Tuve un compañero de oficina, hace un
montón de años, que, entre otras cosas, era el encargado del material, y le
llevaban los demonios con el desorden. Siempre se estaba quejando de que la
gente no cuidaba las cosas, de que nadie guardaba nada, de que todo estaba tirado por ahí… Recuerdo que, a menudo, decía “¡Ay, si todo el mundo fuera como yo…!” A mí, esa frase, además de
sorprenderme por el tamaño del ego que hacía falta tener para soltarla, me
llevaba siempre a la misma reflexión: “si
todo el mundo fuera... no ya como él, sino como cualquiera… ¡menudo
aburrimiento!”. Y lo sigo pensando: viva la diversidad, en todos los
sentidos.
Pero como en los microcosmos paralelos que son los blogs cada cual es su propio dios, pues me voy a autorizar a convertirme,
yo solito, en el censo electoral de España al completo; y voy a votar mi propio
parlamento. Además, os voy a dejar la cosa prediseñada, para que cada cual pueda
hacer lo propio. Es el juguete que prometí en la última entrada.
Aviso previo: este juego solo tiene
interés para gente razonablemente polícroma. Si eres de un único color, si hay
algunos que son “los tuyos de toda la vida”, esos a los que eres fiel y a
los que votas siempre, sí o sí, porque por mal que lo hagan siempre serán preferibles a
cualquier otro… pues mejor déjalo ya. Pero si no eres políticamente puro
—bendito seas, si es así— pues lo mismo te entretienes un rato. Verás de qué se
trata. Te lo voy a contar como si fuera una receta.
Ábrete una hoja Excel, y pon en una
columna todos los partidos políticos que actualmente están presentes en el
parlamento nacional, y coloca en la contigua los diputados que ahora mismo
tienen. Puedes añadir algún partido más que ahora no esté representado, pero
que te parezca especialmente relevante, ya sea por su eco popular o porque sus
ideas hacen latir a tu corazoncito… que es de lo que en el fondo se
trata.
Ahora, vamos a añadirle otra columna,
en la que pondremos nuestra simpatía personal hacia esos partidos, valorada de
0 a 100. Sugiero intentar entender el concepto anterior en el sentido más
amplio, sin dejarnos arrastrar por emociones simples. Creo que todas las
formaciones se merecen al menos nuestro respeto, y el reconocimiento de haber estado
ahí, apoyando causas justas y ayudando a que la sociedad avanzase. Por eso,
darle a alguien un “0” absoluto me parece excesivamente radical (ya lo dije
antes: los doctrinalmente fieles, que no jueguen a esto); aunque cada uno es
como es, y cada cabra tiene todo el derecho del mundo de tirar hacia su propio
monte.
En mi caso, y en este momento, la cosa
me quedaría así:
Lo de “Suma de mis simpatías” es
importante, pues lo usaremos para crear un índice que nos permita dar un peso
porcentual comparable a cada formación. Para ello, incorporamos una nueva
columna, y en cada una de las casillas meteremos una formulita que haga lo
siguiente: multiplicar por 100 el valor de simpatía personal asignado, y
dividirlo por la “suma de mis simpatías “ (en mi caso, por 298). A mí me sale
lo siguiente:
Ya casi estamos. Ahora vamos a ver cuántos diputados corresponden a esos índices. Para ello, y como son 350 los
diputados del parlamento, lo que hacemos es añadir una nueva columna en la que
insertaremos una nueva fórmula, que lo que hará será multiplicar el valor de cada
índice por 350 y dividirlo por 100. Lo que finalmente obtenemos son los
diputados que le corresponderían a cada formación, en función de las simpatías
personales de cada cual; que en el caso de este poliedro —no podía ser de otra
manera— arroja el siguiente pequeño puré:
Para que lo anterior se entienda, voy a agrupar las formaciones en función del sector
del espectro político en el que, de forma más o menos consensuada, cabría
encuadrarlas (ya sé que eso es bastante delicado: necesito una pequeña licencia); después
represento eso en un par de gráficos, y luego voy al análisis, que es lo más
divertido.
En la España unipersonal —y
aburridísima; ya advertí— de Miguel Ángel Ferradas, el bipartidismo, ha muerto. La cosa
tira claramente más hacia el rojo que hacia el azul, pero no hay hegemonía que
valga.
Parece claro que gana un cierto tinte
socialdemócrata, como de rojerío ligth y algo acomplejado… aunque ahí el contrapeso —aunque contrapesa en cierto sentido hacia el mismo lado— de la
izquierda más imaginativa, radical, utópica o ingenua… adjetivos que no dejan
de ser sino matices de lo mismo.
La derecha sigue existiendo, y está
ahí; aunque haciendo básicamente de Pepito Grillo, de “te lo dije”, de “eso le
pasó a tu abuelo”, de “no, si en el fondo…”; papel, por lo demás, que considero
absolutamente imprescindible, aunque no me gusta que esa perspectiva haga de líder
de la manada, como bien se aprecia en los anteriores gráficos.
Y del nacionalismo… pues por mí que
regresen a sus Atapuercas particulares, a sus Euscalerrías, Galizas, Catalunyas
y Guanchilandias oníricas (toda su vida lamentarán que esto no sea el XIX y no apellidarse
Garibaldi), y que nos dejen al resto de la Humanidad seguir adelante, que ya es
jodido de cojones sin su patética ayuda.
Ufff, esto de ser políticamente dios,
por un día, como que desestresa bastante. De modo que, os lo recomiendo.
(Por cierto, y como postre: a la
Grossen Coalitionen, ni se la espera en mi micromundo, ni serían nada aunque
acabasen llegando).
Como diría mi entrañable Joaquin Prat —que no es el padre de Matías Prats, aunque aveces hasta yo los líe— ¡A jugar….!
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