De todas las artes y
ciencias esotéricas, no creo que haya ninguna más desconcertante e insondable
que la economía. El famoso gato de Schrödinger, paradigma de la física cuántica (otra
ciencia esotérica donde las haya), que está vivo y muerto a la vez dentro de su
caja, es una bagatela comparado con lo que es capaz de hacer el dinero: tú
metes un euro en una caja, la cierras, la vuelves a abrir, y allí puede haber,
indistintamente, dos euros, ninguno o siete mil. Todo es circunstancial,
cambiante, probabilístico, especulativo… Y ello se debe a una razón
fundamental: el dinero, que es la materia prima de la economía, en realidad no
existe. Entendámonos: no existe tal como lo pensamos, como algo sólido,
concreto, medible, pesable y contable como un átomo, una piedra o un planeta.
Para nada. En realidad es un sutil e inasible concepto, que acaso podría equipararse, con bastante licencia, a “confianza”.
¿Recordáis lo que ponía en
los billetes de antiguos de pesetas?: “El
Banco de España pagará al portador Cien —o mil, o lo que fuera— pesetas” Es decir, aquel trocito de
papel no era en realidad nada en sí mismo, sino la promesa de que si lo
llevabas ante cierta etérea entidad, ésta te lo cambiaría por un número
determinado de pesetas… la cuales cabía suponer que sí eran algo
en concreto; pero, ¿el qué?
Los billetes actuales, ya, ni eso: una serie de letras (BCE, EBC, EZB... que supongo son siglas de lo mismo: el equivalente europeo del antiguo Banco de España), un número, la palabra EURO (también en alfabeto griego), y listo. Ya ni siquiera se intenta aparentar que ese papel equivale a algo presuntamente físico que alguien guarda en alguna parte. 20 EURO, o 50, o los que sea, que viene a ser "X crédito" (o como antes sugería , "X confianza"), y arreando.
Hubo un tiempo en el que el dinero existía, era algo real. Cuando los salarios se abonaban en sal, ese polvo fino y cristalino imprescindible para nuestro metabolismo de primates, el dinero era sustantivamente cierto. Algo incontestablemente valioso y justificablemente canjeable. Pero luego llegó el oro, y todo comenzó a cambiar ¿Cómo era posible que el oro tuviera algún valor? Era un metal, de acuerdo, y servía para hacer cosas. Pero no dejaba de ser un metal mediocre y limitado, muy inferior al hierro o el cobre… y sin embargo “valía” más ¿Por qué? Muy sencillo: porque era bonito y escaso. Todo el mundo quería tenerlo. Tenerlo daba prestigio, estatus…
Hubo un tiempo en el que el dinero existía, era algo real. Cuando los salarios se abonaban en sal, ese polvo fino y cristalino imprescindible para nuestro metabolismo de primates, el dinero era sustantivamente cierto. Algo incontestablemente valioso y justificablemente canjeable. Pero luego llegó el oro, y todo comenzó a cambiar ¿Cómo era posible que el oro tuviera algún valor? Era un metal, de acuerdo, y servía para hacer cosas. Pero no dejaba de ser un metal mediocre y limitado, muy inferior al hierro o el cobre… y sin embargo “valía” más ¿Por qué? Muy sencillo: porque era bonito y escaso. Todo el mundo quería tenerlo. Tenerlo daba prestigio, estatus…
¿Os dais cuenta?: todos
los conceptos que han aparecido en los últimos renglones tienen que ver con cosas
contextuales, circunstanciales, informacionales… incluso metafóricas si
queréis. Pero las metáforas son difícilmente medibles o pesables. Mete una
metáfora en una caja. Ciérrala y vuelve a abrirla ¿Qué te encuentras al hacerlo?
Pues cualquier cosa, nada, o un poema, o razones para creer, o para declarar
una guerra. Exactamente lo mismo que sucede si en la caja en cuestión hubieras
metido un euro o un dólar.
Aquí os dejo un cuento que hace poco oí contar por ahí y que ilustra bien acerca de lo etéreo,
insustancial y meramente emocional que es el dinero.
“Una tarde primaveral
de tormenta un viajante de comercio para en un hotel de carretera, en una localidad apartada. Pregunta por una habitación y le dicen que el hotel
está prácticamente vacío, que puede escoger la que quiera. Pero como nuestro
viajante es un poco maniático solicita que le permitan ver las habitaciones
disponibles para decidir en cuál alojarse. Por adelantado, deja en el mostrador
los 100 € que le han informado que le costará la noche.
Mientras el
viajante recorre el hotel, el recepcionista y propietario del mismo decide aprovechar
para acercarse a la tienda de alimentación de al lado, y usar los 100€ que acaban
de dejarle en el mostrador para saldar la deuda que tiene allí contraída. El tendero, por su
parte, vuela con los 100 € a pagar a su proveedor de vinos, que hace tiempo le
reclama. Éste, con los 100 € en la mano, resuelve liquidar lo que le debía al
dueño del taller, que le cambió el otro día dos ruedas y aún no se las había
abonado. El dueño del taller, que no contaba con ese cobro, interpreta que lo
suyo es ir a ver a la Rosi, la prostituta del pueblo, a la que le debe ya un
par de servicios. Rosi, que en ese momento anda razonablemente bien de cuartos,
acude al hotel del pueblo, que ocasionalmente usa como local de trabajo y en
donde debe dos pernoctaciones, al precio especial que a ella le hacen (50
€/noche).
La
primavera, que es así de caprichosa, hace que la tormenta apenas dure media
hora. Cuando nuestro viajante baja a la recepción del hotel tras recorrer
todos los cuartos disponibles comprueba que el sol está empezando de nuevo a
brillar, y decide continuar viaje. Toma los 100 € que había dejado en
el mostrador, se disculpa, se monta en su coche y se aleja del pueblo.
El
microcosmos económico que es esa pequeña localidad apenas ha recibido una fugaz
visita, que se ha ido tal como llegó, sin dejar allí absolutamente nada. Pero
el hotelero ya no le debe al tendero, ni este al bodeguero, ni el
bodeguero al mecánico, ni este a la prostituta, ni la prostituta al hotelero.”
Si el viajante no se ha
gastado nada, ni un solo euro ¿Qué es lo que ha fluido por allí, de mano en
mano, bajo la forma circunstancial de un papelito de colores? ¿Confianza?
¿Compromiso? ¿Expectativas?...
El dinero no existe. No,
al menos, como todos tendemos a creer inercialmente que lo hace. Y en el caso
de que exista… ¿qué es lo que es, realmente?
Acepto cualquier
explicación, siempre y cuando no venga de un economista: o no le entendería, o
no podría creerle.
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