Vergüenza
de deberes sin hacer,
de
tía anciana a la que nunca llamas.
Destemple
de zapatos sin calcetines,
de
ropa sudada sobre piel de ducha.
Fingida
indiferencia que proclama tu culpa.
La
culpa,
el
sentimiento en el que menos creo
jactándose
de su potencia.
Me
parapeto tras media sonrisa
y
busco un rincón.
Mi
infantil artimaña
concentra
aún más los focos:
“¡Cuánto tiempo…! ¿A qué debemos el
honor?”
Acorralado
y desnudo,
opto
por lo que entiendo la verdad:
“Es que todo era tan urgente
que el corazón apenas me ha dolido”
Alguien
pregunta:
“¿Ha dicho dolido o sentido?”
El
veredicto es un demoledor silencio.
Mientras,
al fondo,
el
dios de Estós mueve la cabeza.
En mi casa, buscándome, el diez de
diciembre de 2016
Nota: el dios de Estós es uno de los personajes principales de un cuento
mío (y en realidad, de mi vida), titulado "La Leyenda de Estós", que
podéis encontrar en una recopilación de cuentos cuyo título es Desasosiego)
Y ahí os dejo el incunable de mis garabatos, aún calientes. Quién sabe, lo mismo algún día pueden tener interés para alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario