viernes, 26 de septiembre de 2014

El miedo como input positivo

Mis legiones de seguidores me alertan de que, en ocasiones, se me va la mano con el espesante. Que me pongo demasiado denso y demasiado serio, vaya, y que aunque tal vez sea cierto eso de que la letra con sangre entra, las ideas entran mucho mejor con una sonrisa. De modo que hago propósito de enmienda desde ahora mismo. Y eso que el tema de hoy es peliagudo: “El miedo como input positivo”; pero voy a intentarlo.
Cuando empecé a escalar, me dijeron que sólo había dos tipos de escaladores: los que pasaban miedo escalando y los que estaban a punto de matarse… o ya lo habían hecho. Después de cuarenta años subiendo y bajando montañas, tengo bastante claro que efectivamente es así. Porque el miedo, además de esa cosa desagradable que sentimos cuando olemos a peligro, es una magnífica señal de alerta que nos permite no pisar donde no es, y no subir cuando no toca.
Escaladores vivos (o sea, dotados de miedo), el día que no tocaba subir al Naranjo de Bulnes
Hasta ahí, todo correcto, y la función del miedo como input positivo queda bastante clara. Pero como ya comenté cuando hablaba de la culpa, el hombre tiene el vicio de convertir sus habilidades y recursos naturales en extraños monstruos que acaban haciéndole la vida más difícil y más fea. Y en el caso concreto del miedo se da una paradoja aún mayor, pues una vez salido de madre el miedo se convierte en algo que, al tiempo que oprime al individuo, beneficia al grupo.
Menos espesante, y pasemos a la cosa. Primero, evidencias del maravilloso papel del miedo, desde el punto de vista social:
·    El miedo hace que los individuos se sientan más desamparados, y que por ello se aferren más al grupo en busca de protección (cosa que obviamente refuerza al grupo).
·    El miedo hace a la gente más tolerante. Vamos, que cuando nos sentimos seriamente amenazados somos capaces de aceptar lo que sea con tal de aumentar nuestra seguridad; lo que equivale a decir que nos ponemos sin reparos en manos de los dirigentes del grupo.
·     El miedo nos hace trabajar más, para poder pagar los escudos –o lo que sea- que nos permitan estar a salvo.
·    La necesidad de implementar medidas de seguridad, como los escudos del punto anterior, constituye una demanda que acaba generando actividad y riqueza en cadena: no sólo hará falta alguien que fabrique los escudos, sino también quien los transporte, venda, publicite, mantenga…
Lo anterior no está mal, cuando detrás de todo aquello existe un peligro real. Ya hablé de los escaladores sin miedo y de su corto recorrido. Peeero, me temo de nuevo, el problema es que las cosas funcionan exactamente igual de bien, y con los mismos resultados, aunque el peligro en cuestión sea exagerado o ni siquiera exista.
No soy ningún conspiranoico (me encanta el término: imaginativo, preciso y cachondo) y no creo en la existencia de un Gobierno Mundial en la sombra que maneje secretamente los hilos de la historia (al margen de que por detrás de todo siempre bulla un mundo de intereses cruzados, alianzas secretas, causas inconfesables, razones ocultas y otros mil porqués de los que casi nunca nos enteramos). Las cosas son como son porque la realidad es así, no porque el club de los malos malísimos –ya se sabe: la CIA, las industrias armamentísticas, las petroleras, las farmacéuticas, los Rosacruces, los Masones, el Vaticano, etc.- se dediquen con fruición obscena a tramar nuestro mal. No hace falta: el propio sistema funciona sólo, amparando y amplificando los peligros, reales o hipotéticos, porque eso cohesiona a la humanidad y la aproxima a un modelo de eficacia probada: el de las hormigas, que llevan funcionando desde hace más de 100 millones de años.
Y para que veáis que no me he vuelto loco, os voy a recordar unos cuantos cocos horribles a los que todos tuvimos pavor hace apenas un rato, frente a los que nos protegimos a tiempo… y luego resultaron no ser nada, o prácticamente nada:
-       El efecto 2000: el mundo se iba a parar, todo iba a dejar de funcionar. Cierto que sirvió para renovar equipos; pero la anunciada apocalipsis fue un auténtico bluff.

-       Las vacas locas: Casi nos dejan sin chuletón de por vida, fue el fin de las ferias de ganado, una auténtica revolución alimentaria mundial. Y luego resultó que se debía a que cuatro descerebrados habían dado a sus vacas pienso animal. A nivel planetario, hubo 219 muertos a lo largo de 10 años. O sea, 22 al año, considerando el mundo entero. Vamos, casi como la peste bubónica, ¿no?
-       La gripe aviar, o del pollo. Esta catástrofe bíblica nos cerca y nos atenaza cada dos o tres años desde que arrancó el siglo XXI. Pues bien, en todo el mundo ha habido en lo que va de siglo poco más de 500 enfermos, de los que la mitad murieron. De nuevo poco más de 20 muertos al año para todo el planeta. Como referencia, baste citar que al año mueren fulminadas por el rayo unas 1.000 persona. O sea, 50 veces más. 
-       La gripe A, o gripe porcina. Otra hecatombe planetaria cíclica, que alcanzó el reconocimiento oficial de pandemia entre 2009 y 2010, produciendo en el mundo entero en ese periodo 19.000 muertos. Daría para asustarse, sin duda, si no fuera porque la gripe común mata al año entorno a medio millón de personas. Y eso lo hace todos los años, estornuden o no pollos y cerdos.
Habrá quien diga  que si esas terribles enfermedades y catástrofes potenciales no lo fueron tanto fue gracias a que se tomaron las oportunas medidas preventivas. Desmontar esa argumentación resulta fácil para algunos casos. Por ejemplo: hubo muchos que pasaron del efecto 2.000, y no les pasó nada. Otro ejemplo: la Sanidad pública de medio mundo compró millones y millones de vacunas contra la gripe A, pero como luego tenían muchos efectos secundarios y médicos y pacientes ofrecían resistencia, se decidió no usarlas… y sin embargo la terrible pandemia, que no debía tener ese dato, optó por desactivarse sola.
Para otros asuntos el desmentido es más difícil: yo no tengo cómo demostrar que, si en el año 2012 no hubo fin del mundo, no fue gracias a las gentes que rezaron –cada cual a su Dios- pidiendo clemencia. Lo mismo fueron ellos quienes evitaron la debacle.
En resumen: que al que suscribe, que como los monos viejos del zoo tiene ya el culo pelao de tanto andar por la jaula, se le escapa media sonrisa cada vez que alguien le vaticina una pandemia, una colisión planetaria o cualquier otro desastre similar. Ahora andan con lo del Ébola, y no puedo evitar tener la sensación de Déjà vu, al margen de que se trate de una enfermedad real y de las malas. Tanto, que ya ha matado a 3.000 personas en África en 6 meses… que no es que sea poco, aunque resulta una cantidad ridícula si se compara con lo que realmente son las catástrofes sanitarias del África subsahariana: más de un millón de muertos al año por SIDA, 600.000 de malaria, 250.000 de meningitis…
Como conclusión de todo lo dicho, os exhorto a que hagáis un buen uso del miedo, pero evitando que éste se os escape de las manos. Porque como las cosas sigan así, dentro de poco en los aeropuertos, además de a desnudarnos por completo, nos obligarán a pasar por una colonoscopia antes de embarcarnos. Y la DGT implantará  los 0 Km/h como velocidad máxima, tras comprobar, mediante sesudos estudios, que a menor velocidad los accidentes tienen menores consecuencias. Y las Autoridades Sanitarias impondrán como obligatoria la vacunación contra el moquillo y la mixomatosis, dado el nivel de intimidad creciente de la gente con sus mascotas.
A todo esto, y para que veáis que no era coña lo del miedo como input positivo: ¿os acordáis de los escaladores de antes?. Pues rematemos la historia con esta otra instantánea de los mismos.


Los escaladores del principio en la cumbre del Naranjo, el día que sí tocaba subir

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