sábado, 29 de febrero de 2020

Desagravio de la bruja



Tengo dos noticias que daros. Una mala y una buena, como siempre. La mala, es que el túnel carpiano de mi mano derecha reclama su momento de gloria (su hermana, la izquierda, ya lo tuvo hace ocho años), y eso me convierte en guitarrista temporalmente manco –aunque como percusionista aún puedo sujetarme por un rato- con lo que el extraordinario proyecto de La Leyenda de Estós, del que ya os he informado aquí, abre un paréntesis de algunos meses. Todos los implicados en el asunto, una decena de artistas excelsos y temerarios (por aquello de apuntarse a los bombardeos que les propongo), entre músicos, actores, rapsodas, gente de la imagen, etc., me han reiterado su adhesión inquebrantable para rematar la cosa cuando sea posible, que previsiblemente será para finales del próximo verano. Permanezcan atentos a sus pantallas: se comunicará.

Y ahora la noticia buena:


Regresan las Brujas, espectáculo teatral más que original y más que conmovedor, en el que tengo el honor de participar por gentileza del alma mater de la cosa, Cayetana Martínez, hembra alfa de la jauría autodenominada Teatro Perro. Ahí participo como percusionista, de modo que antes de que mi mano derecha se me termine de dormir, contribuyo en la construcción de escenarios sonoros que ayudan a vestir esta peculiar e imaginativa vindicación histórica de la figura de la bruja.

Fotografía del archivo privado de Teratro Perro

Vaya por delante, y desde ya, que sí: es un alegato feminista. Pero no tiene nada de oportunista o de defensa a ultranza de las discriminaciones positivas. Es una reflexión seria entorno a cómo, histórica y reiteradamente, se ha usado el cajón de sastre de “bruja” para deslegitimar a aquellas mujeres que tenían la osadía de salirse de sus roles asignados, enfrentándose a lo que siempre se interpretó como el “orden natural de las cosas”, en donde el poder, la ciencia, el arte, y todo lo no funcional, eran patrimonio exclusivo del sexo masculino. Esa sandez es una de las más obvias cristalizaciones del patriarcado, sandez aún mayor cuyo origen localizo intuitivamente en un pasado remoto en el que mandaba el que daba los porrazos más fuertes. Y eso era todo.

Por más que he buscado, no he encontrado una explicación consensuada de cuándo y cómo se asentó el patriarcado como perspectiva global planetaria. No os engañéis, no es un invento cristiano: asomaros al islam, al hinduismo, a la tradición o ámbito cultural que queráis, y veréis como el modelo básico es idéntico. Pero lo que sí parece aceptado es que no siempre fue así. No es probable que fuera ese el esquema dominante a comienzos del neolítico, al inicio de la civilización de las ciudades asentadas que sustituyeron a los clanes trashumantes de cazadores/recolectores. No: hace diez, ocho, seis mil años, el culto a la madre tierra, a los ciclos lunares, a la fertilidad, otorgaban a la condición femenina un estatus sagrado superior. Pero poco después, y quién sabe porqué, aquello fue pasando a ser algo primero subsidiario, y luego meramente funcional, bajo el argumento supremo de la hegemonía del bíceps. Qué delirio. Cuánto mejor nos habría ido de no haber prescindido del 50% de la inteligencia de la humanidad, reconvertida en poco más que ganado sexual. Y las perdedoras no fueron ellas, fuimos todos, porque a la evidente y flagrante injusticia de impedir que pudieran ser ellas mismas hay que añadirle lo que le cayó a la otra mitad: la obligación de llevar una vida sobreactuada, en la que triunfar era obligatorio y la emotividad y los sentimientos debilidades inaceptables.

Fotografía del archivo privado de Teratro Perro

Tengo intención de colgar pronto una entrada que llevará el poco sutil título de “Soy un puto marciano”. Y lo soy, porque reafirmándome punto por punto en lo que llevo dicho, no soy feminista. Tampoco ecologista, a pesar de llevar toda mi vida trabajando y luchando por la defensa del medio ambiente. Parte de mi marcianidad, supongo. Pero no se debe al simple hecho de mi alergia insuperable a las banderas, sino a que discrepo de forma contundente en las diagnosis y en las estrategias de la mayoría de los “ismos”, empiecen por eco, por femi o por lo que sea. Pero ya le dedicaré la prometida entrada a desenredar mis contradicciones. Ahora toca otra cosa:

OS CONVOCO A UNA SESIÓN SINGULAR DE REHABILITACIÓN DE LAS BRUJAS. Casa de vacas, 06-03-2020, 18,00 h. Entrada libre hasta completar sus 140 butacas.

Fotografía del archivo privado de Teratro Perro

El tema es serio, me temo —o lo celebro, según se mire— por lo que la obra no es precisamente suavecita. Vaya también por delante: no la considero recomendable para gente que no tenga cierta madurez (ponerle edad a eso es difícil, aunque acaso pudiera usarse como referencia ¨…del final de la adolescencia para adelante”), y mejor si se tiene cierto nivel de culturilla clásica. Esto último no es que sea imprescindible, pero dado que algunas de las protagonistas son Casandra, Circe, Sherezade o Virginia Woolf, pues si te suenan Troya, La Odisea, Las Mil y Una Noches o las vanguardias feministas de inicios del siglo pasado, seguro que lo disfrutas más.

Llevo cuarenta años pisando escenarios, aunque haya sido de forma intermitente y sin vivir de ello. Pero recorrido, como que algo, tengo. Y os insisto en que, con pocas obras, me he sentido tan conmovido, tan implicado, tan concernido, tan… de alguna manera valioso, al contribuir a una causa indiscutiblemente noble y justa. Y encima, disfrutando más que un enano, cuando me toca ambientar nada menos que la destrucción de Troya o una fiesta a Dionisos. Último dato: como será de cargada la cosa, de verdad rotunda, sólida y tremenda, que en más de un ensayo termino llorando sobre mis tambores. Y mira que ya me sé la obra…

Allí nos vemos.

Y si no es allí, no os preocupéis, que esto tiene secuelas ya pactadas: permanezcan atentos a sus pantallas…