Esta nueva anécdota de coches y
estrecheces urbanas no es propia, sino prestada, y por ello no tengo
información tan detallada como la que tenía de otras que os he contado aquí;
pero se trata de un suceso tan surrealista que encajaría perfectamente en un
capítulo de Mister Bin, por lo que entiendo aceptable que la
transcripción de la realidad se pliegue en poco —un poquito solo— a la
literatura.
La historia comienza como todas, uno
de esos días con prisas en los que toca hacer una gestión en el centro de una
ciudad histórica. Por cierto, aprovecho para echar una instancia al buzón
invisible e inútil del Maestro Armero: la Administración debería desistir de
utilizar para usos prácticos los edificios emblemáticos de los cascos
históricos, porque a esos lugares no hay manera de llegar si no es en calidad
de turista zen, de forma que los pobres ciudadanos a los que nos toca acudir a
resolver algún asunto nos vemos indefectiblemente metidos en problemas. Sobre
todo si cometemos la estupidez de ir en coche.
La historia me la contaron hace ya
algún tiempo, y no recuerdo dónde sucedió. Puede que en Ávila o en Salamanca,
aunque dado que me he concedido doble licencia literaria, voy a situarla en
Granada; ciudad que no escojo precisamente al azar, como bien entenderá quien
haya intentado conducir por sus entresijos.
Graná
Granada es bonita a rabiar. Tan bonita
que casi duele. Si dejamos fuera los barrios periféricos modernos, que podrían
ser los de cualquier ciudad occidental, sólo la parte baja del casco histórico
—a lo que llaman “El Centro”— sería suficiente como para considerar a esta
ciudad tan interesante como Segovia, Cáceres o Ávila. Pero es que además, y
como trasplantado hasta allí desde otro continente,
pegado al anterior está el Albaicín, que es el más admirable y mejor conservado conjunto
urbano de tipología musulmana de toda España. Y para rematar está la Alhambra, que
quedó finalista en la elección de las siete maravillas del mundo
moderno. Ya sé que esa elección fue un evento mediático cuyo rigor e imparcialidad es
cuestionable; pero se movieron más de 100 millones votos a nivel mundial, de
modo que sí cabe considerar significativo que la Alhambra fuese uno de los diez
conjuntos arquitectónicos más aclamados del planeta.
Bueno, pero eso es solo para las
calles estrechas, no para las "grandes avenidas" como la que se parecía en la siguiente
foto…
… porque es evidente que por esas
grandes arterias no habrá el menor problema en que circulen los autobuses
urbanos, ¿verdad?...
Si la imagen es alucinante vista desde fuera, no lo es menos desde dentro del propio autobús (por cierto, aunque no entiendo cómo, lo cierto es que salieron vivos del lance todos los peatones que aparecen en la foto)
Lo anterior es tan solo la
cotidianeidad imposible del tráfico en esa ciudad diseñada hace un milenio (la
ciudad romana antecedente prácticamente había desaparecido cuando los
musulmanes comenzaron a edificar allí lo que acabaría siendo una de sus mayores
urbes europeas). Vamos ahora a la prometida anécdota de Mister Bin.
Edificio administrativo, histórico,
bonito aunque algo incómodo para los funcionarios que en él trabajan, porque la
distribución interior de sus espacios no ayuda precisamente. Su ubicación, accesos
y estacionamientos incomoda bastante más aún a sus desdichados usuarios. Si
hubiera posibilidad de ir con calma, de dejar el coche en algún aparcamiento
fuera del centro y llegar hasta allí en autobús o andando, todo sería
más fácil. Pero no es el caso, y nuestro protagonista ya llega tarde, como casi
siempre. Por suerte no es la primera vez que acude, y ya se sabe más o menos el
recorrido; aunque, por desgracia, la calle en donde suele tirar el coche,
medio subido a la acera, está hasta arriba, de modo que le toca callejear en
busca de algún otro lugar —¿Y esa
esquina…? Pues no está tan mal, no se incordia a nadie… y además, va a ser un
momentito…
No fue un momentito, pero tampoco
mucho más. Media horita, a lo sumo, y ya está de nuevo camino del coche; pero
según se aproxima detecta cierto tumulto, gente que se apiña y que
parece enfadada. Lo mismo ha habido un accidente, precisamente en esa esquina...
—¿Qué pasa?— pregunta a uno de los
situados en la zona exterior del corrillo.
—Pue un imbéci, que mira ónde ha ido
a dehá el coche…
(nota: ni el "pue, ni el "imbéci", ni el resto de grafismos raros que siguen son erratas, sino intentos de aproximaciones al habla local)
Se asoma por entre las cabezas y ve un
autobús atravesado, gente vociferando, policía municipal…
—¿Viene ya esa grúa o qué…?¡Que la
hente que llevo no tiene culpa de ná…!— vocifera el conductor del autobús desde
su ventanilla a un municipal, que se encoje de hombros mientras intenta
disculparse —Pero si é que la grúa tampoco pué llegá, por culpa la atagco…
El coro de curiosos y afectados
se gusta, se viene arriba por momentos—Ni grúa ni ná… ¡Menudo sinvergüenza…!, ¡Lo
que tenía que hacé l´autobú e empujá el coche y empotrálo contra la paré…! ¡No
hay derecho…!
Nuestro infortunado mira a su alrededor,
sopesa la situación y decide pasar a la acción… de la forma que considera más
inteligente: sumarse al coro —¡Chorizo, sinvergüenza…! ¡Si es que la gente no
respeta nada…!
Poco después parece la grúa por dirección
contraria para dar cuenta del vehículo tapón, que ciertamente estaba en una
esquina mucho menos comprometida que las del Albaicín, pero no lo
suficientemente diáfana para el Centro y sus autobuses convencionales. El
asunto se resuelve así, entre vítores de la concurrencia y algún que otro insulto
de postre, en el más puro granaíno:
—¡Valiente cipollo el tío…! ¡Ya hay
que tené mala follá…! ¡Media mañana pollardeando, por culpa del chavea…! ¡El
porculo que ha edtao dando a media Graná…! ¡Si lo llegamo a pillá…!
Mientras la
grúa carga el coche, nuestro protagonista se aleja discretamente del lío hasta
una parada de taxis que hay en la misma calle, un poco más adelante —Buenos
días. Por favor, siga a la grúa que va a pasar ahora— El taxista se vuelve,
pero él esquiva la mirada, temeroso de que lo delate y la cosa pase aún a
mayores.
Detalles
aparte, la historia que os acabo de contar es rigurosamente cierta. Nuestro
amigo salió de allí tarde, abochornado y con la cartera algo más ligera, pero
al menos ileso; y con seguridad persuadido de lo acertado del lema de esta
sección: “Si vas al centro, mejor andando”.
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