No soy conspiranoico, como ya he dicho
en más de una ocasión, porque la inteligencia y la perspectiva —como con
seguridad os sucede a todos vosotros— no me permiten tan reconfortante
ingenuidad, de modo que cuando pasa algo no me vuelvo en busca de ninguna
alianza entre la CIA, Los Rosacruces y Spectra, para entender qué está pasando.
No obstante lo anterior, no deja de
ser curioso cómo son capaces de florecer y multiplicarse ciertas ideas muy
eficaces para mantener a la gente en la más desorientada estupidez. Acepto que
no las promueve ninguna sociedad secreta y malísima; pero casi dan ganas de
pensar en lo contrario, a la vista de cómo nos llegan en cascada desde los más
variados ángulos mediáticos y políticos. Y una de esas sandeces monumentales es
la de acudir a “las mafias” para intentar explicar aquellos fenómenos terribles
y dolorosos que nos cuesta trabajo aceptar como frutos naturales de las
sociedades humanas. No, mucho mejor criminalizar la cosa, atribuirle su responsabilidad
y autoría a un pequeño y oscuro grupo de seres siniestros. Una vez hecho eso el
problema o drama en cuestión deja de quitar el sueño, pues bastará con dar con
los malos y anularlos.
El ejemplo más palmario y actual de la
gigantesca idiotez a la que me estoy refiriendo lo encontramos en cómo se está afrontando la avalancha de emigrantes y refugiados de guerra que amenaza este verano con
invadir Europa ¿Sabéis a qué se debe, dónde nace el problema? Pues
muy sencillo: “…a las mafias que trafican
con seres humanos y que se dedican a robarles a estos infelices los ahorros de
toda su vida, para embarcarlos después en barcazas destartaladas y abandonarlos
en altamar, o meterlos en camiones patera con los que transportarlos como
ganado hasta las puertas del Paraíso. Los habitantes del Paraíso, que somos
buenos buenísimos, nos pasamos la vida rescatándoles y haciendo todo lo posible
porque su vida parezca un capítulo de alguna serie de Disney Chanel… pero
claro, lo mismo no podemos atender adecuadamente a todos, de modo que lo suyo
es acabar con las mafias, para que así cese el flujo de infelices, y colorín
colorado….”
Vamos a ver, señores, seamos serios: siempre que
surge una posibilidad novedosa de ganar dinero hay quien intenta explotarla. Si
la cosa es ilegal, pues aún mejor —aunque solo algunos individuos tengan la
catadura moral para atreverse a hacerlo— pues los márgenes siempre son mayores.
Así, por ejemplo, surgió el estraperlo en la posguerra española. Pero haría
falta ser muy imbécil para pensar que la causa del estraperlo eran los
estraperlistas, y no la miseria nacional que hacía valiosa y deseable cualquier
mercancía foránea. Podrían ponerse infinidad de ejemplos similares, y es
probable que en otra ocasión vuelva sobre alguno de ellos (el tema de la
prostitución es serio candidato de atención por parte del Tribunal Planetario).
Pero ahora voy a intentar centrarme en el dramón que se nos ha venido encima:
cientos de miles de hombres, mujeres y niños agolpados en las fronteras del sudeste de Europa, intentando
entrar.
Para empezar, tenemos que tener claro
que la gente no es tonta, y que a nadie le gusta abandonar su casa, costumbres,
familia, medio de vida… salvo, obviamente, que su presente y expectativas sean tan
malas que no le quede otra. Así, y por eso, llevan décadas viniendo africanos a
Europa, sobre todo de países pobres, como en su día los italianos e irlandeses
pobres inundaron los Estados Unidos, y etcétera, etcétera, etcétera: los
movimientos migratorios, casi siempre forzados y dolorosos (hambrunas, guerras,
etc.), son una constante en la historia de la humanidad
Cuando alguien se nos planta en la
frontera, sin tarjeta de crédito ni billete de vuelta, damos por hecho que
viene a quedarse, y lo primero que intentamos hacer es clasificarlo. Si se
trata de un sirio o un iraquí interpretaremos que viene huyendo de la guerra,
le denominaremos “refugiado” y le aplicaremos determinadas leyes —bastante
humanitarias— mientras que si es senegalés o nigeriano diremos que es un “emigrante”,
al que corresponderá aplicar otras leyes —algo más duras— ¿Y si es congoleño,
eritreo, yemení o turco? ¿Cómo de seria y oficial ha de ser una guerra para que
a sus víctimas se les considere refugiados, y no emigrantes? ¿Hay algún país
pobre de solemnidad, de esos de donde nos llega esta gente, que no se encuentre
de un modo u otro embarcado en algún tipo de conflicto?
La cruda realidad es que aquí no caben
todos los que vendrían, si pudieran: sólo de Siria han huido ya cerca de 4 millones
de personas, sobre todo a los países vecinos, y puede darse por seguro que la
inmensa mayoría de ellos preferiría ser exiliado político en Alemania, que refugiado
—y apenas superviviente— en Líbano. Pero es que Siria es apenas uno de los
focos: si juntamos todos los países de África y del Cercano Oriente aquejados
por guerras y miserias, cuyos habitantes no son menos humanos ni merecedores de
solidaridad que los sirios, ¿qué cifra podría salir? ¿Veinte millones…?
¿Cincuenta…? ¿Doscientos…? (la población total de África y Medio Oriente supera
los 1.500 millones de personas, de modo que esos 200 millones no son una
cifra/chiste sino una posibilidad real que equivale al 13,3 % de los que
residen en ese sector del planeta) Lo dicho: no caben ni de coña… habida cuenta
de que a lo que no estamos dispuestos a renunciar bajo ningún concepto es a nuestro
Estado del Bienestar, el cual sigue siendo paradigma de sociedad avanzada, pese
a los deterioros provocados por la crisis.
Para empeorar la situación, el vivir
en la Era de la Comunicación nos priva de la posibilidad de mirar para otro
lado, como siempre se hizo. No, ahora no hay manera, y todos los días nos toca
desayunarnos con naufragios, cargas policiales en las fronteras, niños llorando…
información que cortan para dar paso a nuevas imágenes de bombardeos y otras
bestialidades bélicas.
Hay que ser un poco más serio, más
exigente. El tribunal Planetario ya abordó en su momento el tema de la droga, y
este tiene algo en común: deteniendo a todos los narcotraficantes del mundo no
se conseguiría nada, pues al día siguiente tendrías en circulación otros
tantos. Los problemas de fondo son otros, y es ahí donde cabe intentar hacer
lago. Centrar el asunto en “combatir a las mafias que trafican con personas” es
como darle aspirinas a un enfermo de sida: apenas nada, un simple placebo. No
os toméis vuestra ración de placebo periodístico y os vayáis a la cama tan
contentos, teneros un poco más de respeto a vosotros mismos.
Y lamento si mis reflexiones abonan
vuestro insomnio. Pero acaso solo estando alerta y despiertos tengamos alguna
posibilidad de hacer que las cosas realmente cambien, algún día.
Vamos con ello:
Es obvio que los problemas están en el
origen, en los países de donde esa gente sale como puede. Y también es obvio que
no sabemos qué hacer para ayudar a resolverlos. Sus causas son variadas y
complejas, y aunque Occidente tiene su cuota de responsabilidad no es en
absoluto el único culpable: ese terrible cóctel incluye como mínimo los
siguientes ingredientes:
- Unas sociedades de base neolíticas, o como mucho medievales, por las que nunca pasaron ni la Revolución Francesa ni la Revolución Industrial.
- Una Edad Media interminable, comandada por el mundo islámico, que convirtió África durante un milenio entero en una simple granja de producción de esclavos.
- Un colonialismo feroz que extrajo cuanto pudo pero apenas dejó nada.
- Una descolonización a la carrera, dejando aquello en manos de dictadores pelele, con el consecuente regreso a la fase de guerras tribales neolíticas previas a la etapa de granja de producción de esclavos.
- Una Guerra Fría que usó aquello también —como el resto del planeta— como tablero de ajedrez.
- Un final de la Guerra Fría tan caótico como el de la era colonial.
- Una sórdida y semi-secreta guerra neocolonial entre las potencias menores regionales, y singularmente, entre el “Irán chií” y la “Arabia Saudita suní” (por cierto: las referencias religiosas son una escusa, como lo fueron en Europa en su día lo de “católicos y protestantes”)
- El resurgir medieval de las quimeras teocráticas.
Menudo pastel. Mejor dicho, menuda
pastelería, pues para colmo tiene poco que ver lo que pasa en los estados
fallidos de Somalia o Libia con la orgía psicopática de Siria, el pifostio
plurinacional de los kurdos, el abismo paleolítico de Afganistán (esos aún no
han llegado siquiera al neolítico)… Y eso sin entrar a valorar el inconmensurable
retraso socioeconómico global de las tres cuartas parte de África.
No hay soluciones mágicas de ninguna clase. Los cospiranoicos y similares pueden soñar si quieren con coaliciones mundiales que acaben con los malos, con gigantescos Planes Marshal y cosas por el estilo. A mí, un pelín menos inmaduro aunque también portador de cierta dosis de utopía (de no ser así, no existiríamos ni este blog ni yo mismo), se me ocurren algunas líneas maestras de posible referencia:
No hay soluciones mágicas de ninguna clase. Los cospiranoicos y similares pueden soñar si quieren con coaliciones mundiales que acaben con los malos, con gigantescos Planes Marshal y cosas por el estilo. A mí, un pelín menos inmaduro aunque también portador de cierta dosis de utopía (de no ser así, no existiríamos ni este blog ni yo mismo), se me ocurren algunas líneas maestras de posible referencia:
- Que EEUU intente olvidarse del papel de sheriff único mundial.
- Que rusos y americanos acepten que la guerra fría acabó y se dejen de ajedreces geopolíticos, de ser amiguísimos de los enemigos de tus enemigos, etc.
- Que las potencias regionales aprendan de la historia y entiendan que, juntas, podrían llegar más lejos. Y como referencia que miren a Europa, y que vean de lo que hemos sido capaces desde que dejamos de guerrean los unos contra los otros.
- Que las grandes potencias mundiales —las dos de siempre y las nuevas— apoyen decididamente a los países árabes más civilizados, para que éstos puedan unirse y hacer un frente común contra los atavismos medievales, las guerras tribales y resto de lacras.
- Desde aquí, armar un auténtico ejercito de cooperación condicionada… y que ésta sea muy, muy fuertemente condicionada: a las dictaduras ni un euro; y a los estados realmente democráticos, pastizal. A los que realmente se vuelquen en el interés público, un pastizal; y a los corruptos y sectarios, ni un euro. A los que acepten y hagan cumplir los derechos humanos, pastizal; y a los que no, ni un euro. Etc. Todo ello con férreos mecanismos de control, no soltando la pasta al telepredicador o cacique amiguete de siempre para que se gaste la mitad en represión y la otra mitad en juergas, como ha venido siendo hasta ahora.
Si alguna extraña e imposible
alineación de todos los planetas de la Vía Láctea hiciera que esas líneas
maestras guiasen los derroteros de la política mundial, aún tendrían que pasar
uno o dos siglos para que la situación actual cambiara radicalmente. Pero si no
pasa algo de eso… lo mismo lo que faltan son uno o dos milenios.
Y a los criminales que trafican con gente, pues obviamente cera, lo mismo que aspirinas para los sidosos cuando se constipen. Pero luego, ¿qué tal si invertimos para tener cuanto antes la vacuna contra el VIH, en lugar de hacerlo en anuncios de aspirinas...?
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