lunes, 31 de agosto de 2015

Focalizar en las mafias, para esconder el problema

No soy conspiranoico, como ya he dicho en más de una ocasión, porque la inteligencia y la perspectiva —como con seguridad os sucede a todos vosotros— no me permiten tan reconfortante ingenuidad, de modo que cuando pasa algo no me vuelvo en busca de ninguna alianza entre la CIA, Los Rosacruces y Spectra, para entender qué está pasando.
No obstante lo anterior, no deja de ser curioso cómo son capaces de florecer y multiplicarse ciertas ideas muy eficaces para mantener a la gente en la más desorientada estupidez. Acepto que no las promueve ninguna sociedad secreta y malísima; pero casi dan ganas de pensar en lo contrario, a la vista de cómo nos llegan en cascada desde los más variados ángulos mediáticos y políticos. Y una de esas sandeces monumentales es la de acudir a “las mafias” para intentar explicar aquellos fenómenos terribles y dolorosos que nos cuesta trabajo aceptar como frutos naturales de las sociedades humanas. No, mucho mejor criminalizar la cosa, atribuirle su responsabilidad y autoría a un pequeño y oscuro grupo de seres siniestros. Una vez hecho eso el problema o drama en cuestión deja de quitar el sueño, pues bastará con dar con los malos y anularlos.
El ejemplo más palmario y actual de la gigantesca idiotez a la que me estoy refiriendo lo encontramos en cómo se está afrontando la avalancha de emigrantes y refugiados de guerra que amenaza  este verano con invadir Europa ¿Sabéis a qué se debe, dónde nace el problema? Pues muy sencillo: “…a las mafias que trafican con seres humanos y que se dedican a robarles a estos infelices los ahorros de toda su vida, para embarcarlos después en barcazas destartaladas y abandonarlos en altamar, o meterlos en camiones patera con los que transportarlos como ganado hasta las puertas del Paraíso. Los habitantes del Paraíso, que somos buenos buenísimos, nos pasamos la vida rescatándoles y haciendo todo lo posible porque su vida parezca un capítulo de alguna serie de Disney Chanel… pero claro, lo mismo no podemos atender adecuadamente a todos, de modo que lo suyo es acabar con las mafias, para que así cese el flujo de infelices, y colorín colorado….”
Vamos a ver, señores, seamos serios: siempre que surge una posibilidad novedosa de ganar dinero hay quien intenta explotarla. Si la cosa es ilegal, pues aún mejor —aunque solo algunos individuos tengan la catadura moral para atreverse a hacerlo— pues los márgenes siempre son mayores. Así, por ejemplo, surgió el estraperlo en la posguerra española. Pero haría falta ser muy imbécil para pensar que la causa del estraperlo eran los estraperlistas, y no la miseria nacional que hacía valiosa y deseable cualquier mercancía foránea. Podrían ponerse infinidad de ejemplos similares, y es probable que en otra ocasión vuelva sobre alguno de ellos (el tema de la prostitución es serio candidato de atención por parte del Tribunal Planetario). Pero ahora voy a intentar centrarme en el dramón que se nos ha venido encima: cientos de miles de hombres, mujeres y niños agolpados en las fronteras del sudeste de Europa, intentando entrar.
Para empezar, tenemos que tener claro que la gente no es tonta, y que a nadie le gusta abandonar su casa, costumbres, familia, medio de vida… salvo, obviamente, que su presente y expectativas sean tan malas que no le quede otra. Así, y por eso, llevan décadas viniendo africanos a Europa, sobre todo de países pobres, como en su día los italianos e irlandeses pobres inundaron los Estados Unidos, y etcétera, etcétera, etcétera: los movimientos migratorios, casi siempre forzados y dolorosos (hambrunas, guerras, etc.), son una constante en la historia de la humanidad
Cuando alguien se nos planta en la frontera, sin tarjeta de crédito ni billete de vuelta, damos por hecho que viene a quedarse, y lo primero que intentamos hacer es clasificarlo. Si se trata de un sirio o un iraquí interpretaremos que viene huyendo de la guerra, le denominaremos “refugiado” y le aplicaremos determinadas leyes —bastante humanitarias— mientras que si es senegalés o nigeriano diremos que es un “emigrante”, al que corresponderá aplicar otras leyes —algo más duras— ¿Y si es congoleño, eritreo, yemení o turco? ¿Cómo de seria y oficial ha de ser una guerra para que a sus víctimas se les considere refugiados, y no emigrantes? ¿Hay algún país pobre de solemnidad, de esos de donde nos llega esta gente, que no se encuentre de un modo u otro embarcado en algún tipo de conflicto?
La cruda realidad es que aquí no caben todos los que vendrían, si pudieran: sólo de Siria han huido ya cerca de 4 millones de personas, sobre todo a los países vecinos, y puede darse por seguro que la inmensa mayoría de ellos preferiría ser exiliado político en Alemania, que refugiado —y apenas superviviente— en Líbano. Pero es que Siria es apenas uno de los focos: si juntamos todos los países de África y del Cercano Oriente aquejados por guerras y miserias, cuyos habitantes no son menos humanos ni merecedores de solidaridad que los sirios, ¿qué cifra podría salir? ¿Veinte millones…? ¿Cincuenta…? ¿Doscientos…? (la población total de África y Medio Oriente supera los 1.500 millones de personas, de modo que esos 200 millones no son una cifra/chiste sino una posibilidad real que equivale al 13,3 % de los que residen en ese sector del planeta) Lo dicho: no caben ni de coña… habida cuenta de que a lo que no estamos dispuestos a renunciar bajo ningún concepto es a nuestro Estado del Bienestar, el cual sigue siendo paradigma de sociedad avanzada, pese a los deterioros provocados por la crisis.
Para empeorar la situación, el vivir en la Era de la Comunicación nos priva de la posibilidad de mirar para otro lado, como siempre se hizo. No, ahora no hay manera, y todos los días nos toca desayunarnos con naufragios, cargas policiales en las fronteras, niños llorando… información que cortan para dar paso a nuevas imágenes de bombardeos y otras bestialidades bélicas.
Hay que ser un poco más serio, más exigente. El tribunal Planetario ya abordó en su momento el tema de la droga, y este tiene algo en común: deteniendo a todos los narcotraficantes del mundo no se conseguiría nada, pues al día siguiente tendrías en circulación otros tantos. Los problemas de fondo son otros, y es ahí donde cabe intentar hacer lago. Centrar el asunto en “combatir a las mafias que trafican con personas” es como darle aspirinas a un enfermo de sida: apenas nada, un simple placebo. No os toméis vuestra ración de placebo periodístico y os vayáis a la cama tan contentos, teneros un poco más de respeto a vosotros mismos.
Y lamento si mis reflexiones abonan vuestro insomnio. Pero acaso solo estando alerta y despiertos tengamos alguna posibilidad de hacer que las cosas realmente cambien, algún día.
Vamos con ello:
Es obvio que los problemas están en el origen, en los países de donde esa gente sale como puede. Y también es obvio que no sabemos qué hacer para ayudar a resolverlos. Sus causas son variadas y complejas, y aunque Occidente tiene su cuota de responsabilidad no es en absoluto el único culpable: ese terrible cóctel incluye como mínimo los siguientes ingredientes:
  • Unas sociedades de base neolíticas, o como mucho medievales, por las que nunca pasaron ni la Revolución Francesa ni la Revolución Industrial.
  • Una Edad Media interminable, comandada por el mundo islámico, que convirtió África durante un milenio entero en una simple granja de producción de esclavos.
  • Un colonialismo feroz que extrajo cuanto pudo pero apenas dejó nada.
  • Una descolonización a la carrera, dejando aquello en manos de dictadores pelele, con el consecuente regreso a la fase de guerras tribales neolíticas previas a la etapa de granja de producción de esclavos.
  • Una Guerra Fría que usó aquello también —como el resto del planeta— como tablero de ajedrez.
  •  Un final de la Guerra Fría tan caótico como el de la era colonial.
  • Una sórdida y semi-secreta guerra neocolonial entre las potencias menores regionales, y singularmente, entre el “Irán chií” y la “Arabia Saudita suní” (por cierto: las referencias religiosas son una escusa, como lo fueron en Europa en su día lo de “católicos y protestantes”)
  • El resurgir medieval de las quimeras teocráticas.
Menudo pastel. Mejor dicho, menuda pastelería, pues para colmo tiene poco que ver lo que pasa en los estados fallidos de Somalia o Libia con la orgía psicopática de Siria, el pifostio plurinacional de los kurdos, el abismo paleolítico de Afganistán (esos aún no han llegado siquiera al neolítico)… Y eso sin entrar a valorar el inconmensurable retraso socioeconómico global de las tres cuartas parte de África.

No hay soluciones mágicas de ninguna clase. Los cospiranoicos y similares pueden soñar si quieren con coaliciones mundiales que acaben con los malos, con gigantescos Planes Marshal y cosas por el estilo. A mí, un pelín menos inmaduro aunque también portador de cierta dosis de utopía (de no ser así, no existiríamos ni este blog ni yo mismo), se me ocurren algunas líneas maestras de posible referencia:

  • Que EEUU intente olvidarse del papel de sheriff único mundial.
  • Que rusos y americanos acepten que la guerra fría acabó y se dejen de ajedreces geopolíticos, de ser amiguísimos de los enemigos de tus enemigos, etc.
  • Que las potencias regionales aprendan de la historia y entiendan que, juntas, podrían llegar más lejos. Y como referencia que miren a Europa, y que vean de lo que hemos sido capaces desde que dejamos de guerrean los unos contra los otros.
  • Que las grandes potencias mundiales —las dos de siempre y las nuevas— apoyen decididamente a los países árabes más civilizados, para que éstos puedan unirse y hacer un frente común contra los atavismos medievales, las guerras tribales y resto de lacras.
  • Desde aquí, armar un auténtico ejercito de cooperación condicionada… y que ésta sea muy, muy fuertemente condicionada: a las dictaduras ni un euro; y a los estados realmente democráticos, pastizal. A los que realmente se vuelquen en  el interés público, un pastizal; y a los corruptos y sectarios, ni un euro. A los que acepten y hagan cumplir los derechos humanos, pastizal; y a los que no, ni un euro. Etc. Todo ello con férreos mecanismos de control, no soltando la pasta al telepredicador o cacique amiguete de siempre para que se gaste la mitad en represión y la otra mitad en juergas, como ha venido siendo hasta ahora.
Si alguna extraña e imposible alineación de todos los planetas de la Vía Láctea hiciera que esas líneas maestras guiasen los derroteros de la política mundial, aún tendrían que pasar uno o dos siglos para que la situación actual cambiara radicalmente. Pero si no pasa algo de eso… lo mismo lo que faltan son uno o dos milenios.

Y a los criminales que trafican con gente, pues obviamente cera, lo mismo que aspirinas para los sidosos cuando se constipen. Pero luego, ¿qué tal si invertimos para tener cuanto antes la vacuna contra el VIH, en lugar de hacerlo en anuncios de aspirinas...?

miércoles, 19 de agosto de 2015

Enfermedades inventadas


Ya he dicho muchas veces que, en mi opinión, la humanidad no ha dejado de evolucionar —en todos los sentidos— desde que los tatarabuelos de nuestros tatarabuelos salieron lago Turkana, hace dos millones de años. Pero nuestro progreso dista mucho de ser constante y homogéneo, e incluye con frecuencia pasos atrás, rodeos y tropezones. Pues bien, hoy voy a detenerme en uno de esos tropezones. Uno pequeñito pero significativo: las enfermedades inventadas; algo que parece fruto al tiempo de una ingesta desordenada de información mal digerida, y del contumaz oportunismo de los de siempre: de ese porcentaje de congéneres parásitos que cargamos entre todos, lo que sin duda contribuye a la lentitud de nuestro avance.
El origen de este dislate es otro aún mayor: la “Fe en la Ciencia”. Pero ¿cómo puede tener nadie “Fe en la Ciencia”? ¿Cómo es posible que haya quien que no sepa que la famosa “Ciencia” no es sino una advocación del conocimiento, otro de los nombre del saber, de lo aprendido y constatado? Para mí que este bucle barroco de idiotez e ignorancia parte del retroceso global de lo espiritual y del intento de sustituir a los iconos mágicos e indescifrables por otros más sólidos y creíbles, pero que al final se usan para las mismas funciones.
Intentaré ir un poco más despacio, para aclarar el embrollo anterior.
Desde siempre, el hombre ha tenido a su alrededor un universo constatable y fácilmente comprensible, y otro oscuro e inexplicable. Así, las evidentes relaciones causa-efecto le permitían entender que el agua mojaba y el fuego quemaba; pero no tenía manera de interpretar porqué la gente moría o porqué el sol salía y se ocultaba a diario. Para dar explicación a lo inexplicable el hombre inventó la magia, una de cuyas ramas, la encargada de dar una justificación a nuestra existencia, es a lo que llamamos religión. Pero a medida que este primate curioso fue afinando en el esclarecimiento de relaciones causa-efecto más sutiles, lo mágico fue perdiendo terreno. La naturaleza real de las enfermedades y de los movimientos de los astros fue poco a poco desvelada, y dejaron de ser necesarias explicaciones intuitivas e indemostrables para esos asuntos. (Tranquilos, amigos creyentes —de una forma que me costaría que entendierais, soy de los vuestros–— siempre nos quedará al menos un rincón inexplicable: “si nadie creo todo esto, ¿qué hace aquí?, y además, ¿para qué está?”)
El proceso al que me estoy refiriendo, que no es otro que el del conocimiento, es en definitiva el mismo al que aludía al inicio de este escrito: el que nos ha traído hasta aquí.

Pero lo anterior, aun siendo globalmente “bueno” (supongo que eso es incontestable, aunque lo entrecomillo porque cuando entran en juego ética y moral todo pasa a ser relativo), se vio afectado por una fuerte resistencia al cambio: habían sido demasiados milenios creyendo en el origen espiritual de las enfermedades o en el poder de los astros sobre nuestro destino, y la humanidad, además de su querencia a lo de siempre, tenía una auténtica hipertrofia del músculo de la fe. Necesitaba algo en lo que poder volcar su vocación mágico-fantástica, de origen inmemorial y que tan útil había sido siempre para tranquilizar y cohesionar al grupo. Y hete aquí que, para huir de su orfandad, haciendo la pirueta más surrealista que pudiera imaginarse, a la humanidad se le ocurrió la genial idea de convertir al conocimiento en su nuevo Dios, con todas sus consecuencias, incluida su naturaleza esotérica, todopoderosa, inexplicable… Suena a coña, pero es literalmente así. Y ello fue posible porque el conocimiento, tras desentrañar cosas cercanas y sencillas que todos podían constatar, fue dando paulatinamente explicación a asuntos menos obvios.
¿Alguno de los presentes ha visto, con sus propios ojos, un virus de la gripe? ¿Cuántos habéis podido constatar, personalmente, que las aves son descendientes de los dinosaurios? ¿Y cuántos habéis medido la distancia que separa la Tierra del Sol, o el perímetro de estos objetos celestes?
Yo acepto la evolución de las especies, o que la Tierra es una esfera, porque hay abrumadoras evidencias en ese sentido. Pero no “creo” en tales cosas, no son ninguna clase de artículo de fe, como tampoco “creo” que exista China o que Colón navegase hasta América, y me limito a aceptar como ciertas tales cosas aunque nunca haya viajado tan lejos, ni en espacio ni en el tiempo. Bueno, pues eso que parece bastante obvio, por lo visto no lo es, y al final resulta que la gente “cree en la Ciencia”; y lo que es aún más divertido, incluso “no cree”, lo que evidencia una delirante sacralización de la cosa.
El Dios de lo intangible parece haber muerto, pero por suerte tenemos un sustituto ¡Ufff... estamos salvados!: El Saber es mi pastor, nada me falta, y amaré al Conocimiento por encima de todas las cosas. No hay más Dios que El Saber, y Los Científicos son sus profetas.
Mi nuevo Dios, como los anteriores, tiene respuesta para todo. Todo sucede por algo, y si acudo a alguno de sus sacerdotes, como siempre hice, seguro que me indicará qué es lo correcto y la pauta a seguir para resolver mi problema.
Padre, mi hijo se distrae mucho en clase, es muy inquieto, no se centra… “Tranquila, hermana. Tu hijo padece TDAH, trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Para ello hay tratamientos conductuales, así como otros basados en cambios de dieta… aunque lo más eficaz es la vía farmacológica: Ritalina (metilfenidato), Adderall (l-anfetamina), Dexetrina (metanfetamina)…”
Antes de la reconversión planetaria a la nueva religión, también había niños inquietos, por una u otra razón. La vida se encargaba, como siempre y como podía, de enderezar a la inmensa mayoría, aunque algunos de ellos nunca cambiaban, acaso por tratarse realmente de enfermos con problemas neuronales serios (¿uno de cada mil…? ¿uno de cada cien…?) Pues bien, nuestros nuevos sacerdotes estiman que más del 5% de nuestros hijos padece esa inventada dolencia (hay descerebrados por ahí que elevan la cifra al 33%). Extraordinaria noticia para Novartis, Shire Pharmaceuticals o Smithkline, fabricantes de los fármacos citados.
Padre, mi mujer ya no es la de siempre. Su interés por el sexo es mínimo… ya no sé qué hacer… “Tranquilo, hermano. Tu mujer padece TDSH, trastorno de baja lívido ocasionado por  un descenso en su producción de testosterona. Su cura es compleja, aunque pueden conseguirse notables mejorías con cambios de dieta y de hábitos, así como mediante tratamientos hormonales sustitutorios…”
A nadie le gusta envejecer, y para una mujer pasar de los cincuenta conlleva alcanzar la menopausia y que su cuerpo sufra transformaciones de todo tipo. Su deseo sexual irá indefectiblemente a menos, aunque cuánto y cómo sucederá eso variará notablemente en cada caso. La vida saludable siempre es obviamente recomendable, y uno puede ayudarla con complementos vitamínicos… aunque en mi opinión la paciencia, un buen vino y mejor compañía son la mejor alternativa posible. Y por encima de todo: que tu lívido baje con la acumulación de las décadas es completamente natural, no es ninguna enfermedad.
Padre, mi marido ya no es el de siempre. A él le da vergüenza reconocerlo, pero sus erecciones no son ni tan firmes ni tan duraderas como solían. Y en ocasiones, ni eso… “Tranquila, hermana. La disfunción eréctil, o DE, de tu marido, es algo muy común en estos tiempos, y obedece a multitud de causas (dejando al margen diabetes, esclerosis y otros problemas graves): estrés, malos hábitos… Por suerte, hoy en día la farmacopea es capaz de resolver de forma sencilla este tipo de problemas…”
 Exceptuando casos singulares, la DE viene a ser la imagen especular de la TDSH, y las conclusiones son las mismas: la vida es así, y cumplir años no es ninguna enfermedad. Un buen vino, buena compañía, paciencia… y a sacarle en cada momento a la vida lo que ésta pueda realmente ofrecerte, sin exigirle en vano lo veas por la tele o lo que te cuenten.
Otros ejemplos de no-dolencias elevadas a tal cosa por una mezcla de ignorancia e intereses bastardos:
 “El colesterol a más de 200”: Eso es sólo un dato, un hipotético factor de riesgo, o como mucho un síntoma, pero no una enfermedad. Todo parece apuntar a que tener altos niveles de colesterol en sangre aumenta las posibilidades de padecer trastornos circulatorios. Pero es objeto de intenso debate científico hasta qué punto eso es realmente así, en qué condiciones, qué relación hay con la dieta, cuáles son los niveles peligrosos y cuáles no… Yo, lo reconozco, tomo diariamente Simvastatina, y me hago al menos un análisis al año (tengo muchos antecedentes familiares de infartos) Pues bien, hasta el 2012, los niveles de referencia señalaban la banda 125-240 como normal para el colesterol total, pero desde entonces para acá la banda de normalidad ha pasado a ser 100-210. O sea, que hace tres años millones de personas que se acostaron sanas se levantaron “enfermas”… y los vendedores de yogures milagrosos y de estatinas sintéticas, multimillonarios. Qué casualidad, ¿verdad?
La alopecia”: Que se te caiga el pelo, al igual que que se te decolore, no es sino otra consecuencia natural de la edad. Yo tengo amigos que ya tenían el pelo blanco, y poco, a los treinta, mientras que otros siguen siendo osos como yo pasados los cincuenta (encima, como soy rubio, mis muchas canas se disimulan bastante) Si no te gusta lo que hay, pues no pasa nada: te tiñes, te depilas, te pones un gorro o lo que se te ocurra y puedas; pero créeme: eso no es una enfermedad (salvo casos obviamente extremos).
“La depresión”: Tranquilos, que no me he vuelto loco: la depresión existe como enfermedad, y muy grave, y se corresponde con un trastorno anímico severo que puede obedecer a múltiples causas, tanto genéticas como psicosociales. Peeero, por donde no paso, ni de coña, es por esa especie de imbecilidad planetaria de considerar a la tristeza una enfermedad. Si se te ha muerto un ser querido, ¿cómo no vas a estar triste? Si has perdido tu casa o tu trabajo, si tu amor te ha abandonado… ¿cómo coño no vas a estar hecho polvo? Pero, ¿qué tendrá que ver eso con una enfermedad? ¡Es la vida misma! ¿O acaso cuando empiezan las vacaciones y rebosas de alegría, estás enfermo de euforitis? Si tienes ganas de comer, ¿padeces hambritis? Todas las noches ¿sufres un acceso de sueñitis? La vida es así, y estar triste, a no ser que seas una piedra insensible, será una de tus formas habituales de estar vivo. Si tienes suerte, sólo te pasará durante un diez por ciento o menos del tiempo; y si la fortuna no te sonríe (pensemos en países en guerras interminables, en enfermos crónicos…), pues puede que te pases más tiempo triste que alegre. Y volvemos a lo de siempre: tienes todo el derecho del mundo a intentar escapar de tu tristeza, y hay miles de remedios más que testados para ello, desde viajar, cambiar de aires, conocer nuevas gentes, buscar razones para vivir (obviamente, también beber, comer, etc.) Pero si tu tristeza tiene una o varias causas nítidamente identificables, créeme: tú lo que estás es jodido, no enfermo. Plántale cara a la vida, duro con ella. Pero aléjate de las farmacias.
 “La homosexualidad”: Este sí que es un tema peliagudo, cuyo solo índice podría ocupar diez páginas. Pero me limitaré aquí a un simple apunte: en este caso, la medicalización del asunto obedece claramente a un premeditado desprestigio: el homosexual no es que sea diferente, alguien minoritario pero equivalente a ti en todos los sentidos, como podrían serlo los pelirrojos o la gente que mide más de dos metros, sino que se trata de un enfermo. Pobrecito. No deja de ser una perspectiva un poco menos brutal y primitiva que la históricamente dominante (considerar al homosexual un monstruo culpable merecedor de castigo), pero en el fondo es igual de perversa, y bien adaptada a los tiempos modernos: nuestro nuevo Dios, la Ciencia, determina que los raritos lo que son es enfermos. Dentro de poco Pfizer, Roche o alguna otra sacará al mercado el tratamiento definitivo para su cura. Entre tanto… ¿qué tal una lobotomía…?


La vida, ella solita y sin necesidad de inventos, ya es lo suficientemente dura. No vayas al médico porque sí, a ver “qué tienes”, porque ten por seguro que como lo hagas te dirá que tienes algo. Luego te recetará lo que corresponda, convencido de que te está ayudando. Porque si tú te crees que “lo tuyo” tiene nombre y un protocolo de tratamiento, que ya estás poniendo en práctica, de hecho pasarás a sentirte mejor. Es una de las variantes del conocido efecto placebo. Y todos tan contentos, incluida la Ciencia, reforzada en su papel de nuevo Dios que todo lo sabe y todo lo puede, sus fieles… y por supuesto los vendedores de fármacos, yogures, cremas, lociones…

Lo dicho: ¡Salud…!