Llevo toda mi vida rodeado
de deporte. En mi casa, desde siempre, el deporte ha estado ahí como una
referencia fundamental, al igual que la música. De hecho, mi padre, que fue quien
me enseñó a tocar la guitarra, estuvo toda su vida vinculado al deporte,
practicándolos casi todos —con desigual fortuna— y asumiendo papeles de
organización de considerable entidad.
El caso es que me eduqué en un entorno en el que el deporte estaba sacralizado,
como sucede en casi todo el planeta desde hace ya más de un siglo. Y
si no, reflexionad un instante: ¿quién está “en contra del deporte” obviando
situaciones personales o puntuales? Porque siempre habrá madres a las que no
les guste que su hijo entrene bajo la lluvia, novias que no soporten que mires
la tele en el bar por encima de su hombro o gente a la que le aburra el tenis.
Pero, ¿en contra del deporte, así, con carácter general? Muy pocos perros
verdes hay sueltos por el mundo de esa categoría. Por cierto, aprovecho la
ocasión para regalaros algo que me soltó hace algunos años mi hijo, que
es más deportista que el Barón de Couvertin (el padre de los modernos juegos
olímpicos): “Papá, los intelectuales son
los que no hacen deporte ¿verdad?”.
Considerarme a mí mismo
intelectual me parecería el culmen de la pedantería, aunque desde ciertos
ángulos habría quien pudiera llamármelo. Sin duda mi hijo no, que me ha visto
siempre practicar y disfrutar del deporte, dentro de mis posibilidades: al
comenzar mi treintena un accidente de tráfico me dejó semicojo, y desde
entonces debo evitar correr, saltar, etc.
Todo anterior era una
introducción contextualizante, para que quede claro que lo que se avecina no lo
planteo desde la distancia o la ignorancia, sino todo lo contrario. Y lo que
viene, como en tantas otras ocasiones, no es un posicionamiento maniqueo, sino
una disección despiadada que arroja sobre el deporte luces y sombras; incluidas
sombras muy oscuras y usualmente obviadas.
La primera pedrada que se
llevó mi imagen sacrosanta del deporte se la pegó hará treinta años mi ex
cuñado Alejo (supongo que es la denominación que corresponde al marido de la
hermana de mi ex mujer). Anestesista de pro, es uno de los tíos más cultos que jamás
conoceré y posee un versátil sentido del humor, de
forma que a veces es difícil saber si anda por territorios de la ironía o del
sarcasmo. Pues este hombre me dijo un día “Créeme,
Miguel Ángel, el deporte es terriblemente perjudicial para la salud”. Yo
interpreté aquello como una broma de las suyas, una tentadora provocación para
incentivar mi reflexión. Supuse que se refería al deporte de élite, por lo que
tiene de exigencia extrema para quienes lo practican. Pero él insistía en que
no, en que el jugador del partidito del fin de semana maltrata su cuerpo de
forma severa, y que aunque crea que está haciendo algo saludable en realidad se
está machacando.
No tardé demasiado en
entenderlo, y llevo desde entonces haciendo en cierto sentido un apostolado
ligth al respecto. La cosa la veo así:
- El deporte es siempre una exacerbación de las capacidades naturales de nuestro cuerpo, para competir y ganar. Para ganar a quien sea, incluso a nosotros mismos; y exacerbar las potencialidades del cuerpo, forzarlas, sin duda no es saludable.
- Andar, nadar, saltar, correr, usar tu cuerpo para lo que está diseñado, no es ya que sea bueno, es que es imprescindible para garantizar su conservación y buen funcionamiento. Pero forzarlo, exigirle que vaya más allá —el célebre altius, citius, fortius— genera inevitablemente un desgaste prematuro e “innecesario” (luego explicaré estas comillas).
- Por lo que se ha asociado tradicionalmente deporte a la salud es porque se ha mostrado como lo opuesto al sedentarismo. El ardid es tan idiota que no entiendo cómo puede pasar desapercibido. Es como si se dijese, “el vino es salud, porque si no bebieses morirías”; o “respirar humo es saludable, porque si no respiras te mueres”. Esas obvias tonterías son equivalentes al célebre eslogan “el deporte es salud”, habida cuenta de que lo que en realidad hay detrás de esa frase es “forzar tu cuerpo es saludable, porque si no lo usas se oxida”.
Vamos con las comillas: ”Innecesario” ¿Qué es en esta vida necesario o innecesario? Si el objetivo de la vida fuera exclusivamente estar vivo la mayor cantidad de tiempo posible, las tres cuartas partes de lo que hacemos serían innecesarias. Y voy a reparar en una que acaso no os esperabais: La música, que también es terriblemente perjudicial para la salud. Palabra de músico.
Tocar un instrumento, el que sea, es forzar repetitivamente alguna de tus potencialidades naturales, como por ejemplo mover los dedos; y hacerlo mil millones de veces, para generar ciertos sonidos. Los pobres dedos, y las muñecas, y los codos, acaban indefectiblemente machacados. Dependiendo de cuál sea el instrumento de tortura en cuestión las lesiones se focalizan en un lugar o en otros. Los bajistas se destrozan la espalda (¿sabéis lo que pesa un bajo?), los violinistas el cuello, los pianistas los codos… En definitiva: tocar un instrumento es malo para la salud, entendiendo ésta como la conservación óptima de nuestros cuerpos. Pero es que no somos nuestros cuerpos, somos mucho más, y yo no cambiaría lo que siento cuando toco por diez reencarnaciones en las que no pudiera tocar instrumento alguno ¡Pero si soy percusionista porque no soy capaz de aguantar una tarde entera sin hacer que algo suene, aunque sean mis propios pies o manos contra cualquier superficie!
Así que soy músico, aunque
eso no sea saludable, y adoro el deporte, aunque tampoco lo sea. Si continuo
con la lista y meto también la cerveza, el cordero asado, escalar montañas… me
da la sensación de que mi lista de actividades insalubres —e irrenunciables— sería
más larga que la de las saludables, de modo que deberé agradecer a la genética de
mis padres mi resistencia. Porque llevo casi 57 años maltratándome y aquí sigo, con la intención de seguir haciéndolo durante otros treinta .
Regresando al deporte.
Vale, no es saludable; pero ¿Por qué me/nos pone tanto? ¿Para qué sirve, qué
valores tiene? Sin intentar una tesis al respecto (en realidad hay ya
escritas bibliotecas enteras sobre el tema), voy a sintetizar algunas ideas que
considero relevantes:
- El deporte es un juego, y jugar, mola. Somos las nutrias del
universo, los seres más juguetones de este planeta. Nunca dejamos del todo
atrás nuestra fase de cachorros (por eso somos capaces de aprender,
sorprendernos y crear cosas nuevas a lo largo de toda nuestra vida), y nos
sentimos atraídos e identificados con todo lo lúdico. Primer puntazo. Un diez
para el deporte.
- El deporte es un vehículo extraordinario de socialización. A
través de los juegos reglados que son el deporte los individuos aprendemos a
relacionarnos, tanto con los de nuestro grupo como con los de otros grupos, a
aceptar la existencia de reglas que deben respetarse para posibilitar la
convivencia. Otro diez para el deporte.
- El deporte es una magnífica escuela de introspección y autoconocimiento.
Pocos entornos comparables para aprender a superarte, a mejorar, para tomar
conciencia del valor del esfuerzo, para aprender a sufrir (asignatura vital
imprescindible y que en casi ningún foro se imparte), para alcanzar y saborear
el reconocimiento merecido. Tercer diez.
- El deporte permite canalizar una serie de pulsiones primarias que
forman parte de todos los seres humanos, y singularmente:
- La pertenencia a un grupo y la defensa de éste frente a otros grupos, a base de altruismo, esfuerzo y capacidad de superación.
- La posibilidad de crear héroes, campeones dentro de cada grupo que idolatrar y con los que identificarse.
- La consecución de objetivos, éxitos, triunfos, tanto individuales como colectivos; y su imagen especular: la asunción de derrotas y fracasos, tanto individuales como colectivos.
El deporte, en definitiva,
es un magnífico invento (acaso sea mejor decir una cristalización de la
humanidad), que permite encauzar algunas de nuestras pulsiones vitales más primarias
para que solo causen problemas menores —entre ellos, aunque no sólo, los
relativos a la salud— desactivando otros cauces tradicionales y mucho más
destructivos. Concretando: el deporte es
un sucedáneo de la guerra.
Lo anterior es algo tan
evidente como que las ruedas son redondas. Está más que estudiado y explicado,
y no pretendo venir aquí a descubrir el Mediterráneo; pero acaso sí a
indignarme con la ignorancia/indiferencia popular al respecto, y más aún con el
nauseabundo cinismo oficial. Me refiero a frases tan recurrentes como las de
“el fútbol sólo es fútbol”, “esto es un juego, nada más” “la violencia no tiene
cabida en el deporte”, “el deporte nada tienen que ver la política”… ¿somos
todos imbéciles, o qué?
¿Existe hoy en día alguna
exaltación patriótica más descarada y universal que cualquier competición
deportiva internacional? ¿Por qué todos los grupos que se reivindican como
nación lo primero que exigen es tener su propia Selección”? ¿Por qué se pita a
los himnos? ¿Por qué se exhiben símbolos políticos? ¿Por qué los Estados del
Este, durante la guerra fría (a saber cuántos aún lo sigue haciendo), montaron
un sistema de dopaje organizado de todos sus atletas? ¿Por qué americanos y
soviéticos se boicotearon mutuamente las olimpiadas de 1980 y 1984? ¿Hace falta
que siga…?
El Barça es el embrión
simbólico del Ejercito dels Països Catalans, y Mesi e Iniesta son las versiones
actualizadas de Aquiles e Ulises.
Cuando los madridistas
cierran los ojos y se arrancan a cantar vuelven a sentirse un Imperio, seguros que esta vez la Armada Invencible sí derrotará a la Pérfida Albión.
Tampoco seguiré con más
ejemplos, pero los aficionados/seguidores/hinchas de cada rincón
del mundo saben perfectamente porqué aman sus colores, qué representan y lo
absolutamente justificado que está el odio que sienten hacia sus eternos
rivales.
El deporte solo es deporte
¿verdad? Un juego, algo que no tiene nada que ver con la política ¿verdad?
Siempre será preferible
que te sometan a una goleada que a un bombardeo. Siempre será menos dramático
que alguien conquiste un título que un país. No creo que nadie dude de que la
humanidad muestra signos de evolución cuando vitorea a sus héroes al levantar
trofeos, frente a los vítores que lanzaba no hace tanto al verlos levantar la cabeza cortada del
campeón enemigo.
La política es la
prolongación de la guerra por otros medios (cita inversa de la célebre frase de
Karl von Clausewitz); y el deporte, a su vez, es la prolongación de la política
por otros medios. Magnífico invento, qué duda cabe. Pero es lo que es, qué le
vamos a hacer.
Ahora, eso sí: donde estén
el golazo de Zidane o el solo de Jimmy Page en Stairway to Heaven... que se quite
la salud.
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