martes, 31 de diciembre de 2019

Expectativas

FELIZ 2020 A TODO EL MUNDO...!

Lo que sigue es el enlace a lo último que he compuesto: un tema que se llama "Expectativas", por lo que me parece más que adecuado para recibir un nuevo año.


Le atribuyen a Picasso la memorable frase "la inspiración existe; pero te tiene que pillar trabajando". No puedo estar más de acuerdo con ella. Y trabajando en la preparación de La Leyenda de Estós, hace algunas semanas, me vino a ver la idea de la que salió el tema que aquí os ofrezco, como regalo de Navidad.

No me voy a enrollar mucho, pero creo que proceden tres puntualizaciones.

La primera: pido disculpas por lo poquísimo que me asomo/muestro últimamente a este ventanuco/escaparate. Se debe simplemente a que llevo una larga temporada con mucho lio de trabajo y poco margen para sentarme a compartir. La vida es cambio permanente, de modo que tarde o temprano regresarán tiempos en los que disponga de más márgenes para compartir más cosas con todos vosotros.

La segunda va referida a La Leyenda de Estós: he embaucado a un nutrido grupo de excelentes profesionales para que me ayuden a dar forma compartible a algunos proyectos musicales míos antiguos, y singularmente a La Leyenda de Estós y a Saberse Tierra. De ambas, pero sobre todo de la primera, ya he hablado aquí en alguna ocasión, pues se trata de una obra que tiene versión literaria y musical. Ahora andamos con la musical, armando un espectáculo que incorpora imágenes, rapsodas, bailarinas... Algo tirando a brutal, que aún está a medias pero del que ya me siento orgullosísimo. Todavía no está rematado, ya digo, y falta además cerrar dónde lo enseñaremos (habrán de ser teatros, o salas similares; y probablemente varias), pero cuando tenga las cosas más claras no os preocupéis, que lo publicitaré con todas mis fuerzas y todo mi corazón.

Y la tercera: esta composición la grabé con ayuda de mi teléfono. Una chapuza impresentable, lo reconozco. Pero hoy en día esos artilugios, que en realidad son pequeños ordenadores, tienen la calidad suficiente como para dignos apaños; y además, mucha más versatilidad para montar algo de forma prácticamente inmediata (la guitarra eléctrica, que va soleando por encima, está grabada casi según la componía). Pero, claro, un teléfono no deja de ser un teléfono, y casi acabando la grabación de la segunda guitarra me entró una llamada. Se me puso a hervir la sangre... pero era la tercera toma que grababa, la que me parecía más conseguida (hay algunas entradas un pelín desajustadas; pero todas las ideas que se exponen me parecen interesantes), y no estaba dispuesto a dejar de tocar, por mucho que la llamada insistiese. Ya tiraría después de Audacity o de algún otro programa al uso para limpiar la intromisión. Pero antes de hacer nada, y muy contento con el resultado, me puse a compartir lo grabado con algunos allegados, advirtiéndoles de que "al final suena una llamada, que ya limpiaré. Cosas del directo...". Y mi hija Irene me respondió: "¡Ni se te ocurra...! A saber quién o para qué te llamaba; pero teniendo en cuenta que la composición se llama Expectativas, se han marcado un poema ¿Podría haber algo que evoque más nítidamente el concepto de expectativas que una llamada de teléfono...? Obviamente, ahí sigue y seguirá por siempre la llamada en cuestión.

Reitero mis mejores deseos a todos para este año que empieza. Y a llenarlo de cosas dignas de recordar.

Un abrazo,

domingo, 11 de agosto de 2019

¡Los cajeros atacan de nuevo...!

Volvió a pasar. Supongo que habrá a quien le parezca increíble; pero a mí, a estas alturas del partido, la verdad es que no. Antes al contrario, ya estaban tardando: ¡LOS ESPÍRITUS TRAVIESOS QUE HABITAN EN LOS CAJEROS AUTOMÁTICOS, HAN VUELTO A ATACARME…!
La cosa, surrealismo puro, sucedió tan de improviso y tan rápido que no me dio tiempo a documentarla en directo. Pero tengo testigos. Por lo menos una docena de usuarios de la sucursal de La Caixa en donde tuvieron lugar los hechos (C/Escofina nº 30. Polígono P-29, Collado Villalba; Madrid. España. Unión Europea. Planeta Tierra. Sistema Solar. Vía Láctea. Grupo Local. Supercúmulo de Virgo. Complejo de Supercúmulos Piscis-Cetus. Universo Conocido), así como una de sus empleadas, que mostró más curiosidad que perplejidad, no sé muy bien porqué. Porque el resto, asistimos al suceso alternando el desconcierto y el ataque de risa.
Vayamos a los hechos:
Dos de agosto del corriente, 11,45 h. Ando por el Polígono Industrial de Villalba, haciendo compras varias. Como algunas de ellas son de menudeo y no quiero pagarlas con tarjeta, y además ando pelado de cash, me acerco al cajero de La Caixa, que me pilla de camino. En la oficina hay dos cajeros, uno de ellos libre y el otro ocupado, con una fila de tres o cuatro personas esperando. Al parecer, el cajero desocupado está estropeado. Cuando llega mi turno actúo con rapidez, aprovechando las nuevas tecnologías: paso mi tarjeta por encima del lector, le digo que me dé 100 €, y arreando. Cuando ya está la operación en marcha pienso que he sido tonto, que tenía que haber dado a selección de billetes, para que no me lo dé muy agarrado. Bueno tampoco pasa nada, a ver qué me da. Y en efecto, veo que me lo da razonablemente suelto: uno de diez, dos de veinte, y medio de cincuenta… ¿…? ¡¿MEDIO DE CINCUENTA…?!


No me lo puedo creer. Reviso todos los billetes, los manoseo…nada no está la otra mitad del billete de 50. Tampoco está en la rendija por la que ha salido el dinero, ni en el suelo… Miro hacia la calle y la fila de los que esperan, les enseño mi medio billete, intento explicarles… aunque no me oyen, al otro lado de la puerta, y se limitan a mirarme desconcertados. Miro hacia la cámara de seguridad, le enseño el medio billete, gesticulo… y decido entonces salir del cuartito de los cajeros por la puerta opuesta a la calle y entrar en la oficina bancaria, propiamente dicha.
Tengo la mala suerte de que hay un montón de gente, y todos los puestos de atención al cliente están ocupados y con personas esperando. Pero lo mío es una obvia urgencia, y para que nadie se crea que me estoy colando me planto en medio y enseño mi medio billete:
Perdonen, pero el cajero me acaba de dar esto… medio billete de cincuenta… no sé qué ha pasado, pero tengo que hablar con alguien…
Miro para los cajeros y compruebo horrorizado que quienes me seguían en la cola, un matrimonio de cierta edad, ya han metido su tarjeta y andan operando. Doy dos pasos hacia ellos, les digo que esperen (vuelven a no oírme, a través del cristal), les enseño mi medio billete… Se empieza a montar revuelo a mi alrededor, empiezan las risas, los comentarios, el cachondeo…
Por fin una bancaria me pregunta que qué me pasa. Le enseño mi medio billete:
 Pues esto, me pasa esto: que la maquinita me ha dado medio billete de 50, pero no dos mitades, solo una… o acaso sea un billete de 25 €, no sé… Y ya hay otro tío en el cajero, que lo mismo se está llevando la otra mitad…
El cachondeo en la sala se generaliza, la gente me pide que les enseñe mi medio billete, mientras la empleada entra en un espacio que hay por la parte de atrás de los cajeros y comienza a manipular algo. Más lío aún, pues deja de funcionar el único cajero que lo hacía, y el matrimonio que estaba operando en él comienza a montar el pollo. Mis compañeros de dentro del banco, la mayoría muertos de risa, intentando explicar al matrimonio el lío. Todo el mundo hablando a la vez. Aquello parece una película de José Luis López Vázquez.
Por suerte, la bancaria sale de nuevo del cubil, mostrando orgullosa la otra mitad del billete:
Aquí está el resto, no hay problema.
- ¿Qué no hay problema? ¿Pero esto es normal? Y ahora, ¿qué toca? ¿le ponemos un celo…?
- No hombre, no se preocupe. Ahora le doy otro entero
Efectivamente, le doy mi mitad y me da uno entero. Me despido de todo el mundo en medio de un ambiente casi festivo, y salgo a la calle lamentando entonces que todo haya sido tan rápido como para que no me diera tiempo a hacer una foto de mi billete de 25 € (la imagen de antes es fruto del Photoshop, pero se parece bastante al original).
Si alguno tenéis su teléfono podéis llamar a José Mota de mi parte, y decidle que pongo a su disposición mi anecdotario cajeril. A ver si tiene algún guionista que lo supere.


domingo, 2 de junio de 2019

¿Qué supondría encontrar vida, allí fuera...?


Saber es constatar que tu explicación de lo real es correcta. El hombre, desde que existe, sabe cosas; como de hecho le sucede a todos los seres vivos. Las bacterias buscan o huyen de la luz, del calor o del agua según corresponda, porque saben que el agua moja y el fuego quema, y desde tal perspectiva actúan para sobrevivir, para seguir siendo. La vida, al final, es básicamente eso: estructuras complejas de materia capaces de interactuar con su entorno para seguir siendo. Sobreviviendo a título individual o haciéndolo a través de su descendencia, que no es sino una prolongación de ellas mismas.
A medida que el hombre ha ido evolucionando biológicamente ha ido sabiendo más cosas, de la misma manera que sabe más de su entorno una hormiga que una bacteria y más un perro que una hormiga. Pero en nuestro caso, la increíble complejidad de nuestro sistema nervioso y nuestra hipersociabilidad (hormigas y perros son también seres sociales; pero ahora no toca hablar de etología comparada), ha posibilitado un salto exponencial en el conocimiento de nuestro entorno.
La base, como empezaba diciendo, es ser capaz de entender que todo sucede por algo y conseguir descifrar la concatenación de causas y efectos que posibilita que las cosas sean lo que son. Vemos una realidad, intentamos entenderla, y cuando conseguimos dar con una explicación que funciona, sabemos algo. Hemos dado con una verdad, que será tal cosa hasta que demos con una explicación mejor de ese mismo hecho constatado.
Así, la Tierra fue indiscutiblemente plana hasta que dejó de serlo, de la misma manera que el sol terminó dejando de ser la única estrella rodeada de planetas. Mirando allá afuera con unas gafas de culo de baso y a oscuras, hemos conseguido dar ya con miles y miles de planetas de todos los tipos imaginables. Ya sabemos también que el agua es una sustancia extraordinariamente abundante. Cada día se detectan nuevas y más complejas moléculas orgánicas en el espacio interestelar: óxido de propileno, benzonitrilo (que por cierto, huele a almendras), acetonitrilo, ácido cianídrico…
Me voy a tirar el lujazo de intentar una definición lo más amplia posible del concepto de vida. Y lo voy a hacer porque necesito citar el término y no es fácil dar con alguno que sea de aceptación universal cuando se sale de lo obvio. Eso de nacer, crecer, reproducirse y morir es evidente para un humano o una ameba, pero empieza a ofrecer dudas si bajamos al nivel de las bacterias (salvo que alguien se la cargue, una bacteria no muere nunca: simplemente deja de existir porque se escinde en dos hijas), y no digamos ya al de los virus, que apenas son un fragmento de ADN rodeado de proteínas, cuya única razón de ser es reproducirse a base de aprovecharse de otros seres más complejos.
Voy con ello, a ver qué me sale:
“Vida es la cualidad que poseen ciertas realidades materiales para conservar su información estructural y reproducirla”
Seguro que hay por ahí más de una formulación más o menos afín a esta; pero me quedo satisfecho con mi propuesta.
Cualquier cosa inerte, una silla, una piedra, una nube, son realidades materiales poseedoras de información estructural. Pero a mi entender no poseen ni actitudes ni posibilidades para conservar dicha información; y mucho menos para reproducirla. Las piedras no hacen más piedras. Los virus sí hacen más virus, los cuales conservan la información estructural de sus predecesores.
Soy consciente de que una perspectiva tan amplia del concepto “vida” tiene sus riesgos, incluidas las desasosegantes expectativas de la vida artificial, en todas sus vertientes. Vayamos a un posible límite: el día que superordenadores cuánticos dotados de inteligencia artificial avanzada sean capaces de construir réplicas de ellos mismos… ¿estaremos ante nuevas formas de vida? De momento lo dejo ahí, porque estoy empezando a marearme, y retornemos a lo que estábamos.
Tras varios milenios de mitología y de procesos inductivos, estamos empezando a conocer de verdad qué es lo que hay allá afuera; y a cada dato que incorporamos, resulta más evidente que esto no es sino una particularización de unas pautas generales que se repiten una y otra vez. Que somos un ejemplo más, vaya, apenas otro guijarrito estelar, otra piedra con cosas que se desplaza por el espacio bailando al tiempo diferentes piezas: una con la luna, otra con el sol, otra con todo el sistema solar al tiempo, otra con la galaxia entera… Y nuestros elementos, son los mismos de los que están hechos el resto de nuestras parejas de baile. Siendo todo esto verdades constatas… ¿puede caberle a alguien la más mínima duda de que, allá afuera, debe haber vida a raudales, como pasa con todas aquellas otras piezas que antaño creíamos excepcionales (sistemas planetarios, agua, oxígeno, materia orgánica…)?
Pero lo cierto, me temo, es que aún tenemos que seguir haciendo razonamientos inductivos, porque aunque las pistas sean abrumadoras aún no hemos dado con ningún alien. Pero las pistas van orientando el camino, y ya no buscamos preferentemente a ET (ilusionados), o a Depredator (aterrados), sino que nos enfocamos más hacia las búsqueda de estremófilos en el subsuelo de Marte, o calamares en los océanos de Europa. No tardaremos mucho en buscar alguna suerte de cristales orgánicos autoreplicantes a bordo de asteroides… que son lo más feo que se me ocurre que pueda encajar con la definición de “vida” que antes esbozaba… pero que encajaría.


En Próxima B, o en otros exoplanetas no demasiado lejanos, a saber qué podríamos legítimamente buscar. Pero desengañémonos: no seremos nosotros los que nos asomemos a esos mundos, por mucho que cambiemos nuestras gafas de culo de baso por el mejor de los telescopios: allí solo se asomarán, y puede que incluso vayan, nuestros descendientes remotos, dentro de varios miles de años. Seres que, a saber qué tienen en común con nosotros y qué no. Me estoy empezando a marear de nuevo, de manera que regreso más cerquita, a ver si acabo con esto.
Si me dan a elegir, preferiría conocer primero a ET, o incluso a los cefalópodos “europeanos” (acudo a ese palabro porque no sé si hay un gentilicio oficial para los posibles habitantes de la luna de Júpiter…). Pero sea lo que sea, incluso si se trata del anodino kéfir de asteroide que sugería, el día que demos con él la conclusión será inapelable: NO ESTAMOS SOLOS…
¿Os dais cuenta de la implicaciones de algo así…? Yo creo que sería el hallazgo más grande de la historia de la humanidad. Sería constatar que la vida no es un milagro, sino una vocación de la materia. En definitiva: un sutil proceso geológico.
Constatar que no somos un barroco e inexplicable grumo de extrema complejidad, sino el fruto inevitable de un árbol en el que se dieron las condiciones adecuadas. Un árbol más del bosque cuasi infinito del cosmos, en el que al mismo tiempo se dan innumerables veces esas mismas condiciones, u otras equivalentes. Y cada vez que eso pasa, el Ser se manifiesta, lo desagregado se agrega, se organiza en una espiral de complejidad hasta alcanzar el nivel de estructuras autorreplicantes dotadas de consciencia.
Y cuando esa consciencia llega al punto adecuado, mira hacia fuera, en busca de sus hermanos.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Juicio Final

Llegará ese día. No está escrito, no nos hagamos líos. Pero está ahí, más cerca de lo que crees. Confío, te deseo, que sea una sorpresa. Algo inesperado, como esas resoluciones administrativas que acaban por fin con un largo pleito, o como ese día despejado y caluroso que clausura un invierno que ya duraba demasiado. Hay más opciones, pero seguramente no son mejores. Que te pille como un “¿Ya…? Pues por fin…”. Y a ello.
Entonces, en contra de todas las recomendaciones literarias y cinematográficas, iras hacia la luz. Yo ya he ido… pero solo los primeros metros, apenas hasta la puerta del tobogán, bastante antes de cuando no toca decidir nada más. Si pasas de ahí, si vas definitivamente hacia la luz, sea una sorpresa, una bendición o una putada, poco importa, te cuento lo que va a pasar. Estoy seguro de cómo empieza, no de cómo acaba:
A mitad de mullida bajada, flotando en esa confortable nube que no requiere decisiones, se presentará ante ti el Ángel Contable. No te dará tiempo a ponerle cara ni nada, no hará falta, tan desconcertado como te dejará su presencia. Y más aún sus preguntas. Llevará, cuenta con ello, algo parecido a un folio muy grande y un bolígrafo (antes llevaba tablillas o pergaminos. Lo mismo a ti te entra con una tablet, o con el dispositivo que entonces corresponda), el cual dividirá con una ralla vertical, y dirigiendo su artilugio de consignar al ángulo superior izquierdo, te preguntará:
- Disculpa: a lo largo de tu vida ¿cuántas veces te has corrido? ¿Cuántas te reíste a carcajadas? ¿Cuántas comprendiste que estabas aprendiendo algo? ¿Cuántas veces te sentiste en casa? ¿Cuántas tu alma se conectó con otra alma? ¿Cuántas nada te importó nada, porque todo era correcto? ¿Cuántas compartiste alegría? ¿Cuántas veces aceptaste que nunca habías estado solo, que tu vida no era solo tuya, que tú y los demás, y el TODO, no eran sino particularizaciones de lo mismo…? No pongas esa cara, no te voy a preguntar que cuantas veces hiciste el bien o que cuántos de tus actos los movió el altruismo. Los que estamos de este lado sabemos de sobra que tus actos más desinteresados pueden haber dado en mierda, y que acciones que hiciste al descuido, sin prestar atención, han podido ser la mejor noticia para alguien a quien nunca conocerás. La voluntad es impura, tendenciosa y limitada. El corazón, no.
Aunque creas que no recuerdas apenas nada de lo que te está preguntando, te equivocas. Si dejas de hacer memoria, los recuerdos acuden en cascada, y antes de bajar tres peldaños más por el tobogán de nubes, el Ángel Contable tendrá ya su primera lista completada. A continuación, y apuntando al otro lado de su lienzo en blanco, continuará su entrevista.
Y… ¿cuántas veces sentiste miedo? ¿Cuántas deseaste algo malo a alguien? ¿Cuántas todo te pareció equivocado e inútil? ¿Cuántas creíste que estabas malgastando tu vida, que por ahí no era, que transitabas el camino equivocado? ¿Cuántas deseaste descargar tu frustración sobre quien fuera o lo que fuera, qué más daba? ¿Cuántas nada te importó nada? ¿Llegaste a desear no haber nacido? No te preguntaré que cuantas veces hiciste el mal o que cuántos de tus actos fueron fruto del egoísmo. Los que estamos de este lado sabemos de sobra que tus actos más ruines pueden haber dado en nada, y que acciones que hiciste al descuido, sin prestar atención, han podido ser la mayor desgracia para alguien a quien nunca conocerás. La voluntad es impura, tendenciosa y limitada. El corazón, no.
Tres peldaños de nubes más abajo, y aún a mitad de tobogán, el Ángel Contable trazará dos rayas debajo de sus listas, realizará con asombrosa rapidez las cuentas correspondientes y te informará del veredicto:
- Amigo mío, el resultado es 60% de bonito y 40% de feo…
O tal vez sea al revés. O lo mismo la proporción sea 80/20, o 50/50… Cada cual hace su propio recorrido, el rango de variación es de 0 a 100 para ambas partes del inventario.
Quieras o no, ante la evidencia del resultado, tus labios adquirirán cierta dulzura… o cierta amargura. Superarán a la más inimaginable de las mieles, o destilarán más angustia que la noche de todos los arrepentimientos.
Cuando te vuelvas en busca de tu examinador, ya sea para celebrar tu nota o para pedir la revisión del examen, no estará allí. Acaso pienses, fugazmente, que todo ha sido una farsa, una emboscada, que nada de esto está pasando, que ha sido una argucia de tu subconsciente. O de tu cerebro, que se está desenchufando.
Pero lo cierto es que el tobogán se estará entonces terminando, que estarás a punto de llegar al principio del resto. Y nada podrá evitar que llegues allí con ese sabor en tus labios.
No me preguntéis cómo sigue la cosa, como… ¿acaba? Ya os he dicho que solo he estado al principio del tobogán, desde donde no puedes ver a dónde llega. Pero, de que acabaréis cogiéndolo, que tocará inventario y que de ahí saldrá el sabor de boca final con el que os iréis de aquí, yo que vosotros no dudaría.
Y cuanto mayor sea la dulzura de vuestra boca el día del adiós, mayor será la de los que dejáis aquí…

domingo, 31 de marzo de 2019

¿Por qué no rellenamos la España Vaciada... con emigrantes?

Aunque el término sea relativamente nuevo, hace ya mucho que conozco personalmente a la famosa “España Vaciada”. Cuando más la traté fue durante las décadas dedicado a redactar Estudios de Impacto Ambiental de grandes infraestructuras, tipo autovías y trenes de alta velocidad. Como mera referencia, que a muchos sorprenderá: desde que a alguien se le ocurre que podría ser interesante implantar determinada infraestructura hasta que los usuarios la transitan, es frecuente que pasen diez o más años de estudios, análisis, anteproyectos, proyectos, obras…
Pues bien, yo participé en los primeros estudios de si merecía la pena construir una autovía entre Valencia y Zaragoza, a comienzos de los noventa; y llegué a hacerlo también en las obras de uno de sus tramos, a comienzos de este siglo. Década y pico analizando datos, y datos, y datos (geología, hidrología, clima, fauna, flora, paisaje, usos del suelo, economía, costumbres, demografía, arqueología…), de un territorio que tenía cosa de 180 Km de largo (desde el puerto de Escandón, al sur de Teruel, hasta Zaragoza), por 20 de ancho, que era la franja de territorio por donde se analizaban las alternativas para construir la autovía en cuestión. 180 x 20 Km dan 3.600 Km2, que es bastante más que Luxemburgo, o diez veces Malta. Pues bien, en ese territorio vivían entonces —ahora supongo que no llegarán— menos de 50.000 personas, incluyendo las 30.000 de la populosa Teruel City (dejando obviamente fuera a Zaragoza). Menos de la mitad de los que vivían en el madrileño distrito de Chamberí, en el que me crié. Por cierto, tanto en Luxemburgo como en Malta viven y ya vivían entonces más de medio millón de personas.
Pero no me quiero enrollar más con mi relación personal con la España Vaciada —el ejemplo anterior es uno de los muchísimos que podría poner— sino apoyar una idea que siempre me rondó la cabeza, y que últimamente se empieza a oír, por aquí y por allá: ¿qué tal si para repoblar esas inmensas superficies de tierras semideshabitadas, no acudimos a la más obvia y sencilla de las soluciones, como es traer gente?
Parece consensuado que eso de que el campo se quede vacío es una mala idea. Es desaprovechar recursos, perder tradiciones y culturas, que todos nos apiñemos en una pequeña superficies de territorio que sometemos al máximo estrés. En el campo se produce la comida. Del campo vienen todas las materias primas. En el campo se produce la energía (esto cada vez es más absolutamente así, desde que las renovables cogieron definitivamente el relevo). Dejar que el campo se vacíe es un lujo que ninguna sociedad se puede permitir. Pero el proceso lleva andando desde la Revolución Industrial, recrudeciéndose en España a partir de los años 60 y acelerando aún más en la actualidad, por una sencilla razón: la vida en el campo es menos confortable, más dura, más aburrida, con menos posibilidades; y generalmente, más corta.
Si os dais cuenta, todas las razones que citaba en el párrafo anterior son relativas: menos confortable, más aburrida, etc., confrontando a un campesino de la meseta con un funcionario de cualquiera de nuestras urbes. Pero si la comparamos con otras circunstancias vitales, como por ejemplo las de ser pastor de cabras en Senegal o agricultor del Sertão brasileiro, la vida de los labriegos aragoneses y manchegos seguramente pasaría a parecernos idílica. Y a ellos, también.
Los problemas demográficos españoles van más allá de los derivados del despoblamiento rural. Por mucho que les duela a los retrógrados que vienen ahora añorando pasados casposos, las mujeres en España ya nunca volverán a ser electrodomésticos ni ganado sexual/fábricas de descendientes, y como nuestra legislación en materia de conciliación es tan precaria, cada vez van a tener menos hijos. Eso por una parte. Y por la otra, nuestra longevidad es tremenda ¡Somos el segundo país del mundo con mayor esperanza de vida, solo superados por Japón…! No me resisto a añadir, como cuña, que ellos lo consiguen a base de comer muy poco, básicamente algas y pescado crudo, y nosotros a base de aceite de oliva, jamón, vino e intensa vida social. Yo no me cambiaba por ellos ni aunque me garantizaran diez años más de vida.
Total, que tenemos ya, y cada vez será más acusado, un país de viejos urbanitas. Mañana,  ¿quién cultivará los campos? ¿Quién tendrá nuevas ideas para que sigan pasando cosas? (los viejos no somos precisamente locomotoras de la innovación). Yendo a lo más prosaico, y con independencia de que las cosas en un futuro puedan ser algo distintas de lo que ahora son: ¿quién pagará nuestras pensiones?
Blanco y en botella. Y no es horchata: necesitamos más gente. Un chorro de gente, joven y con ilusiones, que a su vez fabriquen más gente. Pues mira tú por dónde, resulta que de eso mismo, este planeta tiene de sobra: millones y millones muriendo de ganas de que se les brinde esa oportunidad. El favor sería mutuo: ayudaríamos a esa gente a mejorar radicalmente de vida, y su integración en nuestra sociedad sería para nosotros una transfusión de vitalidad, en todos los sentidos, que nos es absolutamente imprescindible.
Ojito: todo con cabeza. Una cosa es tener la humanidad de no dejar que pobres infelices se ahoguen a nuestras puertas en barquitos de juguete, y otra pensar que ese es el caladero que estoy proponiendo para repoblar nuestros campos. Lo que propongo es una migración ordenada, no para saturar aún más de manteros las Ramblas y Gran Vía, sino para que en los tristes pueblos de la España profunda en los que ahora viven doscientos infelices vuelvan a vivir los dos mil que eran a principios del siglo XX. Ahora mismo, hay 4.000 municipios con menos de 500 habitantes. Pongamos que, de media, tengan unos 250. Elevar esas poblaciones hasta los 2.000 requeriría de un aporte migratorio de 7 millones. El Estado tendría que aportar los medios adecuados para que los nuevos pobladores tuvieran una vida digna (educación, sanidad, cultura…), recolocar a la gente con cuidado para no crear guetos monoculturales, y ayudarles en la arrancada para poder hacer de nuevo nuestros campos productivos. Y productivos de qué se yo, no necesariamente de la cebada de siempre. Acaso otros cultivos, otros ganados o incluso otros usos (energía solar, por ejemplo), que ahora son viables y antes no lo eran. Y todo ello asumiendo que el cambio climático no es una hipótesis, sino nuestro presente: lo siento, mis tiernos ecologistas, eso es absolutamente imparable, y solo nos queda adaptarnos a él. Nuestros ancestros también se adaptaron al final de la glaciación… y no  les fue mal del todo.
A lo que estábamos: traer ordenadamente a gente a que revitalice nuestros campos. El beneficio para todos sería tremendo. Parte de la riqueza que generasen iría de vuelta sin duda a sus países de origen —las famosas remesas— contribuyendo a la mejora de las condiciones de vida en aquellas tierras. Pero la inmensa mayoría de su esfuerzo y de su talento se quedaría entre nosotros.
Y no, no es buenismo ingenuista, no es generosidad gratuita, como si nos sobrase para ello: es inversión pura y dura, es búsqueda de savia nueva para evitar que nos marchitemos. Porque a base de mejorar internet en los pueblos y de disminuir la carga fiscal a los emprendedores rurales, que es por donde nuestros actuales políticos parecen ir, lo mismo se consigue ralentizar algo el despoblamiento; pero con ese tipo de medidas, revertirlo es totalmente imposible.

domingo, 10 de marzo de 2019

El disputado voto del Señor Míguel

No he podido resistirme a la paráfrasis, bastante obvia para los que tengáis ya unos cuantos años: “El disputado voto del Señor Cayo”, oportunísima novela de Miguel Delibes (aunque seguramente casi todos lo que recordaréis será la película, magistralmente protagonizada por Francisco Rabal), que reflejaba con patética ironía las contradicciones de la llegada de la democracia a una España que era varias: la roja, la azul, la urbana, la rural…
Las cosas han cambiado por suerte muchísimo desde el 77, y yo no soy ningún alcalde ermitaño al que seducir. Pero siento mi voto como mínimo igual de dividido que lo sintió en su día el Señor Cayo. Se nos avecina un diluvio de elecciones y estoy más indeciso que nunca; lo que en mi caso no es poco, ya que llevo toda la vida votando la opción que acaba ganando tras duras luchas internas entre un irrenunciable idealismo y el más racional pragmatismo.
Hace poco oí hablar de Jason Brennan, otro pensador a contracorriente, como yo; solo que catedrático reconocido y algo más famoso que este poliedro. No le he leído, lo reconozco, y es probable que si analizo en detalle sus ideas lo mismo me espeluznan. Pero el mensaje que me llegó de él me pareció de una demoledora lucidez. Intentaré un resumen: “La democracia es de largo el mejor sistema con el que hemos dado hasta la fecha, y las sociedades más prósperas y justas son las democracias consolidadas. Pero acaso habría que intentar dar con otro sistema mejor, pues el punto débil de la democracia es la ignorancia supina de la mayoría de los votantes, que cabe agrupar en tres categorías: 1) Hobbits, gente inculta que viven en su microcosmos y cuya pulsión natural es no votar; pero como son muy manipulables, a veces sí lo hacen… con resultados desastrosos: Trump, Le Pen, Brexit…; 2) Hooligans, fanáticos compulsivos que votan siempre a sus colores, vaya quien vaya en las listas y hayan hecho lo que hayan hecho; 3) Vulcanianos, seres analíticos, cultos e implicados, que se informan y votan a la opción que consideran en cada caso más adecuada para la resolución de los problemas. Si los Vulcanianos fueran mayoría, la democracia sería perfecta. Pero como rara vez superan el 20%, es el otro 80% de Hobbits y Hooligans quienes finalmente deciden (¿deciden?) quién manda”.
No sé si me ha quedado un poco largo, pero es que ahí hay un montón de ideas interesantes, y no he sido capaz de mayor brevedad.
El lío, lo peligroso de la argumentación anterior, es que abre la puerta a las restricciones del derecho a voto (tirando de ese hilo, solo deberíamos votar el 20% de Vulcanianos… porque, con todos los respetos, lo soy), y eso históricamente está más que probado que acaba desembocando en la tiranía, en el gobierno de unos pocos, que por muy cultos que sean no dejan de ser humanos, y al final acaban arrimando el ascua a su propia sardina. Salimos de la sartén, para caer en el fuego.
De acuerdo con el diagnóstico de Brennan, a mí lo que se me ocurre como mejor opción no es privar del derecho a voto a los burros, o hacer que sus votos valgan menos que los de los listos (¿quién pondría las rayas, con qué criterios…?), sino poner como objetivo prioritario social y común reducir el número de Hobbits y Hooligans y aumentar el de Vulcanianos. Lo mismo el ilustre Vulcaniano Brennan no se ha dado cuenta, pero las sociedades más justas y prósperas del planeta no son necesariamente las democracias más antiguas y consolidadas, sino aquellas en las que, además, el nivel cultural medio es más alto. Vale, yo tampoco soy tonto, y no se me escapa que una sociedad con pocos Vulcanianos es mucho más fácil de dirigir ¿verdad, Putin, Erdogan y compañía? El problema es endiabladamente complejo, y por eso lleva ahí lo que lleva.
Bueno, tras la divagación anterior voy ya a lo que se supone que iba, que si no esto se hace eterno: ¿a quién voto ahora yo, con el panorama que tenemos delante?
De siempre, fui más de izquierdas que de derechas. Pero sin exageraciones. Socialdemócrata, supongo, o algo así. Todo lo cual no quita que, en su momento, votase por ejemplo ecologista, cuando consideraba imprescindible que se prestara más atención a los problemas medioambientales, cosa que en los ochenta a nadie parecía preocuparle en exceso. Estamos en otra fase de la historia, y no considero que un voto de ese tipo sea ahora mismo de utilidad.
Años atrás, anduve cerca de UPyD. Incluso estuve en una de sus listas a las elecciones de mi pueblo, aunque en un puesto simbólico y sin posibilidad alguna de salir concejal. Pero el proyecto se murió (sería muy largo aquí hacer una elegía o una autopsia, de modo que nos la ahorraremos), de modo que ya no es ninguna opción.
Seguí con cariño y simpatía el nacimiento de Ciudadanos. Pero poco a poco se han ido escorando y escorando, haciendo recordar aquello de que “la cabra, tira al monte”, como mis amigos más de izquierdas siempre se empeñaron en señalarme, de modo que aunque me siguen gustando mucho algunas de sus ideas y de sus gentes, me dan más miedo que un nublado. Sobre todo después de pactar en Andalucía con una gente que son, literalmente, el franquismo sin Franco. Nada menos. Y como diría Sabina “…como habrán adivinado, la señora y el señor, los apellidos del muerto al que me refiero yo…”, pues me voy a dar el gustazo de evitar nombrarlos, que para mí que, a base de hacerlo, se les está haciendo más grandes e importantes de lo que en realidad son.
Con todos los anteriores antecedentes, parecería obvio que soy carne de PSOE. Pero es que después de la que acaban de liar, pollito, me dan como mínimo el mismo miedo que Ciudadanos ¿Pero cómo se le puede ocurrir a nadie ir a pactar con los secesionistas catalanes, una gente cuyo objetivo cuasi único es liquidar España para crear un estado inviable, con lo que el 20% de mis compatriotas se irían al mismísimo limbo, durante varias generaciones? Es como hacer jefe de bomberos a Nerón. Da igual lo noble de la causa: el fin nunca justifica los medios. Jamás se debió pactar con esa gente, de la que ya tengo hablado en este foro en un montón de ocasiones, y de la que tengo una opinión muy clara, que cabe resumir en la siguiente idea: El nacionalismo (CUALQUIER NACIONALISMO), es supremacismo aldeano, amor enfermizo por el propio ombligo que se justifica en un único argumento: “qué confortable es mi zona de confort”.
De modo que, menudo panorama... Para los utopismos, es tarde (de aquí a 8 meses, cumpliré 60). Ciudadanos me da miedo, por cómo se está escorando. El PSOE también, por haber perdido el norte con aquello de el fin y los medios.
Si pudiera elegir, al menos para España y Europa (mi pueblo y mi región son asuntos más locales, y ahí me importan más las personas que las siglas), querría una coalición PSOE-Ciudadanos, que son las dos formaciones de cuyas perspectivas me siento más cercano. De hecho, sus ideologías no están tan alejadas, y seguramente por eso se tiran a degüello la una contra la otra, sabiendo que buena parte de sus votos los pescan en los mismos caladeros.
El PSOE, de la mano de Ciudadanos, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin la hipoteca de tener que contentar a los eternos chantajistas periféricos. Ciudadanos, de la mano del PSOE, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin deberles nada a los herederos del franquismo. No me puedo creer que Sánchez se sienta más cómodo con los trasnochados Garibaldis que han llegado a la historia 150 años tarde, o con la amalgama heterogénea de buenismos y utopías que es Podemos, que con la gente de Ciudadanos. Y tampoco me creo que Rivera se sienta más cerca de la rancia derecha pepera, que aún no sabe que perdió el poder por culpa de una corrupción intrínseca que se empeña en ningunear, o de la aún más rancia nostalgia de la Panña del NODO de Abascal, que de la gente del PSOE.

Pero no se vota a coaliciones, sino a opciones teóricamente autosuficientes…
¡Ay Cayo, Cayo…! Tú que tienes más perspectiva que yo de estas cosas… ¿qué hago…?

lunes, 25 de febrero de 2019

Cómo combatir la pederastia en la Iglesia Católica

Crecí en la España de los sesenta, de modo que me eduqué en un contexto tradicionalista católico, como no podía ser de otro modo. Sin estridencias ni exageraciones, pero tradicionalista y católico. Solo que como era muy curioso e inquieto, pronto me alejé de aquella fe. Primero, buscando alternativas con las que contrastar; y luego, tras darme cuenta de que todo lo que me parecía atractivo del cristianismo no era en realidad patrimonio suyo, sino parte de un sustrato humanista universal. Y desde ahí, salí navegando en busca de mis propias explicaciones. O mejor dicho, de mis propias aproximaciones a una verdad por naturaleza inasible. Y en ello sigo…
Lo anterior lo he dejado caer para que, quien no me conozca, pueda situarme y hacerse cargo de quién y desde dónde suelta las pedradas que me dispongo a soltar.

Francisco, el actual Papa, me parece una buena persona. Probablemente mejor que sus últimos antecesores. Pero lo va a tener jodido, porque gobierna una nave que salió de los mismos astilleros que El Titanic: un monstruo con más inercia que una galaxia y menos cintura que una tabla del pan. Acaso por eso su publicitada cumbre contra la pederastia se vaya a quedar en muy poquito. Y no lo digo dando coba a las víctimas, cuyas críticas no son obviamente demasiado imparciales, e inevitablemente hacen pensar en esa delgada línea que separa la justicia de la venganza. Lo digo porque, para mí, la cosa se resume en recetar calmantes para combatir el de dolor de muelas… cosa inteligente y necesaria, pero que si se queda ahí, con seguridad no servirá para nada. Además de calmantes habrá que tirar de antibióticos, y cuando acabe la infección hacer una endodoncia, o lo que sea para luchar decididamente contra la causa del dolor. O de lo contrario, todo volverá al punto de partida.
La cosa me recuerda a otras soluciones simplistas, aparentemente eficaces en el corto plazo pero que es imposible que puedan resolver los auténticos problemas de fondo. Por ejemplo, el iluminado de Bolsonaro, ese Trump brasileiro que, acaso fruto de una epifanía (no en vano su nombre de pila es Jair Messias), ha dado con la fórmula mágica para acabar con la delincuencia en Brasil, una de las más altas de todo el planeta: “poderes absolutos a la policía, y armar a la población”. O sea, para acabar con el mal, acabemos con los malos ¿Eso es todo, alma de cántaro? ¿No se te ha ocurrido que, detrás de cada capo, de cada jefe de pandilla o de banda, hay un segundo, y detrás un tercero, y un cuarto…? ¿Cuánto calmante piensas administrar a tu sociedad… antes de acordarte de que existen los antibióticos?
Lo de ir a la infección, en el caso de la pederastia en la inglesa, yo lo veo así: no se puede imponer la asexualidad a nadie, porque somos seres intrínsecamente sexuados. Sería como imponerle a alguien renunciar al sentido del humor, o al gusto por la música. Si te haces cura, prohibido reírte, prohibido tararear u oír música. Ridículo, ¿verdad? Pues igual de ridículo es decirle a alguien “a partir de ahora, para que tus energías no se disipen y se concentren en el amor universal no particularizado, quedas declarado asexuado” ¿Así de fácil…? Pues va a ser que no. Y es que no. No funciona, no sucede. Cierto que hay gente rara, rara, rara, a la que cosas así le pasan. Gente que decide no hablar nunca más, y lo consiguen. Eremitas herméticos de todas las fes, que viven en el fondo de una cueva, o subidos a una piedra durante años incontables. Pero son excepción, no norma ¿Cómo habría de serlo eso de ser asexuado por decisión, criterio o decreto?
Ahí tenemos la infección: una legión de buenas personas asumiendo una castración metafísica como elemento imprescindible para formar parte de una casta de santos. Menudo dislate…
Querido Jair Messias (permitidme el bucle, que tiene su sentido): si no acabas con las causas de la delincuencia, siempre tendrás malos que suplan a los malos eliminados. Y las causas de la delincuencia, en un 90%, como poco, son la miseria y la desigualdad. Compara los niveles de miseria y de desigualdad de Brasil con los de Canadá o Suiza, y cotéjalos con los de delincuencia. No es probable que los brasileños sean intrínsecamente peores personas que los canadienses o los suizos. Lo que tenéis es muchos más miserables, y una parte de ellos, como pasa siempre, capaz de todo para mejorar su situación, aunque solo sea fugazmente y un poco. O luchas contra la miseria y la desigualdad, o no habrá jamás suficientes calmantes y plomo para acabar con la delincuencia de tu/mi amado país.
Francisco: da igual que reconozcas la culpa, que te comprometas a denunciarla, que pongas pilas con calmantes al lado de las de agua bendita: o acabas con la castración metafórica de la curia, o la infección rebrotará, y rebrotará, y rebrotar, per secula seculorum. Haz compatible el sacerdocio con la vida de pareja, que los curas puedan ser hombres al completo. Hay abogados de sobra para resolver posibles problemas patrimoniales y de herencias. Y el que tiene carisma lo tiene, sí o sí, tenga pareja o no. O no lo tendrá nunca.
Otra es que en los seminarios se castre químicamente a los futuros sacerdotes… aunque me parece un poco más bestia.
Y ojito, que no digo que con eso que propongo se resuelva todo. Pero que llovería menos, no lo dudéis ¿O acaso no hay bastante menos delincuencia en Canadá o en Suiza que en Brasil…?

lunes, 28 de enero de 2019

Guerra al coche

No es que sea una tendencia, es que hay unanimidad: GUERRA AL COCHE. El coche es un objeto dañino, contaminante, egoísta, un lujo individual que no nos podemos permitir, y todos los políticos que quieran seguir ahí no tienen otra que apuntarse a la cruzada.

Vale, pues para no perder la costumbre, el Poliedro se va a colocar en el ángulo contrario. Y no para defender al coche como opción, sino para evidenciar su inevitabilidad, al menos en esta fase de la evolución humana, como lo fueron en su día el caballo, y antes el cuchillo, y antes aún el fuego.
Hay por ahí quien argumenta que la guerra al coche es un invento del rojerío cool. La cosa podría tener su lógica, pues quienes van contra el coche generalmente ensalzan el transporte público, y esa dicotomía podría interpretarse como la eterna lucha entre lo privado y lo colectivo, lo individual y lo social, la derecha y la izquierda, trasladado al universo de la movilidad. Pero lo cierto es que va más allá, porque si se mira un poco alrededor es fácil comprobar que las políticas aticoche, sea al nivel que sea, no son patrimonio de ninguna orientación política, sino un axioma de la modernidad. Si quieres estar a la última (y si no lo estás, adiós a los votos, adiós al poder, etc.), guerra al coche. Valga como ejemplo al alcaldesa eterna de mi pueblo, que es tan roja como una pera, y que legislatura tras legislatura galopa hacia la peatonalización de su villa, restringiendo al mínimo los espacios para los coches y agrandando los destinados a los peatones, que hoy en día podrían acoger sobradamente a más del doble de los que somos sus reales usuarios.
Mi alcaldesa, decía, galopa a caballo de la ola de la modernidad, y ésta es dictada desde los grandes centros de poder, en todos los sentidos, que no son otros que las grandes ciudades. Allí se elaboran los modelos y desde allí se reparten las consignas. Solo que, por increíble que parezca, nadie parece haberse dado cuenta de que las grandes urbes, aunque concentren a mucha población (lo que determinan que sean los motores de la humanidad), apenas representan una superficie insignificante del planeta, y en ellas no vivimos ni la tercera parte de los humanos. Ojito, que a nivel nacional me estoy refiriendo a media docena de ciudades (Madrid, Barcelona, Sevilla, etc.), no a Cáceres o Santander. Y no digamos ya a las localidades de quince mil habitantes o menos, que es por donde yo ando. Está bien el concepto de “ciudadano” como individuo dotado de derechos individuales emanado de la Revolución Francesa, pero es muy torpe equipararlo al de “habitante de una ciudad”, cosa que yo creo que quedaría mucho mejor definida como “urbanita”, término al que podría contrastarse el de “ruralita”, que es lo que yo soy. Que es lo que somos más del 60% de los españoles: gente que vive en el campo, ya sea en grupos de unos cientos o de unos pocos miles, pero que, sin ninguna duda, no vivimos en una ciudad.
Yo fui urbanita desde que nací hasta los veintitantos, y desde entonces soy ruralita. Voy a Madrid y a otras ciudades con frecuencia, por motivos de trabajo o simplemente a socializar. Pero vivir en una ciudad sería ahora para mí inconcebible. En ellas el peso de lo artificial es absoluto, el planeta Tierra es apenas un lejano sustrato imperceptible. Todo está construido, armado, acoplado a la escala humana. Y además, gente a cascoporro, gente y gente y gente… y todo lo que eso tiene de bueno, por las posibilidades que ofrece, lo tiene al tiempo de restrictivo en lo referente a la libertad y la intimidad. Las ciudades. Sitios deslumbrantes que visitar, donde hacer cosas... y de las que salir después corriendo.
Vale, pues el 99% de los políticos con mando, los que dirigen el cotarro, son urbanitas. Peor aún, algo más de un tercio de ellos son también funcionarios… Como suena (ya advertí que no me iba a romper los cuernos buscando datos que avalaran mis argumentos, pero el que quiera que lo compruebe, que es fácil). Y lógicamente, estos funcionarios urbanitas legislan desde su perspectiva, que no es precisamente la de los ruralitas no funcionarios, como yo y como la mayoría de sus compatriotas. Manuela Carmena, (urbanita, funcionaria y roja), como antes Ana Botella y Ruiz Gallardón (urbanitas, funcionarios y azules), y todos los anteriores alcaldes de Madrid, fueron empujando siempre en la misma dirección, cada cual a su paso, guerreando contra el coche, echándolo de la ciudad. Y lo más probable es que hicieran lo correcto, que en las megalópolis del planeta el vehículo de transporte individual no sea una opción. De todas ellas también se expulsó en su día a los caballos, que habían sido los coches durante varios milenios, y la idea fue acertada.
El problema no es que las grandes ciudades se organicen eliminando a los vehículos automóviles particulares como medio de transporte interno (por cierto ¿los urbanitas del futuro tendrán prohibido tener coche, aunque sea para usarlo fuera de la ciudad? Y si no es así ¿dónde los van a guardar, y por dónde los van a meter y a sacar?), sino que las ciudades medianas intentan imitar a las grandes, y después las pequeñas a las medianas, y al final mi pueblecito quiere parecerse a Madrid, se lía a resolver problemas que no tiene y nos complica a todos la vida gratuitamente.
La guerra al coche está destinada al fracaso, porque el coche es libertad. Obviamente, los coches no deberían funcionar a base de quemar dinosaurios y bosques de helechos, disparate anacrónico delirante en pleno siglo XXI. Pero una cosa es exigir que los coches dejen de contaminar, y ya estamos en ello, y otra que, de la mano de la cosa, se satanice con carácter general al coche. “Le recomendamos que utilice el transporte público” ¿No te jode…? A Madrid claro que voy en bus, y allí claro que me muevo en metro. Pero en mi pueblo ¿cómo llevo a mis hijos al colegio, cómo hago la compra, cómo voy a trabajar, sin coche? Si el planeta entero, algún día, fuera una gigantesca ciudad que lo cubriera todo, obviamente no tendrían sentido los medios de transporte individuales. Imágenes como esa, que para mí siempre son distópicas, salen a menudo en películas futuristas. Pero mientras no sea así, mientras los ruralitas sigamos existiendo, el coche, ya sea eléctrico, o impulsado por algún otro sistema hoy en día inimaginable, ya sea terrestre o volador, será una herramienta imprescindible para nuestra subsistencia, como lo fue antes el caballo, y antes el cuchillo, y antes aún el fuego…
Rematemos el asunto con una broma genial que viene bastante al pelo, de mis admirados editores de elmundotoday: CARMENA INICIA LA PEATONALIZACIÓN DE MARTE