Tengo
dos noticias que daros. Una mala y una buena, como siempre. La mala, es que el
túnel carpiano de mi mano derecha reclama su momento de gloria (su hermana, la
izquierda, ya lo tuvo hace ocho años), y eso me convierte en guitarrista temporalmente
manco –aunque como percusionista aún puedo sujetarme por un rato- con lo que el
extraordinario proyecto de La Leyenda de Estós, del que ya os he informado aquí,
abre un paréntesis de algunos meses. Todos los implicados en el asunto, una
decena de artistas excelsos y temerarios (por aquello de apuntarse a los
bombardeos que les propongo), entre músicos, actores, rapsodas, gente de la
imagen, etc., me han reiterado su adhesión inquebrantable para rematar la cosa
cuando sea posible, que previsiblemente será para finales del próximo verano.
Permanezcan atentos a sus pantallas: se comunicará.
Y
ahora la noticia buena:
Regresan
las Brujas, espectáculo teatral más que original y más que conmovedor, en el
que tengo el honor de participar por gentileza del alma mater de la cosa,
Cayetana Martínez, hembra alfa de la jauría autodenominada Teatro Perro. Ahí
participo como percusionista, de modo que antes de que mi mano derecha se me
termine de dormir, contribuyo en la construcción de escenarios sonoros que
ayudan a vestir esta peculiar e imaginativa vindicación histórica de la figura
de la bruja.
Fotografía del archivo privado de Teratro Perro
Vaya
por delante, y desde ya, que sí: es un alegato feminista. Pero no tiene nada de
oportunista o de defensa a ultranza de las discriminaciones positivas. Es una
reflexión seria entorno a cómo, histórica y reiteradamente, se ha usado el
cajón de sastre de “bruja” para deslegitimar a aquellas mujeres que tenían la osadía
de salirse de sus roles asignados, enfrentándose a lo que siempre se interpretó
como el “orden natural de las cosas”, en donde el poder, la ciencia, el arte, y
todo lo no funcional, eran patrimonio exclusivo del sexo masculino. Esa sandez
es una de las más obvias cristalizaciones del patriarcado, sandez aún mayor cuyo
origen localizo intuitivamente en un pasado remoto en el que mandaba el
que daba los porrazos más fuertes. Y eso era todo.
Por
más que he buscado, no he encontrado una explicación consensuada de cuándo y
cómo se asentó el patriarcado como perspectiva global planetaria. No os
engañéis, no es un invento cristiano: asomaros al islam, al hinduismo, a la
tradición o ámbito cultural que queráis, y veréis como el modelo básico es
idéntico. Pero lo que sí parece aceptado es que no siempre fue así. No es
probable que fuera ese el esquema dominante a comienzos del neolítico, al
inicio de la civilización de las ciudades asentadas que sustituyeron a los
clanes trashumantes de cazadores/recolectores. No: hace diez, ocho, seis mil
años, el culto a la madre tierra, a los ciclos lunares, a la fertilidad,
otorgaban a la condición femenina un estatus sagrado superior. Pero poco
después, y quién sabe porqué, aquello fue pasando a ser algo primero
subsidiario, y luego meramente funcional, bajo el argumento supremo de la
hegemonía del bíceps. Qué delirio. Cuánto mejor nos habría ido de no haber prescindido del
50% de la inteligencia de la humanidad, reconvertida en poco más que ganado
sexual. Y las perdedoras no fueron ellas, fuimos todos, porque a la evidente y flagrante injusticia de impedir que pudieran ser ellas mismas hay que añadirle lo que le cayó a la otra mitad: la obligación de llevar una vida sobreactuada, en la que triunfar era obligatorio y la emotividad y
los sentimientos debilidades inaceptables.
Fotografía del archivo privado de Teratro Perro
Tengo
intención de colgar pronto una entrada que llevará el poco sutil título de “Soy
un puto marciano”. Y lo soy, porque reafirmándome punto por punto en lo que
llevo dicho, no soy feminista. Tampoco ecologista, a pesar de llevar toda mi
vida trabajando y luchando por la defensa del medio ambiente. Parte de mi
marcianidad, supongo. Pero no se debe al simple hecho de mi alergia insuperable
a las banderas, sino a que discrepo de forma contundente en las diagnosis y en
las estrategias de la mayoría de los “ismos”, empiecen por eco, por femi o por
lo que sea. Pero ya le dedicaré la prometida entrada a desenredar mis contradicciones. Ahora toca otra cosa:
OS
CONVOCO A UNA SESIÓN SINGULAR DE REHABILITACIÓN DE LAS BRUJAS. Casa de vacas, 06-03-2020,
18,00 h. Entrada libre hasta completar sus 140 butacas.
Fotografía del archivo privado de Teratro Perro
El
tema es serio, me temo —o lo celebro, según se mire— por lo que la obra no es
precisamente suavecita. Vaya también por delante: no la considero recomendable
para gente que no tenga cierta madurez (ponerle edad a eso es difícil, aunque
acaso pudiera usarse como referencia ¨…del final de la adolescencia para
adelante”), y mejor si se tiene cierto nivel de culturilla clásica. Esto último
no es que sea imprescindible, pero dado que algunas de las protagonistas
son Casandra, Circe, Sherezade o Virginia Woolf, pues si te suenan Troya, La
Odisea, Las Mil y Una Noches o las vanguardias feministas de inicios del siglo
pasado, seguro que lo disfrutas más.
Llevo
cuarenta años pisando escenarios, aunque haya sido de forma intermitente y sin vivir de ello. Pero recorrido, como que algo, tengo. Y os insisto en que, con
pocas obras, me he sentido tan conmovido, tan implicado, tan concernido, tan…
de alguna manera valioso, al contribuir a una causa indiscutiblemente noble y
justa. Y encima, disfrutando más que un enano, cuando me toca ambientar nada
menos que la destrucción de Troya o una fiesta a Dionisos. Último dato: como
será de cargada la cosa, de verdad rotunda, sólida y tremenda, que en más de un
ensayo termino llorando sobre mis tambores. Y mira que ya me sé la obra…
Allí
nos vemos.
Y
si no es allí, no os preocupéis, que esto tiene secuelas ya pactadas: permanezcan
atentos a sus pantallas…