Hace unos días me enredé con un amigo brasileño en una pequeña controversia
en torno a muestras afinidades por Beethoven y Mozart; cosa que no
deja de ser una versión pseudointelectual de la eterna confrontación entre Beatles
y Rolling, Madrid y Barça, playa y montaña… Todas esas dicotomías
parten necesariamente de que los discutidores saben del asunto y del valor
de ambas opciones, aunque se decanten por una de ellas. Pero mi amigo introdujo
una referencia que me hizo reflexionar:
- Piensa que Mozart nació después de Haydn y
murió mucho antes que él. Que no conoció el Romanticismo, que apenas vivió 35
años, y en ese tiempo compuso más de 600 obras, entre ellas 41 sinfonías y 22
óperas, incluidas multitud de piezas de belleza abrumadora e incuestionable… Su
mérito es sin duda inmenso.
Yo no tenía, obviamente, argumentos imparciales para rebatir su alegato.
Sólo disponía de uno, que es el único que pude esgrimir:
- Si no te digo que no. Simplemente, que a
mí… no me pone.
La reflexión, sin más preámbulos ya, es la siguiente: ¿Es el mérito
argumento suficiente como para otorgar valía a las cosas? Todos admiramos al
que es capaz de superar las dificultades que a cualquiera habrían hecho desistir,
e insisten e insisten hasta conseguir "algo". Pero ¿no es acaso mucho más crucial
el interés de ese "algo", que la mera dificultad de conseguirlo? Parece obvio que
sí ¿verdad? Pues me temo que la realidad nos dice lo contrario. Y si alguien lo
duda, que eche un vistazo a la lista de vídeos más vistos en youtube, o
al sacrosanto y referencial libro Guinness de los récords.
Y que conste que Mozart me gusta. Pero con él apenas he conseguido
emocionarme de verdad, dos o tres veces, mientras que Mahler, Fripp, Ligeti o
Jon Anderson, me han llevado al cielo y el infierno en infinidad de ocasiones Cosa que, sin duda, no deja de tener su mérito, digan lo que digan las listas de
éxitos.
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