Estaba con una entrada relativa al
periodismo paternalista (ya la terminaré y la colgaré otro día), cuando me ha llegado
una noticia que ha hecho que me hirviera la sangre, como dice mi amiga Ana
Vázquez, cuyo blog —mucho más visceral y reivindicativo que el mío— desde aquí
abiertamente os recomiendo: quecabreotengo.blogspot.com.es
La noticia en cuestión era la de que,
en un lejano y teóricamente civilizado país, de cuyo nombre prefiero no
acordarme, acaban de sobreseer la muerte de un chaval de dieciocho años a manos
de un policía. La cosa sucedió el agosto pasado, en pleno día y plena calle,
sin que mediara ningún atraco o disturbio: una simple disputa, una regañina que
sube de todo, se va a más… y acaba así. El chico no estaba armado, como ha
podido constatarse; y a mí, personalmente, me importa un pito si había levantado
las manos para entregarse, como dicen unos, o si en la disputa había terminado
por atacar —con las manos— al agente, como otros aseguran: éste lo frió a
tiros, allí mismo. Le disparó doce veces, acertando seis. Dos, en la cabeza.
Soy biólogo, ya lo sabéis, y de leyes
sólo tengo una ligera idea, por pura cultura general; pero lo anterior es
indiscutiblemente un homicidio. Porque “homicidio”
—algo de latín sí sé— es simplemente eso: el acto de que una persona le quite la
vida a otra. Pues no va a haber juicio, ya que al parecer la cosa es tan obvia
que no hace ni falta: fue legítima defensa.
¿Alguien puede considerar justificado
disparar doce veces, acertando seis de ellas —dos, en la cabeza— para apaciguar
a un exaltado, suponiendo que ese fuera el caso? Seis disparos —dos, en la
cabeza— contra un chaval desarmado, ¿puede ser una actitud proporcionada de
legítima defensa?
Como mínimo, huyendo de disparates
vengativos y siendo más que generosos (imaginemos que el crío era un oso
enajenado, que el policía entró en pánico, etc.), el desenlace civilizado para
una cosa así habría sido apartar de por vida del servicio a ese policía (¿cómo
va a seguir patrullando armado un energúmeno como ese?), que el Estado asumiera
la responsabilidad civil subsidiaria por el homicidio involuntario del joven,
que se lavara la imagen de éste, y que se compensara generosamente a la familia
por el fatídico suceso. Pues no, no va a haber nada de eso. El policía en
cuestión queda limpio de polvo y paja, y “hala,
a apatrullar la ciudad”, que diría Torrente.
¡Ay, perdonad…!: me acabo de dar
cuenta de un detalle que no he citado y que por lo visto lo explica todo: el
policía era banco, y el chaval, negro.
La cosa apesta de tal modo, da tal
vergüenza ajena, tal asco, tanta pena… Y la explicación es así de simple: se
trata de una secuela de la esclavitud. Otra más. Si, de la esclavitud, algo que
parece tan lejano pero que en realidad aún colea en medio mundo, incluida la
totalidad de América y el resto de territorios que las potencias europeas de
los últimos 500 años explotaron inundándolos de mano de obra esclava; de gentes
arrancadas de sus tierras y convertidas en ganado por el terrible delito de que
sus sociedades era tecnológicamente inferiores; porque eran “menos civilizados”, según el término
entonces acuñado, en un despiadado alarde de sarcasmo.
Por cierto, y ya que hemos puesto en
marcha el ventilador: los mayoristas y abastecedores fundamentales de la
demanda europea de esclavos fueron los árabes, a los que eso de clasificar a
los seres humanos en gente, por una parte, y herramientas, por otra, no parece
que históricamente les haya supuesto un gran conflicto: ¡LA ABOLICIÓN DE LA
ESCLAVITUD EN ARABIA SAUDÍ FUE DECRETADA POR EL PRÍNCIPE FAISAL, EL 2 DE JUNIO
DE 1963…! (yo tenía cuatro años...)
No he estado nunca —aún— en
Norteamérica, pero tengo amigos que nacieron allí y otros residiendo, y todos
me cuentan que, aunque en las películas quede muy bien eso de que casi todos
los jueces sean negros, y aunque Obama también lo sea, aquella es una sociedad absolutamente estratificada, con un mínimo nivel de mestizaje (según el United States Census Bureau, en 2010 no llegaban al 2,5%), y las
desigualdades sociales son étnicamente clamorosas: las clases altas están
formadas en su inmensa mayoría por blancos, y las bajas por otras razas.
A Sudamérica sí he viajado algunas
veces, y mantengo estrecha relación con Brasil, país notablemente mestizo (según
estadísticas oficiales, son mezcla de diversas etnias más del 40%… aunque los brasileños que conozco opinan que deben ser muchísimos más). Pero
obviando ahora la mayor o menor propensión a la promiscuidad de la sangre
latina respecto a la sangre sajona, lo cierto es que allí también sucede algo
parecido: hay un claro desequilibrio étnico de las clases sociales, de manera
que los integrantes de las clases más favorecidas son en su mayoría blancos, y
los más pobres son negros o mestizos.
Pero ¿cómo iba a ser de otra forma?
Hace poco hablaba aquí de que el machismo que aún aqueja a nuestra sociedad se
debe a que hace sólo tres siglos que empezó a desvanecerse el monopolio
absoluto del poder por parte de los hombres ¿Sabéis el mínimo tiempo que hace
desde que desapareció la esclavitud de la “normalidad” internacional… obviando
delirios como el ya citado de Arabia Saudí? (por favor: dejemos para otro
momento las nuevas formas de esclavitud). Pues vamos a echar la cuenta, y
veréis qué sorpresa:
-
En
USA, la esclavitud no fue efectivamente abolida hasta el final de su guerra
civil, en 1865.
-
En
Brasil, la celebérrima Ley Aurea que acabó con ella data de 1888
-
En
nuestra civilizadísima y europeísima España, la esclavitud fue legalmente
abolida el 7 de octubre de 1886 (¡joder, 73 años antes de mi nacimiento, en
vida de mis abuelos…!)
Redondeando, podemos situar la cosa en
el último tercio del siglo XIX.
Consecuentemente, los antecedentes de un chaval de 18 años como el
frito a tiros que motiva esta reflexión, descendiente de africanos raptados de
su tierra, podrían ser más o menos así:
-
Su
padre debió nacer en el último tercio del siglo XX. Pongamos que en los
ochenta. En su país ya se extinguían los ecos del Black Power, y ciertamente las
cosas estaban mejor de lo que habían estado hasta entonces, a efectos legales. Pero solo a efectos
legales y no en todo el mundo: en Sudáfrica el Apartheid se encontraba en pleno apogeo.
-
Su
abuelo, padre del anterior, nacería a mitad del siglo XX. Lo dejaremos en 1950. Son los tiempos
de Luther King, del Movimiento por los Derechos Civiles...
-
Su
bisabuelo debió nacer en los alegres veinte. Alegres para los parisinos, porque
por aquellas tierras era la época dorada del Ku Klus Klan.
-
Su
tatarabuelo nació ya a finales del XIX.
En aquellas tierras fueron los tiempos de las leyes de Jim Crow, que de facto propiciaron
una extrema segregación racial, llegando incluso a suponer la denegación del
derecho de voto.
-
¡Y
EL PADRE DEL ANTERIOR NACIÓ CON TODA PROBABILIDAD ESCLAVO…!
No somos lo que parece que somos,
cosas cerradas y definitivas que se explican a sí mismas: somos un eslabón más
en una carrera de relevos, y si estamos donde estamos es porque los demás hicieron
las etapas anteriores del camino.
¿Qué etapas llevaban recorridas los
ascendentes del policía, y los del crío de nuestra historia? ¿En qué punto les
dejaron a ambos al nacer? ¿Cuántos hijos de analfabetos, braceros no
especializados, supervivientes apenas, consiguen prosperar y llegar aunque sólo
sea a la condición de clase media? ¿Cuántos, de entre los anteriores, pueden
llegar a titulados superiores, como los jueces de las películas?
Es un proceso lento, un goteo, un
arrastrarse contra siglos de inercia, estupidez, prejuicios, injusticia....
Es obvio que en los climas más benignos la gente siempre será más sociable y
pensará tanto en prosperar como en gozar, mientras que en los climas más duros
la gente siempre saldrá menos —en la calle no hay quien aguante— y se verá
obligada a trabajar más —o te provees o mueres— Pero es igual de obvio que los
del sur, blancos, negros o marrones, no somos más idiotas que los del norte, y
si algunos tenemos carrera y otros no, eso tiene mucho más que ver con el contexto y el punto de partida de cada individuo que con la genética y la melanina.
En fin…
Pese a todo, y como ya tengo también
dicho, sostengo que vamos bien. Que la humanidad evoluciona. Que cada vez
estamos más lejos de Atapuerca y más cerca de colonizar otros mundos, llevando
un pedacito de la Tierra más allá de donde nunca soñó Gaia que podría llegar.
Pero entre tanto, qué duro. Qué cabreo
tengo, también yo. Porque hay una idea que no consigo quitarme de la cabeza:
¿Qué habría ocurrido si un policía, negro y pobre, mata de seis
tiros a un chaval desarmado, blanco y rico, por un incidente de nada? Pues que
ya estaría en el corredor de la muerte…
¿O no?
Tu final me ha recordado el alegato del abogado en la peli "Tiempo de matar" (no he leído a John Grisham ni creo que lo haga, pero nunca se sabe...) cuando le dice al jurado que se imaginen que la niña víctima es blanca.
ResponderEliminarAfortunadamente nos hierve la sangre y nos cabreamos mucho porque no queremos volver a Atapuerca. Y eso que hay veces que parece que no hemos salido de allí. El enlace es: https://www.youtube.com/watch?v=1Ywag4R3nhE