Disculpadme,
oh mi minúscula pero inquebrantable legión de seguidores. El tiempo que llevo ausente
no se debe como en otras ocasiones a exceso de trabajo, sino a simple y llana perplejidad.
Yo
fui uno de los que decía que esto era una gripe más, sólo eso, y que las
reacciones eran desproporcionadas. Luego empecé a dudar. Cuantos más datos se
acumulaban, menos información, más difícil entender todo, más contradicciones.
El 4
de septiembre de 467, Odorico depuso a Rómulo Augusto, último emperador de
Roma. Al día siguiente, estoy seguro de que ninguno de los 800.000 habitantes
que aún poblaban la primera megápolis de la historia sabía que acababa de
entrar en la Edad Media. Estoy igual de seguro de que nadie
del planeta imaginó la tarde del 29 de mayo de 1453, que al mismo tiempo que el sultán Mehmed II cruzaba las murallas de Constantinopla, estaba saliendo de la
Edad Media y entrando en la Edad Moderna.
Lo
mismo estamos asistiendo a un cambio de era de similar entidad. Y no lo
sabremos hasta que el gremio de historiadores lo sentencie, en un futuro
imprecisable.
Entendámonos:
con la globalización y la revolución de la información, la humanidad ya estaba
viviendo un cambio mucho más radical y rápido que cualquiera de los que han
servido de referencia para definir otros límites de periodos históricos. Y la
puntilla del coronavirus lo mismo se acaba convirtiendo en hito de referencia,
tan puntual y significativo como los dos acontecimientos concernientes al mundo
romano que antes citaba.
Pero
los romanos del siglo V, y los bizantinos del XV, apenas sabían algunas cosas
de sus pequeños microcosmos, que por lo demás eran casi idénticos a los de sus
padres, abuelos y bisabuelos. Nosotros, por el contrario, sabemos muchísimo más
de nuestro entorno, que es infinitamente mayor y radicalmente diferente del de
nuestros antecesores. Y desde esa perspectiva, estamos asistiendo en vivo y en
directo a un cataclismo social sin precedentes.
Como
para no estar perplejo.
Sobrepasados
como nunca, ocurren tantas cosas a la vez que apenas da tiempo siquiera a ser
consciente de ello. Enumeraré unas cuantas, apenas las que más sobresalen en la
turbamulta que agita la tempestad en la que se ha convertido mi cabeza, como
imagino la de la mayoría de vosotros:
1º) Nuestra sofisticada y compleja sociedad es sorprendentemente frágil.
2º) Seguimos en pleno posneolítico, y el objetivo prioritario es la defensa del
clan.
3º) La
inmensa mayoría de la sociedad está compuesta por niños asustados e indignados,
incapaces de asimilar la magnitud de lo que está pasando, y que se dedican básicamente
a lo siguiente:
- Exigir que alguien les acote las cosas y les garantice qué les espera.
- Exigirle al Estado Padre buenas noticias. Las que sea, no importa.
- Buscar culpables.
- Exaltar el espíritu de la tribu, sea ésta en cada caso la que sea.
- Buscar entretenimientos; cuanto más banales, mejor.
- Intentar no engordar.
4º) Los
políticos, todos, se consideran una casta superior destinada a pastorear esta
sociedad de niños. Y para ello, el fin justifica los medios. Siempre. Sea cual
sea el medio.
Vivimos
tan bombardeados por iniciativas solidarias, mensajes de optimismo y buen
rollito, que casi da vergüenza sentirse o mal. Esto, al parecer, es una especie
de fiesta multitudinariamente privada, de la que todos tenemos que sentirnos
orgullosos y de la que sin duda saldremos mucho mejor de lo que entramos.
Qué
queréis que os diga. Todo me recuerda a lo que sucede cuando un niño se rompe
una pierna el primer día de vacaciones,
y todo el mundo se dedica a ningunear el problema y ensalzar las inesperadas
bendiciones que le van a llover a cuenta de ese percance, que van desde crecer más a que todas las chicas se dediquen a mimarle, o quedar liberado de las tareas domésticas.
Varios
miles de millones de niños, cada cual en su casa, muestran orgullosos sus
escayolas, esperando a que alguien se las firme. Tampoco es para tanto, esto pasará,
y saldrán más altos y más listos.
Pero lo mismo estamos ante un cambio de
Edad, mis pequeñuelos. El mundo, se ha parado. Si el virus es planetario, y su
nivel de letalidad finalmente se asienta en, pongamos, un modesto 2%, eso
supondrá que debemos ir cavando 75 millones de tumbas. Más o menos las mismas
que requirió la segunda guerra mundial. Solo que esta vez no se dispondría de
siete años para hacerlo, sino de uno o dos.
O lo
mismo en unos meses hay vacuna, y a lo anterior hay que quitarle dos o tres
ceros. Pero lo de que el mundo se ha parado, cosa que jamás en la historia había
ocurrido, es ya una realidad. A saber cómo se sale de esta. A saber cómo seguirá
después todo.
Como
para no estar perplejo….
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