Crecí en la España de los
sesenta, de modo que me eduqué en un contexto tradicionalista católico, como no
podía ser de otro modo. Sin estridencias ni exageraciones, pero tradicionalista
y católico. Solo que como era muy curioso e inquieto, pronto me alejé de
aquella fe. Primero, buscando alternativas con las que contrastar; y luego,
tras darme cuenta de que todo lo que me parecía atractivo del cristianismo no
era en realidad patrimonio suyo, sino parte de un sustrato humanista universal.
Y desde ahí, salí navegando en busca de mis propias explicaciones. O mejor
dicho, de mis propias aproximaciones a una verdad por naturaleza inasible. Y en
ello sigo…
Lo anterior lo he dejado
caer para que, quien no me conozca, pueda situarme y hacerse cargo de quién y
desde dónde suelta las pedradas que me dispongo a soltar.
Francisco, el actual Papa,
me parece una buena persona. Probablemente mejor que sus últimos antecesores.
Pero lo va a tener jodido, porque gobierna una nave que salió de los mismos astilleros
que El Titanic: un monstruo con más inercia que una galaxia y menos cintura que
una tabla del pan. Acaso por eso su publicitada cumbre contra la pederastia se
vaya a quedar en muy poquito. Y no lo digo dando coba a las víctimas, cuyas
críticas no son obviamente demasiado imparciales, e inevitablemente hacen pensar
en esa delgada línea que separa la justicia de la venganza. Lo digo porque,
para mí, la cosa se resume en recetar calmantes para combatir el de dolor
de muelas… cosa inteligente y necesaria, pero que si se queda ahí, con
seguridad no servirá para nada. Además de calmantes habrá que tirar de antibióticos, y cuando acabe la infección hacer una endodoncia, o lo que sea para luchar decididamente contra la causa del dolor. O de lo contrario, todo
volverá al punto de partida.
La cosa me recuerda a
otras soluciones simplistas, aparentemente eficaces en el corto plazo pero que
es imposible que puedan resolver los auténticos problemas de fondo. Por
ejemplo, el iluminado de Bolsonaro, ese Trump brasileiro que, acaso fruto de
una epifanía (no en vano su nombre de pila es Jair Messias), ha dado con la
fórmula mágica para acabar con la delincuencia en Brasil, una de las más altas
de todo el planeta: “poderes absolutos a la policía, y armar a la población”. O
sea, para acabar con el mal, acabemos con los malos ¿Eso es todo, alma de
cántaro? ¿No se te ha ocurrido que, detrás de cada capo, de cada jefe de
pandilla o de banda, hay un segundo, y detrás un tercero, y un cuarto…? ¿Cuánto
calmante piensas administrar a tu sociedad… antes de acordarte de que existen
los antibióticos?
Lo de ir a la infección,
en el caso de la pederastia en la inglesa, yo lo veo así: no se puede imponer
la asexualidad a nadie, porque somos seres intrínsecamente sexuados. Sería como
imponerle a alguien renunciar al sentido del humor, o al gusto por la música.
Si te haces cura, prohibido reírte, prohibido tararear u oír música. Ridículo,
¿verdad? Pues igual de ridículo es decirle a alguien “a partir de ahora, para
que tus energías no se disipen y se concentren en el amor universal no particularizado,
quedas declarado asexuado” ¿Así de fácil…? Pues va a ser que no. Y es que no.
No funciona, no sucede. Cierto que hay gente rara, rara, rara, a la que cosas
así le pasan. Gente que decide no hablar nunca más, y lo consiguen. Eremitas
herméticos de todas las fes, que viven en el fondo de una cueva, o subidos a
una piedra durante años incontables. Pero son excepción, no norma ¿Cómo habría
de serlo eso de ser asexuado por decisión, criterio o decreto?
Ahí tenemos la infección:
una legión de buenas personas asumiendo una castración metafísica como elemento
imprescindible para formar parte de una casta de santos. Menudo dislate…
Querido Jair Messias
(permitidme el bucle, que tiene su sentido): si no acabas con las causas de la
delincuencia, siempre tendrás malos que suplan a los malos eliminados. Y las
causas de la delincuencia, en un 90%, como poco, son la miseria y la
desigualdad. Compara los niveles de miseria y de desigualdad de Brasil con los
de Canadá o Suiza, y cotéjalos con los de delincuencia. No es probable que los
brasileños sean intrínsecamente peores personas que los canadienses o los
suizos. Lo que tenéis es muchos más miserables, y una parte de ellos, como pasa
siempre, capaz de todo para mejorar su situación, aunque solo sea fugazmente y
un poco. O luchas contra la miseria y la desigualdad, o no habrá jamás
suficientes calmantes y plomo para acabar con la delincuencia de tu/mi amado
país.
Francisco: da igual que
reconozcas la culpa, que te comprometas a denunciarla, que pongas pilas con calmantes
al lado de las de agua bendita: o acabas con la castración metafórica de la
curia, o la infección rebrotará, y rebrotará, y rebrotar, per secula seculorum.
Haz compatible el sacerdocio con la vida de pareja, que los curas puedan ser
hombres al completo. Hay abogados de sobra para resolver posibles problemas
patrimoniales y de herencias. Y el que tiene carisma lo tiene, sí o sí, tenga
pareja o no. O no lo tendrá nunca.
Otra es que en los
seminarios se castre químicamente a los futuros sacerdotes… aunque me parece un
poco más bestia.
Y ojito, que no digo que
con eso que propongo se resuelva todo. Pero que llovería menos, no lo dudéis ¿O
acaso no hay bastante menos delincuencia en Canadá o en Suiza que en Brasil…?
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