Mi opinión la he dejado ya
más que clara en este foro: el nacionalismo es un atavismo neolítico, un palo
entre las ruedas que ralentiza el progreso de la humanidad como lo hacen el
resto de supremacismos: el racismo, el machismo... Porque el nacionalismo es
simple y llanamente eso: supremacismo paleto, supremacismo de aldea cuyo único
argumento y sustentación es que los nacionalistas consideran que no hay nada
más confortable que su zona de confort. Y punto. Se acabó. Eso es todo. Esa
simpleza, esa idiotez infantil es su único baluarte moral e ideológico. Qué
bien se juega en casa, qué gusto da todo, qué rica la comida, sin sorpresas ni
ingredientes desconocidos. Qué agradable entenderlo todo, coger todos los
chistes, comprender todos los argumentos. Qué confortable, en resumen, es la
zona del propio confort. La mejor, de largo y sin matices. Algo que hay que
defender a toda costa, cuidando su pureza y evitando contaminaciones. Algo
sobre lo que hay que cerrar filas, pie en pared, siempre y a cualquier precio,
sin abrir la mano jamás a nada que pueda suponer mestizaje o pérdida de
autonomía.
¿Cómo se dice en catalán —o
en vasco, o valón, o en la legua que queráis— America
the first?
Pues eso.
Dicho lo anterior, algo
que es como mínimo igual de meridianamente obvio es que “tener razón” apenas es
un dato, un punto de referencia. Un argumento imprescindible, sin duda; pero
incapaz de cambiar por sí solo la realidad. Y al resto de supremacismos me
remito para corroborar tal evidencia: ¿es o no algo aceptado que el machismo es
una secuela de la sociedad patriarcal que dominó el planeta durante los últimos
tres milenios, un vicio anacrónico superado por la historia… y al mismo tiempo
una pesadilla actual y demoledora que aún nos atenaza? El racismo es una
inculta simpleza que no se sujeta, y ya no hay regímenes nacis ni apartheid en
vigor. Pero ¿no perdura el latido racista por doquier, como un bicho tóxico
aguardando escondido en los resquicios de todas las sociedades, listo para
saltar a primer plano en cuanto la situación lo propicia?
El nacionalismo es un mal
de naturaleza emparentada a los dos supremacismos citados en el párrafo
anterior y de peligrosidad cuanto menos equiparable. Acaso sea el responsable
de más muertes que nadie en este planeta, incluidos los sesenta millones de la
última Guerra Mundial. Pero esa evidencia no resuelve nada, y las estrategias
empleadas para combatirlo, al menos en España y durante los últimos cien años,
han sido patéticas, consiguiendo únicamente darle motivos para enrocarse,
crecer y hacerse más fuerte.
Me parece que, antes de
seguir, se hace imprescindible una reflexión seria respecto a lo que no es
nacionalismo, para que nadie se lie y se crea que estoy dando por bueno el
nacionalismo de los estados oficiales —España, Francia, Alemania, etc.— y
llamándole “nacionalismo”, en sentido peyorativo, a sentimientos equivalentes
pero que conciernen a no-estados como Catalunya, Euskal Herria, el Kurdistán o
el Tíbet. Nada de eso.
A todos nos gusta lo
nuestro. Es lo que conocemos y hacia lo que sentimos mayor vinculación. Yo a mi
Sierra de Guadarrama, a Madrid, España y Europa, por ese orden. Mi mujer a
Salvador de Bahía, el Nordeste brasileño, Brasil y Sudamérica, y cada cual a
sus respectivas equivalencias. Al nacionalista no es que le pase eso, como a
todos, sino que además traza una raya muy muy gorda que delimita de forma
drástica e irreductible el universo, de forma que sus afectos y afinidades se
concentran enfermizamente a un lado de esa raya, sintiendo hacia todo lo que
cae del lado de fuera apenas una tenue y difusa simpatía… y muchísimo recelo.
Pensemos en los ideólogos
basales de la actual Unión Europea ¿Alguien cree que Winston Churchill no era
profundamente inglés, Konrad Adenauer profundamente alemán y Charles de Gaulle
profundamente francés? ¿Os imagináis a Churchill prefiriendo el champán al té,
o a Adenauer despreciando la cerveza frente al vino? Obviamente todos conocían
bien y amaban a sus respectivas patrias. Pero ni por lo más remoto consideraban
ese justificado amor filial un argumento para odiar al vecino y para anteponer
a toda costa el bien de los suyos, fueran cuales fueran las consecuencias para
el resto. Ellos, como tantos desde entonces —yo incluido— no sentían en
absoluto peligrar su identidad por el hecho de estrechar al máximo los vínculos
con los vecinos, hasta acabar alumbrando algo parecido a unos Estados Unidos de
Europa —son sus palabras— Y estoy convencido de que si no se atrevieron a decir
algo así como “…hasta que en un futuro
los Estados Unidos de Europa se integren en los Estados Unidos Planetarios”, no
fue porque no lo intuyesen o deseasen, sino porque seguramente les pareció algo
demasiado lejano y que era mejor no poner sobre la mesa de momento, para que la
gente no se marease y huyera.
Habrá nacionalistas que me
digan que firmarían todo lo que se dice en el párrafo anterior, pero que
plantean su integración europea y planetaria desde el marco de sus respectivos
estados —catalán, vasco, etc.— y no desde el estado español ¿Qué diferencia
habría? Es un argumento ingenioso… pero falaz. Es ridículo decir que para dejar
atrás un supremacismo, primero me apunto a otro, más o menos equivalente, y
desde ahí, escapo. Es como si un alcohólico te dice que para dejar el alcohol
primero se va a pasar a la coca, y que después la dejará, resolviendo así su
problema con la botella. España, Francia, Alemania, son realidades históricas
cuyo único natural y razonable destino es su desintegración hacia arriba, al plazo
que sea; pero jamás empezando por dar un paso atrás, hacia la balcanización
medieval que nos precedió ¿Para qué? O dejamos de beber e intentamos hacer
otras cosas o continuamos la juerga mientras el hígado aguante, que no será
mucho. Pero intentar venderle la burra a nadie de que la salida se encuentra en
la puerta de atrás, es ingenuista o falaz. No me vale.
Ni que decir tiene que
reinventarse la historia para argumentar que la creación de esos estados neobalcánicos
no es sino la restitución de un antiguo estado de las cosas es una falacia aún
mayor. Claro que hay mucho burro suelto que puede morder el anzuelo, pero
quiero creer que el nivel cultural medio tiende a aumentar, y que el actual
acceso universal a la información puede ayudar a ello. Y el que quiera que mire
un poco, que la evidencia salta a la vista: jamás existió Euskal Herria, y
pretender que el reino medieval de Navarra fue algo equivalente es una idiotez similar
a decir que el Califato de Córdoba, o la Tartesos de Argantonio fueron los
antecedentes de la actual Andalucía. Y tampoco, señores catalanes, hay quien
sujete que la guerra de sucesión que libraron las potencias europeas en estas
tierras hace trescientos años fue una contienda entre Cataluña y España. La
verdad es que lamento que ganaran los Borbones, y creo que de haberlo hecho los
Hasburgo nuestra historia —y la de toda la humanidad— podría haber sido
distinta y mejor. Pero el reino de Catalunya, como el de Euskal Herria, tan
solo son creaciones literarias, equivalentes a la Ínsula Barataria; o a la Isla
Utopía, como acaso prefiráis, que no es lo mismo, pero es igual.
Dicho todo lo anterior, y
lo anterior de lo anterior, incluidas las cien entradas que ya acumulo en este
blog, podría venirme quien quisiera y decirme que apenas soy un chavalote con
limitada cultura que pontifica desde su púlpito particular, pero que no le
llega intelectualmente a la suela de los zapatos a decenas y decenas de sabios
nacionalistas de todas las condiciones, catedráticos de historia, de derecho,
gentes que han dado siete vueltas al mundo y que me sacan dos ceros en cociente
intelectual ¿Si? Pues me voy a revolver contra esa razonable argumentación.
Cuando digo que el
nacionalismo es un atavismo neolítico que lastra a la humanidad no estoy
diciendo que los individuos nacionalistas, a título particular, sean idiotas,
ni muchísimo menos. Digo que esa línea ideológica, al margen de lo bien que se
venda y de quién la venda, es algo rancio y dañino. Algo que quiero considerar
demodé… acaso con cierta licencia buenística por mi parte, queriendo creer que
la humanidad ha avanzado algo desde la Ilustración hasta aquí.
Me apoyaré de nuevo en los
otros dos supremacismos que estoy empleando como muletas especulares: el
machismo y el racismo.
Como biólogo que soy,
admiro desde lo más profundo de mi ser a Charles Darwin, que no se inventó
ninguna teoría ni promulgó ninguna ley, sino que, simplemente, tuvo la
perspicacia suficiente para entender algunas de las claves básicas de porqué
los seres vivos que vemos son lo que son. La evolución no es una hipótesis, es
la formulación de una realidad, equivalente a la gravedad o a la esfericidad de
la Tierra. Pues bien, mi amigo Charles era machista hasta la nausea,
considerando a la mujer una especie de hombre imperfecto e incurablemente
inferior, tanto física como intelectualmente ¿Debemos por ello denostar a Darwin?
O peor aún, ¿tenemos que reconsiderar nuestra opinión respecto al machismo,
dado que un biólogo tan preclaro lo era abiertamente? Pues no, y no: Darwin fue
un iluminado; pero como hijo de su tiempo, cargó con ideas que hoy en día ya
están superadas. Y punto.
¿A alguien le cabe la
menor duda respecto a que Jesús de Nazaret era total y profundamente machista?
¿Y cómo iba a ser de otra manera, viviendo en el patriarcado global de la
Antigüedad? ¿Debemos en consecuencia mirar con recelo la figura de Jesús… o
tocará reconsiderar lo de si el machismo tiene o no cierto sentido?
Como ya recordé en este
foro, George Washington tenía centenares de esclavos en sus plantaciones de
tabaco ¿Toca considerarle un monstruo, o justificamos la esclavitud (y el tabaquismo)?
Que no, que me da igual si
Puigdemont habla siete idiomas o si le dan el premio Novel a algún gurú del
procés: sus talentos seguirán siendo suyos aunque profesen una doctrina
perversa; y respecto a lo perverso de la doctrina en cuestión, me remito a lo
que llevo escrito.
Bueno, pues todo lo
anterior, y lo digo en serio, no era sino la intro. Ahora viene la chicha de la
cosa: ¿Cómo es posible que llevemos tantas y tantas décadas haciendo tan mal
las cosas en relación con los nacionalismos en España?
El franquismo, también lo
he dicho ya aquí, fue una teocracia fascista. Lo último de lo último en Europa
a mediados del siglo pasado. Nada original; pero tampoco buenas noticias para
los ciudadanos/súbditos a los que les/nos tocó en suerte. Y con respecto a los
nacionalismos periféricos, su criterio básico fue sepultarlos bajo el
nacionalismo centralista de la España Una, Grande y Libre. Algo así como
sorprender a tu hijo en medio de una pelea y sacarlo de allí a hostias para
explicarle que no se pega ¡Que no se pega…! (y toma porrazo), ¡pedazo de burro!
(otro porrazo), ¡Más respeto! (y otro más). Además, y en paralelo, el
franquismo supo valorar el talento y la tradición emprendedora de ciertas áreas
de la geografía patria (el Levante, Vascongadas, Cataluña…), e invirtió en
ellas facilitándoles las cosas, porque esa complicidad suponía generación de riqueza
—cosa que no le venía nada mal a la España Imperial– y porque calmaba las
turbulencias locales: cuando hay dinero, toda reivindicación pude dejarse para
luego.
Machacar territorios,
sepultando sus señas de identidad, y contribuir al tiempo a su prosperidad, no
parece una estrategia brillante para diluir aspiraciones nacionalistas. No sé
muy bien que creían los jerarcas de turno que estaban construyendo, pero lo que
resultaron fueron territorios más desarrollados y más justificadamente
reivindicativos que el resto. Buen coctel.
Se acabó el franquismo.
España tenía que reinventarse… y ahí teníamos el grano en el culo de los
territorios más apaleados, y al tiempo más ricos ¡Ay, que se nos van…! ¡Ay, que
habrá que darles lo que sea para que quieran seguir siendo del club…! Dicho y
hecho: privilegios por aquí, cuponazo por allá, transferencia de educación (que
con el criterio de “café para todos” acabó siendo urbi et orbi), ley electoral
sesgada y tendenciosa para que pesasen más de lo que realmente pesaban, manga ancha
para lo que fuera… e ¡la, voilà…! ¿Se apaciguaron las ansias
independentistas? ¡Antes al contrario!: cogieron más brío. Y en esa piedra,
tozudamente, tropezaron con el mismo garbo Suarez, Calvo Sotelo, González,
Aznar, Zapatero, Rajoy… todos igual de torpes e igual de cobardes: ¡Ay, que se
nos van…! ¡Ay, que habrá que darles lo que sea para que quieran seguir siendo
del club…! ¿Qué se nos van a dónde, almas de cántaro? ¿Qué se nos van cómo y a
qué? No tenían opciones, su paja mental llegaba ciento cincuenta años tarde
(fue entonces cuando se inventaron las actuales Italia o Alemania), pero
nuestros preclaros y cobardes dirigentes no repararon en ello y alimentaron el
monstruo a sus pechos… hasta que éste terminó despertando y arrancándoselos de
una dentellada. Qué cuento más bonito.
Y ahora, ¿qué? La última y
brillante idea de nuestro actual presidente es “mirushté, que se cumpla la ley”, y meterles a todos en la cárcel
¿No están incumpliendo flagrantemente la ley? Pues a la cárcel y resuelto el
tema. Ciertamente, a los golpistas se les fusilaba al amanecer, de modo que lo
de la cárcel, como se hizo con Tejero, pudiera parecer casi una solución
humanitaria. Pero Mariano ¿te has dado cuenta de cuántos son, infeliz? ¿A cuántos
independentistas piensas meter en la cárcel, pedazo de burro? ¿A los dos
millones declarados que ahora mismo son? (la población total de Cataluña,
contando a todos, es siete millones, de modo que dos millones son muchos pero no
llegan a la tercera parte, no nos hagamos líos). Habría que construir campos de
concentración mesopotámicos para acogerlos, y el mundo entero se nos tiraría
encima llamándonos de todo, con razón. No, sin duda esa no es una opción.
¿Y entonces…?
Vamos a ver, es obvio que
hay que cumplir la ley. Pero las leyes han de estar al servicio de la sociedad,
y no al revés, y cuando dejan de funcionar, hay que cambiarlas. Si no se
hubieran cambiado las leyes seguiría habiendo esclavos y las mujeres no podrían
votar. La sociedad evolucionó, maduró, superó prejuicios e ignorancias y se
cambiaron las leyes para dar cauce de normalidad a los comportamientos que habían
pasado a ser considerados normales. Toca hacerlo otra vez.
Ojito: ni por lo más
remoto estoy proponiendo retorcer las leyes para contentar a los que se las
saltan. No se trata de premiar a los tramposos, sino de quitarles los
argumentos para ponerlos en evidencia. Y, por supuesto, cambiar las leyes
aplicando la ley, sin hacer trampas, como los nacionalistas catalanes nos
tienen acostumbrados al más puro estilo Groucho Marx (“Estos son mis principios; si no le gustan tengo otros”),
sacándose de la manga, con unas mayorías exiguas y circunstanciales, leyes que
se autodefinen como supremas y absolutas, por encima de cualquier otro marco
jurídico humano o divino. No, así no, en serio.
Cambiar las leyes a saco,
sin miedo. Empezando por preguntarles a todos los españoles si quieren
monarquía o republica, estado central, federal o confederal, etc., etc., etc. Luego,
habría que consensuar de qué se encarga cada quien, blindando para siempre
competencias… y en mi opinión, el Estado, además de la representación
internacional, jamás debería abrir la mano de cosas como la sanidad o la
educación, para garantizar la igualdad real de todos. ¿Cuál es el problema? Recuerdo
bien los pavores de la España de mediados de los setenta. Aquello era como la
casa de Bernarda Alba… solo que quien se había muerto era precisamente Doña Bernarda,
y el miedo al caos y el desamparo lo teñía todo ¿Y qué paso? Pues nada malo: la
gente votó, se pactaron nuevas reglas y todo el mundo se dedicó a lo suyo,
haciendo que la cosa tirara globalmente para adelante, y a mayor velocidad de
la que lo había hecho nunca ¿Por qué no habría de pasar algo parecido ahora,
que la gente está muchísimo mejor preparada que la de entonces, en todos los
sentidos?
Y no digo que lo anterior,
que me parece imprescindible por pura higiene social, fuera a resolver mágicamente
el eterno marrón de los nacionalismos; pero sin duda contribuiría a su
deslegitimación. Y no vendrían mal
algunas otras ayudas complementarias, como que nuestros socios europeos se
tomaran en serio la cosa y les expusieran a las claras a todos los
balcanizadores que si se inventan un nuevo chiringuito la UE jamás les daría
cancha, y que quedarían condenados a ser nuevas Argelias o Somalias durante décadas.
Que las mujeres pudieran
votar no acabó con el machismo, pero fue un paso decisivo en la dirección correcta,
y seguimos avanzando, aunque aún falte muchísimo camino por recorrer. Superar el
nacionalismo, que la gente deje de mirarse tanto al ombligo y de inventarse
victimismos y levante la frente, aún costará siglos. Sí, he dicho siglos. Pero
soñando un poco más flojito, superar la actual fase crítica que nos aqueja podría
conseguirse en apenas dos o tres generaciones (menos, imposible), si se toman ya
las decisiones valientes que toca.
Nada contribuiría tanto a
erradicar el cáncer de pulmón como conseguir que el tabaquismo fuera historia.
Para eso también faltan generaciones, pero estamos dando los pasos correctos.
En el primer mundo ya nadie fuma en los espacios públicos cerrados, y eso se
consiguió porque ciertos políticos con coraje se atrevieron a promulgar normas
restrictivas de popularidad cuestionable, pero imprescindibles. Si se hubieran
limitado a abaratar las aspirinas y las pastillas contra la tos, lo mismo los
fumadores habrían ganado algo de calidad de vida, pero el problema estaría en
el mismo punto.
Decir que hay que cumplir
la ley, mirushté, es lo mismo que
decir que para acabar con el paro lo que hay que hacer es crear empleo: una obviedad
vacua. Claro que hay que cumplir la ley; pero la ley ha de ser realmente
aplicable —no se puede encarcelar a millones de independentistas activistas y confesos—
y abrumadoramente aceptada por la sociedad.
Y tampoco vendría mal una
separación total, efectiva y libre de sospechas de los tres poderes del Estado;
o de lo contrario ni siquiera unas leyes tan modernas y popularmente aclamadas
como las que me estoy dejando soñar podrían ponerse en práctica de forma
duradera y efectiva.
Van 3.109 palabras ¿Os
hago un resumen?:
La enfermedad del
nacionalismo —amor enfermizo hacia lo propio— solo puede curarse viajando y con
paciencia, y jamás con palos y sentencias.
Parece mentira. Si con
veintidós había bastante ¿para qué tengo que castigar a nadie con otras tres
mil ochenta y siete?
Lo mío es vicio, sin duda.
Vicio de pensar, quiero creer. Y vicio compartido, ya que me estás leyendo…
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