viernes, 30 de junio de 2017

Orgullo y discriminación positiva

Lo primero de todo: PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN por mis prolongados silencios. Como dicen mis amigos, con todo su sarcasmo “dejadle tranquilo a Miguel: esto solo es una etapa”. Me merezco la broma, pues me paso la vida diciendo que si ahora escalo poco, toco poco, compongo poco, escribo poco, viajo poco, salgo poco… es porque ando en otras urgencias, pero que esta etapa pasará y volveré a lo de siempre ¿Lo de siempre? Bonito autoengaño: nunca consigo el tiempo del que me gustaría disponer para hacer lo que más me gusta (bueno, obviando lo obvio; pero a ese respecto la disponibilidad de tiempo no es el factor más relevante), y siempre ando con deudas. Ahora, para empeorar mi situación, tengo al otro lado de la pantalla este foro, que con sus diez mil visitas (ya sé: un blog infinitesimal frente a lo que hay por ahí; aunque no deja de tener su mérito, habida cuenta sus ángulos y temáticas), me hace sentir un poco peor aún, si no me asomo a dejar algo al menos una vez al mes.
Creo que del dios de Estós y del contrato que firmé con él, muy parecido al de Fausto, ya os he hablado en otras ocasiones. Pues eso, que aquí regreso a intentar al menos que la deuda no se me vaya de las manos. Vale de lloriqueos y al toro, que ya pasará esta etapa.
El planeta Tierra arde en fiestas por la cosa del Orgullo Gay. Los que tienen una orientación sexual minoritaria —así entran todos y no hay que acudir a acrónimos infinitos— se sienten orgullosos de su condición y lo proclaman. Pues me parece muy bien. Absolutamente nada que objetar. Pero la cosa no deja de ser curiosa.
Yo, por ejemplo, soy escalador, músico y escritor, y no hay ningún día del Orgullo Literario, Musical o Montañero ¿A qué se debe? Pues obviamente a que los miembros de esos tres colectivos, con carácter general, nunca hemos sido objeto singular de persecución, mientras que los sexualmente diferentes, casi siempre ¿Por qué?
Vivimos en la era de la información. El que quiera, tiene muy fácil documentarse un poco respecto a lo que sea, y resulta interesante y esclarecedor asomarse a este tema en concreto. Y no miréis solo la Wikipedia, que aunque es una magnífica herramienta para consultas rápidas, a veces es algo limitada y tendenciosa.
Lo primero que salta a la vista es que no hay un antes y un después, ni ninguna clase de linealidad temporal, cultural o geográfica, en lo que se refiere a la actitud de cada sociedad hacia el sexo. Por citar solo algunos ejemplos: en sus inicios, la república romana consideraba a la homosexualidad un comportamiento desviado importado de Grecia, pero terminó incorporándola a su cultura como algo completamente natural; y si nos vamos mil años atrás y cuatro mil kilómetros hacia el este, está constatado que mientras los asirios tenían tolerancia cero y máxima crueldad hacia todo lo que no fuera heterosexualidad, sus vecinos babilonios aceptaban sin problemas cualquier tipo de conducta sexual.
Si nos acercamos un poco más al presente y a la actual cultura planetaria (nunca los diferentes grupos humanos nos hemos parecido tanto ni compartimos tanto como lo hacemos ahora mismo), está más que claro que la intolerancia hacia cualquier actitud sexual que no sea la “oficial” es directamente proporcional al nivel de poder alcanzado por los monoteísmos. No pueden evitarlo, lo llevan en la masa de la sangre: para ellos, sus creencias no son tal cosa sino LA VERDAD, y siendo así no hay nada que negociar. Lo que es, es, y punto. Ellos tienen el teléfono de Dios, están en contacto permanente con Él y en consecuencia tienen certeza absoluta de lo correcto y lo incorrecto, de lo aceptable y lo inaceptable. Bueno, a lo mejor no a nivel individual, pero sí a nivel colectivo, de modo que si hay alguna duda solo hay que preguntar al cura/imán/rabino, y asunto resuelto. Y respecto a la sexualidad, Dios/Alá/Yavé, es meridianamente claro: solo hay dos géneros y solo son aceptables las relaciones entre miembros de diferente género. Además, solo son correctas ciertas prácticas y en determinadas y concretas circunstancias.
Lo anterior no pretendía ser una causa general contra las tres religiones del libro y sus cuatro mil millones de seguidores. El tema sería infinito, y además no soy tan tonto como para pretender homogeneizar y meter en el mismo saco a la historia de la humanidad de los últimos milenios y a más de la mitad de la población del planeta. Pero los hechos son incontestables: las mayores persecuciones por motivos sexuales han coincidido siempre con los techos de poder de los integrismos monoteístas: el cristianismo medieval y el islamismo contemporáneo (Ya sé que las dictaduras también les han dado cera. Luego retomaré ese asunto).
Pero ¿por qué demonios tienen esa maldita obsesión los radicales religiosos con dirigir el tráfico hormonal del resto de los mortales? Mi opinión, que creo haber expuesto ya en alguna ocasión en este foro, es bastante deprimente: se trata de religiones antiguas, nacidas en un mundo oscuro dominado por el dolor y la muerte, y su intención original fue ofrecer esperanza a una población cuyas expectativas eran casi siempre grises. La felicidad, a la que era lícito optar, jamás la encontrarían en este mundo, sino en el que vendría después de morir, de modo que era ridículo buscar aquí pequeños y efímeros placeres, y mucho más razonable aspirar a la exuberancia del más allá ¿Qué había que hacer para conseguirlo? Pues cumplir las normas, que básicamente se resumían en vivir por y para el altruismo absoluto y asumir con estoicismo lo que la vida les pusiera delante.
Bonita fórmula la anterior, ¿verdad?: Entrega y sumisión. Dos cualidades que sin duda forman parte de nuestra especie: sin entrega al clan y aceptación de la jerarquía seguiríamos en Atapuerca. Pero en nuestra naturaleza, y por suerte, además de las anteriores hay otras cuatrocientas cualidades que nos dotan de mucha mayor complejidad e interés. Si le diéremos prevalencia absoluta a las dos primeras ¿en qué cosa acabaríamos convirtiéndonos? Cuando eso ha sucedido nunca ha dado en una generación de ángeles, sino en las SS o en los Kemeres Rojos. En el mejor de los casos, a lo más que podría aspirarse es a una humanidad de hormigas; y eso no es ya que no me guste, es que simplemente es inviable. Las arañas tampoco construirán nunca hormigueros, ni los lobos se harán vegetarianos. Cada especie es lo que es, y un hombre no es un ángel defectuoso: es otra cosa.
Bueno, continuemos con el esquema delirante de los integrismos monoteístas y sus resultados. Si de lo que va es de sufrir, callar y darse al 100%, ¿qué hueco queda ahí para el placer? ¿Ninguno…? Tranquilos, no hay que preocuparse: Dios, en su infinita bondad, ya sabe lo que te gusta, golosón (dejaremos ahora el asunto de que si fue Él quien te creó, es obviamente el responsable tanto de tus virtudes como de tus vicios), y ha previsto para ti algunas migajas de placer. Por ello, podrás disfrutar del sabor del pan arduamente conseguido y del placer del coito con tu pareja consagrada. Aceptar de modo estoico esos frugales placeres sí será lícito; pero recrearse intentando sacarles porciones extra de gozo será egoísmo, distracción de la recta vía del altruismo infinito. Camino equivocado para alcanzar el paraíso que te aguarda más allá de la muerte… siempre y cuando rectifiques tu error.
¿Por qué esa obsesión con el sexo? Lógicamente, también cabría considerar egoístas a los glotones o a los borrachos, por citar otros territorios de gozo personal que nunca han sido objeto de una persecución parecida.
Se me ocurre que acaso eso haya sido así porque las penurias generales en las que vivió la humanidad hasta hace nada determinaban que comer y beber en exceso fuera un lujo al alcance de muy pocos… y para colmo ricos (para qué hablar de las relaciones entre dinero, poder y religión), mientras que lo de tocarse uno mismo o tocar al otro podía hacerlo cualquiera. Y eso, dejando al margen el hecho de que el placer sexual puede llegar a ser tan atractivo, interesante y gratificante que podría conseguir que dejases de ver tu vida como algo miserable, y perdieses interés por un hipotético paraíso lejano ¿Y si ya has dado con él? En ese caso, sin zanahoria delante, ya no aceptarías el palo. Ni altruismo ni sumisión como ley suprema… lo que te pone a las puertas de la rebeldía, la revolución, la desestabilización de la sociedad…. ¿Veredicto?: ¡A LA HOGUERA…!
Todas las dictaduras parecen haber llegado igualmente a la conclusión de que gozar del sexo en libertad —como cualquier otra cosa que incluya el concepto “libertad”— puede volver a la gente más feliz; o peor aún, menos uniforme, y por tanto menos dócil. Me parece más probable que sea esa la razón de fondo de nazis y estalinistas para justificar su profunda homofobia, y no intentos de conservar “la tradición”. Lo que está claro es que absolutamente todos los regímenes dictatoriales han puesto cota al sexo, declarando la guerra a cualquier “desviación”; esto es, a todo lo que no sea ortodoxia heterosexual.
Si los monoteístas aceptaran la parte de verdad que subyacen a lo que estoy contando (yo no soy como ellos y acepto que lo que digo no es la verdad, sino una razonable aproximación a la misma), harían mayores esfuerzos de los que hacen para liberarse de su negro pasado, y acaso podrían contribuir en alguna medida a la felicidad de la gente, en lugar de ser el palo en las ruedas que acostumbran. A los dictadores y sus seguidores no les pido obviamente nada. Tan solo les deseo unas largas vacaciones en un psiquiátrico.
Lo que no deja de ser chocante es que en la actualidad, cuando las religiones han perdido buena parte de su peso como referentes estructurales y de poder de la sociedad, continúen existiendo niveles de homofobia tan elevadísimos en buena parte del planeta. De hecho es algo común en todos sitios, incluida mi tolerante España, que es uno de los 21 países del mundo donde es legal el matrimonio gay (¡en 173 no lo es!), aunque donde la homofobia tiene más fuerza es en África, en los países musulmanes, y, sorprendentemente, en Rusia y China. Ese dato evidencia que, en la actualidad, la homofobia no es solo el eco de una discriminación ancestral de base religiosa, sino que tiene mucho más que ver con la intolerancia hacia el diferente. El miedo al diferente reconvertido en odio, desde la profunda ignorancia de creer que el “raro” es un peligro, alguien que va contra ti, los tuyos, contra la tradición, contra lo de siempre, que es el único sitio donde el ignorante se siente cómodo y seguro. De modo que, homofobia, racismo o xenofobia no son sino manifestaciones concretas del mismo mal: ignorancia y miedo popular, dos frutos que se cultivan muy bien en casi todos los huertos que empiezan por “ultra” o por “fundamental”: ultranacionalismo, ultraconservadurismo, fundamentalismo cristiano, fundamentalismo islámico…
Soy biólogo, ya lo sabéis. Pero os voy a perdonar abordar el asunto desde un punto de vista técnico, para que esta entrada no sea directamente infinita. Baste citar, de pasada, que las argumentaciones supuestamente científicas de los homófonos retratan por sí solas su profunda ignorancia. Dejaré apenas una píldora: es obvio que sin las relaciones heterosexuales no existiríamos los humanos, ni los bonobos ni los delfines; pero en esas tres especies, como está constatado en varias miles más, las relaciones sexuales de todo tipo no vinculadas a la procreación son una seña identitaria más de las muchas que las caracterizan.
Bueno, disculpen el largo circunloquio y rematemos, para ir de verdad al toro: a todos los no heterosexuales puros y estándar se les ha dado cera y cera y cera en casi todo el planeta, gratuita e injustamente durante los últimos quince siglos, y en casi todos sitios aún se la dan. No es de extrañar que ahora, que la racionalidad se va imponiendo a los atavismos, se pongan en pie en donde les dejen y griten: ¡SOY LO QUE SOY, ESO NO ES MALO Y NO SOY CULPABLE DE NADA…!
Y a partir de ahí, a la sociedad en su conjunto, avergonzada y arrepentida, no le queda otra que aplicar discriminación positiva, a diestro y siniestro.
Eso de la discriminación positiva no es nuevo, y ya se ha puesto en práctica muchas veces, obligando a paridad de géneros (por ejemplo en listas electorales), reservando plazas exclusivas para determinadas etnias (eso se ha hecho en universidades brasileñas), etc. Básicamente la cosa consiste en “hacer trampas piadosas en favor del desfavorecido”, para corregir un agravio y compensar en parte las dificultades de las que, injustamente, parten determinados colectivos por razones históricas. Por su propia naturaleza, la discriminación positiva ha de ser algo excepcional, acotado temporalmente y sin vocación de perpetuidad ¿Qué podría querer decir que dentro de cincuenta años existiera una ley que obligase reservar un porcentaje de plazas en las universidades para determinadas etnias, o que los partidos políticos estuvieran obligados a presentar listas paritarias? ¿Sería eso un avance? Todo lo contrario: significaría que aún se seguían arrastrando los ecos de la esclavitud y del patriarcado. Que aún no se habría alcanzado una auténtica igualdad y libertad de los individuos, y que el Estado tendría que seguir protegiendo a los débiles, velando por los negritos y las mujeres, pobrecitos seres inferiores.
¿Va de eso? ¿Pobrecitos los homosexuales? El mundo entero, avergonzado y arrepentido ¿ha de dedicarles un día de desagravio? No es fácil responder a eso, pues mientras que en países como España o Alemania la cosa parece un poco excesiva, en otros es más que dramática. Acaso la fiesta no debería de ser tanto eso, una fiesta, como un día de luto. Aunque supongo que es mejor estrategia la juerga que el llanto.
Para mí, la condición sexual de cada cual es como su altura, el color de su pelo o sus aficiones artísticas. No le tengo ninguna clase de lástima, ni tampoco especial aprecio, o respeto, o nada de nada hacia los pelirrojos en su conjunto, a la gente de más de dos metros o a los aficionados al ballet. Yo, personalmente, no les he hecho nada de nada a ninguno de ellos, y lamento profundamente si la Inquisición quemó pelirrojos por considerarlos hijos de Satanás. Pero que quede claro yo no fui, yo no estaba, me parece una abominación, y punto.
No tengo ningún amigo íntimo homosexual, pero supongo que eso es simplemente fruto de la estadística, pues tampoco tengo ningún amigo íntimo pelirrojo ni de dos metros. Ahora, conocer conozco y he tenido relaciones de todo tipo con todos ellos: con calvos, lesbianas, melenudos, bajitos, gais, gigantones… De hecho, conozco y trato con frecuencia y cierta intimidad a una buena cantidad de gais y lesbianas (bisexuales también, aunque menos), algunos de ellos de mi familia, otros de la familia de mis amigos, gente del mundo del trabajo… Y para mí son gente. Ni más ni menos: GENTE.
La cosa consiste en actuar con normalidad ante lo que consideras normal, y ya está. Mi mujer es mulata —negra, para la mayoría de los españoles— y de niño recuerdo que en el Ramiro de Maeztu, de los más de tres mil que estudiábamos allí solo había un negro, hijo del embajador de Guinea Ecuatorial. Por ello, por mi experiencia personal, no pude evitar que al empezar a llegar negros a España me resultaran algo pintoresco. Era inevitable fijarse, lo cual seguro que era un incordio para ellos. Pero como nunca creí que la raza fuera un determinante intelectual ni nada parecido, nunca actué hacia ellos de manera discriminatoria, en ningún sentido. Luego fueron llegando más y más, dejaron de ser pintorescos hace más de veinte años y ahora relacionarme sea como sea con una persona de ese conjunto de razas no me resulta relevante en ningún sentido: son gente, y punto. Me da igual el color de los ojos, del pelo o de la piel —obviamente, también el sexo— de mi vecino, mi médico, mi cliente o mi jefe. Cada cual será lo que sea y tendré con él lo que proceda y corresponda. No tengo que apretar, me sale solo.
Pues con los homosexuales la cosa ha seguido un recorrido paralelo. Ver a dos hombres o a dos mujeres besándose fue en su momento exótico, luego pintoresco, y ahora perfectamente normal. Normal pero minoritario, como también lo es en mi pueblo la gente de la raza de mi mujer: de los quince mil que vivimos en Guadarrama, no creo que haya más de veinte o treinta negros. Pelirrojos lo mismo hay el doble, aunque gente de dos metros seguro que menos de la mitad. No tengo la menor idea de cuantos homosexuales habrá por aquí, pero sinceramente, me importa un pito.
Pienso que la mejor manera de acabar con la discriminación no es resaltar orgullosamente la legitimidad de las diferencias, sino demostrar a diario que esas diferencias no predeterminan nada. Tratar a los demás como lo que son, individuos de uno en uno cuyas características personales harán que seáis amigos, simples conocidos o que no os soportéis, pero que eso jamás estará predeterminado por componentes genéticos tales como el sexo o la raza, ni por componentes emocionales y de personalidad tales como ideas religiosas, políticas, aficiones u orientación sexual.
No obstante lo anterior, mientras el pleno respeto y la igualdad legal de todas las personas en todo el planeta, con independencia de su orientación sexual, no sea una realidad (y por desgracia, aún queda mucho), estará plenamente justificada la existencia de movimientos reivindicativos de tales derechos, y a cuantas más personas e instituciones —en especial, Estados— incluya, mejor. Es, en definitiva, una situación análoga a la de la mujer: mientras haya países en donde las mujeres no tengan los mismos derechos que los hombres, el movimiento feminista seguirá siendo necesario.
Mi más cariñoso, sincero y respetuoso abrazo a todas las gentes que estos días están de fiesta. Y, de todo corazón: ojalá esta fiesta deje cuanto antes de celebrarse, de la misma manera que ya nadie celebra fiestas por el fin de la esclavitud.
(… y en cuanto pase esta etapa, prometo dejaros cosillas por aquí, más a menudo)