sábado, 7 de abril de 2018

REFLEXIONES BREVES, PERO INTENSAS (X)

En la crisis catalana todo es delirante, ridículo, patético. Lo es que dos millones de personas, en pleno siglo XXI, crean que el nacionalismo integrista es modernidad. Lo es que para combatir ese dislate haya quienes usen como argumento otros nacionalismos. Lo es constatar que los poderes del Estado están menos separados de lo que deberían. Pero para mí hay un disparate que supera a todos los anteriores: darle tal importancia a las formas que al final el fondo resulta irrelevante.
FONDO OBVIO, Y POR LO VISTO IRRELEVANTE: una organización, muy numerosa y perfectamente estructurada, tras abonar durante décadas ciertos sentimientos romántico-endogámicos, dio un golpe de estado cuyos objetivos eran liquidar España y crear en su lugar un Estado Catalán independiente, abandonando a su suerte al resto de territorios de la ex-España. El golpe falló. Pero lo intentaron.
FORMA, QUE POR LO VISTO ES LO IMPORTANTE: Romper dos coches de la Guardia Civil ¿es o no violencia? ¿Cómo de violenta ha de ser la violencia para que se considere Rebelión? ¿Un escrache es violencia? Comprar unos tupperware en IKEA y una bridas en un chino para hacer una parodia de referéndum ¿es malversación de fondos públicos?
No hace falta mancharse las manos de sangre para cometer un crimen. Se ahorca igual con un pañuelo de seda que con una soga de esparto. Un golpe de estado, lo dé Franco, Tejero o Puigdemont, termine en guerra civil o en breve tumulto, es intrínsecamente el más grave de los delitos políticos que cabe imaginar en democracia, y debería castigarse siempre con la inhabilitación a perpetuidad de los golpistas. Para el flagrante intento de golpe que nos ocupa, sin necesidad de prisiones preventivas ni otras idioteces incendiarias, tres meses habrían sobrado para instruir el caso, ya estarían inhabilitados de por vida los promotores del golpe —varias decenas— y podríamos dedicarnos todos a cosas más interesantes.