No he podido resistirme a
la paráfrasis, bastante obvia para los que tengáis ya unos cuantos años: “El
disputado voto del Señor Cayo”, oportunísima novela de Miguel Delibes (aunque
seguramente casi todos lo que recordaréis será la película, magistralmente
protagonizada por Francisco Rabal), que reflejaba con patética ironía las
contradicciones de la llegada de la democracia a una España que era varias: la
roja, la azul, la urbana, la rural…
Las cosas han cambiado por
suerte muchísimo desde el 77, y yo no soy ningún alcalde ermitaño al que
seducir. Pero siento mi voto como mínimo igual de dividido que lo sintió en su
día el Señor Cayo. Se nos avecina un diluvio de elecciones y estoy más indeciso
que nunca; lo que en mi caso no es poco, ya que llevo toda la vida votando la opción que acaba ganando tras duras luchas internas entre un irrenunciable idealismo
y el más racional pragmatismo.
Hace poco oí hablar de
Jason Brennan, otro pensador a contracorriente, como yo; solo que catedrático
reconocido y algo más famoso que este poliedro. No le he leído, lo reconozco, y
es probable que si analizo en detalle sus ideas lo mismo me espeluznan. Pero el
mensaje que me llegó de él me pareció de una demoledora lucidez. Intentaré un
resumen: “La democracia es de largo el mejor sistema con el que hemos dado
hasta la fecha, y las sociedades más prósperas y justas son las democracias
consolidadas. Pero acaso habría que intentar dar con otro sistema mejor, pues
el punto débil de la democracia es la ignorancia supina de la mayoría de los
votantes, que cabe agrupar en tres categorías: 1) Hobbits, gente inculta que
viven en su microcosmos y cuya pulsión natural es no votar; pero como son muy
manipulables, a veces sí lo hacen… con resultados desastrosos: Trump, Le Pen,
Brexit…; 2) Hooligans, fanáticos compulsivos que votan siempre a sus colores,
vaya quien vaya en las listas y hayan hecho lo que hayan hecho; 3) Vulcanianos,
seres analíticos, cultos e implicados, que se informan y votan a la opción que
consideran en cada caso más adecuada para la resolución de los problemas. Si
los Vulcanianos fueran mayoría, la democracia sería perfecta. Pero como rara
vez superan el 20%, es el otro 80% de Hobbits y Hooligans quienes finalmente
deciden (¿deciden?) quién manda”.
No sé si me ha quedado un
poco largo, pero es que ahí hay un montón de ideas interesantes, y no he sido
capaz de mayor brevedad.
El lío, lo peligroso de la
argumentación anterior, es que abre la puerta a las restricciones del derecho a
voto (tirando de ese hilo, solo deberíamos votar el 20% de Vulcanianos… porque,
con todos los respetos, lo soy), y eso históricamente está más que probado que
acaba desembocando en la tiranía, en el gobierno de unos pocos, que por muy
cultos que sean no dejan de ser humanos, y al final acaban arrimando el ascua a
su propia sardina. Salimos de la sartén, para caer en el fuego.
De acuerdo con el
diagnóstico de Brennan, a mí lo que se me ocurre como mejor opción no es privar
del derecho a voto a los burros, o hacer que sus votos valgan menos que los de
los listos (¿quién pondría las rayas, con qué criterios…?), sino poner como
objetivo prioritario social y común reducir el número de Hobbits y Hooligans y
aumentar el de Vulcanianos. Lo mismo el ilustre Vulcaniano Brennan no se ha
dado cuenta, pero las sociedades más justas y prósperas del planeta no son
necesariamente las democracias más antiguas y consolidadas, sino aquellas en
las que, además, el nivel cultural medio es más alto. Vale, yo tampoco soy
tonto, y no se me escapa que una sociedad con pocos Vulcanianos es mucho más
fácil de dirigir ¿verdad, Putin, Erdogan y compañía? El problema es endiabladamente complejo, y por eso lleva ahí lo que lleva.
Bueno, tras la divagación
anterior voy ya a lo que se supone que iba, que si no esto se hace eterno: ¿a
quién voto ahora yo, con el panorama que tenemos delante?
De siempre, fui más de
izquierdas que de derechas. Pero sin exageraciones. Socialdemócrata, supongo, o
algo así. Todo lo cual no quita que, en su momento, votase por ejemplo
ecologista, cuando consideraba imprescindible que se prestara más atención a
los problemas medioambientales, cosa que en los ochenta a nadie parecía
preocuparle en exceso. Estamos en otra fase de la historia, y no considero que
un voto de ese tipo sea ahora mismo de utilidad.
Años atrás, anduve cerca
de UPyD. Incluso estuve en una de sus listas a las elecciones de mi pueblo,
aunque en un puesto simbólico y sin posibilidad alguna de salir concejal. Pero
el proyecto se murió (sería muy largo aquí hacer una elegía o una autopsia, de
modo que nos la ahorraremos), de modo que ya no es ninguna opción.
Seguí con cariño y
simpatía el nacimiento de Ciudadanos. Pero poco a poco se han ido escorando y
escorando, haciendo recordar aquello de que “la cabra, tira al monte”, como mis
amigos más de izquierdas siempre se empeñaron en señalarme, de modo que aunque
me siguen gustando mucho algunas de sus ideas y de sus gentes, me dan más miedo
que un nublado. Sobre todo después de pactar en Andalucía con una gente que
son, literalmente, el franquismo sin Franco. Nada menos. Y como diría Sabina “…como
habrán adivinado, la señora y el señor, los apellidos del muerto al que me
refiero yo…”, pues me voy a dar el gustazo de evitar nombrarlos, que para mí
que, a base de hacerlo, se les está haciendo más grandes e importantes de lo
que en realidad son.
Con todos los anteriores
antecedentes, parecería obvio que soy carne de PSOE. Pero es que después de la
que acaban de liar, pollito, me dan como mínimo el mismo miedo que Ciudadanos
¿Pero cómo se le puede ocurrir a nadie ir a pactar con los secesionistas
catalanes, una gente cuyo objetivo cuasi único es liquidar España para crear un
estado inviable, con lo que el 20% de mis compatriotas se irían al mismísimo
limbo, durante varias generaciones? Es como hacer jefe de bomberos a Nerón. Da
igual lo noble de la causa: el fin nunca justifica los medios. Jamás se debió
pactar con esa gente, de la que ya tengo hablado en este foro en un montón de
ocasiones, y de la que tengo una opinión muy clara, que cabe resumir en la
siguiente idea: El nacionalismo (CUALQUIER NACIONALISMO), es supremacismo
aldeano, amor enfermizo por el propio ombligo que se justifica en un único
argumento: “qué confortable es mi zona de confort”.
De modo que, menudo
panorama... Para los utopismos, es tarde (de aquí a 8 meses, cumpliré 60).
Ciudadanos me da miedo, por cómo se está escorando. El PSOE también, por haber
perdido el norte con aquello de el fin y los medios.
Si pudiera elegir, al
menos para España y Europa (mi pueblo y mi región son asuntos más locales, y
ahí me importan más las personas que las siglas), querría una coalición
PSOE-Ciudadanos, que son las dos formaciones de cuyas perspectivas me siento más
cercano. De hecho, sus ideologías no están tan alejadas, y seguramente por eso
se tiran a degüello la una contra la otra, sabiendo que buena parte de sus
votos los pescan en los mismos caladeros.
El PSOE, de la mano de
Ciudadanos, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin la
hipoteca de tener que contentar a los eternos chantajistas periféricos.
Ciudadanos, de la mano del PSOE, podría llevar adelante la mayor parte de sus
políticas, sin deberles nada a los herederos del franquismo. No me puedo creer
que Sánchez se sienta más cómodo con los trasnochados Garibaldis que han
llegado a la historia 150 años tarde, o con la amalgama heterogénea de
buenismos y utopías que es Podemos, que con la gente de Ciudadanos. Y tampoco
me creo que Rivera se sienta más cerca de la rancia derecha pepera, que aún no
sabe que perdió el poder por culpa de una corrupción intrínseca que se empeña
en ningunear, o de la aún más rancia nostalgia de la Panña del NODO de Abascal,
que de la gente del PSOE.
Pero no se vota a
coaliciones, sino a opciones teóricamente autosuficientes…
¡Ay Cayo, Cayo…! Tú que
tienes más perspectiva que yo de estas cosas… ¿qué hago…?