa animal… ¡y mi colesterol subió! El médico me dio la enhorabuena, pues los datos indicaban que mis elevados niveles de colesterol eran metabólicos, no debidos a la dieta, y que con tomarme una pastilla de simvastatina al día, todo quedaba resuelto. Y así lo hice, bajando mi nivel de colesterol hasta estabilizarse en torno a los 220/230. Y estuve sano durante un tiempo, hasta que a alguien se le ocurrió que eso de 240 era mucho, que o se ponía el colesterol a 200 como referencia o los vendedores de yogures y estatinas dejarían de hacerse ricos, de modo que rebajaron el listón y volví a ser declarado oficialmente enfermo. Yo, imbécil de mi, he seguido con mi pastillita diaria, comiendo lo que siempre comí, que es básicamente dieta mediterránea (con más carne que de pescado y más cerveza que vino, pero dieta mediterránea sin duda, con sus abundantes vegetales, su aceite de oliva y mínimo porcentaje de comidas precocinadas), y haciendo más ejercicio que un vigoréxico por causa de mi trabajo (no os podéis imaginar el esfuerzo físico que hace un jardinero). Al fin mi colesterol está ligeramente por debajo de los 200… pero pienso corregir eso, y esperemos que no sea demasiado tarde. Tirando del hilo, empiezo a pensar si no habrá tenido algo que ver mi ingesta sistemática de estatinas con ciertas modificaciones de mi respuesta hormonal… efecto secundario ignorado por los fabricantes de estatinas y que es abrumadoramente obvio si tienes unos mínimos conocimientos de bioquímica y fisiología: ¡pero si todas las hormonas esteroideas son derivadas del colesterol…!. Pero, por supuesto, nunca se me ocurrió ponerme a escarbar, dando por hecho que la verdad oficial de la inocuidad y eficacia de las estatinas debía ser algo tan incuestionable como la de los antibióticos para combatir las infecciones bacterianas (me refiero a la eficacia, no a la inocuidad... que los antibióticos también tienen lo suyo, aunque ahora no toque).
No os aburro más, pero insisto en que tengáis esto en cuenta. Yo, mañana lunes, pienso pedir hora a mi médico. Es un tío la mar de majo, con quien puedo hablar en confianza; y el hecho de saber que en frente tiene a un biólogo le anima a explayarse más. De hecho, fue él quien me dijo que la reducción del listón del colesterol a 200 era una pura maniobra de marketing, y que no tenía por qué preocuparme. Cuando le vea, le voy a decir que no me pienso tomar ni una pastillita más y le voy a preguntar su sincera opinión al respecto de todo este asunto. Y si, como sospecho, termina reconociéndome que las relaciones entre colesterol y obstrucciones coronarias, o el poder preventivo de las estatinas, es más que discutible ¿por qué coño se las recetan a todo el mundo? Incluido él a mí…
No hay conspiración mundial, pero sí miles de intereses bastardos detrás de casi todo, entremezclados con los intereses legítimos e incluso con los más altruistas. Mundo difícil, este que nos ha tocado a los que estrenamos el universo del exceso de información. Pero por nuestra salud, o lo que viene a ser lo mismo, por nuestra calidad de vida, creo que merece la pena dedicarle algún tiempo a este tipo de asuntos, y tener después el valor de asumir las consecuencias de las conclusiones alcanzadas.
Y ahora, solo queda celebrarlo con un chuletón de medio kilo, con su ensalada a la derecha, su pan a la izquierda y su buen vino delante.
¡Salud!