Saber es constatar que tu
explicación de lo real es correcta. El hombre, desde que existe, sabe cosas;
como de hecho le sucede a todos los seres vivos. Las bacterias buscan o huyen
de la luz, del calor o del agua según corresponda, porque saben que el agua
moja y el fuego quema, y desde tal perspectiva actúan para sobrevivir, para
seguir siendo. La vida, al final, es básicamente eso: estructuras complejas de
materia capaces de interactuar con su entorno para seguir siendo. Sobreviviendo
a título individual o haciéndolo a través de su descendencia, que no es sino una
prolongación de ellas mismas.
A medida que el hombre ha
ido evolucionando biológicamente ha ido sabiendo más cosas, de la misma manera
que sabe más de su entorno una hormiga que una bacteria y más un perro que una
hormiga. Pero en nuestro caso, la increíble complejidad de nuestro sistema
nervioso y nuestra hipersociabilidad (hormigas y perros son también seres
sociales; pero ahora no toca hablar de etología comparada), ha posibilitado un
salto exponencial en el conocimiento de nuestro entorno.
La base, como empezaba
diciendo, es ser capaz de entender que todo sucede por algo y conseguir
descifrar la concatenación de causas y efectos que posibilita que las cosas
sean lo que son. Vemos una realidad, intentamos entenderla, y cuando
conseguimos dar con una explicación que funciona, sabemos algo. Hemos dado con
una verdad, que será tal cosa hasta que demos con una explicación mejor de ese
mismo hecho constatado.
Así, la Tierra fue
indiscutiblemente plana hasta que dejó de serlo, de la misma manera que el sol
terminó dejando de ser la única estrella rodeada de planetas. Mirando allá
afuera con unas gafas de culo de baso y a oscuras, hemos conseguido dar ya con
miles y miles de planetas de todos los tipos imaginables. Ya sabemos también
que el agua es una sustancia extraordinariamente abundante. Cada día se
detectan nuevas y más complejas moléculas orgánicas en el espacio interestelar:
óxido de propileno, benzonitrilo (que por cierto, huele a almendras),
acetonitrilo, ácido cianídrico…
Me voy a tirar el lujazo
de intentar una definición lo más amplia posible del concepto de vida. Y lo voy
a hacer porque necesito citar el término y no es fácil dar con alguno que sea
de aceptación universal cuando se sale de lo obvio. Eso de nacer, crecer,
reproducirse y morir es evidente para un humano o una ameba, pero empieza a
ofrecer dudas si bajamos al nivel de las bacterias (salvo que alguien se la
cargue, una bacteria no muere nunca: simplemente deja de existir porque se
escinde en dos hijas), y no digamos ya al de los virus, que apenas son un
fragmento de ADN rodeado de proteínas, cuya única razón de ser es reproducirse
a base de aprovecharse de otros seres más complejos.
Voy con ello, a ver qué me
sale:
“Vida es la cualidad que poseen ciertas realidades materiales para
conservar su información estructural y reproducirla”
Seguro que hay por ahí más
de una formulación más o menos afín a esta; pero me quedo satisfecho con mi
propuesta.
Cualquier cosa inerte, una
silla, una piedra, una nube, son realidades materiales poseedoras de
información estructural. Pero a mi entender no poseen ni actitudes ni
posibilidades para conservar dicha información; y mucho menos para
reproducirla. Las piedras no hacen más piedras. Los virus sí hacen más virus,
los cuales conservan la información estructural de sus predecesores.
Soy consciente de que una
perspectiva tan amplia del concepto “vida” tiene sus riesgos, incluidas las
desasosegantes expectativas de la vida artificial, en todas sus vertientes.
Vayamos a un posible límite: el día que superordenadores cuánticos dotados de
inteligencia artificial avanzada sean capaces de construir réplicas de ellos
mismos… ¿estaremos ante nuevas formas de vida? De momento lo dejo ahí, porque
estoy empezando a marearme, y retornemos a lo que estábamos.
Tras varios milenios de
mitología y de procesos inductivos, estamos empezando a conocer de verdad qué
es lo que hay allá afuera; y a cada dato que incorporamos, resulta más evidente
que esto no es sino una particularización de unas pautas generales que se
repiten una y otra vez. Que somos un ejemplo más, vaya, apenas otro guijarrito
estelar, otra piedra con cosas que se desplaza por el espacio bailando al
tiempo diferentes piezas: una con la luna, otra con el sol, otra con todo el
sistema solar al tiempo, otra con la galaxia entera… Y nuestros elementos, son
los mismos de los que están hechos el resto de nuestras parejas de baile.
Siendo todo esto verdades constatas… ¿puede caberle a alguien la más mínima
duda de que, allá afuera, debe haber vida a raudales, como pasa con todas
aquellas otras piezas que antaño creíamos excepcionales (sistemas planetarios,
agua, oxígeno, materia orgánica…)?
Pero lo cierto, me temo,
es que aún tenemos que seguir haciendo razonamientos inductivos, porque aunque
las pistas sean abrumadoras aún no hemos dado con ningún alien. Pero las pistas
van orientando el camino, y ya no buscamos preferentemente a ET (ilusionados),
o a Depredator (aterrados), sino que nos enfocamos más hacia las búsqueda de
estremófilos en el subsuelo de Marte, o calamares en los océanos de Europa. No
tardaremos mucho en buscar alguna suerte de cristales orgánicos autoreplicantes
a bordo de asteroides… que son lo más feo que se me ocurre que pueda encajar
con la definición de “vida” que antes esbozaba… pero que encajaría.
En Próxima B, o en otros
exoplanetas no demasiado lejanos, a saber qué podríamos legítimamente buscar.
Pero desengañémonos: no seremos nosotros los que nos asomemos a esos mundos,
por mucho que cambiemos nuestras gafas de culo de baso por el mejor de los telescopios:
allí solo se asomarán, y puede que incluso vayan, nuestros descendientes
remotos, dentro de varios miles de años. Seres que, a saber qué tienen en común
con nosotros y qué no. Me estoy empezando a marear de nuevo, de manera que
regreso más cerquita, a ver si acabo con esto.
Si me dan a elegir,
preferiría conocer primero a ET, o incluso a los cefalópodos “europeanos”
(acudo a ese palabro porque no sé si hay un gentilicio oficial para los
posibles habitantes de la luna de Júpiter…). Pero sea lo que sea, incluso si se trata del anodino kéfir de asteroide que sugería, el día que demos
con él la conclusión será inapelable: NO ESTAMOS SOLOS…
¿Os dais cuenta de la
implicaciones de algo así…? Yo creo que sería el hallazgo más grande de la
historia de la humanidad. Sería constatar que la vida no es un milagro, sino
una vocación de la materia. En definitiva: un sutil proceso geológico.
Constatar que no somos un
barroco e inexplicable grumo de extrema complejidad, sino el fruto inevitable
de un árbol en el que se dieron las condiciones adecuadas. Un árbol más del
bosque cuasi infinito del cosmos, en el que al mismo tiempo se dan innumerables
veces esas mismas condiciones, u otras equivalentes. Y cada vez que eso pasa,
el Ser se manifiesta, lo desagregado se agrega, se organiza en una espiral de
complejidad hasta alcanzar el nivel de estructuras autorreplicantes dotadas de
consciencia.
Y cuando esa consciencia
llega al punto adecuado, mira hacia fuera, en busca de sus hermanos.
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