domingo, 2 de junio de 2019

¿Qué supondría encontrar vida, allí fuera...?


Saber es constatar que tu explicación de lo real es correcta. El hombre, desde que existe, sabe cosas; como de hecho le sucede a todos los seres vivos. Las bacterias buscan o huyen de la luz, del calor o del agua según corresponda, porque saben que el agua moja y el fuego quema, y desde tal perspectiva actúan para sobrevivir, para seguir siendo. La vida, al final, es básicamente eso: estructuras complejas de materia capaces de interactuar con su entorno para seguir siendo. Sobreviviendo a título individual o haciéndolo a través de su descendencia, que no es sino una prolongación de ellas mismas.
A medida que el hombre ha ido evolucionando biológicamente ha ido sabiendo más cosas, de la misma manera que sabe más de su entorno una hormiga que una bacteria y más un perro que una hormiga. Pero en nuestro caso, la increíble complejidad de nuestro sistema nervioso y nuestra hipersociabilidad (hormigas y perros son también seres sociales; pero ahora no toca hablar de etología comparada), ha posibilitado un salto exponencial en el conocimiento de nuestro entorno.
La base, como empezaba diciendo, es ser capaz de entender que todo sucede por algo y conseguir descifrar la concatenación de causas y efectos que posibilita que las cosas sean lo que son. Vemos una realidad, intentamos entenderla, y cuando conseguimos dar con una explicación que funciona, sabemos algo. Hemos dado con una verdad, que será tal cosa hasta que demos con una explicación mejor de ese mismo hecho constatado.
Así, la Tierra fue indiscutiblemente plana hasta que dejó de serlo, de la misma manera que el sol terminó dejando de ser la única estrella rodeada de planetas. Mirando allá afuera con unas gafas de culo de baso y a oscuras, hemos conseguido dar ya con miles y miles de planetas de todos los tipos imaginables. Ya sabemos también que el agua es una sustancia extraordinariamente abundante. Cada día se detectan nuevas y más complejas moléculas orgánicas en el espacio interestelar: óxido de propileno, benzonitrilo (que por cierto, huele a almendras), acetonitrilo, ácido cianídrico…
Me voy a tirar el lujazo de intentar una definición lo más amplia posible del concepto de vida. Y lo voy a hacer porque necesito citar el término y no es fácil dar con alguno que sea de aceptación universal cuando se sale de lo obvio. Eso de nacer, crecer, reproducirse y morir es evidente para un humano o una ameba, pero empieza a ofrecer dudas si bajamos al nivel de las bacterias (salvo que alguien se la cargue, una bacteria no muere nunca: simplemente deja de existir porque se escinde en dos hijas), y no digamos ya al de los virus, que apenas son un fragmento de ADN rodeado de proteínas, cuya única razón de ser es reproducirse a base de aprovecharse de otros seres más complejos.
Voy con ello, a ver qué me sale:
“Vida es la cualidad que poseen ciertas realidades materiales para conservar su información estructural y reproducirla”
Seguro que hay por ahí más de una formulación más o menos afín a esta; pero me quedo satisfecho con mi propuesta.
Cualquier cosa inerte, una silla, una piedra, una nube, son realidades materiales poseedoras de información estructural. Pero a mi entender no poseen ni actitudes ni posibilidades para conservar dicha información; y mucho menos para reproducirla. Las piedras no hacen más piedras. Los virus sí hacen más virus, los cuales conservan la información estructural de sus predecesores.
Soy consciente de que una perspectiva tan amplia del concepto “vida” tiene sus riesgos, incluidas las desasosegantes expectativas de la vida artificial, en todas sus vertientes. Vayamos a un posible límite: el día que superordenadores cuánticos dotados de inteligencia artificial avanzada sean capaces de construir réplicas de ellos mismos… ¿estaremos ante nuevas formas de vida? De momento lo dejo ahí, porque estoy empezando a marearme, y retornemos a lo que estábamos.
Tras varios milenios de mitología y de procesos inductivos, estamos empezando a conocer de verdad qué es lo que hay allá afuera; y a cada dato que incorporamos, resulta más evidente que esto no es sino una particularización de unas pautas generales que se repiten una y otra vez. Que somos un ejemplo más, vaya, apenas otro guijarrito estelar, otra piedra con cosas que se desplaza por el espacio bailando al tiempo diferentes piezas: una con la luna, otra con el sol, otra con todo el sistema solar al tiempo, otra con la galaxia entera… Y nuestros elementos, son los mismos de los que están hechos el resto de nuestras parejas de baile. Siendo todo esto verdades constatas… ¿puede caberle a alguien la más mínima duda de que, allá afuera, debe haber vida a raudales, como pasa con todas aquellas otras piezas que antaño creíamos excepcionales (sistemas planetarios, agua, oxígeno, materia orgánica…)?
Pero lo cierto, me temo, es que aún tenemos que seguir haciendo razonamientos inductivos, porque aunque las pistas sean abrumadoras aún no hemos dado con ningún alien. Pero las pistas van orientando el camino, y ya no buscamos preferentemente a ET (ilusionados), o a Depredator (aterrados), sino que nos enfocamos más hacia las búsqueda de estremófilos en el subsuelo de Marte, o calamares en los océanos de Europa. No tardaremos mucho en buscar alguna suerte de cristales orgánicos autoreplicantes a bordo de asteroides… que son lo más feo que se me ocurre que pueda encajar con la definición de “vida” que antes esbozaba… pero que encajaría.


En Próxima B, o en otros exoplanetas no demasiado lejanos, a saber qué podríamos legítimamente buscar. Pero desengañémonos: no seremos nosotros los que nos asomemos a esos mundos, por mucho que cambiemos nuestras gafas de culo de baso por el mejor de los telescopios: allí solo se asomarán, y puede que incluso vayan, nuestros descendientes remotos, dentro de varios miles de años. Seres que, a saber qué tienen en común con nosotros y qué no. Me estoy empezando a marear de nuevo, de manera que regreso más cerquita, a ver si acabo con esto.
Si me dan a elegir, preferiría conocer primero a ET, o incluso a los cefalópodos “europeanos” (acudo a ese palabro porque no sé si hay un gentilicio oficial para los posibles habitantes de la luna de Júpiter…). Pero sea lo que sea, incluso si se trata del anodino kéfir de asteroide que sugería, el día que demos con él la conclusión será inapelable: NO ESTAMOS SOLOS…
¿Os dais cuenta de la implicaciones de algo así…? Yo creo que sería el hallazgo más grande de la historia de la humanidad. Sería constatar que la vida no es un milagro, sino una vocación de la materia. En definitiva: un sutil proceso geológico.
Constatar que no somos un barroco e inexplicable grumo de extrema complejidad, sino el fruto inevitable de un árbol en el que se dieron las condiciones adecuadas. Un árbol más del bosque cuasi infinito del cosmos, en el que al mismo tiempo se dan innumerables veces esas mismas condiciones, u otras equivalentes. Y cada vez que eso pasa, el Ser se manifiesta, lo desagregado se agrega, se organiza en una espiral de complejidad hasta alcanzar el nivel de estructuras autorreplicantes dotadas de consciencia.
Y cuando esa consciencia llega al punto adecuado, mira hacia fuera, en busca de sus hermanos.