Hace año y medio colgué
aquí mismo una entrada con el título “Vienen tiempos mejores”. Ahora, y aún a
pesar de la que está cayendo, me reafirmo. Lo mismo el problema radica en que nos
cuesta trabajo entender que cada asunto sigue su propia dinámica, que no todo
avanza a la misma velocidad, y de la misma manera que erradicar la esclavitud
costó siglos, dejar atrás el ultranacionalismo seguramente costará otros tantos.
Porque lo cierto es que, menuda rachita…
Trump por un lado…
…por otro lado el Brexit…
…triunfo en Polonia del
ultraconservador Adrzej Duda …
…Vicktor Orban y su partido
Fidesz consolidados en el poder en Hungría…
…Turquía rendida al
personalismo populista y ultranacionalista de Recep Tayyip Erdogan…
…avance constante del
Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia…
Merece destacarse que
todos los líderes que acabo de citar —y he parado ya para no aburrir, pero
podía poner a un cerro más— están ahí como resultado de legítimas elecciones
democráticas. Ya alertaba en la última entrada sobre las contradicciones y
efectos desconcertantes de la democracia. La "mayoría de lo que sea" es simplemente "los que son más", y eso es solo un dato. En función de lo bien o mal formadas
e informadas que estén en cada caso las masas de votantes, y de qué sea lo que
se pregunta, los resultados de las votaciones pueden ser unos u otros.
Imaginemos que sometemos a la votación de los adolescentes de determinado país
la alternativa de que los fines de semana duren cinco días, en lugar de dos
¿Alguien duda de cuál sería el resultado?
Ojo, que pese a mi
perspectiva tengo un conocimiento muy limitado de los entresijos de la política
estadounidense, francesa o inglesa; y no digamos ya de la húngara, polaca o
turca. Las circunstancias de cada caso son únicas, y no descarto que los contrincantes
derrotados fueran peores gestores o merecedores de menos confianza aún que los
ganadores. Pero lo que sí es obvio es que los seis ejemplos que he traído a
colación muestran una tendencia planetaria que nos está desconcertando a todos
(qué finos los analistas de turno: otra vez la realidad nos pilla por sorpresa,
como con la crisis económica mundial, las avalanchas migratorias, el auge del integrismo
islamista…), y que cabe resumir en el triunfo general del populismo
nacionalista.
Siempre igual. Se parte de
un pasado idealizado que forma parte del inconsciente colectivo y del que nadie
se atreve a dudar (el esplendor americano que ganó la Guerra Fría, Le Grandeur de la France de Napoleón, el
Imperio Austrohúngaro, la gran patria otomana de Atatürk…), el cual se
contrasta con una realidad actual que nunca es ni remotamente tan
satisfactoria. Luego se buscan elementos diferenciadores entre aquél pasado
glorioso y el actual gris presente, y siempre resulta que la raíz de los males está
en la contaminación de las esencias: pasa lo que pasa porque se han perdido los
valores tradicionales, nos hemos contaminado, viciado con extranjerismos, con
modas foráneas… ¡incluso nos hemos dejado invadir por extranjeros, que solo han
venido a quitarnos lo nuestro…! La solución es simple: carguemos contra los de
fuera, que no venga ni uno más y echemos a cuantos podamos. Cerremos filas en torno
a nuestras tradiciones, a lo de siempre, a nuestra moral más secular… y con
seguridad volveremos a ser el Imperio que fuimos.
Como decía mi padre con
frecuencia —con todo su sarcasmo y a propósito del suceso más anecdótico que se
pueda imaginar— ¡Qué lucha contra la ignorancia….!
(METO UNA CUÑA, QUE NO ME
AGUANTO MÁS, Y LUEGO SIGO: Mi mujer, extranjera de nacimiento —ahora tiene
doble nacionalidad, pero el proceso al completo nos llevó ¡siete años…! Lo
mismo que a cualquier futbolista, vaya— contribuye al PIB nacional muy por
encima de la media de lo que lo hacen sus compatriotas mesetarios más carpetovetónicos.
Y eso solo hablando del vil metal, porque su contribución a esta nuestra/su
sociedad, es infinitamente más amplia y diversa).
No, hombre, no. Está
imparablemente en curso una auténtica globalización que tiene poco que ver con
la deslocalización de empresas y la imposición forzada de modelos políticos del
siglo XXI en sociedades medievales. Una globalización que hace que la
información fluya imparable, de acá para allá, que universaliza todo y que
inevitablemente determinará que todo el mundo incorpore a sus propios micromundos
lo que es mejor de los otros, y al tiempo viable en su propio contexto. Obviamente,
los lapones tendrán difícil adoptar la dieta mediterránea, como es improbable
que los cubanos se aficionen al esquí o los mongoles al windsurf. Pero lo
realmente importante, lo que es eficaz y sirve para que la gente sea más feliz,
inexorablemente cala y seguirá calando. Las vacaciones laborales, la sanidad y
la enseñanza pública, universal y gratuita, la elección popular de los cargos
públicos, el respeto a la infancia, la equiparación de derechos para ambos
géneros, la preocupación por el medio ambiente, el respeto a las opciones espirituales
individuales, el respeto a la orientación sexual de cada cual... Ese tipo de
cosas, con carácter general (obviando ahora interpretaciones o reflexiones
respecto a hasta dónde se ha llegado en cada campo), son verdades universales
hacia las que se avanza. Y no, no son una mera invasión cultural, una
imposición de Occidente al resto del globo. De espiritualidad, Oriente o Sudamérica
aportan ahora mismo al planeta diez veces más que Occidente. De eficacia, China
tira sola del carro más que Alemania y EEUU juntas. En Occidente llevamos un
puñado de décadas insistiendo en la necesidad de la medicina preventiva, cosa
que en otras culturas es tradición milenaria ¿Quién aporta más perspectiva en
lo relativo a la preservación del entorno, un yanomami o un ecologista neoyorkino?
Y etcétera, etcétera, etcétera.
¿Lo Veis? Vamos bien,
creedme: vamos bien. Despacio, pero bien.
Otra vez, de nuevo, todo
vuelve a ser cuestión de cultura, de perspectiva. El American Dream siempre
estará ahí, y no deja de ser una aportación —otra más— de los EEUU a la
humanidad; pero la absoluta hegemonía planetaria americana de finales del siglo
pasado nunca volverá, por mucho que expulsen a veinte millones de
indocumentados y que aviven las brasas del rencor cruzado con el mundo islámico.
La Frace siempre será grande, y el mundo sería ininteligible sin la Revolución
Francesa, la Ilustración, el paté y el vino tinto. Pero su imperio jamás
regresará, como tampoco lo harán el británico, el austrohúngaro o el otomano.
No sé si eso de cerrarse
sobre su propia concha de los populismos nacionalistas es una estrategia de
embauque y supervivencia de castas y poderes locales, o si realmente es un
efecto espontáneo de acción-reacción, como cuando los niños escupen un alimento
nuevo la primera vez que lo prueban. Pero independientemente de que su existencia se deba a la maldad de unos pocos o a la ignorancia de muchos, los populismos nacionalistas terminarán en la cuneta de la historia. El tiempo y el conocimiento todo lo curan.
Seguro que tú y yo también
escupimos la primera vez que nuestra madre nos metió en la boca una cucharada
de papilla de frutas. Y seguro que, hoy en día, tanto tú como yo tenemos nuestras frutas favoritas.
Nuestras frutas y nuestro de todo. Con el tiempo y la curiosidad suficiente, la
lista se va ampliando y evolucionando, empezando probablemente por la naranja y
el plátano para incorporar después a la fresa, y acaso la chirimoya, el níspero…
y ya puestos la papaya, el mango, el dátil… aunque antes del postre podemos
empezar por una buena paella, o un cocido, o un cuscús, o sushi, o quesadillas,
o kebab, o paté, o rosbif, o…
Que los del amor enfermizo
por el propio ombligo coman lo que quieran. El restaurante universal continúa
abierto, y cada vez con más sucursales. Y el día que dejen de escupir las
papillas que les resulten novedosas, creo que deberíamos dejarles entrar.
Te falta la foto de Rajoy en España? mmmmmm!!!!
ResponderEliminarVamos a ver, MAMAMAGA, no es que Marianin sea precisamente santo de mi devoción, como ya he dejado claro aquí en más de una ocasión. Pero populista lo que se dice populista, tampoco es.
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