Ya ha empezado el calorcito, abren las
piscinas, se acercan las vacaciones, y ya tenemos en el horizonte cercano la
amenaza de salir en las fotos como felices cetáceos, cosa que a ninguno nos
hace la menor gracia. Por ello, supongo que ya andaréis todos y todas (como
dicen ahora los acomplejados y acomplejadas esa entelequia de la igualdad; tema
enjundioso que ya atenderé en su momento), en plena operación biquini/bermuda;
o luchando por procrastinar el asunto algunos días, antes de que sea
inevitable.
Pues señoras y señores, este biólogo
se propone ofrecer desde aquí su meditado y argumentado punto de vista respecto
a un aspecto clave de esta áspera cuestión; a saber: No estáis ni la mitad de
gordos de lo que creéis.
Esos volúmenes tan reprobables y
socialmente inaceptables que lucís están casi siempre muy cerca de lo que
corresponde; porque tenéis la edad que tenéis, y es casi imposible, además de
perverso, que vuestro cuerpo finja tener varias décadas menos de las que tiene.
Una cosa es la gente que tiene la
desgracia de haber nacido con un metabolismo perverso —y son gordos o
esqueléticos desde siempre, como otros miopes o sordos— y otra es eso de
volverse gordo con el paso del tiempo, especialmente después de los cincuenta.
En este escrito me voy a referir a los segundos, reflexionando sobre qué es eso
de estar gordo y qué no a partir de cierta edad. Advierto desde ya: aunque daré
un montón de datos objetivos e incuestionables, MIS DEDUCCIONES Y CONCLUSIONES
SON EN UN 90% ANATEMAS PARA LA VERSIÓN OFICIAL.
Para empezar, ¿porqué es inaceptable
estar gordo? Muy sencillo: los gordos no son deseables, no son sexualmente
atractivos (hablo en términos generales), y además son gente insana y culpada
de descuido ¿Qué otra explicación podría
tener, si no, su gordura? Es obvio que los gordos no se cuidan, comen demasiado
y hacen poco ejercicio. Vale, pues ya tenemos la primera en la frente: eso es
rigurosamente falso, como luego argumentaré.
Fuentes: vanitatis.elconfidencial.com
y telecinco.es
Para seguir, ¿qué es estar gordo?
Medir 1,70 m y pesar 100 kilos obviamente lo es. Pero ¿qué sería lo correcto
para una persona de esa altura? ¿60 kilos u 80? Hay un montón de factores que
habría que considerar, como sexo, raza, complexión, edad… Pero, en la práctica,
la sociedad aplica uno solo: El peso correcto es el que esa persona tenía
cuando estaba en su flor (seamos generosos, y pensemos que todos en algún
momento lo estuvimos); lo que equivale a decir lo que pesaban ellas con 20 y
ellos con 25. Para la altura puesta de ejemplo, la cosa quedaría más o menos en
60 para las mujeres y 65 para los hombres. Ese referente, que lo sano y
deseable es aparentar tener eternamente veinte años, es un criterio estético
moderno. Como referencia de que eso no fue siempre así, y para no citar como
todo el mundo a las Gracias de Rubens, traeré yo aquí la célebre canción coral
de Bienvenido Mister Marshall: “Americanos,
llegan a España gordos y sanos…”
Fuentes: complementosmoda.es
y cinemania.es
El auténtico quid de la cuestión es
que no existe un peso ideal biológicamente incuestionable para los hombres o
las mujeres de 50 años, porque tales seres somos un invento reciente que la
evolución no había previsto.
Todas las especies, tanto animales
como vegetales, están diseñadas para un determinado tiempo de vida. Es su
programación natural, la duración razonable de la realidad que son. Un perro,
si no tiene ningún problema singular, es normal que viva entre quince y veinte
años. Un elefante, setenta. Ciertas tortugas más de dos siglos, y muchos
insectos apenas unos días. Es fácil dar con una encina de dos o tres siglos, y
casi imposible encontrar un chopo que pase de los cien años. Pues bien, el
hombre, Homo sapiens sapiens, es un primate que, desde que surgió hasta la Revolución
Neolítica (hace 10.000 años: fin de la última glaciación, invento de la
agricultura y el urbanismo, etc.), rara vez pasaba de los cuarenta años. Sí,
había ancianos de más de sesenta, como también muchos niños que morían antes de
los tres. Pero los que alcanzaban la pubertad y llevaban una vida normal para
su especie, solían caer antes de los cincuenta. En definitiva, cabría
considerar que la “fecha de caducidad de fábrica” de nuestra especie
tradicionalmente estuvo en torno a los 45 años.
Otro dato curioso que casi nadie
conoce: la menopausia sólo se presenta en este planeta en nuestra especie…y en algunos
mamíferos marinos. El porqué aparece en las ballenas piloto no lo sabe ni lo
entiende nadie, pero para el caso de los humanos sí se cree tener una
explicación: el hecho de que las hembras pasen un tiempo de su existencia
dedicadas a ser abuelas, cuidando de los demás y conservando y enseñando
conocimientos, en lugar de tener que invertir toda su energía en sacar adelante
a su propia prole, constituye un hecho evolutivamente positivo, por lo que la
selección natural tendió a asentarlo (eso, más o menos, es lo que postula la
conocida como Teoría de la Abuela). Este proceso se ve retroalimentado por el
aumento de la longevidad debido a las mejoras neolíticas en materia de alimentación,
salud, refugio, etc., de manera que desde hace ya diez mil años empezó a ser
frecuente encontrar gente de más de 50 años, incluidas abuelas menopáusicas;
cosa que en las cavernas era insólito.
Lo anterior, el que la mayoría de los
que llegaban a adultos muriesen entorno a la cincuentena, o poco más,
permaneció invariable hasta hace apenas 200 años. Con la llegada de la Revolución
Industrial la esperanza de vida de la humanidad aumentó notablemente, y este
proceso creció de forma exponencial durante el siglo XX. Cuidado con el dato
estadístico “esperanza de vida”, porque éste tienen en cuenta la duración de la
vida de todos los miembros de determinado grupo, de modo que allí donde la
mortandad infantil es alta la esperanza de vida es muy corta… al margen de que
los que superan la pubertad lleguen a ancianos: en Somalia la esperanza de vida
es 50 años, y la mortalidad infantil de 100 niños por cada mil partos, mientras
que en España, en donde la esperanza de vida superan los 83 años, mueren sólo 3
niños de cada mil nacimientos.
Bueno, a lo que íbamos: resulta que
ahora casi el 20% de la población de Homo sapiens sapiens —1.500 millones—
tiene 50 años o más, cosa que a la evolución jamás se le había pasado por la
cabeza que ocurriría. Recuérdese que nuestra especie lleva aquí cosa de 200.000
años (obviemos antepasados más o menos recientes), y si consideramos
globalmente que a los veinte años nuestros ancestros ya estaban haciendo más gente,
salen cosa de cinco generaciones por siglo; y para nuestros dos mil siglos de
existencia, 10.000 generaciones. Bien pues desde la Revolución Industrial, la
mejora global de la alimentación, las vacunaciones sistemáticas, etc., han
pasado dos siglos; es decir, 10 generaciones. CINCUENTONES Y CINCUENTONAS: ¡ESTAMOS
SIENDO INVENTADOS, SOMOS UNA COSA NUEVA… Y NO HAY REFERENCIA ALGUNA DE A QUÉ DEBERÍAMOS DE
PARECERNOS!
¿Cuál sería el aspecto razonable para
un perro de 37 años, o un elefante de 150? Pues obviamente ninguno, tal cosa
sería un ser absurdo, una abominación que, si acaso intuitivamente, acertamos a
imaginar como algo infinitamente anciano y desgastado. Pero para el caso del
hombre la cosa varía por una sencilla razón: este primate es una máquina de
modificarlo todo, desde su entorno y los seres que le rodean hasta su propia
naturaleza, con la intención irrenunciable de incrementar su confort, su
calidad de vida y la duración de ésta. Somos los virtuosos del hedonismo
biológico. Para el que ve mal, gafas y a seguir leyendo. A los sordos, sonotone
y a estudiar música. Crecepelo para los calvos y depilación laser para los
osos. Para cada enfermedad su cura correspondiente (algunas aún están en
cocina, pero en seguida nos las servirán), que para eso estamos aquí, para
durar y durar más que el conejito de Duracell, y además disfrutando. Qué
queréis que os diga, no parece un mal plan, de modo que estoy seguro de que a eso nos apuntamos todos.
Pero pasada nuestra fecha de caducidad
natural, el metabolismo se nos desacompasa, y una de las primeras cosas que
hace es acumular todo los nutrientes que puede, acaso en un intento desesperado
de hacerte durar un poco más (tu pobre metabolismo cree realmente que estás en
las últimas). Y ese juntar reservas para prolongar lo que teóricamente es un
último asalto, es lo que normalmente llamamos michelines. No, queridos
cincuentones y cincuentonas, no sois culpables de comer de más, y de hecho casi
seguro que coméis notablemente menos que hace diez o veinte años: es que
vuestro metabolismo ahora no deja escapar ni una sola caloría, además de
esmerarse en gastar menos que nunca. Porque aunque sea cierto que no os movéis
como lo hacíais con veinte años, vuestras vidas seguramente no son más
sedentarias de lo que lo eran una década antes (poco suelen varias los hábitos
entre los 40 y los 50), y sin embargo el ejercicio no os cunde, no os ayuda a
adelgazar. Ese tipo de respuestas metabólicas también se producen en
situaciones extremas, como hambrunas, guerras y demás: la gente es capaz de
sobrevivir incluso años con dietas de menos de quinientas calorías al día, cosa
teóricamente imposible. El metabolismo es así de plástico.
De modo que a la mierda con la idea
asentada de que el que con cincuenta años luce tripita o cartucheras es
culpable de glotonería y vagancia. ¿O acaso el que no ve bien de cerca a esa
edad, es culpable de haber leído demasiado? Y los sordos, ¿lo son por haber
oído demasiada música? ¿La culpa de la artritis es haber usado demasiado los
huesos? ¿La acidez es fruto de nuestro empeño en comer picantes? ¿El insomnio
se debe a que nos preocupamos en exceso? NO, NO, NO, Y MIL VECES NO. Todo lo
anterior, simplemente, se debe a que la vida gasta. Vivir, gasta. Y además,
engorda.
Venga, vamos a cambiar todo lo que
haga falta para durar más y gozar más. De acuerdo: quiero mis gafas, mi
sonotone, mis pastillas para los huesos, mi almax, mi dormidina… y ya puestos,
pues ese regulador metabólico que llevan un porrón de tiempo fabricando y que
no terminan de comercializar, capaz de hacer que mis tripas no crean que estoy
en las últimas, activando todos los circuitos de emergencia, de manera que
sigan funcionando como lo hacían no ya cuando tenía veinte años, sino treinta e
incluso cuarenta; es decir, que mantengan su rutina de trabajo normal previa al
descontrol que se produce al sobrepasar nuestra fecha de caducidad.
Entre tanto, y para aquellos cuyo
minúsculo ego precise de la aprobación sexual popular, ahí tenéis la dieta de
la alcachofa, la del pomelo, las dietas disociadas, sufrir como perros, comer
mierda —y poca— sólo los días que toque, sudar y sudar en gimnasios, gastaros
un pastizal en bicicletas de montaña y equipos de runner para destrozaros los
tobillos por sendas de montaña pensadas para disfrutar de la naturaleza y no
para otra cosa. Sois muy dueños de hacer el ridículo; pero no tenéis ni
tendréis nunca más ni veinte ni treinta, y aunque dentro de diez siglos se
hablará de la crisis de la obesidad de los cincuentones del siglo XXI como una
anécdota histórica similar a la peste bubónica del siglo XIV (ambas cosas
serias, pero evolutivamente anecdóticas), ahora es lo que os ha tocado vivir.
Vuestros padres vivieron sin ordenadores y vuestros abuelos son antibióticos, y
tampoco pasó nada. Asumid que vosotros vivís en le época previa al control
médico/genético del envejecimiento y sus deterioros, incluido eso de engordar
según pasan los años. Y ya está.
Hombre, os recomiendo que tampoco os
dejéis ir sin más, que luego es terriblemente incómodo eso de jadear para
atarse los cordones o aguantar la respiración hasta ponerse morado para las
fotos. Cada cual sabe cuál es su talón de Aquiles: el chocolate, las galletas,
la cerveza, el embutido… Pero huid de aquellos que os pongan como modelo al que
intentar aproximarse al matrimonio Jolie-Pitt: esos no son gente como tú o como
yo, son seres anómalos fruto de todo tipo de esfuerzos ingentes.
De momento, y hasta que la ciencia
aparte de nosotros este cáliz, dejad de sentiros culpables de lo que no sois, y
sobrellevar con naturalidad ese moderado incremento de vuestra humanidad: si
pasados los cincuenta pesáis un 15% más de lo que pesabais con veinte años (*),
en todas las tablas saldrá que sois unos enfermos, unos obesos culpables. Pero mirad
un poquito a vuestro alrededor, recapacitad y ajustad como consideréis oportuno
el 15% que os sugiero (seguro que al final tampoco lo movéis demasiado), y veréis como eso se aproxima mucho a la realidad que podéis constar.
En definitiva, que a todos los que andéis entorno al porcentaje de referencia que os sugiero, os digo que estáis estupendos, y
que si alguien se componente a pagar la siguiente ronda, esta la pago yo.
¡Ah…! y a los vendedores de productos
dietéticos, a los responsables de salones de belleza, gimnasios y clínicas, a los fabricantes de productos farmacéuticos y parafarmacéuticos, les informo de que
hay lista de espera para matarme. Que se apunten en ella, esperen el sorteo y…
¡suerte!
(*) Ejemplos de mi disparatada perspectiva del
aceptable 15%:
Si en tu flor pesabas: …no tiene nada de raro que pasados
los cincuenta peses:
50 Kg 57
Kg
55 Kg 63
Kg
60 Kg 69
Kg
65 Kg 75
Kg
70 Kg 80
Kg
75 Kg 86
Kg
80 Kg 92
Kg
85 Kg 97
Kg