lunes, 25 de febrero de 2019

Cómo combatir la pederastia en la Iglesia Católica

Crecí en la España de los sesenta, de modo que me eduqué en un contexto tradicionalista católico, como no podía ser de otro modo. Sin estridencias ni exageraciones, pero tradicionalista y católico. Solo que como era muy curioso e inquieto, pronto me alejé de aquella fe. Primero, buscando alternativas con las que contrastar; y luego, tras darme cuenta de que todo lo que me parecía atractivo del cristianismo no era en realidad patrimonio suyo, sino parte de un sustrato humanista universal. Y desde ahí, salí navegando en busca de mis propias explicaciones. O mejor dicho, de mis propias aproximaciones a una verdad por naturaleza inasible. Y en ello sigo…
Lo anterior lo he dejado caer para que, quien no me conozca, pueda situarme y hacerse cargo de quién y desde dónde suelta las pedradas que me dispongo a soltar.

Francisco, el actual Papa, me parece una buena persona. Probablemente mejor que sus últimos antecesores. Pero lo va a tener jodido, porque gobierna una nave que salió de los mismos astilleros que El Titanic: un monstruo con más inercia que una galaxia y menos cintura que una tabla del pan. Acaso por eso su publicitada cumbre contra la pederastia se vaya a quedar en muy poquito. Y no lo digo dando coba a las víctimas, cuyas críticas no son obviamente demasiado imparciales, e inevitablemente hacen pensar en esa delgada línea que separa la justicia de la venganza. Lo digo porque, para mí, la cosa se resume en recetar calmantes para combatir el de dolor de muelas… cosa inteligente y necesaria, pero que si se queda ahí, con seguridad no servirá para nada. Además de calmantes habrá que tirar de antibióticos, y cuando acabe la infección hacer una endodoncia, o lo que sea para luchar decididamente contra la causa del dolor. O de lo contrario, todo volverá al punto de partida.
La cosa me recuerda a otras soluciones simplistas, aparentemente eficaces en el corto plazo pero que es imposible que puedan resolver los auténticos problemas de fondo. Por ejemplo, el iluminado de Bolsonaro, ese Trump brasileiro que, acaso fruto de una epifanía (no en vano su nombre de pila es Jair Messias), ha dado con la fórmula mágica para acabar con la delincuencia en Brasil, una de las más altas de todo el planeta: “poderes absolutos a la policía, y armar a la población”. O sea, para acabar con el mal, acabemos con los malos ¿Eso es todo, alma de cántaro? ¿No se te ha ocurrido que, detrás de cada capo, de cada jefe de pandilla o de banda, hay un segundo, y detrás un tercero, y un cuarto…? ¿Cuánto calmante piensas administrar a tu sociedad… antes de acordarte de que existen los antibióticos?
Lo de ir a la infección, en el caso de la pederastia en la inglesa, yo lo veo así: no se puede imponer la asexualidad a nadie, porque somos seres intrínsecamente sexuados. Sería como imponerle a alguien renunciar al sentido del humor, o al gusto por la música. Si te haces cura, prohibido reírte, prohibido tararear u oír música. Ridículo, ¿verdad? Pues igual de ridículo es decirle a alguien “a partir de ahora, para que tus energías no se disipen y se concentren en el amor universal no particularizado, quedas declarado asexuado” ¿Así de fácil…? Pues va a ser que no. Y es que no. No funciona, no sucede. Cierto que hay gente rara, rara, rara, a la que cosas así le pasan. Gente que decide no hablar nunca más, y lo consiguen. Eremitas herméticos de todas las fes, que viven en el fondo de una cueva, o subidos a una piedra durante años incontables. Pero son excepción, no norma ¿Cómo habría de serlo eso de ser asexuado por decisión, criterio o decreto?
Ahí tenemos la infección: una legión de buenas personas asumiendo una castración metafísica como elemento imprescindible para formar parte de una casta de santos. Menudo dislate…
Querido Jair Messias (permitidme el bucle, que tiene su sentido): si no acabas con las causas de la delincuencia, siempre tendrás malos que suplan a los malos eliminados. Y las causas de la delincuencia, en un 90%, como poco, son la miseria y la desigualdad. Compara los niveles de miseria y de desigualdad de Brasil con los de Canadá o Suiza, y cotéjalos con los de delincuencia. No es probable que los brasileños sean intrínsecamente peores personas que los canadienses o los suizos. Lo que tenéis es muchos más miserables, y una parte de ellos, como pasa siempre, capaz de todo para mejorar su situación, aunque solo sea fugazmente y un poco. O luchas contra la miseria y la desigualdad, o no habrá jamás suficientes calmantes y plomo para acabar con la delincuencia de tu/mi amado país.
Francisco: da igual que reconozcas la culpa, que te comprometas a denunciarla, que pongas pilas con calmantes al lado de las de agua bendita: o acabas con la castración metafórica de la curia, o la infección rebrotará, y rebrotará, y rebrotar, per secula seculorum. Haz compatible el sacerdocio con la vida de pareja, que los curas puedan ser hombres al completo. Hay abogados de sobra para resolver posibles problemas patrimoniales y de herencias. Y el que tiene carisma lo tiene, sí o sí, tenga pareja o no. O no lo tendrá nunca.
Otra es que en los seminarios se castre químicamente a los futuros sacerdotes… aunque me parece un poco más bestia.
Y ojito, que no digo que con eso que propongo se resuelva todo. Pero que llovería menos, no lo dudéis ¿O acaso no hay bastante menos delincuencia en Canadá o en Suiza que en Brasil…?