Una Nochebuena de finales de los
noventa, en casa de mis padres, sucedió algo irrelevante, pero singular. Todos
los Ferradas tenemos buen oído. No es nada meritorio, es una simple cualidad
genética, como lo de ser bajitos; aunque lo cierto es que no deja de ser una
bendición haber nacido con ese infalible juguete incorporado. El caso es
que, en medio de la juerga, y después de haber bebido lo suficiente, alguien se
arrancó con una canción a mitad de camino entre lo pastoril y lo militar, una
especie de himno que cantaba mi padre en Rusia (falangista y con méritos
pendientes de demonstrar por su papel durante la guerra civil —le tocó en el
bando “contrario”— se vio impelido a sumarse a las fueras de la Wehrmacht), que
trataba de un cadete que encontraba a una doncella celestial en medio de una
pradera. Lógicamente, todos acompañamos la canción. Pero resultó que, otro de
los presentes, engarzó con absoluta armonía lo anterior con el “A las Barricadas”, uno de los mantras anarquistas de nuestra guerra civil. De
nuevo todos acompañamos festivamente la ocurrencia musical, que duró lo justo
hasta que alguien le dio solución natural a lo anterior con el “Cara al Sol”, el
himno falangista… que otro de los presentes resolvió enlazar con “La Internacional”, con la que
efectivamente concordaba en tempo y tono. Y la cosa siguió, siguió y siguió,
entre el buen humor, la sorna y el cachondeo, saltando del himno de la Unión
Soviética al de España, pasando por el de la República Federal Alemana, el del
Barça y la música del Nodo (estos dos últimos enganchan tan bien, en el punto
justo, que parecen la misma composición).
¿Qué había detrás de todas esas
músicas? Pues emotividad, amor por los tuyos, pulsiones positivas lanzándote
para arriba, animándote a seguir, dándote energías para perseverar en el
empeño, en tus nobles ideales…
Emotividad, emotividad, emotividad… El
ser humano es adicto a ella, le pone. Le pone tanto, que lleva desde siempre
buscando justificaciones para desarrollarla, esparramarla, dejarla fluir a borbotones.
Y vaya que si lo consigue, sea cual sea la escusa. En estas fechas, nos
acabamos de dar un atracón al respecto.
¿Qué porcentaje de los participantes
-como actores o como público- en las procesiones de estos días, son realmente
cristianos conmemorando el acto más dramático y el mayor de los misterios de su
fe? ¿Alguno se parará a pensar en lo que supone toda es dramaturgia, que no es
otra cosa que creer en la resurrección física y material de un hombre, que al
mismo tiempo era el mismísimo Dios? A todo esto, se supone que Jesús, algún
tiempo después de resucitar, ascendió a los cielos. No su alma, sino él
enterito, incluido su cuerpo resucitado ¿Alguno de los participantes en las
procesiones se habrá planteado en qué lugar físico concreto del cielo andará
ese cuerpo físico? ¿En Alfa Centauro? ¿En Ganímedes? ¿En otra galaxia…?
Pero qué burradas estoy diciendo… ¿qué
tendrá que ver la resurrección de Cristo con la Semana Santa? La emotividad que
ahí se palpa, y a raudales, tienen que ver con la empatía hacia el injustamente
maltratado, hacia la madre que ve sufrir a su hijo, hacia la buena persona
vilipendiada y traicionada… ¿Quién podría ser indiferente a esas cosas? Pues ya
lo tenemos: ¡Ay, qué pena más grande…! ¡Ay que dolor…!
Salgamos de cosas tan tétricas, y
acerquémonos a otros fervores no menos emotivos ¡Que viva la Blanca Paloma…! ¡Saltemos
la verja y trepemos los unos por encima de los otros para tocar su manto! O si
no, pues ¡Que viva la Virgen del Pilar! ¡Visca la Moreneta¡ ¡La Macarena é la
má grande! O ya, directamente, ¡ Que viva la Virgen de mi pueblo…!
¿Cuántos
de los devotos marianos de cualquiera de los cientos de vírgenes de este país
–miles, a nivel mundial- sabrán de dónde vienen todas esas variaciones de la
misma cosa hacia las que sienten tan singular afinidad? Ahí van cuatro datos.
No es opinión, son datos (al margen de que mi forma de contar las cosas suela
aportar cierto tinte… que intentaré minimizar, en la medida de lo posible):
- El cristianismo nace como una escisión reformada del judaísmo, pero comparte con él, entre otras señas de identidad, un feroz machismo, congruente con la sociedad judía de aquél entonces (común a la inmensa mayoría de los pueblos de la antigüedad): Dios es Padre, jamás Madre; abundan los profetas, y apenas existen las profetisas; la intermediación entre los hombres y Dios es tarea exclusiva de los sacerdotes varones; Dios nos mandó a su hijo, jamás habría mandado a su hija; etc.
- Cuando el cristianismo se convierte en el culto oficial del Imperio Romano y absorbe a la religión greco-romana hasta entonces imperante –en realidad tuvo tanto de absorción como de fusión– se encuentra con el problema de que ésta última tiene un panteón femenino nutridísimo: Venus, Juno, Minerva, Diana, Ceres, Vesta, Flora, Fortuna, Tellus, Proserpina, Aurora, Luna… Frente a tal exuberancia, el cristianismo apenas dispone de una única figura femenina semidivina: la Virgen María, madre de Jesús.
- En un proceso largo y sostenido, se fue trasmutando a las tradicionales deidades femeninas más adoradas en cada territorio en “versiones” —denominadas advocaciones— de la cristiana Virgen María, justificando su singularidad local en base a apariciones, milagros u otras manifestaciones acaecidas precisamente en ese lugar. De ese modo, conservando fechas de las festividades, e incluso lugares de culto y “talantes” (hay Vírgenes marineras, Vírgenes de las nieves, Patronas de todos los oficios…), la cristianización del mundo pagano fue más llevadera y menos traumática.
- El procedimiento anterior resultó tan eficaz que volvió a aplicarse siglos después, en posteriores fases de expansión del cristianismo, como por ejemplo tras su llegada a América. Valga como ejemplo que la mejicana Virgen de Guadalupe “sustituyó” en el santuario azteca de Tepeyac a la diosa Coatl-cuéitl, diosa de la fertilidad y la tierra y una de las más importantes del panteón prehispano. Fue precisamente ahí donde la Virgen tuvo a bien aparecerse al indígena converso Cuauhtlatoatzin (por suerte para todos, se rebautizó como Juan Diego); y no está claro cómo denominó él en su idioma náhuatl a la Virgen Maria, aunque parece probable que no fuera Coatl-cuéitl, es decir, “Señora de la falda de serpientes" (que era el nombre de la diosa local), sino acaso Coatlallope “Señora que aplasta la serpiente”… imagen que no cuesta nada trasmutar en la Virgen María venciendo al mal, aplastando al demonio, etc. Por cierto, intentad decir deprisa tres o cuatro veces “Coatlallope”, y veréis como acabáis diciendo Guadalupe.
¿Pero de qué locuras estoy hablando,
que si serpientes, que si diosas romanas que, si qué se yo…? La virgen de mi
pueblo es la mejor, y punto. La más bonita, la que vela por nosotros, la que
nos ayuda y nos guía… ¡Se me saltan las lágrimas sólo de pensar en ella…! ¡Que
viva la Blanca Paloma…! ¡Que viva la Virgen del Pilar! ¡Visca la Moreneta¡ ¡La
Macarena é la má grande! ¡ Que viva la Virgen de mi pueblo…!
Bueno, vale ya de darle cera a los
pobres cristianos, que se van a creer que es algo personal. La explosiones
incontenibles de emotividad no necesitan del más allá para justificarse, pueden
erupcionar con otras muchas escusas, como por ejemplo:
Sentir los colores, ser uno con ellos,
que lo dan todo por la camiseta, que se dejan la piel… Son los míos, mi gente,
los que portan nuestros valores, el esfuerzo, el tesón, la entrega al grupo, la
lucha en pos de la victoria, aguantando lo que haga falta para demostrar quién
son, quienes somos, lo que valemos… ¡Hala Madrid, hala Madrid, hala Madrid…!
¡Atleeeeeeti, Atleeeeeeti, Atleeeeeeti…! ¡Barça, Barça, Baaaaaaarça…!
Son increíbles. Yo es que, les oigo, y
me recorre un escalofrío por el cuerpo entero. Nadie como ellos sabe transmitir lo que es el amor, lo que es sentir, que tu vida tenga sentido,
saber que hay alguien ahí que daría la vida por ti, que te electrocuta con
rozarte y que te manda directa al cielo con un solo beso. Qué voces... Es que es oírles y
sentir que flotas, que te mueres. Y encima, ¡cómo están …! ¿Te imaginas una
cita con uno de ellos, que te llevara a cenar, a bailar…? Sólo de pensarlo ya me
están dando ganas de gritar… pero espera, que ya salen… ¡Si, son ellos…!,
¡Están ahí… ¡Sí, están ahí…! ¡Ay, que está mirando para aquí…! ¡Me está mirando…!
¡Yo me muero…!
Agrupémonos
todos, con la camisa nueva, por el triunfo de la Confederación. Dios salve a Alemania,
por encima de todo. Que sepa el Universo que el Barça juega en verso.
Lo
dicho: ¡viva la emotividad! Y ya encontraremos una escusa para dejarla fluir.
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