Que nadie se asuste, que no tengo nada
que ver con la Sra. Botella ni con ninguna otra autoridad municipal. El título
no es un slogan sino una recomendación sincera, aunque en su versión corta, que
para eso es un título. Desarrollada, la cosa quedaría así: “Si vas a visitar el
centro de una ciudad histórica, no se te ocurra hacerlo en coche: mejor, vete
andando”.
Seguro que todos habéis vivido jugosas
aventuras, perdidos con vuestro coche en medio de algún laberinto medieval urbano.
Pues yo os voy a ir dejando aquí alguna de las buenas. Y como ya sé que todos andamos
siempre mal de tiempo, lo haré de una en una (de ahí el “I” del título). En breve volveré con más.
Reíd a gusto. Pero después, bebáis o
no, recordad mi consejo: “si vas al centro, no conduzcas”
Anécdota nº 1: Daroca
Daroca es una preciosa ciudad medieval
situada en el extremo sur de la provincia de Zaragoza, lindando casi con la de
Teruel. La llegué a conocer bastante, pues a principios de los noventa
participé en los trabajos previos a la construcción de la autovía
Sagunto-Teruel-Zaragoza, conocida ahora como Autovía Mudejar. Por cierto, que la
autovía en cuestión dejó descolgada Daroca —pasa como a diez kilómetros al este—,
cosa que dudo que los darocenses hayan perdonado, pues la antigua carretera sí pasaba —y sigue pasando— por allí. Pero de verdad que no fue a mala uva: Daroca
se enclava en un recodo del río Jiloca que pilla totalmente a trasmano para ir
de Teruel a Zaragoza, y la nueva autovía acorta el itinerario un montón
de kilómetros.
Gente ingeniosa y austera, los
aragoneses en general y los darocenses en particular. Como muestra, un botón: En
la intención de fomentar las actividades económicas de la zona, que ya estaban
bastante tocadas antes de la puntilla de la autovía, se decidió construir un
polígono industrial. Bueno, lo que en realidad se hizo fue plantar un montón de
viales en medio del campo, con la esperanza de que a alguien se le ocurriese ir
a instalarse allí. La cosa no tenía demasiada buena pinta, ya desde el
principio, a pesar de que a la entrada del “polígono” dispusieron un enorme
cartel que decía: “SE VENDEN PARCELAS INDUSTRIALES”. Y es aquí donde entra el contundente
humor aragonés: un vecino de la localidad tuvo a bien rematar el cartel
escribiendo debajo, con letras igual de grandes: A QUE NO. Lo preciso de su
vaticinio puede verse en la foto siguiente, sacada del Google Maps, la cual
muestra la situación del “polígono” veinte años después.
Fuente: google.es/maps |
Bueno, a lo que íbamos con lo del
coche.
Una tarde en la que acabé
razonablemente pronto de recorrer alternativas para el trazado de la autovía, decidí dedicarle un rato al turismo cultural e ir a conocer los restos de las
murallas árabes que coronan la ciudad. Conocía
bien las que están junto a la carretera, pero no las de los cerros de enfrente, menos
restauradas y accesibles. Subí por estrechas callejuelas, tiré el coche en un
rincón cercano a la ermita de Nazaret y trepé hasta las murallas siguiendo
sendas y trochas. Como sospechaba, el emplazamiento y relativo descuido de estas ruinas las dotaba de mayor encanto aún que el que poseían las espectaculares murallas
del flanco contrario, estéticamente emparentadas con las de Ávila (nada
menos, por otra parte; aunque éstas son musulmanas en lugar de cristianas).
Murallas del este de Daroca, que están
como un pincel (fuente: aunclicdelaaventura.com)
Murallas del oeste de Daroca, gloriosamente
deterioradas (fuente: musica-antigua-daroca.es)
A la vuelta ya oscurecía, y anduve
distraído dejándome llevar cuesta abajo, zigzagueando por el laberinto
de callejuelas irregulares, plazuelas y patios. Aquello no era tan grande, de
modo que di por sentado que dos o tres manzanas más adelante ya estaría en
alguna calle importante. Y casi fue así; pero sólo casi…
Fuente: Fotocommunity.es |
En medio de fuerte ladera, desemboco
en una placita no mucho mayor que un cuarto de estar, de la que parten dos
estrechos callejones. El de la izquierda más que calle parece un precipicio, y
todo apunta a que puede rematar en escaleras, de modo que cojo el de la
derecha, que no tendrá más de dos metros de ancho. Veinte más adelante,
mi calleja gira en ángulo recto —Pues sí que estamos buenos…— pero dar marcha
atrás aquí, de culo cuesta arriba para llegar a la microplaza de antes me parece fuera de mi alcance, de modo que intento el giro —¡Toma ya pericia, y toma ventajas de tener un coche pequeño…!—Curva imposible superada. Y al fondo ya se ve la luz y se oyen los ruidos de
una calle de verdad. Estoy saliendo. Sólo tengo que concentrarme y moverme a
cámara lenta, porque la infracalle por la que me deslizo parece estrecharse más y más. Llego a un pasadizo, para colmo en ligera curva, y entonces... ¡Raaaaaajjj…! (raspón en el espejo retrovisor de la derecha). Bajo la ventana y
lo pliego. Luego hago lo mismo con el de la izquierda —Venga, hombre, que ya casi
estoy— ¡Riuuuujjj…! Ahora raspo el de la izquierda, y eso que estaba
plegado —¡Por Dios…!— ¡Raaaaaajjj…!, ¡Riuuuujjj…!, ¡Reeeejjj!... Sinfonía de
arañazos en estéreo, ejecutada tanto por ambos espejos como por los dos
laterales del coche —Pues ahora sí que la hemos jodido…— Más embutido que la salchicha de un perrito en su pan, intento tímidamente dar marcha
atrás (¡Raaaaaajjj…!, ¡Riuuuujjj…!), luego para adelante (¡Reeeejjj!,
¡Riooooojjj!). Y todo esto a dos metros de desembocar en una calle de verdad.
Bajo las ventanas, llamo a nadie, hago sonar el claxon… Gente que pasa por mi calle prometida se para, se asoman y comienza a formarse un corrillo.
(léase el siguiente diálogo empleando,
cuando corresponda, acento aragonés)
—¡Oigan… los de ahí fuera….! ¿Pueden
ayudarme…?— grito, a través de la ventanilla abierta, por la estrecha rendija
que queda entre coche y pared.
—Pero… ¿Ande vas, maño…?— Responde
socarrón y perplejo uno de los transeúntes del corrillo, regordete con pinta de
labriego
—Me he quedado atascado… Estoy rozando
por los dos lados…
—¿No has visto el letreo, pues…?
—¿Qué letrero…? ¡No había ningún
letrero…!
—Vaya que si lo hay, arriba en la
placica… Pero ya da igual.
—¿Y ahora qué hago…? El coche no sale
ni para adelante ni para atrás… ¿Podían llamar a los bomberos?
–Y ¿qué les decimos…? ¿Qué traigan un
abrelatas de los gordos…?— Era lo que me faltaba. El cachondeo se extiende por
el corrillo, que no deja de aumentar, mientras yo me siento cada vez más idiota.
—Dale pues, que esto al final se queda
sólo en chapa y pintura…
Regreso a la polifonía de metal, ladrillo y adobe (¡Raaaaaajjj…!, ¡Riuuuujjj…!, ¡Reeeejjj!), aunque ciertamente el coche
consigue avanzar, centímetro a centímetro, camino de su liberación
—Venga, echarse para atrás y hacer
sitio, que Daroca está pariendo un coche— remata su actuación mi consejero,
para alborozo de sus paisanos.
Al final el tío tenía razón en casi todo:
en la plazuela sí había un cartel que indicaba mínima anchura; pero aquello no
fue solo chapa y pintura: fue chapa, pintura y bochorno.
Estrechuras como esa creo que no he pasado nunca, ni en el peor final de mes ni escalando la más angosta chimenea; aunque peripecias automovilísticas de similar calado sí tengo alguna más. Pero tal como acordamos, os dejo descansar. Dentro de poco volveré con más diversiones... como el cerdito Porky.
Estrechuras como esa creo que no he pasado nunca, ni en el peor final de mes ni escalando la más angosta chimenea; aunque peripecias automovilísticas de similar calado sí tengo alguna más. Pero tal como acordamos, os dejo descansar. Dentro de poco volveré con más diversiones... como el cerdito Porky.
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