¡Que viene el Coco, que viene el Coco…!
Esta vez trae coleta y un aire juvenil de hippie intelectual que hace pensar en
algún hijo de Lennon o de Dylan. Pero no os engañéis: si le miráis con atención
es fácil reconocer en él esos ojos sanguinolentos, esos cuernos, ese rabo…
¡Corred, que viene el Coco…!
Contra el miedo manipulador, no hay
mejor arma que la perspectiva. Y esta, igual que las setas salen solas en otoño
a nada que se junten la lluvia y el sol, te brota de dentro sin necesidad de apretar, si vives lo
suficiente y tienes curiosidad y memoria.
Cincuenta y cinco años aplicando la
fórmula anterior dan bastante de sí. Por eso, me parto de risa con los que
pretenden venirme de nuevo con la celebérrima canción del Coco ¿Sabéis cuántas
veces la han cantado ya, por estas tierras, en el último medio siglo? La respuesta
es sencilla: tantas como las veces que el Establishment (no os confundáis: no
soy uno de ellos, de modo que no diré “Casta”; además, no es casta todo lo que
reluce), huele a muerto. Cuando la cosa inequívocamente se va al garete,
siempre se intenta esa última jugada: acojonar al personal para que nada
cambie, para que todo continúe como siempre, para que aceptemos el mal menor (o sea,
para que les dejemos seguir ahí, en todo lo alto, manejando), antes de arriesgarnos
con aventuras de cambio. El que viene es nada menos que el Coco ¿Quién puede querer
eso? Y como los niños desmemoriados, burros y asustadizos, son muchísimos, pues
el ardid lo mismo funciona…
Solo que este poliedro, mira tú por dónde,
va a intentar poner su granito de arena para joderles la jugada, Y no porque sea
fan de ningún nuevo salvapatrias, sino porque estoy más que harto de ese burdo
ardid, de esa trampa, de ese seguir en el trono como si fuera patrimonio
privado por el único mérito de inculcar a la gente que se trata de ellos, o el
caos.
Echad conmigo la vista atrás… y veréis
qué curiosa reiteración.
1975: ¡Que viene el
Coco…!
Yo tenía 15 años, cuando resonó a lo
largo y ancho de la piel de toro aquella frase lapidaria —nunca mejor dicho— de
“Españoles: Franco ha muerto”. ¡La que se nos venía encima…! ¿Qué haría España
sin su timonel? La desintegración en la patria era inevitable. Las Vascongadas
reclamarían su independencia, Cataluña otro tanto. Regresábamos al 36, y una nueva
guerra civil era inminente; especialmente porque el idiota de Juan Carlos nos
había colado como nuevo presidente a ese don nadie de Suarez, un crío inexperto que se dedicó a desmontar piedra a piedra lo que era la gloriosa “Una,
Grande y Libre”, llegando al paroxismo con la legalización del partido
comunista, en 1977. No es que viniera el Coco: es que ya estaba aquí, y se nos
iba a comer en cualquier momento.
Y al final… ¿qué pasó? Pues nada de lo
vaticinado. España no se rompió, sino que se convirtió en una especie de República
Federal con Rey, y la gente se dedicó a hablar, a ceder, a pactar. Aquello tuvo
sus dosis de pena y de gloria, pero globalmente no estuvo nada mal. Antes al
contrario: a partir de ese momento empezamos realmente a salir del siglo XIX y
a reincorporarnos a la comunidad internacional.
A todo esto, ¿qué le ocurrió al
Establishment franquista? Pues que se fue a la mismísima mierda. Como diría
Tolkien, por boca de Bárbol: “a la
herrumbre de Saruman, se la llevó la corriente”.
1982: ¡Que viene el
Coco…!
Entonces tenía 22, tocaba en un grupo
aficionado de Rock Sinfónico, llevaba ya dos tercios de carrera y acababa de
entrar a investigar en la cátedra de entomología. Y de nuevo, la misma canción:
¡Que viene el Coco…! Ahora sí que era ya el acabose: regresaban los rojos, los
asesinos de curas, los incendiarios de iglesias. Sin duda nacionalizarían la
banca, expropiarían a todos los honrados empresarios que tanto habían hecho por
levantar España y se lo repartirían entre ellos. Sepultarían el Estado bajo un
monstruoso aparato administrativo, impondrían a la sociedad sus criterios
morales —mejor dicho, amorales— y acabarían con todo atisbo de tradición.
Y al final… ¿qué pasó? Pues nada de lo
vaticinado. Aquello tuvo también sus raciones de pena y de gloria, pero ni se
quemó nada ni se nacionalizó casi nada (lo de Rumasa, por injusto y gordo que
fuera a nivel particular, no fue globalmente relevante) Es más, pasaron cosas
que ni los más osados se habrían atrevido a imaginar, como el ingreso de España
en el Mercado Común… o lo que sí que fue ya el colmo: en la OTAN. ¡El Partido
Socialista Obrero Español metió a España en la OTAN…! Pero ¿no se suponía que
donde iban a meternos era en el Pacto de Varsovia?
A todo esto, ¿qué le ocurrió al
Establishment de UCD que había pilotado la transición? Pues que se fue a la
mismísima mierda. De nuevo: “a la
herrumbre de Saruman se la llevó la corriente”.
1996: ¡Que viene el
Coco…!
Tras catorce años de felipismo yo ya
tenía 36, era padre de dos hijas y estaba más que asentado en el mundillo del
Impacto Ambiental. Y hete aquí que la cancioncita en cuestión volvió a ponerse
de moda: ¡Que viene el Coco…! Regresaba la derecha más retrógrada y reaccionaria,
que con seguridad se tomaría cumplida venganza de los tres lustros socialistas.
Legislarían a golpe de biblia, prohibirían de nuevo el divorcio y el aborto.
Privatizarían absolutamente todo, los servicios sociales desaparecerían…
Y al final… ¿qué pasó? Pues nada de lo
vaticinado. Como durante la etapa socialista, aquello también incluyó sus
aciertos y sus errores; pero desde luego que las cosas no se parecieron lo más
mínimo al temido radicalismo, no se legisló a la contra ni retrocedieron los
derechos sociales adquiridos. Antes al contrario, y como había sucedido con los
socialistas, pasaron cosas impensables para un gobierno conservador, como
pactar legislaturas enteras con partidos nacionalistas —independentistas— o
acabar con el Servicio Militar. Increíble: ¡González nos metió en la OTAN, y Aznar
acabó con la Mili…!
Bueno, y ¿qué le ocurrió al
Establishment socialista? Pues que se fue a la mismísima mierda, corriente
abajo, acompañando a las herrumbres anteriores.
El siguiente cambio político nacional
aconteció en el 2004, pero en esa ocasión nadie citó al Coco. El relevo fue
amargo y supongo que inevitable, tanto porque en esta tierra solemos renovar el
armario más o menos cada década, como porque una política de alianzas mal
calculada nos había metido en una guerra en la que no nos iba nada, nada
teníamos que ganar y si mucho que perder, como finalmente ocurrió.
Ocho años después, nuevo cambio
razonable y sin noticias del Coco. Ya tocaba, y además la pésima gestión a
nivel nacional de la crisis planetaria había devastado económica y anímicamente
al país, por lo que el cambio era inevitable.
En el 2004, a Zapatero se le podía
llamar Bambi, falto de iniciativa, obsesionado por quedar siempre bien, por sonreír
y dejar hacer, por nadar a favor de corriente sin guardar la ropa y sin precaución
alguna. Eso y más; pero Coco, no. Miedo, lo que se dice miedo, no daba, y el Establishment
no se sentía mortalmente amenazado. Las cosas iban a cambiar respecto a la era
Aznar; pero no era esperable una revolución. Y no la hubo.
Y al llegar Rajoy en el 2011, pues
otro tanto. Bien que se le llamó —y se le llama— diletante, maestro del no
hacer casi nada y dejar que las cosas se solucionen solas… o se pudran. Bueno,
lo anterior no es del todo cierto, porque sí que ha hecho, y mucho, para
adelgazar el tamaño del Estado y engordar el de la iniciativa privada… cosa que
tiene su parte estupenda y su parte horrible. Pero como el anterior, miedo no
es que dé mucho. Como Coco, no vale gran cosa; y su llegada tampoco supuso ninguna
revolución del sistema.
Pero ahora, y esta vez antes de cumplirse
los 8/10 años de rigor, por el horizonte asoma un nuevo posible cambio de
mayor calado, por lo que han sido desempolvadas las viejas partituras y vuelve
a resonar a coro la antigua melodía ¡Que viene el Coco, que viene el Coco…!
Por las obvias razones que se deducen
de lo que va escrito, le tengo a esta cuadrilla un pavor similar al que merecieron
en su momento Suarez y UCD, González y el PSOE o Aznar y el PP.
Y con lo anterior no quiero decir que “todos
sean lo mismo”, ni muchísimo menos. Cada persona, incluidos los políticos, es
única, y cada formación empuja las cosas hacia un lado o hacia otro… aunque
siempre terriblemente —o benditamente,
según se mire— acotados por la terca realidad, por lo que verdaderamente es
posible, por el contexto internacional y tantos y tantos otros imponderables que
hacen del ejercicio de la política —y no digamos ya del poder— algo tan
prosaico y tan alejado del romanticismo de los idearios.
Pero una cosita más, antes de
despedirme: ¿os habéis dado cuenta de que el coro de los cantores del Coco está
integrado, a partes iguales, por gentes del PSOE y del PP? Eso da que sospechar
que acaso ambos formen un mismo Establishment, que ve peligrar su
continuidad. Y por otra parte, apoya la tesis, cada vez más extendida, de que
se nos viene encima una Grossen Coalitionen a la española; o sea, la corporización
del PPSOE… que acaso lleve de facto gobernando España desde hace 33 años,
aunque la mayoría no nos hayamos dado cuenta hasta ahora.
Esto de la política es divertido,
¿verdad?
En una próxima entrega, voy a
ofreceros un “barómetro demoscópico personalizado”, que estoy pergeñando ahora
mismo, basado en la siguiente idea: “habida
cuenta de mis filias y fobias hacia unos partidos y otros, ¿qué parlamento surgiría
si éste estuviera compuesto de forma proporcional, pero única y exclusivamente,
por mi criterio?” Seguro que sale un puré incapaz de conformar mayorías capaces
de sustentar a un gobierno… pero puede ser divertido.
Lo termino de rumiar y os lo regalo,
para que cada uno lo aplique y fabrique su propio parlamento a medida.
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