domingo, 2 de marzo de 2014

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Después de más de medio siglo de itinerario, mente inquieta, corazón intenso, curiosidad y memoria a partes iguales, me doy cuenta de que nada tienen que ver conocimiento y felicidad. Antes al contrario, lo primero parece una traba para lo segundo, pues la perspectiva –y cuanto más variada, peor- tiende a empujarnos al desengaño, a la pesadumbre.

Me curé, según salía de la adolescencia, de la adorable ingenuidad de equiparar altruismo y bien. Algunos años después de otra simplificación igual de cándida, la de considerar que el bien era de alguna manera nuestra justificación o destino. Desde entonces, en algún lugar al fondo de mi cabeza resuena demoledor mi admirado Vicente Huidrobro: “La conciencia es amargura, la inteligencia decepción”. El chileno, imbuido de los criterios surrealistas de su tiempo, remataba aquello con “Sólo en las afueras de la vida se puede plantar una pequeña ilusión”. Durante mucho tiempo pensé que acaso tuviera razón; pero finalmente entendí que esa razón no me valía.

Este blog, desde mi óptica de dinosaurio contemporáneo, es un intento de solución a la encrucijada anterior. Y la opción se llama, simplemente, compartir: ¿Y si, en lugar de maldecir o agazaparnos en la concha, nos lo contamos, a ver qué pasa? Mira tú que si, por encima de la amargura y la decepción, obviando que el bien no nos espera inexorable y que no somos parodias bastardas de ángeles defectuosos, resulta que la inteligencia compartida va y hace que el viaje, como mínimo, merezca la pena…


¿Lo intentamos?

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