martes, 31 de marzo de 2020

Reflexiones coronavíricas (2 de n)

Me decía una amiga que ella, coronavirus aparte, hacía ya mucho que consideraba la aparición de Internet como el hito más llamativo para referenciar la entrada en la era que ahora transitamos. La verdad es que los historiadores se sobraron un poco con eso de decir que desde las revoluciones francesa e industrial en adelante todo era “Edad Contemporánea”. En rigor, contemporáneo solo es aquello que sucede a la vez, de modo que sin duda son  contemporáneos el papado de Vojtyla y el desmoronamiento del bloque soviético (la asociación no es inocente). Pero hacerme a mí contemporáneo de Robespierre… como que no lo veo.
Si, amiga. Internet simboliza mejor que nada la entrada de la humanidad en la Edad de la información. Edad curiosa y asimétrica, en donde las posibilidades de conocer y de elegir han crecido a ritmo exponencialmente inverso al del criterio de la gente. Cualquiera tiene a su disposición infinitos datos respecto cualquier cosa; pero la inmensa mayoría está absolutamente perdida, abrumada por la sobredosis de opciones, incapaz de diferenciar la verdad del bulo, lo banal de lo sustantivo, el descubrimiento de lo ya conocido, el original de la copia. Quién podría haber imaginado algo así. Históricamente, a las masas se las dominó gracias a su ignorancia. Ahora, se consigue abrumándola con tal cantidad de datos que el común de los mortales acaba interpretando que jamás podrá alcanzar una perspectiva propia, que lo mejor es seguir al líder, al influencer que corresponda, para poder así “decidir” qué comer, qué oír, a dónde viajar, a quién votar, en qué creer…
La Edad de la Información es la era de la Sobredosis de Información. Y no solo para “el común de los mortales”, como antes decía. Incluso los putos marcianos, como yo y como seguro que bastantes de vosotros, por más que nos revolvamos, contrastemos y sopesemos escépticamente todo, acabamos sucumbiendo al vértigo del exceso de información.
Veamos el bonito caso del monotema de nuestro tiempo: la pandemia del coronavirus.
Estoy totalmente de acuerdo con vosotros: ¿qué cojones representa ese gráfico? Podría poneros más, bien lo sabéis. Miles como ese, o más intrincados aún Pero lo malo no es eso. Lo malo es que ni siquiera los aparentemente sencillos y que se supone que transmiten información precisa e inteligible, son de fiar. Por ejemplo:
Nada de lo que aparenta mostrar ese gráfico es de fiar. Ya me conocéis, soy un apóstol de la anticospiranoia y no me estoy refiriendo a que algún grupo ultrasecreto (Spectra ¿quién si no?), esté filtrando información sesgada para entontecer a las masas y desplegar por detrás su plan de control planetario mediante la propagación mundial de un virus malo malísimo diseñado en el laboratorio. Lo mismo otro día tratamos el tema del posible origen de esta desgracia, y ya veréis cómo mi perspectiva de biólogo se aleja bastante de las películas de espías. Es una pena, porque sería mucho más divertido. Pero me temo que ese tipo de explicaciones resisten mal el principio de la navaja de Ockham.
A lo que íbamos: la información que nos suministran es engañosa, porque nos induce a efectuar comparaciones de cosas incomparables. En una misma gráfica, se nos contrastan peras, manzanas, metáforas e índices bursátiles. Nosotros, que estamos ávidos de explicaciones, nos las tragamos como podemos e intentamos llegar en vano a alguna conclusión. Entonces, y para nuestro alivio, aparece el gurú de turno —nuestro influencer temático— para resolver el enigma: “Como puede apreciarse con claridad, la curva de deceleración negativa del incremento de tasas de contagio se aleja progresivamente de la asíntota de nuevas altas, lo que nos permite ser moderadamente optimistas, a medio plazo”. ¡Menos mal! Y yo, tonto de mí, que aún seguía preocupado…
Y ahora, llamémosle a la cosas por su nombre:
- El lio empezó en China, un país comunista que encarcela sistemáticamente a los periodistas que informan de lo que no deben. Toda la información que nos llegue de allí tendrá que ver sin duda con la realidad; pero no será la realidad, sino la parte de aquella que más le convenga al régimen. A saber cuántos contagios ha habido realmente allí y cuántas muertes.
- En cuanto a Rusia, los mayores tramposos de la historia (algún día lo mismo le dedico un rato a sus mayores hits, como su liderazgo mundial en la propagación de fakes o el dopaje de estado de todos sus deportistas olímpicos), la fiabilidad de sus datos no merece ser ni comentada.
- Los coronavirus son viejos conocidos de los microbiólogos; pero éste es una versión recién mutada que está haciendo su puesta de largo, de modo que aún sabemos poco de su biología. No sabemos qué porcentaje lo porta sin enfermar. No sabemos cuánto tiempo los portadores pueden ser fuente de contagio. No sabemos si el que lo porta, padezca enfermedad o no, se vuelve inmune, y si aquellos que ya padecieron enfermedades emparentadas poseen inmunidad frente a este virus. No sabemos otras cuarenta cosas, pero con esas ya tenemos suficiente para lo que ahora nos ocupa: los datos sobre estado, evolución y perspectivas de la pandemia tienen mucho más de conjeturas que de otra cosa.
- Los test para detectarlo con fiabilidad no son sencillos y escasean (lo de si tienes o no tos y fiebre no son más que indicios: el 20% de la población mundial tiene todos los años en algún momento tos y fiebre, por miles de causas conocidas y triviales), de modo que en realidad se han hecho poquísimas pruebas de detección. Para colmo, los países dan información contradictoria respecto a cuántos test llevan hechos, aunque algunos números de referencia creíbles hablan de cerca de medio millón en USA, trescientos mil en Corea del Sur y doscientos mil en Italia, a 30 de marzo de 2020. Siendo generosos, un millón en el mundo entero. Como somos cosa de siete mil setecientos millones, sale un test cada 7.700 personas. Resumiendo: no se tiene más que una vaga idea del número de contagiados que hay en el mundo. Se tiene constancia de unos 700.000 casos. El número real puede tener uno o dos ceros más.
- La contabilidad de los muertos por coronavirus cada país la hace a su modo, de forma que resulta irreal comparar los datos. Es sabido que los ancianos son el grupo más vulnerable. Pues bien, en España solo se contabilizan como muertos por coronavirus en residencias a los que se les ha hecho previamente el test, con lo que no se han contado centenares de casos que con total seguridad se deben a la pandemia. En Alemania aún es más descarado, pues solo se tienen en consideración los muertos en hospitales que han dado positivo (fuera de los hospitales, no se hacen test), lo que distorsiona más aún las estadísticas. Y lo de Holanda es ya directamente vergonzoso: a los ancianos enfermos no se les hospitaliza y se les manda a morir (sin contabilizar y sin test alguno), a sus casas o residencias, para no colapsar los hospitales y no contagiar a los médicos. Sabia decisión, sin duda —aunque digna del mismísimo Adolf Hitler— que además de ayudar a conseguir los citados objetivos mejora notablemente las estadísticas, para poder así colgarse medallas y mirar por encima del hombro a los países del sur de Europa, que todo lo hacen mal.
- Y para qué hablar de la fiabilidad y representatividad de los datos que aportan los países del tercer mundo. Esos pobres llevan toda su historia combatiendo a mil enfermedades mucho más terribles y que para nosotros ya son historia, de modo que seguro que el coronavirus en el fondo les debe de interesar bien poco. Lo incorporarán a la lista de sus desgracias (no tienen cómo combatirlo), simplemente como otra más, y no de las peores. Y punto.
Con el panorama anterior… ¿cómo puedo ser tan idiota de mirar siete veces al día la evolución de los datos? ¿Cómo puedo deprimirme o esperanzarme ante sutiles modificaciones de ésta o aquella variable?
Intentando exculparme, y conmigo a los muchos que seguro llenáis parte de vuestro tiempo de reclusión con este tonto vicio, apuntaré que, con ojo y perspectiva, leyendo entre líneas, sí pueden sacarse algunas conclusiones. La diosa estadística escribe derecho con gráficos torcidos. Por ejemplo:
1º) Quédate con los datos de un solo país, no los compares con ningún otro, pues son peras y manzanas. En mi caso (qué le voy a hacer), me quedaré con los de España.
2º) Asume que los datos que se ofrecen no son la realidad, sino un reflejo distorsionado. Pero siempre igual de distorsionado, de manera que si te dicen que el día 23 de marzo murieron 462 personas por coronavirus, y que el día 28 fueron 832, lo que cabe interpretar es que está muriendo una burrada de gente, y que entre el día 23 y el 28 la cosa ha empeorado muchísimo. Lo mismo el número real de muertos es el doble, eso da igual: eran muchísimos, y la cosa ha ido empeorando.
3º) De la misma manera, si te dicen que los muertos los días 28, 29 y 30 de marzo han sido respectivamente 832, 838 y 812, con independencia de que te creas o no el número, lo que está claro es que la cosa sigue fatal, pero que ha dejado de empeorar. Si no fuera así, los muertos diarios contabilizados hoy deberían ser más de 1.200. O sea, que vamos objetivamente mejor, y si la tendencia se consolida lo mismo estamos en el camino correcto para llegar a superar esto… a saber cuándo.
4º) De la contabilidad de positivos, ni caso. La información respecto al número real de test realizados es contradictoria. A veces dicen los test repartidos, otras veces los efectuados. No dicen que a los que dan positivo hay que hacerles varios más antes de darles el alta, y lo mismo un solo paciente puede constar como varios casos positivos (el de el día que ingresó y los de confirmación) y uno negativo (el test que le hicieron antes de darle el alta).
5º) Siguiendo con la absoluta incredulidad hacia la contabilidad de casos positivos: si es verdad que se incrementan a lo burro las pruebas, como se pretende, se incrementarán con seguridad los positivos constatados y bajará el índice de mortalidad, sin que en realidad haya cambiado nada. Así, ahora mismo hay en España 85.195 “positivos” y 7.340 “muertos contabilizados”, de donde cabría estimar una mortandad de nada menos que el 8,6%. Y si fuera verdad lo que decía antes, si hay que considerar más de un test por individuo, la cosa se pondría aún peor. Pero si, como algunos virólogos sostienen, es probable que la extensión real de la enfermedad sea diez veces mayor que lo que indican los casos detectados (¡diez veces…!), entonces en España habría cosa de un millón de contagiados y algo menos de 10.000 muertos. Una letalidad del 1%. La diferencia es tan brutal, que lo mejor obviar el dato.

6º) LOS DATOS DE RECUPERADOS APENAS SON REFERENCIA DE NADA. Desde que te contagias, al mes o te has recuperado o estás muerto, de forma que los datos de recuperados solo informan de cuántos de los contagiados que fueron detectados hace un mes siguen vivos. Contagios detectados, insisto, no contagios reales. De modo que, lógicamente, cuanto más nos acerquemos al mes de distancia de las puntas de contagios detectados, más recuperados habrá, y todo el que entonces diga ¡qué bien...!, simplemente es que será tonto. Y si se consigue que bajen los contagios, al mes siguiente habrá menos recuperados (y el que se entristezca entonces será igual de tonto) 
7º) Mirando a China, como realidad en sí misma y sin compararla con nadie, parece que con disciplina de hormiga podría llegar a erradicarse absolutamente el virus de determinado territorio. Pero como éste ya es planetario, el tercer mundo será un reservorio eterno del virus hasta que deje de ser tercer mundo, de modo que la reinfección está garantizada.
8º) Si llegase el día que en España, o donde fuera, no hubiera ni un solo contagio más, y dado que en menos de un mes o el virus te mata o lo matas tú a él, pues treinta días después de ese último caso, esa tierra estaría “limpia”. Pero la única manera de permanecer así sería cerrar absolutamente y para todo las fronteras, y como eso es inviable, la reinfección es segura.
9º) Si la reinfección es segura, la única solución viable es la inmunización, ya sea por contagio universal o por vacunación.
Vamos, que lo mismo dentro de un par de meses estamos haciendo una vida pseudonormal, aunque con las fronteras semicerradas y luchando contra los continuos rebrotes, hasta que se desarrolle y distribuya plenamente la vacuna. No se me ocurren más opciones.
Y lo anterior para España y resto de países equiparables. Pero ¿qué expectativas hay para otras tierras, como por ejemplo Brasil? Mira, ya tenemos motivos para una tercera entrega de estas reflexiones.

sábado, 28 de marzo de 2020

Reflexiones coronavíricas (1 de n)

Disculpadme, oh mi minúscula pero inquebrantable legión de seguidores. El tiempo que llevo ausente no se debe como en otras ocasiones a exceso de trabajo, sino a simple y llana perplejidad.

Yo fui uno de los que decía que esto era una gripe más, sólo eso, y que las reacciones eran desproporcionadas. Luego empecé a dudar. Cuantos más datos se acumulaban, menos información, más difícil entender todo, más contradicciones.
El 4 de septiembre de 467, Odorico depuso a Rómulo Augusto, último emperador de Roma. Al día siguiente, estoy seguro de que ninguno de los 800.000 habitantes que aún poblaban la primera megápolis de la historia sabía que acababa de entrar en la Edad Media. Estoy igual de seguro de que nadie del planeta imaginó la tarde del 29 de mayo de 1453, que al mismo tiempo que el sultán Mehmed II cruzaba las murallas de Constantinopla, estaba saliendo de la Edad Media y entrando en la Edad Moderna.
Lo mismo estamos asistiendo a un cambio de era de similar entidad. Y no lo sabremos hasta que el gremio de historiadores lo sentencie, en un futuro imprecisable.
Entendámonos: con la globalización y la revolución de la información, la humanidad ya estaba viviendo un cambio mucho más radical y rápido que cualquiera de los que han servido de referencia para definir otros límites de periodos históricos. Y la puntilla del coronavirus lo mismo se acaba convirtiendo en hito de referencia, tan puntual y significativo como los dos acontecimientos concernientes al mundo romano que antes citaba.
Pero los romanos del siglo V, y los bizantinos del XV, apenas sabían algunas cosas de sus pequeños microcosmos, que por lo demás eran casi idénticos a los de sus padres, abuelos y bisabuelos. Nosotros, por el contrario, sabemos muchísimo más de nuestro entorno, que es infinitamente mayor y radicalmente diferente del de nuestros antecesores. Y desde esa perspectiva, estamos asistiendo en vivo y en directo a un cataclismo social sin precedentes.
Como para no estar perplejo.
Sobrepasados como nunca, ocurren tantas cosas a la vez que apenas da tiempo siquiera a ser consciente de ello. Enumeraré unas cuantas, apenas las que más sobresalen en la turbamulta que agita la tempestad en la que se ha convertido mi cabeza, como imagino la de la mayoría de vosotros:
1º) Nuestra sofisticada y compleja sociedad es sorprendentemente frágil.
2º) Seguimos en pleno posneolítico, y el objetivo prioritario es la defensa del clan.
3º) La inmensa mayoría de la sociedad está compuesta por niños asustados e indignados, incapaces de asimilar la magnitud de lo que está pasando, y que se dedican básicamente a lo siguiente:
   - Exigir que alguien les acote las cosas y les garantice qué les espera.
   - Exigirle al Estado Padre buenas noticias. Las que sea, no importa.
   - Buscar culpables.
   - Exaltar el espíritu de la tribu, sea ésta en cada caso la que sea.
   - Buscar entretenimientos; cuanto más banales, mejor.
   - Intentar no engordar.
4º) Los políticos, todos, se consideran una casta superior destinada a pastorear esta sociedad de niños. Y para ello, el fin justifica los medios. Siempre. Sea cual sea el medio.
Vivimos tan bombardeados por iniciativas solidarias, mensajes de optimismo y buen rollito, que casi da vergüenza sentirse o mal. Esto, al parecer, es una especie de fiesta multitudinariamente privada, de la que todos tenemos que sentirnos orgullosos y de la que sin duda saldremos mucho mejor de lo que entramos.
Qué queréis que os diga. Todo me recuerda a lo que sucede cuando un niño se rompe una  pierna el primer día de vacaciones, y todo el mundo se dedica a ningunear el problema y ensalzar las inesperadas bendiciones que le van a llover a cuenta de ese percance, que van desde crecer más a que todas las chicas se dediquen a mimarle, o quedar liberado de las tareas domésticas.
Varios miles de millones de niños, cada cual en su casa, muestran orgullosos sus escayolas, esperando a que alguien se las firme. Tampoco es para tanto, esto pasará, y saldrán más altos y más listos.
Pero lo mismo estamos ante un cambio de Edad, mis pequeñuelos. El mundo, se ha parado. Si el virus es planetario, y su nivel de letalidad finalmente se asienta en, pongamos, un modesto 2%, eso supondrá que debemos ir cavando 75 millones de tumbas. Más o menos las mismas que requirió la segunda guerra mundial. Solo que esta vez no se dispondría de siete años para hacerlo, sino de uno o dos.

O lo mismo en unos meses hay vacuna, y a lo anterior hay que quitarle dos o tres ceros. Pero lo de que el mundo se ha parado, cosa que jamás en la historia había ocurrido, es ya una realidad. A saber cómo se sale de esta. A saber cómo seguirá después todo.
Como para no estar perplejo….