domingo, 10 de marzo de 2019

El disputado voto del Señor Míguel

No he podido resistirme a la paráfrasis, bastante obvia para los que tengáis ya unos cuantos años: “El disputado voto del Señor Cayo”, oportunísima novela de Miguel Delibes (aunque seguramente casi todos lo que recordaréis será la película, magistralmente protagonizada por Francisco Rabal), que reflejaba con patética ironía las contradicciones de la llegada de la democracia a una España que era varias: la roja, la azul, la urbana, la rural…
Las cosas han cambiado por suerte muchísimo desde el 77, y yo no soy ningún alcalde ermitaño al que seducir. Pero siento mi voto como mínimo igual de dividido que lo sintió en su día el Señor Cayo. Se nos avecina un diluvio de elecciones y estoy más indeciso que nunca; lo que en mi caso no es poco, ya que llevo toda la vida votando la opción que acaba ganando tras duras luchas internas entre un irrenunciable idealismo y el más racional pragmatismo.
Hace poco oí hablar de Jason Brennan, otro pensador a contracorriente, como yo; solo que catedrático reconocido y algo más famoso que este poliedro. No le he leído, lo reconozco, y es probable que si analizo en detalle sus ideas lo mismo me espeluznan. Pero el mensaje que me llegó de él me pareció de una demoledora lucidez. Intentaré un resumen: “La democracia es de largo el mejor sistema con el que hemos dado hasta la fecha, y las sociedades más prósperas y justas son las democracias consolidadas. Pero acaso habría que intentar dar con otro sistema mejor, pues el punto débil de la democracia es la ignorancia supina de la mayoría de los votantes, que cabe agrupar en tres categorías: 1) Hobbits, gente inculta que viven en su microcosmos y cuya pulsión natural es no votar; pero como son muy manipulables, a veces sí lo hacen… con resultados desastrosos: Trump, Le Pen, Brexit…; 2) Hooligans, fanáticos compulsivos que votan siempre a sus colores, vaya quien vaya en las listas y hayan hecho lo que hayan hecho; 3) Vulcanianos, seres analíticos, cultos e implicados, que se informan y votan a la opción que consideran en cada caso más adecuada para la resolución de los problemas. Si los Vulcanianos fueran mayoría, la democracia sería perfecta. Pero como rara vez superan el 20%, es el otro 80% de Hobbits y Hooligans quienes finalmente deciden (¿deciden?) quién manda”.
No sé si me ha quedado un poco largo, pero es que ahí hay un montón de ideas interesantes, y no he sido capaz de mayor brevedad.
El lío, lo peligroso de la argumentación anterior, es que abre la puerta a las restricciones del derecho a voto (tirando de ese hilo, solo deberíamos votar el 20% de Vulcanianos… porque, con todos los respetos, lo soy), y eso históricamente está más que probado que acaba desembocando en la tiranía, en el gobierno de unos pocos, que por muy cultos que sean no dejan de ser humanos, y al final acaban arrimando el ascua a su propia sardina. Salimos de la sartén, para caer en el fuego.
De acuerdo con el diagnóstico de Brennan, a mí lo que se me ocurre como mejor opción no es privar del derecho a voto a los burros, o hacer que sus votos valgan menos que los de los listos (¿quién pondría las rayas, con qué criterios…?), sino poner como objetivo prioritario social y común reducir el número de Hobbits y Hooligans y aumentar el de Vulcanianos. Lo mismo el ilustre Vulcaniano Brennan no se ha dado cuenta, pero las sociedades más justas y prósperas del planeta no son necesariamente las democracias más antiguas y consolidadas, sino aquellas en las que, además, el nivel cultural medio es más alto. Vale, yo tampoco soy tonto, y no se me escapa que una sociedad con pocos Vulcanianos es mucho más fácil de dirigir ¿verdad, Putin, Erdogan y compañía? El problema es endiabladamente complejo, y por eso lleva ahí lo que lleva.
Bueno, tras la divagación anterior voy ya a lo que se supone que iba, que si no esto se hace eterno: ¿a quién voto ahora yo, con el panorama que tenemos delante?
De siempre, fui más de izquierdas que de derechas. Pero sin exageraciones. Socialdemócrata, supongo, o algo así. Todo lo cual no quita que, en su momento, votase por ejemplo ecologista, cuando consideraba imprescindible que se prestara más atención a los problemas medioambientales, cosa que en los ochenta a nadie parecía preocuparle en exceso. Estamos en otra fase de la historia, y no considero que un voto de ese tipo sea ahora mismo de utilidad.
Años atrás, anduve cerca de UPyD. Incluso estuve en una de sus listas a las elecciones de mi pueblo, aunque en un puesto simbólico y sin posibilidad alguna de salir concejal. Pero el proyecto se murió (sería muy largo aquí hacer una elegía o una autopsia, de modo que nos la ahorraremos), de modo que ya no es ninguna opción.
Seguí con cariño y simpatía el nacimiento de Ciudadanos. Pero poco a poco se han ido escorando y escorando, haciendo recordar aquello de que “la cabra, tira al monte”, como mis amigos más de izquierdas siempre se empeñaron en señalarme, de modo que aunque me siguen gustando mucho algunas de sus ideas y de sus gentes, me dan más miedo que un nublado. Sobre todo después de pactar en Andalucía con una gente que son, literalmente, el franquismo sin Franco. Nada menos. Y como diría Sabina “…como habrán adivinado, la señora y el señor, los apellidos del muerto al que me refiero yo…”, pues me voy a dar el gustazo de evitar nombrarlos, que para mí que, a base de hacerlo, se les está haciendo más grandes e importantes de lo que en realidad son.
Con todos los anteriores antecedentes, parecería obvio que soy carne de PSOE. Pero es que después de la que acaban de liar, pollito, me dan como mínimo el mismo miedo que Ciudadanos ¿Pero cómo se le puede ocurrir a nadie ir a pactar con los secesionistas catalanes, una gente cuyo objetivo cuasi único es liquidar España para crear un estado inviable, con lo que el 20% de mis compatriotas se irían al mismísimo limbo, durante varias generaciones? Es como hacer jefe de bomberos a Nerón. Da igual lo noble de la causa: el fin nunca justifica los medios. Jamás se debió pactar con esa gente, de la que ya tengo hablado en este foro en un montón de ocasiones, y de la que tengo una opinión muy clara, que cabe resumir en la siguiente idea: El nacionalismo (CUALQUIER NACIONALISMO), es supremacismo aldeano, amor enfermizo por el propio ombligo que se justifica en un único argumento: “qué confortable es mi zona de confort”.
De modo que, menudo panorama... Para los utopismos, es tarde (de aquí a 8 meses, cumpliré 60). Ciudadanos me da miedo, por cómo se está escorando. El PSOE también, por haber perdido el norte con aquello de el fin y los medios.
Si pudiera elegir, al menos para España y Europa (mi pueblo y mi región son asuntos más locales, y ahí me importan más las personas que las siglas), querría una coalición PSOE-Ciudadanos, que son las dos formaciones de cuyas perspectivas me siento más cercano. De hecho, sus ideologías no están tan alejadas, y seguramente por eso se tiran a degüello la una contra la otra, sabiendo que buena parte de sus votos los pescan en los mismos caladeros.
El PSOE, de la mano de Ciudadanos, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin la hipoteca de tener que contentar a los eternos chantajistas periféricos. Ciudadanos, de la mano del PSOE, podría llevar adelante la mayor parte de sus políticas, sin deberles nada a los herederos del franquismo. No me puedo creer que Sánchez se sienta más cómodo con los trasnochados Garibaldis que han llegado a la historia 150 años tarde, o con la amalgama heterogénea de buenismos y utopías que es Podemos, que con la gente de Ciudadanos. Y tampoco me creo que Rivera se sienta más cerca de la rancia derecha pepera, que aún no sabe que perdió el poder por culpa de una corrupción intrínseca que se empeña en ningunear, o de la aún más rancia nostalgia de la Panña del NODO de Abascal, que de la gente del PSOE.

Pero no se vota a coaliciones, sino a opciones teóricamente autosuficientes…
¡Ay Cayo, Cayo…! Tú que tienes más perspectiva que yo de estas cosas… ¿qué hago…?

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