La culpa es el sentimiento de pesar
que nos embarga cuando somos conscientes de que, por acción o por omisión,
hemos actuado contra las normas, generando un mal a alguien o a nosotros
mismos. Es un sentimiento inevitable y forma parte de nuestra condición de
humanos, en tanto en cuanto somos unos primates sociales conscientes y
tremendamente morales. Llevamos impresos en nuestros genes los conceptos de
bien y de mal, de correcto e incorrecto, al igual que nos acompaña la
certidumbre de nuestro libre albedrío (al margen de que “libre” sea siempre un
término relativo).
Fuente: el escobillón.com |
Como todo lo que nos conforma, lo que
se ha asentado en nuestra identidad como especie, la culpa constituye un
elemento evolutivamente valioso, al igual que la empatía,
el altruismo, la obediencia, la confianza… De no ser así, el tamiz inapelable
del tiempo, el eterno prueba/error en el que se desenvuelve todo lo que existe,
la habría descartado de nuestro bagaje.
Efectivamente, la culpa actúa como
poderoso controlador interior, como freno voluntario que ayuda a limitar
severamente el quebrantamiento de las normas. No es sólo el miedo al castigo
impuesto por la sociedad, por los otros, lo que nos mueve a no hacer daño, sino
la certidumbre de que eso nos haría sentir fatal, hasta tal punto que con
frecuencia incumplir la norma acabaría generándonos más perjuicios que
beneficios. De modo que gracias, culpa, por todo lo que nos ahorras en aparato
policial, judicial y penitenciario.
Rota la lanza anterior, me temo que
ahora procede un contraataque. Y demoledor: el sentimiento de culpa es sistemática
y universalmente empleado por las estructuras sociales de nuestra especie para
someter a los individuos. Y me estoy refiriendo a todas, desde la familia a la
religión, pasando por cualquiera de los ámbitos de agrupación social que
quieran considerarse.
Se parte de un impulso natural y útil,
y tras darle vueltas y más vueltas se alcanza una impúdica hipérbole que nos convierte
a todos en malvados vocacionales, en seres defectuosos, culpables hasta el
delirio de no ajustarnos en absoluto a lo que “se supone” deberíamos ser. Ese
es probablemente el quid de la trampa “lo que deberíamos ser”, el “idealismo”
(ya le partiré la boca en otra ocasión a Platón, a cuenta de esta herencia
envenenada), sustituir la realidad por una quimera inalcanzable, una utopía.
Pero en vez de usarla después como referente hacia el que encaminarse, utilizarla directamente como molde contra el que contrastar a la humilde realidad,
que obviamente no llega ni de lejos. Y ahí, ya te han pillado. Ya eres
culpable. Ya estás jodido.
Fuente: feeling.com. |
La culpitis, la inflamación patológica del sentimiento de culpa, empezará por rebajar tu autoestima. Y a menor autoestima, menor iniciativa: hablarás menos, replicarás menos, intentarás menos cosas nuevas, serás más obediente, más humilde, más manejable…
De segundo, vivirás con las piernas
abiertas en relación con los castigos: “me lo merezco, me lo merezco, vaya que si lo
merezco” es la inevitable coda de esa bonita canción que dice “por mi culpa,
por mi culpa, por mi gran culpa”. Pero si soy una mierda, un ángel defectuoso y
soberbio, ¿cómo no me voy a merecer el infierno?
Dejemos respirar un poco a la
religión, para que nadie confunda esto con el enésimo púlpito anticlerical.
Nunca reciclarás lo suficiente:
Culpable. ¿Siempre votas, en todas las elecciones? Peor aún, las veces que vas
a votar, ¿realmente te has leído los programas electorales de quienes terminas
apoyando o criticando?: doblemente culpable. ¿De cuantas onegés eres socio?
¿Acaso no te parece relevante el papel de Cruz Roja, de Médicos sin Fronteras,
de Amnistía Internacional, de UNICEF, de Green Peace…: Culpable, culpable,
culpable…¿Has hecho realmente algo para luchar contra la explotación infantil
en el tercer mundo?; ¿y contra la homofobia en medio mundo?; ¿y contra el
racismo en el otro medio?; ¿respetas siempre las normas de tráfico?; ¿lo
declaras todo?; ¿le dedicas a tus hijos el tiempo que necesitan y merecen?... una
y mil veces, eres CULPABLE.
Si el objetivo fuera crear una
sociedad de individuos felices, es obvio que el error sería de enfoque:
simplemente, se habría sobredimensionado absurda e innecesariamente un sentimiento
natural y útil. Pero me temo que esto último no sea sino una idealización por
mi parte. ¿”…una sociedad de individuos
felices…”? ¿Quién me ha dicho a mí que ese sea el objetivo de la evolución? Y ¿quién me ha dicho que lo que existe, que el Ser, es una realidad en evolución de la que formamos parte?
Dejadme que termine reconociéndome
culpable: culpable de soñar que las cosas, acaso, sí tengan algún sentido.
Pero
de lo que no puedo sentirme culpable es de estar convencido de que, caso de existir, dicho
sentido sólo puede tener que ver muy tangencialmente con lo que defienden las
teorías morales de las religiones que he llegado a conocer. Y son unas cuantas.
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