Después de más de medio siglo de itinerario, mente inquieta,
corazón intenso, curiosidad y memoria a partes iguales, me doy cuenta de que
nada tienen que ver conocimiento y felicidad. Antes al contrario, lo primero
parece una traba para lo segundo, pues la perspectiva –y cuanto más variada,
peor- tiende a empujarnos al desengaño, a la pesadumbre.
Me curé, según salía de la adolescencia, de la adorable
ingenuidad de equiparar altruismo y bien. Algunos años después de otra simplificación
igual de cándida, la de considerar que el bien era de alguna manera nuestra
justificación o destino. Desde entonces, en algún lugar al fondo de mi
cabeza resuena demoledor mi admirado Vicente Huidrobro: “La
conciencia es amargura, la inteligencia decepción”.
El chileno, imbuido de los criterios surrealistas de su tiempo, remataba aquello
con “Sólo en las afueras de la vida se
puede plantar una pequeña ilusión”. Durante mucho tiempo pensé que acaso
tuviera razón; pero finalmente entendí que esa razón no me valía.
Este blog, desde mi óptica de dinosaurio contemporáneo,
es un intento de solución a la encrucijada anterior. Y la opción se llama,
simplemente, compartir: ¿Y si, en lugar de maldecir o agazaparnos en la concha,
nos lo contamos, a ver qué pasa? Mira tú que si, por encima de la amargura y la
decepción, obviando que el bien no nos espera inexorable y que no somos
parodias bastardas de ángeles defectuosos, resulta que la inteligencia
compartida va y hace que el viaje, como mínimo, merezca la pena…
¿Lo intentamos?
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