domingo, 28 de septiembre de 2014

Asimetrío: Ghandi

Aquí tenéis otro tema de Asimetrío: Ghandi, una composición original "mía" de la que me siento especialmente orgulloso. Las comillas se deben a que, como ya os comenté en la entrada en la que presentaba al trío, a ninguna de las piezas ejecutadas por el mismo tiene sentido atribuirle un único padre, ya que todas pasaron por la mente y el corazón de los tres, siendo enriquecidas y matizadas hasta alcanzar el estado en el que se presentan.

En el caso de esta canción es además imprescindible mencionar a un cuarto padre: Rodolfo del Fresno, extraordinario guitarrista, todoterreno con alma de rockero y director de la Escuela Municipal de Música de Cercedilla, con el que tuve el honor de tocar (y con éste sí, pisar bastante escenario), durante cerca de una década, coincidiendo con el inicio del milenio. Pues bien, el bueno de Rodolfo me ayudó y mucho definiendo las segundas y terceras lineas melódicas que, en la versión de Asimetrío, ejecuta el teclado de Neville.

 +
Asimetrío y Rodolfo del Fresno: los "padres" de Ghandi

Como podréis comprobar, la entrada/estribillo de esta pieza entrelaza de forma completamente natural tres melodías aparentemente sin nada en común, como si fuese la pesadilla de un compositor barroco. Y luego pasan cosas, y cosas y cosas... episodios celestiales, otros desasosegantes... Sinceramente, creo que es una obra totalmente redonda, dentro de su género.

Luego está lo de su letra. Porque ésta composición la lleva, y pese a que mi rapeado no es que sea lo más sobresaliente del tema -guitarrista, a tus guitarras- la historia que cuenta me parece de hondo calado, por más que el mensaje emplee términos directos nada intelectuales. Así, empieza con un "Yo no tengo la culpa si follas poco", que no es precisamente léxico para todos los públicos.

Lo que se cuenta es un breve pero intenso análisis egoísta del budismo, planteando la no violencia como una opción de crecimiento personal, no por el  bien que ésta genera, sino por el desgaste que evita. No es que sea el ángulo más bonito de esa corriente filosófica, pero sí es una posible perspectiva de la misma. Una perspectiva poliédrica.

El movimiento se demuestra andando y la música sonando, de modo que basta de carrete y vamos con ello: aquí tenéis Ghandi,



Hala, a disfrutarlo. Y como os digo siempre -al margen del caso que me hagáis- ya me contaréis.

viernes, 26 de septiembre de 2014

El miedo como input positivo

Mis legiones de seguidores me alertan de que, en ocasiones, se me va la mano con el espesante. Que me pongo demasiado denso y demasiado serio, vaya, y que aunque tal vez sea cierto eso de que la letra con sangre entra, las ideas entran mucho mejor con una sonrisa. De modo que hago propósito de enmienda desde ahora mismo. Y eso que el tema de hoy es peliagudo: “El miedo como input positivo”; pero voy a intentarlo.
Cuando empecé a escalar, me dijeron que sólo había dos tipos de escaladores: los que pasaban miedo escalando y los que estaban a punto de matarse… o ya lo habían hecho. Después de cuarenta años subiendo y bajando montañas, tengo bastante claro que efectivamente es así. Porque el miedo, además de esa cosa desagradable que sentimos cuando olemos a peligro, es una magnífica señal de alerta que nos permite no pisar donde no es, y no subir cuando no toca.
Escaladores vivos (o sea, dotados de miedo), el día que no tocaba subir al Naranjo de Bulnes
Hasta ahí, todo correcto, y la función del miedo como input positivo queda bastante clara. Pero como ya comenté cuando hablaba de la culpa, el hombre tiene el vicio de convertir sus habilidades y recursos naturales en extraños monstruos que acaban haciéndole la vida más difícil y más fea. Y en el caso concreto del miedo se da una paradoja aún mayor, pues una vez salido de madre el miedo se convierte en algo que, al tiempo que oprime al individuo, beneficia al grupo.
Menos espesante, y pasemos a la cosa. Primero, evidencias del maravilloso papel del miedo, desde el punto de vista social:
·    El miedo hace que los individuos se sientan más desamparados, y que por ello se aferren más al grupo en busca de protección (cosa que obviamente refuerza al grupo).
·    El miedo hace a la gente más tolerante. Vamos, que cuando nos sentimos seriamente amenazados somos capaces de aceptar lo que sea con tal de aumentar nuestra seguridad; lo que equivale a decir que nos ponemos sin reparos en manos de los dirigentes del grupo.
·     El miedo nos hace trabajar más, para poder pagar los escudos –o lo que sea- que nos permitan estar a salvo.
·    La necesidad de implementar medidas de seguridad, como los escudos del punto anterior, constituye una demanda que acaba generando actividad y riqueza en cadena: no sólo hará falta alguien que fabrique los escudos, sino también quien los transporte, venda, publicite, mantenga…
Lo anterior no está mal, cuando detrás de todo aquello existe un peligro real. Ya hablé de los escaladores sin miedo y de su corto recorrido. Peeero, me temo de nuevo, el problema es que las cosas funcionan exactamente igual de bien, y con los mismos resultados, aunque el peligro en cuestión sea exagerado o ni siquiera exista.
No soy ningún conspiranoico (me encanta el término: imaginativo, preciso y cachondo) y no creo en la existencia de un Gobierno Mundial en la sombra que maneje secretamente los hilos de la historia (al margen de que por detrás de todo siempre bulla un mundo de intereses cruzados, alianzas secretas, causas inconfesables, razones ocultas y otros mil porqués de los que casi nunca nos enteramos). Las cosas son como son porque la realidad es así, no porque el club de los malos malísimos –ya se sabe: la CIA, las industrias armamentísticas, las petroleras, las farmacéuticas, los Rosacruces, los Masones, el Vaticano, etc.- se dediquen con fruición obscena a tramar nuestro mal. No hace falta: el propio sistema funciona sólo, amparando y amplificando los peligros, reales o hipotéticos, porque eso cohesiona a la humanidad y la aproxima a un modelo de eficacia probada: el de las hormigas, que llevan funcionando desde hace más de 100 millones de años.
Y para que veáis que no me he vuelto loco, os voy a recordar unos cuantos cocos horribles a los que todos tuvimos pavor hace apenas un rato, frente a los que nos protegimos a tiempo… y luego resultaron no ser nada, o prácticamente nada:
-       El efecto 2000: el mundo se iba a parar, todo iba a dejar de funcionar. Cierto que sirvió para renovar equipos; pero la anunciada apocalipsis fue un auténtico bluff.

-       Las vacas locas: Casi nos dejan sin chuletón de por vida, fue el fin de las ferias de ganado, una auténtica revolución alimentaria mundial. Y luego resultó que se debía a que cuatro descerebrados habían dado a sus vacas pienso animal. A nivel planetario, hubo 219 muertos a lo largo de 10 años. O sea, 22 al año, considerando el mundo entero. Vamos, casi como la peste bubónica, ¿no?
-       La gripe aviar, o del pollo. Esta catástrofe bíblica nos cerca y nos atenaza cada dos o tres años desde que arrancó el siglo XXI. Pues bien, en todo el mundo ha habido en lo que va de siglo poco más de 500 enfermos, de los que la mitad murieron. De nuevo poco más de 20 muertos al año para todo el planeta. Como referencia, baste citar que al año mueren fulminadas por el rayo unas 1.000 persona. O sea, 50 veces más. 
-       La gripe A, o gripe porcina. Otra hecatombe planetaria cíclica, que alcanzó el reconocimiento oficial de pandemia entre 2009 y 2010, produciendo en el mundo entero en ese periodo 19.000 muertos. Daría para asustarse, sin duda, si no fuera porque la gripe común mata al año entorno a medio millón de personas. Y eso lo hace todos los años, estornuden o no pollos y cerdos.
Habrá quien diga  que si esas terribles enfermedades y catástrofes potenciales no lo fueron tanto fue gracias a que se tomaron las oportunas medidas preventivas. Desmontar esa argumentación resulta fácil para algunos casos. Por ejemplo: hubo muchos que pasaron del efecto 2.000, y no les pasó nada. Otro ejemplo: la Sanidad pública de medio mundo compró millones y millones de vacunas contra la gripe A, pero como luego tenían muchos efectos secundarios y médicos y pacientes ofrecían resistencia, se decidió no usarlas… y sin embargo la terrible pandemia, que no debía tener ese dato, optó por desactivarse sola.
Para otros asuntos el desmentido es más difícil: yo no tengo cómo demostrar que, si en el año 2012 no hubo fin del mundo, no fue gracias a las gentes que rezaron –cada cual a su Dios- pidiendo clemencia. Lo mismo fueron ellos quienes evitaron la debacle.
En resumen: que al que suscribe, que como los monos viejos del zoo tiene ya el culo pelao de tanto andar por la jaula, se le escapa media sonrisa cada vez que alguien le vaticina una pandemia, una colisión planetaria o cualquier otro desastre similar. Ahora andan con lo del Ébola, y no puedo evitar tener la sensación de Déjà vu, al margen de que se trate de una enfermedad real y de las malas. Tanto, que ya ha matado a 3.000 personas en África en 6 meses… que no es que sea poco, aunque resulta una cantidad ridícula si se compara con lo que realmente son las catástrofes sanitarias del África subsahariana: más de un millón de muertos al año por SIDA, 600.000 de malaria, 250.000 de meningitis…
Como conclusión de todo lo dicho, os exhorto a que hagáis un buen uso del miedo, pero evitando que éste se os escape de las manos. Porque como las cosas sigan así, dentro de poco en los aeropuertos, además de a desnudarnos por completo, nos obligarán a pasar por una colonoscopia antes de embarcarnos. Y la DGT implantará  los 0 Km/h como velocidad máxima, tras comprobar, mediante sesudos estudios, que a menor velocidad los accidentes tienen menores consecuencias. Y las Autoridades Sanitarias impondrán como obligatoria la vacunación contra el moquillo y la mixomatosis, dado el nivel de intimidad creciente de la gente con sus mascotas.
A todo esto, y para que veáis que no era coña lo del miedo como input positivo: ¿os acordáis de los escaladores de antes?. Pues rematemos la historia con esta otra instantánea de los mismos.


Los escaladores del principio en la cumbre del Naranjo, el día que sí tocaba subir

lunes, 22 de septiembre de 2014

Prueba para subscriptores

Esto es una Prueba para subscriptores, para comprobar que los que se han subscrito al blog para recibir aviso de nuevas entradas realmente reciben el aviso. Repito, es una Prueba para subscriptores y sólo una Prueba para subscriptores.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Asimetrío: Whales diving

Más música, que no sólo de comerse el coco viven –he dicho viven, no sobreviven- tanto el hombre como la mujer… que no son lo mismo, pero es igual.
Os presento a un trío bastante atípico que tiene por nombre Asimetrío, y que está/estuvo (luego os lo explico), formado por Neville Unwin a los teclados y clarinete; Paul Hench a la batería y percusión; y el que suscribe a las guitarras y percusión. Los tres somos amigos residentes en la sierra, cada cual con su propio recorrido (Neville es inglés de nacimiento, aunque casado con una española y vecino de Santa maría de La Alameda desde hace un montón de años; Paul es natural de EEUU, aunque de origen croata, y tras recorrer parte del mundo lleva viviendo en Cercedilla cosa de dos décadas; y yo… pues soy el pesado que escribe esto), y aunque llevábamos años ya tocando intermitentemente juntos con otras formaciones (sobre todo Paul y yo), acabamos armando el trío entorno al año 2005.

Asimetrío en 2008
La cosa salió sola, por afinidades de gustos e intenciones, y su primera etapa duró siete años, hasta que hace un par de ellos decidimos darnos un descanso. Cosas de la vida: nuevos proyectos de unos y otros, necesidad de atender a otros asuntos, etc. Pero como los tres quedamos encantados del trabajo realizado y de sus posibilidades, no tendría nada de raro que dentro de no mucho arrancara una segunda etapa del trío, al que acaso le sobró asimetría en lo referente a trabajo de puertas adentro/trabajo de puertas a fuera. Vamos que pisamos menos escenario de lo habitual y recomendable, seguramente por culpa de un excesivo perfeccionismo y pudor… ¡Yo con exceso de pudor…! Creo que es la primera vez en mi vida que me ha pasado.
Asimetrío actuando en una fiesta privada, en 2006
Pero, sea como fuere, dejamos razonablemente bien grabado bastante material, prácticamente todo temas nuestros, que partiendo de composiciones originales de alguno de sus miembros (la mayoría de ellas de Neville o mías), adaptábamos y desarrollábamos entre los tres, poniéndolas patas arriba y patas abajo hasta que lo que acababa saliendo era mucho más que la idea de partida. Una gozada de trabajo que os recomiendo, y que requiere de elevadas dosis de complicidad, iniciativa y tolerancia. Un proceso singular que, al tiempo que ensalza tu ego, te lo reajusta a la misma altura que el de tus co-creadores/compinches.
Y de estilos... pues para qué vamos a hablar. Mejor nos oís, y cada cual que deduzca paternidades e influencias y nos circunscriba donde le parezca. Mira, eso podía ser divertido: el que quiera, que cuelgue comentarios sobre lo que opina, lo que puede ser muy esclarecedor, pues seguro que entre los que citan a Oldfied, a Gershwin o a Fripp, aparece alguno hablando de música para videojuegos o del mismísimo Manolo Escobar.
Para arrancar, aquí os dejo un tema especialmente envolvente: Whales diving.
Cerrad los ojos y meteros dentro de los de una ballena. Lleváis un par de minutos en la superficie, tiempo más que suficiente para renovar el aire de vuestros pulmones. Miráis al horizonte, y con un gesto decido e impetuoso os sumergís de nuevo, para coger impulso y saltar hasta elevaros por completo fuera del agua, aprovechando después  la fuerza de la caída para sumergiros en las profundidades…

Que disfrutéis de la zambullida.

Y ya me contaréis…

viernes, 19 de septiembre de 2014

Nación, nacionalismo y evolución

El hombre es un primate social. Muy social. Ya lo eran los ancestros a partir de los cuales evolucionó, y éste –nosotros- conservó y abonó ese rasgo a medida que progresaba, porque en el grupo está la fuerza que el individuo no tiene, y trabajar favor del grupo es hacerlo a favor de cada uno de sus individuos; lo que en definitiva se acaba traduciendo en mayores posibilidades de supervivencia de la especie.
De modo que el clan es seña de identidad de lo que somos. Un clan que, aunque se iniciara circunscrito al ámbito familiar (de hecho, todos los mamíferos son sociedades familiares), desde siempre incluía a un grupo algo más numeroso. Porque el clan no eran sólo el individuo y sus consanguíneos, sino también el resto de los compañeros de cueva (la mayoría parientes, aunque más lejanos), con los que podía contar para todo, como ellos podían hacerlo con él. Juntos buscaban recursos, amparo, protección frente a todo tipo de peligros… incluidos los que suponían los otros clanes.
·         Yo y los míos = seguridad, cariño, comprensión, confort, supervivencia.
·         Los otros = miedo, odio, incomprensión, penurias, muerte.
Lo anterior no es una hipótesis, sino un resumen, que cabría expresarlo en la siguiente dicotomía: “Yo y los míos… ¡Mmm, qué rico! / Los otros… ¡Puaj, qué asco!”.
A medida que los clanes crecían e iban ocupando mayores territorios los contactos entre ellos pasaron a ser relativamente frecuentes, y aunque el conflicto fuera una de las formas habituales de relacionarse, no era la única. La curiosidad, otro rasgo más identitario aún de nuestra especie que la sociabilidad, alentaba el intercambio. Y puestos a intercambiar… ¿por qué no hacerlo con la cosa más infaliblemente placentera que existe? El resto es manivela: acabamos de ampliar el círculo de la consanguineidad, y con ella los límites del clan. Ahora somos más, nuestro clan es más grande, más fuerte, más capaz de pervivir. Pero ojito, que estoy hablando de nuestro clan, porque el principio fundamental sigue siendo el mismo: Yo y los míos… ¡Mmm, qué rico! / Los otros… ¡Puaj, qué asco!
El clima mejora, y los experimentos y casualidades locales que llevan ya milenios rodando aisladamente en clanes dispersos (llamémosle protoagricultura, protoganadería, protocerámica…), se ponen en práctica a gran escala. Aquello funciona, y las poblaciones se multiplican a lo largo del periodo conocido como Revolución Neolítica, que es el origen de los asentamientos estables, los excedentes alimentarios, el comercio, la estratificación social… En definitiva, el inicio de las sociedades humanas complejas, las cuales permanecieron sin cambios realmente sustantivos hasta hace apenas nada, cuando la humanidad pegó su siguiente gran salto gracias a la Revolución Industrial.
Bueno, a todo esto: y del clan, ¿qué? Pues la cosa se acomodó, y el criterio de consanguineidad dejó paso a los de comunión de cultura y valores. Los míos no son ya mi familia, cercana o lejana, sino los que hablan mi lengua, comparten mis tradiciones, principios morales, gustos culinarios, estéticos, musicales… Los parámetros a considerar son variopintos, y en ocasiones el idioma o el derecho –o sea, las normas de convivencia- son argumentos totalmente cruciales, mientras que en otros casos lo son las creencias, los intereses económicos o incluso la etnia, haciendo así una pirueta que nos trae de regreso a criterios de consanguineidad. Pero sea como fuere, el principio motor del asunto sigue incólume: Yo y los míos… ¡Mmm, qué rico! / Los otros… ¡Puaj, qué asco!

¿Y ahora? Pues me temo que las cosas, a nivel mundial, no han cambiado mucho. No hace falta ser demasiado sagaz para darse cuenta de que, en la mayoría de los conflictos nacionalistas, el quid de la cuestión parece estar en dónde pongo la raya gorda y separo mi clan del de los otros No debemos dejarnos engañar porque en uno de los bandos se defienda un clan más limitado (Escocia, Cataluña, Quebec, Chechenia…), con menor credibilidad internacional y justificación histórica, y en el otro un clan más amplio (Reino Unido, España, Canadá, Rusia…), con mayor credibilidad e historia: lo que separa a ambos bandos son cosas cuantitativas, no cualitativas, y el juego es el de siempre, el del Mmm frente al Puaj, que no transcribiré aquí de nuevo entero para no aburrir con el chiste.

Tengo fobia a las equidistancias hipócritas -ya lo dicho más veces- y creo que es claramente más tonto un defensor de la República Independiente de Los Molinos que otro que defienda la República Madrileña. Pero pienso, sinceramente, que ambos hipotéticos sujetos padecerían en distinto grado la misma dolencia: Nacionalitis, amor arrebatado y desmedido por el propio ombligo y obsesión por su acotamiento (me refiero al del ombligo).
Ha habido momentos en los que algunos clanes gigantescos parecía que iban a absorber al mundo entero. Eso pasó, por ejemplo, con los imperios romano, español, británico… Pero la pax romana, la hispánica o la británica, distaban mucho de ser una armónica conjunción de clanes entrelazados: eran, simple y llanamente imperios; es decir, mandatos por fuerza de un poder central sobre una periferia, a menudo inmensa. Vamos, que la cosa seguía siendo la misma de siempre, aunque a otra escala.
Pero, como ya argumenté en otros escritos presentados en este mismo foro, por suerte, la humanidad parece embarcada en una evolución a mejor. Despacio, mucho más lento de lo que algunos soñadores quisieron creer (por ejemplo, el concepto de cosmopolitismo, que sería la antítesis del nacionalismo, nació en la Grecia clásica), por lo que algunas tendencias que ya se apuntan tardarán generaciones en consolidarse, e incluso siglos en implantarse como criterios universales. Y una de esas tendencias, qué duda podría caber, es la aspiración a la disolución de las fronteras. A que cosas como el muro de Berlín, el desierto ensangrentado que separa Méjico de EEUU, las vallas de Melilla atestadas de infelices, o las costas de Lampedusa cercadas de náufragos, sean desterradas cuanto antes a algún remoto rincón de nuestro triste pasado. Porque, seamos serios, ¿acaso la reivindicación de una nación no es la reivindicación de una raya bien fuerte y bien sólida que nos separe a “nosotros” de “ellos”.
Hombres y mujeres no somos iguales y nunca lo seremos (lo sé doblemente, por mi condición de biólogo), pero eso no ha impedido que, en casa, el reparto de roles sea exclusivamente por competencias. Así, y por ejemplo, ella maneja el dinero y yo piloto la cocina. Brasileños y portugueses no son iguales y nunca lo serán, y por su propia naturaleza los primeros están abocados a la samba y los segundos al fado. Siendo obvio todo lo anterior, venir ahora con ocurrencias como la educación segregada o el fortalecimiento de las fronteras –no digamos ya la creación de nuevas- sólo puede interpretarse como aberrantes pasos atrás, nadar contracorriente en el fluir de la historia. Una historia larga y a la que aún le faltan miles de kilómetros, pero cuyo sentido de flujo es totalmente evidente. ¿Cómo es posible que no sean conscientes de ello tantos y tantos catalanes, vascos o escoceses siete veces más leídos y viajados que yo, con dos y tres carreras y un cociente intelectual que le saca al mío tres vueltas? (Bueno, tampoco tantos: bloguero y modesto son conceptos incompatibles).
Para evidenciar lo evidente, me voy a definir dos veces:
·   Vertebrado, mamífero, primate, homínido (y más concretamente Homo sapiens sapiens)
·   Terrícola, europeo, español, madrileño (criado en Chamberí pero madurado en la Sierra)
Si viene alguien y me pregunta, ¿tú que eres, qué te sientes más: primate u homínido?, inevitablemente pensaré que estoy ante un pobre ignorante, un imbécil. Y si lo que me pregunta es ¿tú qué eres, qué te sientes más: madrileño o español?, pues tres cuartos de lo mismo.
Y para los que no lo sepan –el que quiera, que alegue que es de Ciencias- imbécil procede del término latino imbaculum; es decir, sin báculo, sin bastón, ignorante carente de apoyo, de argumentos sobre los que sustentarse…
Como remate, diré que mi patria está donde está mi corazón; y que, no sé si seré muy raro, pero siempre termino amando todo aquello que llego a conocer de verdad.

Pues eso.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Cuando salí de Urbania

Y después de tanta reflexión sesuda y espesa, un cuentecito fantástico -me refiero al estilo- para desengrasar.

Es algo que escribí finalizando el milenio anterior, una especie de ensoñación de madrugada en la trastienda de un músico. Por cierto, que el personaje central del cuento lo construí sobre la base de mi buen amigo y fantástico músico -y ahora no estoy hablando de estilo- Juan San Martín, al que desde aquí os recomiendo absolutamente. Si algún día veis anunciado que toca en alguna parte (casi siempre será acompañando a algún cantante, guitarrista o pianista del mundo de la bosa, el jazz, etc.), no os lo perdáis.

Bueno, a ello: Cuando salí de Urbania (ese es el nombre del bar en donde nuestro protagonista acaba de tocar cuando empieza la historia)