domingo, 31 de marzo de 2019

¿Por qué no rellenamos la España Vaciada... con emigrantes?

Aunque el término sea relativamente nuevo, hace ya mucho que conozco personalmente a la famosa “España Vaciada”. Cuando más la traté fue durante las décadas dedicado a redactar Estudios de Impacto Ambiental de grandes infraestructuras, tipo autovías y trenes de alta velocidad. Como mera referencia, que a muchos sorprenderá: desde que a alguien se le ocurre que podría ser interesante implantar determinada infraestructura hasta que los usuarios la transitan, es frecuente que pasen diez o más años de estudios, análisis, anteproyectos, proyectos, obras…
Pues bien, yo participé en los primeros estudios de si merecía la pena construir una autovía entre Valencia y Zaragoza, a comienzos de los noventa; y llegué a hacerlo también en las obras de uno de sus tramos, a comienzos de este siglo. Década y pico analizando datos, y datos, y datos (geología, hidrología, clima, fauna, flora, paisaje, usos del suelo, economía, costumbres, demografía, arqueología…), de un territorio que tenía cosa de 180 Km de largo (desde el puerto de Escandón, al sur de Teruel, hasta Zaragoza), por 20 de ancho, que era la franja de territorio por donde se analizaban las alternativas para construir la autovía en cuestión. 180 x 20 Km dan 3.600 Km2, que es bastante más que Luxemburgo, o diez veces Malta. Pues bien, en ese territorio vivían entonces —ahora supongo que no llegarán— menos de 50.000 personas, incluyendo las 30.000 de la populosa Teruel City (dejando obviamente fuera a Zaragoza). Menos de la mitad de los que vivían en el madrileño distrito de Chamberí, en el que me crié. Por cierto, tanto en Luxemburgo como en Malta viven y ya vivían entonces más de medio millón de personas.
Pero no me quiero enrollar más con mi relación personal con la España Vaciada —el ejemplo anterior es uno de los muchísimos que podría poner— sino apoyar una idea que siempre me rondó la cabeza, y que últimamente se empieza a oír, por aquí y por allá: ¿qué tal si para repoblar esas inmensas superficies de tierras semideshabitadas, no acudimos a la más obvia y sencilla de las soluciones, como es traer gente?
Parece consensuado que eso de que el campo se quede vacío es una mala idea. Es desaprovechar recursos, perder tradiciones y culturas, que todos nos apiñemos en una pequeña superficies de territorio que sometemos al máximo estrés. En el campo se produce la comida. Del campo vienen todas las materias primas. En el campo se produce la energía (esto cada vez es más absolutamente así, desde que las renovables cogieron definitivamente el relevo). Dejar que el campo se vacíe es un lujo que ninguna sociedad se puede permitir. Pero el proceso lleva andando desde la Revolución Industrial, recrudeciéndose en España a partir de los años 60 y acelerando aún más en la actualidad, por una sencilla razón: la vida en el campo es menos confortable, más dura, más aburrida, con menos posibilidades; y generalmente, más corta.
Si os dais cuenta, todas las razones que citaba en el párrafo anterior son relativas: menos confortable, más aburrida, etc., confrontando a un campesino de la meseta con un funcionario de cualquiera de nuestras urbes. Pero si la comparamos con otras circunstancias vitales, como por ejemplo las de ser pastor de cabras en Senegal o agricultor del Sertão brasileiro, la vida de los labriegos aragoneses y manchegos seguramente pasaría a parecernos idílica. Y a ellos, también.
Los problemas demográficos españoles van más allá de los derivados del despoblamiento rural. Por mucho que les duela a los retrógrados que vienen ahora añorando pasados casposos, las mujeres en España ya nunca volverán a ser electrodomésticos ni ganado sexual/fábricas de descendientes, y como nuestra legislación en materia de conciliación es tan precaria, cada vez van a tener menos hijos. Eso por una parte. Y por la otra, nuestra longevidad es tremenda ¡Somos el segundo país del mundo con mayor esperanza de vida, solo superados por Japón…! No me resisto a añadir, como cuña, que ellos lo consiguen a base de comer muy poco, básicamente algas y pescado crudo, y nosotros a base de aceite de oliva, jamón, vino e intensa vida social. Yo no me cambiaba por ellos ni aunque me garantizaran diez años más de vida.
Total, que tenemos ya, y cada vez será más acusado, un país de viejos urbanitas. Mañana,  ¿quién cultivará los campos? ¿Quién tendrá nuevas ideas para que sigan pasando cosas? (los viejos no somos precisamente locomotoras de la innovación). Yendo a lo más prosaico, y con independencia de que las cosas en un futuro puedan ser algo distintas de lo que ahora son: ¿quién pagará nuestras pensiones?
Blanco y en botella. Y no es horchata: necesitamos más gente. Un chorro de gente, joven y con ilusiones, que a su vez fabriquen más gente. Pues mira tú por dónde, resulta que de eso mismo, este planeta tiene de sobra: millones y millones muriendo de ganas de que se les brinde esa oportunidad. El favor sería mutuo: ayudaríamos a esa gente a mejorar radicalmente de vida, y su integración en nuestra sociedad sería para nosotros una transfusión de vitalidad, en todos los sentidos, que nos es absolutamente imprescindible.
Ojito: todo con cabeza. Una cosa es tener la humanidad de no dejar que pobres infelices se ahoguen a nuestras puertas en barquitos de juguete, y otra pensar que ese es el caladero que estoy proponiendo para repoblar nuestros campos. Lo que propongo es una migración ordenada, no para saturar aún más de manteros las Ramblas y Gran Vía, sino para que en los tristes pueblos de la España profunda en los que ahora viven doscientos infelices vuelvan a vivir los dos mil que eran a principios del siglo XX. Ahora mismo, hay 4.000 municipios con menos de 500 habitantes. Pongamos que, de media, tengan unos 250. Elevar esas poblaciones hasta los 2.000 requeriría de un aporte migratorio de 7 millones. El Estado tendría que aportar los medios adecuados para que los nuevos pobladores tuvieran una vida digna (educación, sanidad, cultura…), recolocar a la gente con cuidado para no crear guetos monoculturales, y ayudarles en la arrancada para poder hacer de nuevo nuestros campos productivos. Y productivos de qué se yo, no necesariamente de la cebada de siempre. Acaso otros cultivos, otros ganados o incluso otros usos (energía solar, por ejemplo), que ahora son viables y antes no lo eran. Y todo ello asumiendo que el cambio climático no es una hipótesis, sino nuestro presente: lo siento, mis tiernos ecologistas, eso es absolutamente imparable, y solo nos queda adaptarnos a él. Nuestros ancestros también se adaptaron al final de la glaciación… y no  les fue mal del todo.
A lo que estábamos: traer ordenadamente a gente a que revitalice nuestros campos. El beneficio para todos sería tremendo. Parte de la riqueza que generasen iría de vuelta sin duda a sus países de origen —las famosas remesas— contribuyendo a la mejora de las condiciones de vida en aquellas tierras. Pero la inmensa mayoría de su esfuerzo y de su talento se quedaría entre nosotros.
Y no, no es buenismo ingenuista, no es generosidad gratuita, como si nos sobrase para ello: es inversión pura y dura, es búsqueda de savia nueva para evitar que nos marchitemos. Porque a base de mejorar internet en los pueblos y de disminuir la carga fiscal a los emprendedores rurales, que es por donde nuestros actuales políticos parecen ir, lo mismo se consigue ralentizar algo el despoblamiento; pero con ese tipo de medidas, revertirlo es totalmente imposible.

domingo, 10 de marzo de 2019

El disputado voto del Señor Míguel

No he podido resistirme a la paráfrasis, bastante obvia para los que tengáis ya unos cuantos años: “El disputado voto del Señor Cayo”, oportunísima novela de Miguel Delibes (aunque seguramente casi todos lo que recordaréis será la película, magistralmente protagonizada por Francisco Rabal), que reflejaba con patética ironía las contradicciones de la llegada de la democracia a una España que era varias: la roja, la azul, la urbana, la rural…
Las cosas han cambiado por suerte muchísimo desde el 77, y yo no soy ningún alcalde ermitaño al que seducir. Pero siento mi voto como mínimo igual de dividido que lo sintió en su día el Señor Cayo. Se nos avecina un diluvio de elecciones y estoy más indeciso que nunca; lo que en mi caso no es poco, ya que llevo toda la vida votando la opción que acaba ganando tras duras luchas internas entre un irrenunciable idealismo y el más racional pragmatismo.
Hace poco oí hablar de Jason Brennan, otro pensador a contracorriente, como yo; solo que catedrático reconocido y algo más famoso que este poliedro. No le he leído, lo reconozco, y es probable que si analizo en detalle sus ideas lo mismo me espeluznan. Pero el mensaje que me llegó de él me pareció de una demoledora lucidez. Intentaré un resumen: “La democracia es de largo el mejor sistema con el que hemos dado hasta la fecha, y las sociedades más prósperas y justas son las democracias consolidadas. Pero acaso habría que intentar dar con otro sistema mejor, pues el punto débil de la democracia es la ignorancia supina de la mayoría de los votantes, que cabe agrupar en tres categorías: 1) Hobbits, gente inculta que viven en su microcosmos y cuya pulsión natural es no votar; pero como son muy manipulables, a veces sí lo hacen… con resultados desastrosos: Trump, Le Pen, Brexit…; 2) Hooligans, fanáticos compulsivos que votan siempre a sus colores, vaya quien vaya en las listas y hayan hecho lo que hayan hecho; 3) Vulcanianos, seres analíticos, cultos e implicados, que se informan y votan a la opción que consideran en cada caso más adecuada para la resolución de los problemas. Si los Vulcanianos fueran mayoría, la democracia sería perfecta. Pero como rara vez superan el 20%, es el otro 80% de Hobbits y Hooligans quienes finalmente deciden (¿deciden?) quién manda”.
No sé si me ha quedado un poco largo, pero es que ahí hay un montón de ideas interesantes, y no he sido capaz de mayor brevedad.
El lío, lo peligroso de la argumentación anterior, es que abre la puerta a las restricciones del derecho a voto (tirando de ese hilo, solo deberíamos votar el 20% de Vulcanianos… porque, con todos los respetos, lo soy), y eso históricamente está más que probado que acaba desembocando en la tiranía, en el gobierno de unos pocos, que por muy cultos que sean no dejan de ser humanos, y al final acaban arrimando el ascua a su propia sardina. Salimos de la sartén, para caer en el fuego.
De acuerdo con el diagnóstico de Brennan, a mí lo que se me ocurre como mejor opción no es privar del derecho a voto a los burros, o hacer que sus votos valgan menos que los de los listos (¿quién pondría las rayas, con qué criterios…?), sino poner como objetivo prioritario social y común reducir el número de Hobbits y Hooligans y aumentar el de Vulcanianos. Lo mismo el ilustre Vulcaniano Brennan no se ha dado cuenta, pero las sociedades más justas y prósperas del planeta no son necesariamente las democracias más antiguas y consolidadas, sino aquellas en las que, además, el nivel cultural medio es más alto. Vale, yo tampoco soy tonto, y no se me escapa que una sociedad con pocos Vulcanianos es mucho más fácil de dirigir ¿verdad, Putin, Erdogan y compañía? El problema es endiabladamente complejo, y por eso lleva ahí lo que lleva.
Bueno, tras la divagación anterior voy ya a lo que se supone que iba, que si no esto se hace eterno: ¿a quién voto ahora yo, con el panorama que tenemos delante?
De siempre, fui más de izquierdas que de derechas. Pero sin exageraciones. Socialdemócrata, supongo, o algo así. Todo lo cual no quita que, en su momento, votase por ejemplo ecologista, cuando consideraba imprescindible que se prestara más atención a los problemas medioambientales, cosa que en los ochenta a nadie parecía preocuparle en exceso. Estamos en otra fase de la historia, y no considero que un voto de ese tipo sea ahora mismo de utilidad.
Años atrás, anduve cerca de UPyD. Incluso estuve en una de sus listas a las elecciones de mi pueblo, aunque en un puesto simbólico y sin posibilidad alguna de salir concejal. Pero el proyecto se murió (sería muy largo aquí hacer una elegía o una autopsia, de modo que nos la ahorraremos), de modo que ya no es ninguna opción.
Seguí con cariño y simpatía el nacimiento de Ciudadanos. Pero poco a poco se han ido escorando y escorando, haciendo recordar aquello de que “la cabra, tira al monte”, como mis amigos más de izquierdas siempre se empeñaron en señalarme, de modo que aunque me siguen gustando mucho algunas de sus ideas y de sus gentes, me dan más miedo que un nublado. Sobre todo después de pactar en Andalucía con una gente que son, literalmente, el franquismo sin Franco. Nada menos. Y como diría Sabina “…como habrán adivinado, la señora y el señor, los apellidos del muerto al que me refiero yo…”, pues me voy a dar el gustazo de evitar nombrarlos, que para mí que, a base de hacerlo, se les está haciendo más grandes e importantes de lo que en realidad son.
Con todos los anteriores antecedentes, parecería obvio que soy carne de PSOE. Pero es que después de la que acaban de liar, pollito, me dan como mínimo el mismo miedo que Ciudadanos ¿Pero cómo se le puede ocurrir a nadie ir a pactar con los secesionistas catalanes, una gente cuyo objetivo cuasi único es liquidar España para crear un estado inviable, con lo que el 20% de mis compatriotas se irían al mismísimo limbo, durante varias generaciones? Es como hacer jefe de bomberos a Nerón. Da igual lo noble de la causa: el fin nunca justifica los medios. Jamás se debió pactar con esa gente, de la que ya tengo hablado en este foro en un montón de ocasiones, y de la que tengo una opinión muy clara, que cabe resumir en la siguiente idea: El nacionalismo (CUALQUIER NACIONALISMO), es supremacismo aldeano, amor enfermizo por el propio ombligo que se justifica en un único argumento: “qué confortable es mi zona de confort”.
De modo que, menudo panorama... Para los utopismos, es tarde (de aquí a 8 meses, cumpliré 60). Ciudadanos me da miedo, por cómo se está escorando. El PSOE también, por haber perdido el norte con aquello de el fin y los medios.
Si pudiera elegir, al menos para España y Europa (mi pueblo y mi región son asuntos más locales, y ahí me importan más las personas que las siglas), querría una coalición PSOE-Ciudadanos, que son las dos formaciones de cuyas perspectivas me siento más cercano. De hecho, sus ideologías no están tan alejadas, y seguramente por eso se tiran a degüello la una contra la otra, sabiendo que buena parte de sus votos los pescan en los mismos caladeros.
El PSOE, de la mano de Ciudadanos, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin la hipoteca de tener que contentar a los eternos chantajistas periféricos. Ciudadanos, de la mano del PSOE, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin deberles nada a los herederos del franquismo. No me puedo creer que Sánchez se sienta más cómodo con los trasnochados Garibaldis que han llegado a la historia 150 años tarde, o con la amalgama heterogénea de buenismos y utopías que es Podemos, que con la gente de Ciudadanos. Y tampoco me creo que Rivera se sienta más cerca de la rancia derecha pepera, que aún no sabe que perdió el poder por culpa de una corrupción intrínseca que se empeña en ningunear, o de la aún más rancia nostalgia de la Panña del NODO de Abascal, que de la gente del PSOE.

Pero no se vota a coaliciones, sino a opciones teóricamente autosuficientes…
¡Ay Cayo, Cayo…! Tú que tienes más perspectiva que yo de estas cosas… ¿qué hago…?