La entrada anterior la dediqué a
intentar diagnosticar qué es y de dónde creo que puede venir esa desgracia
llamada machismo. Para quien que no lo leyera, y para coger impulso en esta
aproximación a estrategias con las que combatirlo, voy a ofrecer una especie de
concentrado de ideas, de dos líneas:
“El
machismo es el sometimiento de las mujeres a los hombres, que aún perdura por
la inercia de miles de generaciones durante las cuales el poder físico fue la
base de todos los poderes”
También decía que, tras las revoluciones
Industrial (la fuerza pasa del brazo a la máquina, accionable por cualquiera),
y Francesa (adiós a las diferencias establecidas por el orden divino, y
bienvenida la igualdad, la libertad y la fraternidad), hace tres siglos que
comenzó el proceso de desagravio de lo femenino. Pero aún estamos lejos de alcanzar
un punto de equilibrio estable, y a mi entender ello se debe fundamentalmente a
que el proceso acaba de empezar: ¿qué son tres siglos, frente a cinco millones
de años?
Como también adelanté, me parece mala
idea intentar contrarrestar el tremendo peso de la inercia a base de verdades a
medias, generalizaciones, prejuicios bienintencionados, discriminaciones
positivas y zarandajas similares. Es como si para combatir la idea de que la
Tierra es el centro del universo, oponemos la de que el centro es el sol. Puede
que esa propuesta, parida originalmente hace dos mil trescientos años, fuera
muy eficaz hace cuatro siglos para rebajar los delirios de grandeza de la
humanidad y ayudarla a asumir que no somos el centro de nada. Pero el
conocimiento no puede pararse ahí, en una mera aproximación a la verdad solo un
poco menos equivocada que la equivocación a la que sustituye.
En el asunto que nos ocupa, lo de que
los hombre son superiores a las mujeres sería el modelo geocéntrico; y lo de
que somos iguales, el heliocéntrico. Pues va a ser que no: ni el sol es el
centro del universo ni hombres y mujeres somos iguales.
Para empezar, resulta imprescindible superar
una sutil trampa semántica: “Iguales”, es un término que necesita contexto para
saber a qué nos estamos refiriendo, y no tienen nada que ver oponerlo a “diferentes”
que a “superior e inferior”. Por ejemplo: ¿Brad Pitt y yo, somos iguales? Parece
claro que no ¿verdad? Seguro que yo toco mucho mejor que él la guitarra… ¿o
acaso estabais pensando en otra cosa…?
No son iguales, para nada, un café con
churros y una cervecita con su tapa. Y si alguien pretende defender que una es
superior a la otra es que, o es idiota, o no consigue pensar en abstracto;
porque obviamente todos nos decantaremos por el café a la ocho de la mañana, y
por la cerveza seis horas después.
Las diferencias entre hombres y
mujeres son tantas y tan obvias (genéticas, celulares, fisiológicas, endocrinas,
psicológicas…), que no me entretendré aquí en detallarlas o justificarlas. Lo
que no es tan obvio es qué porcentaje de esas diferencias que corresponde a
razones genéticas y cuál a causas culturales y educacionales. A discernir ese
tipo de cosas se han dedicado generaciones enteras de científicos, y aunque
ciertas cosas se van aclarando aún queda faena para rato. Casi siempre, lo
acertado termina siendo algún punto intermedio entre los extremos “todo depende
del entorno” y “todo depende de la herencia”. El tema es tan apasionante, al
menos para mí y cuando se focaliza a asuntos antropológicos, que no descarto
dedicarle algún día un buen rato en este espacio. Pero ahora, y para que la
cosa no se nos acabe haciendo a todos eterna, voy a intentar coger el toro por
los cuernos.
Olvidemos la estupidez de que hombres
y mujeres “somos iguales”. Aún con mayor ahínco, olvidemos la suprema estupidez
de presuponer que “diferentes” es una suerte de valoración o catalogación moral.
Sin red y sin que nadie me lo pida, pero
con todo mi corazón, ahí lanzo mi decálogo (cada punto admitiría un tratado
detrás para desarrollar la idea; pero lo he dejado en tres o cuatro líneas, de modo que
agradecérmelo y ser indulgentes):
1º.- Si quieres cambiar
el mundo, empieza por ti.
La humanidad es lo que sale de
sumarnos a todos y a nuestras interacciones. Si en lugar de mirar hacia fuera,
de quejarte de las cosas y de la gente, te miras a ti mismo, identificas tus
criterios y actitudes erróneamente sexistas, y actúas para cambiarlas, ya
estarás cambiando el mundo.
2º.- Piensa en ti y en
los demás como personas, no como hombres o mujeres.
Quien trabaja contigo, con quien
coincides en la carretera, a quien oyes hablar, a quien te diriges, tu pareja…
todos son seres humanos, por encima de cualquier otra consideración. No presupongas
nada en función de su sexo o de ninguna otra condición, porque con esa limitación tendrás siempre muy poco que ganar y mucho que perder.
3º.- Lo contrario de igual
es diferente, no superior e inferior
No hay cualidades intrínsecamente
masculinas o femeninas: todos las tenemos de todos los tipos, aunque lo usual
es que algunas de ellas se presenten con mayor frecuencia en los hombres y
otras en las mujeres. Y eso es todo: somos solo distintos guisos, cocinados con los
mismos ingredientes.
4º.- Intenta llevarte bien
contigo
No fuerces, no intentes estar a la
altura, tente un poco más de respeto. Tú ya sabes quién eres (y cuanto mayor
seas, mejor lo sabrás), y digan lo que digan, no tienes por qué ser más
competitivo o más dócil, más prudente o más osado, más organizado o más improvisador.
No aceptes etiquetas.
5º.- No intentes ser lo
que no eres
Asume que, a lo largo de tu vida,
cambiarás poco. Sólo puedes aspirar a pulir tus facetas más oscuras y a
cultivar las más brillantes. Pero no eres culpable de tu naturaleza. No eres un
ser defectuoso: simplemente, eres así. Y el de enfrente, hombre o mujer,
también.
6º.- Convive con la
frustración
Las cosas casi nunca sucederán exactamente
como deseabas. La vida es así, y eso no es culpa de nadie (como diría Asimetrío
“yo no tengo la culpa si
follas poco”). Busca cómo desahogarte, si así lo precisas; pero no lo
hagas usando al físicamente más débil: perderéis los dos.
7º.- Disfruta de tu
sexualidad, no te sometas a ella
Pocas cosas te darán tanto en esta vida
como el sexo. Disfruta de él cuanto puedas, pero cuidado: como todo lo poderoso,
puede atraparte y condicionarte. El sexo es una fiesta que compartir, nunca un
arma, ni algo que extraer de alguien para después descartar el resto.
8º.- No te inhibas, no
te desentiendas de lo equivocado
No se trata de ser un héroe; pero no
sigas la corriente al patoso, no rías la gracia fácil del simple ni aceptes sus abusos, solo porque
es más popular o poderoso. Lo que está mal está mal, lo inaceptable es
inaceptable y lo sabes; de modo que no le des pábulo: rompe la cadena, no
perdones ni transmitas lo errado.
9º.- Evita sobrevaloraciones
e idolatrías
La idealización, tanto de personas
como de logros o actitudes, marca un camino a seguir que puede no ser tu camino
ni tampoco el de quienes te rodean. Yo no soy, ni puedo ni debo intentar
parecerme a nadie diferente de mí mismo; ni tú tampoco.
10ª.- Ayuda a los demás
a encontrarse
No pretendas que los otros intenten
alcanzar otras metas que las que les broten de dentro. No les señales lo que se
espera de ellos, a qué guión deben ajustarse, qué es lícito en lo relativo a sí
mismos y a su desarrollo. Solo hay dos opciones: dar con uno mismo, o perderse
en el camino
Vale, vale, ya lo sé: el decálogo
anterior rebosa de buenas intenciones, pero es imposible ponerlo en práctica
como norma de vida.
Ni por lo más remoto pretendía tal
cosa, como sí hacen otras famosas relaciones de principios
éticos o morales, alcanzando en ocasiones el paroxismo de la prepotencia y autodenominándose
“palabra de Dios”.
Mi listita de antes era solo un
prontuario de recomendaciones, de sugerencias. Cosas en las que creo e intento
aplicar, aunque no siempre lo consiga. Algo que ofrecer como alternativa a la disparatada corriente dominante, que cabría resumir del
siguiente modo: Para luchar contra los abusos sexistas de poder, establezcamos como
axioma que hombres y mujeres somos iguales; y como la tozuda naturaleza no parece
querer darnos la razón, pues forcemos la feminización de los hombres y la
masculinización de las mujeres, hasta conseguir que ellas vayan a gritar a
los estadios y ellos se ruboricen leyendo en el metro las Sombras de Grey.
Hala, y paro ya que tengo que ir a
hacer la cena. Porque en casa yo soy de largo el más hábil en la cocina —y el
cocino—, como lo es sin duda mi mujer generando y administrando el dinero —y la
dinera.
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