En vista de la buena acogida que tuvo
la entrada anterior, en la que a cuenta de un lamentable suceso de flagrante
injusticia racista aproveché para hablar de los ecos que aún perduran de los
tiempos del esclavismo; y en vista también de que otro hecho muy similar acaba
de producirse, voy a dedicarle un rato más al mismo tema, que sin duda lo
merece.
El hecho en cuestión ocurrió
igualmente el verano pasado, aunque en este caso no fue en el profundo Medio
Oeste, sino en la más cosmopolita de las urbes de ese país de cuyo nombre sigo
intentando no acordarme. Pero da igual, todo es tremendamente parecido: un
suceso menor, irrelevante, a lo sumo una falta administrativa, y un policía que
se crece, como si se sintiera el protagonista de una película de Satallone o de
Chuck Norris, se deja ir, y acaba matando. Meses después, y aplicando sin duda
escrupulosamente una legislación manifiestamente injusta, al salvaje de turno
se le considera, otra vez, totalmente inocente. No sé cómo cerrarán la cosa, si
determinando que el pobre infeliz que murió ahogado en realidad se suicidó
apretando su cuello contra el brazo del policía, o si que casualmente falleció
en ese momento por sus malos hábitos, sin que su estrangulamiento tuviera nada
que ver en el asunto.
Ah, sí: de nuevo el policía era
blanco, y el muerto negro. Qué curioso, ¿verdad?
Aquí al lado, en Barcelona, hace unos
meses pasó algo parecido: un suceso menor, una intervención policial excesiva,
y un muerto. Obviamente se está instruyendo un juicio, y hay 4 policías
imputados por homicidio. Acabe la cosa como acabe –se piden 11 años de cárcel;
se alega que fue un desgraciado accidente- como mínimo, se toma el asunto en
serio. Y sí, tanto los policías como el muerto eran blancos; pero no tiene nada
de extraño, pues por estas tierras andamos escasos de negros. Racismo sí
tenemos, aunque distinto, porque la gente de otras razas es en nuestra sociedad
una recién llegada, y los únicos “diferentes” con los que hemos tenido contacto
regular han sido gitanos y marroquíes. Y las reticencias, el rechazo, esa
mezcla de escepticismo y miedo que siempre se tuvo hacia ellos, estoy
convencido que tiene mucho más que ver con una cuestión meramente económica que
cultural: ¿qué problema pueden suponer los alemanes, americanos o japoneses, si
son gente rica, civilizada y culta… por más que su cultura no sea la nuestra?
Ahora bien, los pobretones analfabetos que vienen a trabajar —si pueden— en lo
más básico, porque son tan burros que no dan más de sí; y que si no consiguen
trabajo lo mismo se dedican a robar… esos son otra cosa. Y como resulta que la mayoría de ellos son sudamericanos o marroquíes (los subsaharianos son
recién llegados, y aún pocos), pues ya está hecha la asociación de ideas.
Como ejemplo de mi teoría del racismo
económico español cabe citar el caso de los “jeques árabes”: hace ya décadas
que la clase alta de diversos países árabes escogió España como territorio de
ocio y negocio, y por aquí eso no hizo sino celebrarse, considerando una buena
noticia la llegada de gente tan rica y peculiar, de la que sin duda se podía
sacar tajada —y se sacó— ¿Racismo hacia ellos?: en absoluto. Ahora bien, hacia
el desarrapado que desembarca de la patera o el que salta la valla de Melilla, y
que anda por ahí quitando trabajo a los españoles necesitados, chupando
injustamente de nuestros beneficios sociales… a ese, ni agua: que se vuelva a
su país. Es entonces cuando el árabe se convierte en moro, y el hermano hispanoamericano en sudaca.
Hay muchos tipos de racismo, y cada uno
de ellos obedece a complejas causas históricas que sería ingenuo y soberbio
intentar esclarecer aquí en cuatro renglones. Pensemos en las prevenciones,
reticencias o animadversiones existentes entre chinos y japoneses, entre indios
y paquistaníes, entre hutus y tutsis… En unos casos lo más decisivo es el peso
de la historia, en otras las diferencias culturales o religiosas. La cosa, tal
como yo la veo, sigue el siguiente proceso:
1.- El
“diferente” no es en principio ni bueno ni malo, y sólo causa curiosidad.
2.- En
el momento en el que algún “diferente” ocasiona algún problema, y como
mecanismo social preventivo que nos llega arrastrado desde los tiempos de las
cavernas, se etiqueta a todos los relacionados con el causante del problema
como “potencialmente peligrosos”.
3.- Para
facilitar la defensa frente a esos “diferentes”, que han dejado de ser objeto de
nuestra curiosidad para convertirse en “potencialmente peligrosos”, se busca
aquello que posean que sea más notorio y diferente; y si tienen algún rasgo
racial que los diferencie de “los nuestros”, pues perfecto.
4.- Ahora,
y para garantizar la seguridad de nuestro grupo, se cosifica a conciencia a los
diferentes, que dejan de ser individuos, personas, gente como tú, pasando a
convertirse en una realidad siniestra y uniforme a la que se le cuelga una
nueva etiqueta, como “sudaca”, “moro”, “chino”, “negro”, “indio”, “judío”. etc.
Sólo como ejercicio, os adjunto varios
retratos correspondientes a personas de “grupos étnicos” tradicionalmente enfrentados.
¿A que no es tan obvio quién pertenece a cada grupo?
Empecemos por un palestino y un judío
(ya sé que los hay más feos; pero estos dos también valen, y así le quitamos un
poco de plomo al asunto —¿verdad, chicas?—, que ya tiene bastante).
Fuentes: joaoleitao.com y depenalty.es |
Vamos ahora con una japonesa y una
china
Fuentes: asisucede.com y diariouno.com.ar |
Sigamos
con un español y un marroquí
Fuentes: fanoos.com y listas.veinteminutos.es |
Ayub es central en el equipo de fútbol de mi hijo —y es un buen central— y Kristian es el máximo goleador. No sé qué clase de monstruo habría que ser para odiar a alguno de esos dos chavales. Pero si cogemos a Ayub Aamart y a Kristian Krasimirov y les desposeemos de su humanidad, si los convertimos simplemente en un moro y un ruso, todo pasa a ser más fácil. Así, las muertes de Michel y Eric dejan de ser una tragedia y se convierten en un engorro, cuando les quitamos su condición de personas y los convertimos en dos negros. Pero ¿cómo es posible que pase algo así? En Brasil me contaron un asqueroso chiste racista que puede ayudar a entenderlo. Y que conste que quien me lo contó no era precisamente blanco: “¿Qué es un blanco corriendo?: un deportista”; y ¿un negro corriendo?: un ladrón”.
El Gran Jurado es una figura clásica
del Sistema de Justicia Penal del país del que fueron ciudadanos Michel y Eric,
y procede del derecho británico. Lo conforman 23 ciudadanos (ojo al dato:
ciudadanos, no técnicos ni profesionales del Derecho), y a ellos les corresponde, entre otras funciones, estudiar las pruebas incriminatorias que
pesan sobre presuntos responsables de delitos importantes, para decidir si
éstas son consistentes y el sospechoso en cuestión debe ser juzgado o no. Si un
negro, en el país probablemente más mestizo del planeta, me contó el chiste
anterior… ¿qué chiste no podrían contarme en el país de Michel y Eric? ¿No es
razonable, consecuentemente, cuestionar la imparcialidad del Gran Jurado?
En España llevamos algún tiempo
intentando implantar el jurado como parte de nuestra maquinaria procesal, y aún
no lo hemos conseguido del todo, pues aunque se reserva para casos muy
singulares y teóricamente poco técnicos, la participación del jurado nos han
sorprendido más de una vez con veredictos absurdos, parecidos a las
absoluciones de los que mataron a Michel y a Eric. Pero la cosa es aún peor,
pues el hecho de que intervengan solo profesionales del Derecho tampoco
garantiza una “justicia imparcial y universalmente aceptable”. Así, el poderoso
y rico es capaz de promover acciones de defensa que acaban por embarullar y
matizar de tal manera las cosas que los juicios se demoran de forma
desesperante, terminando en ocasiones en sentencias ridículamente leves, como las
de estafadores de fortunas u homicidas que acaban pasando por la cárcel apenas
fugazmente.
De modo que la “justicia imparcial y
universalmente aceptable” —las comillas las pongo para etiquetar un concepto
general que supongo existirá… aunque no sé si se llamará así (ya lo sabéis: soy
biólogo)— no es algo sencillo, ni queda garantizada por el hecho de que sean
profesionales del derecho o ciudadanos de a pié los que tomen las decisiones.
Pero intentemos regresar al arranque
de esta entrada, para que no se acabe haciendo eterna, como tiende a ocurrirme.
A mi entender, el prejuicio racial,
aunque sea obviamente una simplificación consistente en etiquetar a la gente en
función de su “etnia”, parte de algunos hechos ciertos y constatables. El
círculo vicioso y diabólico, al que yo le añado una causa primera y fundamental,
sería el siguiente (esta generalización se refiere a América):
Para destruir ese círculo infernal el
único punto razonable de ataque es el primero: si se consigue que determinado
colectivo salga de la ignorancia abandona la miseria, y entonces todo el proceso se desmorona, desde el hecho
objetivo de que de allí surjan más personas conflictivas
hasta el que la sociedad en su conjunto estigmatice a ese grupo.
En una próxima entrada prometo seguir contribuyendo
a arreglar el mundo. Y creedme que se puede. De hecho, se va pudiendo… aunque
como siempre más despacio de lo que nos gustaría. Os adelanto un par de ideas
sobre las que pienso volver:
- En Brasil hace ya tiempo que funciona la denominada “Bolsa familia”: en comunidades misérrimas, se les “paga” a las madres —son más de fiar que los padres— para que sus hijos pequeños vayan a la escuela. De ese modo, los niños adquieren al menos una formación básica, y las familias tienen para comer sin que los niños tengan que dedicarse a trabajar, mendigar o robar. La medida se tacha de paternalista y de cosas peores; pero lo cierto es que está funcionando, y la aplicación de medidas de ese tipo ha sacado ya a millones de brasileños de la miseria.
- Un poco más abajo, un presidente tachado de loco ha promovido en su país la despenalización total de la marihuana. ¿Podéis imaginaros el impacto que podría suponer, a nivel planetario, si las drogas dejaran de ser una opción lucrativa; si los chavales que viven en la pobreza absoluta no tuvieran otra opción para abandonarla que formarse y trabajar, en lugar de disponer del atajo si retorno que es hoy en día para ellos la opción de las drogas…?
Lo dicho; pronto, más.
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