Me
decía una amiga que ella, coronavirus aparte, hacía ya mucho que consideraba la
aparición de Internet como el hito más llamativo para referenciar la entrada en
la era que ahora transitamos. La verdad es que los historiadores se sobraron un
poco con eso de decir que desde las revoluciones francesa e industrial en
adelante todo era “Edad Contemporánea”. En rigor, contemporáneo solo es aquello
que sucede a la vez, de modo que sin duda son contemporáneos el papado de Vojtyla y el
desmoronamiento del bloque soviético (la asociación no es inocente). Pero
hacerme a mí contemporáneo de Robespierre… como que no lo veo.
Si,
amiga. Internet simboliza mejor que nada la entrada de la humanidad en la Edad de
la información. Edad curiosa y asimétrica, en donde las posibilidades de
conocer y de elegir han crecido a ritmo exponencialmente inverso al del criterio de
la gente. Cualquiera tiene a su disposición infinitos datos respecto cualquier
cosa; pero la inmensa mayoría está absolutamente perdida, abrumada por la
sobredosis de opciones, incapaz de diferenciar la verdad del bulo, lo banal de
lo sustantivo, el descubrimiento de lo ya conocido, el original de la copia.
Quién podría haber imaginado algo así. Históricamente, a las masas se las
dominó gracias a su ignorancia. Ahora, se consigue abrumándola con tal cantidad
de datos que el común de los mortales acaba interpretando que jamás podrá
alcanzar una perspectiva propia, que lo mejor es seguir al líder, al influencer
que corresponda, para poder así “decidir” qué comer, qué oír, a dónde viajar, a
quién votar, en qué creer…
La Edad
de la Información es la era de la Sobredosis de Información. Y no solo para “el
común de los mortales”, como antes decía. Incluso los putos marcianos, como yo
y como seguro que bastantes de vosotros, por más que nos revolvamos,
contrastemos y sopesemos escépticamente todo, acabamos sucumbiendo al vértigo
del exceso de información.
Veamos
el bonito caso del monotema de nuestro tiempo: la pandemia del coronavirus.
Estoy
totalmente de acuerdo con vosotros: ¿qué cojones representa ese gráfico? Podría
poneros más, bien lo sabéis. Miles como ese, o más intrincados aún Pero lo malo
no es eso. Lo malo es que ni siquiera los aparentemente sencillos y que se
supone que transmiten información precisa e inteligible, son de fiar. Por
ejemplo:
Nada
de lo que aparenta mostrar ese gráfico es de fiar. Ya me conocéis, soy un
apóstol de la anticospiranoia y no me estoy refiriendo a que algún grupo
ultrasecreto (Spectra ¿quién si no?), esté filtrando información sesgada para
entontecer a las masas y desplegar por detrás su plan de control planetario
mediante la propagación mundial de un virus malo malísimo diseñado en el
laboratorio. Lo mismo otro día tratamos el tema del posible origen de esta
desgracia, y ya veréis cómo mi perspectiva de biólogo se aleja bastante de las
películas de espías. Es una pena, porque sería mucho más divertido. Pero me
temo que ese tipo de explicaciones resisten mal el principio de la navaja de
Ockham.
A lo
que íbamos: la información que nos suministran es engañosa, porque nos induce a
efectuar comparaciones de cosas incomparables. En una misma gráfica, se nos
contrastan peras, manzanas, metáforas e índices bursátiles. Nosotros, que
estamos ávidos de explicaciones, nos las tragamos como podemos e intentamos
llegar en vano a alguna conclusión. Entonces, y para nuestro alivio, aparece el
gurú de turno —nuestro influencer temático— para resolver el enigma: “Como
puede apreciarse con claridad, la curva de deceleración negativa del incremento
de tasas de contagio se aleja progresivamente de la asíntota de nuevas altas,
lo que nos permite ser moderadamente optimistas, a medio plazo”. ¡Menos mal! Y
yo, tonto de mí, que aún seguía preocupado…
Y
ahora, llamémosle a la cosas por su nombre:
- El
lio empezó en China, un país comunista que encarcela sistemáticamente a los
periodistas que informan de lo que no deben. Toda la información que nos llegue
de allí tendrá que ver sin duda con la realidad; pero no será la realidad, sino
la parte de aquella que más le convenga al régimen. A saber cuántos contagios
ha habido realmente allí y cuántas muertes.
- En
cuanto a Rusia, los mayores tramposos de la historia (algún día lo mismo le
dedico un rato a sus mayores hits, como su liderazgo mundial en la propagación
de fakes o el dopaje de estado de todos sus deportistas olímpicos), la
fiabilidad de sus datos no merece ser ni comentada.
-
Los coronavirus son viejos conocidos de los microbiólogos; pero éste es una
versión recién mutada que está haciendo su puesta de largo, de modo que aún sabemos
poco de su biología. No sabemos qué porcentaje lo porta sin enfermar. No
sabemos cuánto tiempo los portadores pueden ser fuente de contagio. No sabemos
si el que lo porta, padezca enfermedad o no, se vuelve inmune, y si aquellos
que ya padecieron enfermedades emparentadas poseen inmunidad frente a este
virus. No sabemos otras cuarenta cosas, pero con esas ya tenemos suficiente
para lo que ahora nos ocupa: los datos sobre estado, evolución y perspectivas
de la pandemia tienen mucho más de conjeturas que de otra cosa.
-
Los test para detectarlo con fiabilidad no son sencillos y escasean (lo de si
tienes o no tos y fiebre no son más que indicios: el 20% de la población
mundial tiene todos los años en algún momento tos y fiebre, por miles de causas
conocidas y triviales), de modo que en realidad se han hecho poquísimas pruebas
de detección. Para colmo, los países dan información contradictoria respecto a
cuántos test llevan hechos, aunque algunos números de referencia creíbles
hablan de cerca de medio millón en USA, trescientos mil en Corea del Sur y
doscientos mil en Italia, a 30 de marzo de 2020. Siendo generosos, un millón en
el mundo entero. Como somos cosa de siete mil setecientos millones, sale un
test cada 7.700 personas. Resumiendo: no se tiene más que una vaga idea del
número de contagiados que hay en el mundo. Se tiene constancia de unos 700.000
casos. El número real puede tener uno o dos ceros más.
- La
contabilidad de los muertos por coronavirus cada país la hace a su modo, de
forma que resulta irreal comparar los datos. Es sabido que los ancianos son el
grupo más vulnerable. Pues bien, en España solo se contabilizan como muertos
por coronavirus en residencias a los que se les ha hecho previamente el test,
con lo que no se han contado centenares de casos que con total seguridad se
deben a la pandemia. En Alemania aún es más descarado, pues solo se tienen en
consideración los muertos en hospitales que han dado positivo (fuera de los
hospitales, no se hacen test), lo que distorsiona más aún las estadísticas. Y
lo de Holanda es ya directamente vergonzoso: a los ancianos enfermos no se les
hospitaliza y se les manda a morir (sin contabilizar y sin test alguno), a sus
casas o residencias, para no colapsar los hospitales y no contagiar a los
médicos. Sabia decisión, sin duda —aunque digna del mismísimo Adolf Hitler— que
además de ayudar a conseguir los citados objetivos mejora notablemente las
estadísticas, para poder así colgarse medallas y mirar por encima del hombro a
los países del sur de Europa, que todo lo hacen mal.
- Y
para qué hablar de la fiabilidad y representatividad de los datos que aportan
los países del tercer mundo. Esos pobres llevan toda su historia combatiendo a
mil enfermedades mucho más terribles y que para nosotros ya son historia, de
modo que seguro que el coronavirus en el fondo les debe de interesar bien poco.
Lo incorporarán a la lista de sus desgracias (no tienen cómo combatirlo), simplemente como otra más, y no de las peores. Y punto.
Con
el panorama anterior… ¿cómo puedo ser tan idiota de mirar siete veces al día la
evolución de los datos? ¿Cómo puedo deprimirme o esperanzarme ante sutiles
modificaciones de ésta o aquella variable?
Intentando
exculparme, y conmigo a los muchos que seguro llenáis parte de vuestro tiempo
de reclusión con este tonto vicio, apuntaré que, con ojo y perspectiva, leyendo
entre líneas, sí pueden sacarse algunas conclusiones. La diosa estadística
escribe derecho con gráficos torcidos. Por ejemplo:
1º)
Quédate con los datos de un solo país, no los compares con ningún otro, pues
son peras y manzanas. En mi caso (qué le voy a hacer), me quedaré con los de
España.
2º)
Asume que los datos que se ofrecen no son la realidad, sino un reflejo
distorsionado. Pero siempre igual de distorsionado, de manera que si te dicen
que el día 23 de marzo murieron 462 personas por coronavirus, y que el día 28
fueron 832, lo que cabe interpretar es que está muriendo una burrada de gente, y
que entre el día 23 y el 28 la cosa ha empeorado muchísimo. Lo mismo el número
real de muertos es el doble, eso da igual: eran muchísimos, y la cosa ha ido
empeorando.
3º)
De la misma manera, si te dicen que los muertos los días 28, 29 y 30 de marzo
han sido respectivamente 832, 838 y 812, con independencia de que te creas o no
el número, lo que está claro es que la cosa sigue fatal, pero que ha dejado de
empeorar. Si no fuera así, los muertos diarios contabilizados hoy deberían ser
más de 1.200. O sea, que vamos objetivamente mejor, y si la tendencia se
consolida lo mismo estamos en el camino correcto para llegar a superar esto… a
saber cuándo.
4º)
De la contabilidad de positivos, ni caso. La información respecto al número
real de test realizados es contradictoria. A veces dicen los test repartidos,
otras veces los efectuados. No dicen que a los que dan positivo hay que
hacerles varios más antes de darles el alta, y lo mismo un solo paciente puede
constar como varios casos positivos (el de el día que ingresó y los de
confirmación) y uno negativo (el test que le hicieron antes de darle el alta).
5º)
Siguiendo con la absoluta incredulidad hacia la contabilidad de casos positivos:
si es verdad que se incrementan a lo burro las pruebas, como se pretende, se
incrementarán con seguridad los positivos constatados y bajará el índice de
mortalidad, sin que en realidad haya
cambiado nada. Así, ahora mismo hay en España 85.195 “positivos” y 7.340
“muertos contabilizados”, de donde cabría estimar una mortandad de nada menos
que el 8,6%. Y si fuera verdad lo que decía antes, si hay que considerar más de
un test por individuo, la cosa se pondría aún peor. Pero si, como algunos
virólogos sostienen, es probable que la extensión real de la enfermedad sea
diez veces mayor que lo que indican los casos detectados (¡diez veces…!),
entonces en España habría cosa de un millón de contagiados y algo menos de
10.000 muertos. Una letalidad del 1%. La diferencia es tan brutal, que lo mejor
obviar el dato.
6º) LOS DATOS DE RECUPERADOS APENAS SON REFERENCIA DE NADA. Desde que te contagias, al mes o te has recuperado o estás muerto, de forma que los datos de recuperados solo informan de cuántos de los contagiados que fueron detectados hace un mes siguen vivos. Contagios detectados, insisto, no contagios reales. De modo que, lógicamente, cuanto más nos acerquemos al mes de distancia de las puntas de contagios detectados, más recuperados habrá, y todo el que entonces diga ¡qué bien...!, simplemente es que será tonto. Y si se consigue que bajen los contagios, al mes siguiente habrá menos recuperados (y el que se entristezca entonces será igual de tonto)
6º) LOS DATOS DE RECUPERADOS APENAS SON REFERENCIA DE NADA. Desde que te contagias, al mes o te has recuperado o estás muerto, de forma que los datos de recuperados solo informan de cuántos de los contagiados que fueron detectados hace un mes siguen vivos. Contagios detectados, insisto, no contagios reales. De modo que, lógicamente, cuanto más nos acerquemos al mes de distancia de las puntas de contagios detectados, más recuperados habrá, y todo el que entonces diga ¡qué bien...!, simplemente es que será tonto. Y si se consigue que bajen los contagios, al mes siguiente habrá menos recuperados (y el que se entristezca entonces será igual de tonto)
7º)
Mirando a China, como realidad en sí misma y sin compararla con nadie, parece
que con disciplina de hormiga podría llegar a erradicarse absolutamente el
virus de determinado territorio. Pero como éste ya es planetario, el tercer
mundo será un reservorio eterno del virus hasta que deje de ser tercer mundo, de
modo que la reinfección está garantizada.
8º)
Si llegase el día que en España, o donde fuera, no hubiera ni un solo contagio
más, y dado que en menos de un mes o el virus te mata o lo matas tú a él, pues
treinta días después de ese último caso, esa tierra estaría “limpia”. Pero la
única manera de permanecer así sería cerrar absolutamente y para todo las
fronteras, y como eso es inviable, la reinfección es segura.
9º) Si
la reinfección es segura, la única solución viable es la inmunización, ya sea
por contagio universal o por vacunación.
Vamos,
que lo mismo dentro de un par de meses estamos haciendo una vida pseudonormal,
aunque con las fronteras semicerradas y luchando contra los continuos rebrotes,
hasta que se desarrolle y distribuya plenamente la vacuna. No se me ocurren más
opciones.
Y lo
anterior para España y resto de países equiparables. Pero ¿qué expectativas hay
para otras tierras, como por ejemplo Brasil? Mira, ya tenemos motivos para una
tercera entrega de estas reflexiones.