Desde
que nací, y hasta 2004, Brasil era un lugar lejano y exótico del que brotaban
sin cesar músicos sorprendentes, futbolistas geniales y mujeres esculturales.
Pero en 2004 conocí a una bahiana que cambió mi vida, para siempre y para bien,
y Brasil pasó a ser un territorio inmenso en todos los sentidos: inmensamente
grande, rico, diverso, contradictorio…
Brasil
tiene recursos de todo tipo suficientes como para mantener a dos planetas como
este. Si brasileños y alemanes se intercambiasen sus territorios, en cinco años
la economía brasileña le sacaría un cero a la americana y la china juntas. Pero
yanquis y chinos pueden dormir tranquilos, porque la sociedad brasileña
arrastra aún problemas intrínsecos tan fabulosos que me temo que, hasta dentro
de tres o cuatro generaciones, es improbable que las cosas cambien
sustantivamente.
Lo
primero, y más flagrante, es el nivel de desigualdad. La estructura de clases
brasileña se parece poco a la europea, y no me voy a entretener ni a aburrir a
nadie con estimaciones o citas, pero hay consenso acerca de que apenas un
tercio de los 210 millones de brasileños tiene un nivel de vida comparable al
europeo; la mitad de la población vive en unas condiciones absurdamente
precarias, para un país que como ya he dicho desborda todo tipo de riquezas; y
una cuarta parte del total, más gente que toda la que vive en España, sobrevive
en condiciones misérrimas comparables a las del África profunda.
Con
una losa como la anterior, ya da igual qué tema se saque: las perspectivas son
siempre malas o muy malas. Y la singularidad del coronavirus no es una
excepción.
Para
aproximarse a la compleja sociología brasileña harían falta dos o tres
wikipedias monográficas, de modo que no voy a intentarlo en una entrada de
blog, que por otra parte siempre me quedan más largas de lo deseable. Pero se
hacen necesarias al menos tres o cuatro pinceladas, para poder contextualizar
la situación actual y lo que a mi entender me temo que les espera.
(É
possível que o que eu vou dizer agora pareça pesado, que vários de meus amados
brasileiros fiquem zangados comigo. Acreditem que eu amo sua terra e várias coisas
do caráter brasileiro, seu otimismo, sua alegria, sua proximidade... deixando
fora a sua maestria para fazer uma música com harmonias inacreditáveis e para
esfriar cerveja. Mas precisamente por respeito a essa terra e a esse povo, acho
que é preciso falar com toda sinceridade. Ainda assim, desculpem pelo que está
por vir.)
Lo
primero de todo: ¿cuál puede ser la causa de esa gigantesca desigualdad? De lo
que llevo visto, oído y leído (menos de lo deseable, sin duda; pero no poco),
llego a la rotunda conclusión de que el germen del asunto está en la
esclavitud, en la salida en falso de la misma, en la preservación,
cosméticamente disimulada, de una sociedad conceptualmente esclavista: la
práctica totalidad de ese 50% de brasileños pobres son descendientes de
esclavos. Desde la promulgación de la Ley Aurea hasta hoy sólo han pasado 130
años, cinco generaciones que jamás han disfrutado de las adecuadas condiciones
educativas; y si no hay educación no hay posibilidades de ningún tipo de mejora
social. Ya dije que no me entretendré en cifras, el que se aburra que las
busque, pero la situación es aún hoy en día patética: el 7% de la población
brasileña es totalmente analfabeta; y los analfabetos funcionales, rondan el
30%. Para qué hablar del color de piel de estos sesenta millones de infelices.
Estoy
convencido de que esa desigualdad monstruosa, con la pobreza que acarrea, está
en la base de lo que considero segundo drama en importancia de la sociedad
brasileña: el “sálvese el que pueda”, que tiene diversos niveles de
cristalización: la picaresca, como norma popular. La corrupción política, como
versión agigantada de la picaresca. La delincuencia, como versión extrema de la
picaresca.
Otros
dos problemas sociales, de menor rango que los anteriores pero que son los
primeros que me saltaron a la cara cuando conocí aquella tierra, son el exceso
de Dios y el exceso de sexo. Ambas cosas son intrínsecamente humanas, forman
parte indisociable de todas las culturas. Pero a mi entender, en Brasil la
tentación de poner todo en manos de Dios… y sentarse a esperar que sea Él
solito quien resuelva los problemas, actúa como palo en las ruedas del
progreso. Y respecto al sexo… creedme que es una de las cuatro o cinco cosas
que más me gustan de esta vida (algún día haré una entrada con la lista
justificada de las mismas); pero en aquella tierra actúa con demasiada
frecuencia como causa de fuerza mayor, arrasando sin pudor alguno lo que pille
por delante. En este caso, el palo de la promiscuidad se cuela entre las ruedas
de la estabilidad familiar y de la crianza responsable.
Para
terminar la crucifixión, citaré otra singularidad que, para el tema concreto
del coronavirus, sí está teniendo un peso decisivo: la fascinación por los
Estados Unidos de América. Para la inmensa mayoría de los brasileños, USA es el
ideal, la meta, el objetivo. Tudo o que vem de lá é ótimo, el
modelo a seguir, sus modas, gustos, estética… Y esa imitación ha llegado al
paroxismo eligiendo a un presidente populista y ultranacionalista que es apenas
una parodia del paródico presidente estadounidense, Donald Trump.
Pero
me temo que no, queridos brasileiros: Brasil jamás será USA, como España nunca
será Alemania ni China Japón. Cada sociedad tiene su propia idiosincrasia, su
razón de ser, la historia que les llevó hasta allí, y aunque a nivel planetario
se pueda –y se deba– compartir tantos valores y reglas del juego como sea posible
–los derechos humanos, el derecho internacional…– cada tierra da finalmente un
fruto diferente.
De
Brasil, como de cualquier otro sitio, pueden hacerse infinidad de retratos, dependiendo
del ángulo que se utilice. Si me hubiera centrado en otros territorios hacia
los que siento inclinación, como la naturaleza, la música o la literatura, habría
salido una foto bien distinta, en donde no habría ni sombra de la mayor parte
de lo que llevo dicho. Pero era necesario el enfoque que he empleado para
entender qué es lo que creo que se les viene encima a cuenta del coronavirus.
Intentaré extenderme lo menos que pueda, que ya sé que os canso.
1.- La descentralización del Estado Brasileño
operará severamente en contra de la eficacia en la lucha contra la pandemia,
pues cada nivel administrativo reivindicará sus competencias, Prefeituras,
Governos Estaduais, Governo
Federal… Algunas de esas
reivindicaciones serán razonables y legítimas, no es lo mismo Manaos que Santa
Catarina; pero muchas de ellas obedecerán en realidad a simple lucha política.
Como en USA. Como en España.
2.-
Soluciones que son viables en otras partes del mundo, allí no lo son. Pese a
los grandísimos esfuerzos realizados en las últimas décadas, el agua corriente
de calidad en los hogares aún es un problema. La mitad de brasileños más
desfavorecidos (no digamos ya el 25% de abajo del todo), se amontona en
viviendas precarias, y en la mayoría de ellas el acceso a Internet (número de
ordenadores por casa, acceso a datos móviles, etc.), es insuficiente. Con ese
panorama, lo de extremar la higiene, teletrabajar o estudiar desde casa, parecen
consignas destinadas solo al 30% de la población. El otro 70%, por mucho que
quiera, puede intentarlo… pero la mitad de ellos es casi imposible que lo
consigan.
3.-
Como pobreza e incultura van totalmente de la mano, casi la mitad de la
población brasileña resulta fácilmente embaucable por los líderes a los que
siguen, como auténticos holligans: si Jair Messias Bolzonaro dice que “isso
é uma gripezinha”, sin duda lo es. Así
que, hala, todos a la playa, a misa, a fazer
churrasco…
4.- Según
datos oficiales, el trabajo informal supone el 41,1% de los ocupados brasileños
(en Europa la media ronda el 10%). Podría parecer mucho, pero eso está en la
media baja de Sudamérica ¿Cómo se pretende que se confine la gente, si para 4
de cada 10 trabajadores su subsistencia depende de no hacerlo?
5.-
La medicina privada brasileña está entre las mejores del mundo. Pero la pública
está muy por detrás de la media europea. El tercio de arriba, podrá contar con
una atención digna si se enferma; pero el tercio de en medio, y no digamos ya
el de abajo, con seguridad, no.
6.-
Como el coronavirus es cien veces más letal entre viejos que entre jóvenes, su
impacto en Brasil, donde no se llega al 10% de población de más de 65 años,
siempre será menor que en la vieja Europa (en España los mayores de 65 rondan
el 20%).
(CUÑA IMPRESCINDIBLE: propongo no pensar
en Donald Trump como en un ser perverso y malicioso, sino simplemente como el
representante de una corriente ideológica relativamente sencilla, basada en
tres principios: 1.-“Solo me importa mi clan; el resto son gente a la que usar,
o una amenaza”. 2.- “Hay un modelo de sociedad perfecta, que debe ser impuesta”
(en el caso USA esa sociedad perfecta se articula en torno al culto a la libertad,
la iniciativa y el éxito personal, el supremacismo blanco patriarcal y la ortodoxia
cristiana). Y 3.- “El fin justifica los medios” FIN DE LA CUÑA)
7.-
La actual presidencia de Brasil va a imitar punto por punto lo que hagan los
americanos en relación con el coronavirus, desde su delirante perspectiva de
que Brasil es unos EEUU a medio construir. Y a la actual presidencia yanqui, el
que pueda morir un cuarto de millón de sus compatriotas (llevan solo 80.000,
pero la cosa sigue subiendo… mientras ya vuelven a la vida normal), no le
preocupa en absoluto (250.000 es apenas el 0,08% de 320.000.000), comparado con
el batacazo económico que está suponiendo la pandemia: más de 20 millones de
puestos de trabajo perdidos, solo en el mes de abril. El clan se tambalea. China,
sospechosamente, provocó el problema, apenas lo sufrió y ahora va a adelantarnos.
Hay que parar eso como sea, y algunos cientos de miles de muertos no es un
precio excesivo.
8.-
El drama económico está garantizado, porque la recesión es mundial y va a
sacudir todos los mercados, al margen de lo que produzca o consuma cada cual.
Es comprensible el miedo a que una crisis económica golpee a la sociedad como
un segundo tsunami, consecutivo al sanitario, y hay que pensar desde ya como
intentar minimizar el golpe. Pero esgrimir eso como argumento único (el tercer
punto del decálogo que antes planteaba: “El fin justifica los medios”), es
absolutamente inmoral: nadie tiene derecho a pensar que un porcentaje “X” de la
población es un precio asumible. “X” no es tal cosa, sino gente de una en una,
hermanos, madres, abuelas, padres, compañeras, amigos, namoradas… Pensar que da
lo mismo que mueran cincuenta mil o doscientos mil, porque “The economy, the first”, es un argumento nauseabundo e
inaceptable. Por mucho que Trump lo esgrima. Por mucho que su guiñol brasileño
le haga de eco.
Bueno,
y todo esto… ¿cómo acaba la cosa? Pues no lo sé. Soy un auténtico maestro en
elaborar hipótesis perfectas… que jamás se cumplen. Pero hay algunas cosas que
sí pueden afirmarse: como este virus solo mata a un número limitado de los que
infecta (hay tantos asintomáticos que todos los números son inciertos, pero su
letalidad probablemente esté entre el 0,5 y el 5%), no acabará con la
humanidad. Si todo siguiera como hasta ahora, en dos o tres años ya estaría tan
implantado en el mundo entero como el virus de la gripe común, tras haberse
llevado por delante a algunas decenas de millones de personas, añadiendo a
partir de entonces medio millón más cada año a su cuenta. Si damos con una
vacuna antes, pues eso quedará en la mitad o la tercera parte. Y si el virus,
él solito, tiene a bien mutar y se convierte en un coronavirus más, como el del
catarro, pues lo mismo la cosa se desinfla sola como un suflé sacado del
horno antes de tiempo. Ojalá… De estas hipótesis, justificadamente, pienso
hablar en mi próxima entrada.
Y
por lo que respecta a Brasil, pues las expectativas a corto son inevitablemente
malas, dada la precariedad de partida y la temeraria aplicación de la
perspectiva estadounidense, por simple mimetismo desorientado. En Europa, el
máximo de contagios y muertes solo se ha alcanzado tras meses de
distanciamiento social, y no sabemos qué ocurrirá tras el relajamiento de esas
medidas. En USA tal distanciamiento ha sido apenas un amago, no han alcanzado
máximo alguno y ya están volviendo a la vida normal. Brasil, fiel imitador,
seguirá un destino parecido… o algo peor, dadas las diferencias entre ambas
sociedades.
Ya
me gustaría poder decir otra cosa. Pero son malos tiempos para la lírica.
Incluida la Bossa.
Qué ganas tengo de hablar de otras cosas…
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