sábado, 16 de mayo de 2020

Reflexiones coronavíricas (5 de n)

Una escayola no es una nueva normalidad. Una escayola es un Estado de Alarma personal, algo que limita severamente tus movimientos y tu capacidad de relación, pero que no te queda más remedio que asumir durante algún tiempo para evitar males mayores. Con suerte durará un mes, y si no la hay puede que un año. Pero no hace falta que te acostumbres a ella, solo que la soportes y que intentes aprovechar el tiempo en algo viable para no sentirte aún peor, mientras sueñas y planificas todo lo que harás el día que te la quiten.
Otra cosa bien distinta es una mutilación, quedarse cojo o ciego para siempre. Si tal cosa te pasa, dejas de ser el que eras antes y te conviertes en alguien que habrás de reinventar. Tu ceguera o tu cojera sí serán una nueva normalidad, ya que condicionarán en adelante tu manera de relacionarte. Porque ya no serás un humano estándar, con las dotaciones propias de tu especie. No, los humanos no somos por naturaleza ciegos ni cojos. Y las escayolas tampoco forman parte de nuestro bagaje.
Si los humanos fuéramos ciegos, seríamos animales nocturnos o abisales. Si cojos, acaso sedentes. A saber qué bicho podríamos ser; pero sin ninguna duda, nada parecido a lo que somos. Porque somos homínidos, no corales o murciélagos, y si hemos llegado hasta aquí ha sido haciendo uso de nuestra naturaleza, que además de permitirnos ver, oír o correr, nos impele a sentir, a tocar, intercambiar… No es una opción, es lo que somos. De modo que tranquilos: la nueva normalidad de la que habréis oído hablar es simplemente un sueño. O para ser más precisos, una pesadilla. Nada de lo que cuentan podrá ocurrir jamás, de la misma manera que no hay peces que aniden en los árboles ni leones que cacen en el fondo del mar.
No pretendo hacer mal a nadie, pero que no me esperen en los bares ni en las playas, que no pienso acudir a ninguno de esos sitios disfrazado de hombre burbuja, con un letrero en la cara que ponga “ALÉJATE DE MI”. En mi casa ya puedo beber, tumbarme en el suelo o bañarme. Si voy ahí fuera a hacerlo es para rozarme con el resto del planeta, para intercambiar calor, para absorber información por todos los canales al mismo tiempo. Eso nos trajo hasta aquí como especie y eso hará posible que apenas en un siglo estemos colonizando el sistema solar.
Si hace cuatro millones y medio de años, a nuestro tatarabuelo Ardipithecus alguien le hubiera dicho: “ten cuidado, porque el entorno es un peligro, y el otro, una amenaza”, con seguridad no se hubiera bajado de su árbol, y nunca habrían existido ni los Australopitecus ni toda la cadena de Homo que acabaría dando en nosotros. Pero lo que seguramente oyó fue algo así como “el entorno y el otro son oportunidades: sé al mismo tiempo curioso y prudente”.
Dentro de algunos siglos, la actual humanidad será sustituida por una raza de seres “mejorados”, tanto genética como cibernéticamente, que tendrá recrecidas todas nuestras capacidades y aminorados nuestros defectos. Ya estamos dando los primeros pasos para alumbrarlos, pero aún faltan siglos de tecnología, apenas intuida, para avanzar significativamente en el proceso. Esa “gente”, que sí viajarán a las estrellas y contactarán con lo que allí se encuentren (nada, vida elemental u otras “gentes”, quién sabe), lo mismo viven milenios y su perspectiva de la realidad es completamente distinta. Puede que a ellos incluso les gusten los bares/pecera, o las playas microparceladas. Por eso, oh iluminados de la nueva normalidad, no tiréis vuestros geniales prototipos, que lo mismo algún día son de utilidad. Pero de momento, ni este elemental primate, ni varios miles de millones de sus congéneres, estamos mínimamente interesados en ellos.

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