jueves, 15 de enero de 2015

Cosas que pronto quedaran atrás: la caza, la pesca, los toros...

Muy buenas a todos. Tras los benditos excesos de las Navidades, y la dolorosa vuelta al cole, aquí me tenéis de nuevo, adicto como siempre al vicio de pensar y a la osadía de compartirlo.
El año pasado fue para mí más bien complicado, y he hecho todo tipo de conjuros, votos y propósitos para que éste que comienza sea mejor. Y para empezar, me he propuesto que las entradas de este blog sean más cortas, básicamente por dos razones: la primera, porque como dice Victor Manuel —en “El Cuélebre”, una canción suya poco conocida— “Las palabras enredan y tornan oscuras las buenas ideas”; de modo que si ahorro un poco en palabrería, pues mejor. Y la segunda, porque son tantos los temas sobre los que apetece reflexionar y compartir reflexiones, que si sigo haciendo entradas de entre 10.000 y 15.000 caracteres, no hay manera de que meta más que una o dos al mes, y de que vosotros no os agotéis a mitad de visita.
Pues eso.
Y ahora, al turrón (disculpad la expresión, ligeramente nostálgica… pero es que me encantan las tres cosas: la nostalgia, la expresión… y el dulce en cuestión).
Según nos cuenta la cruda actualidad, cierta parte de la humanidad cree que lo mejor sería regresar al Medioevo. Pues va a ser que no. Y no porque a mí, o a las otras ocho décimas partes de la humanidad no nos apetezca, sino porque la realidad es aún más terca que la actualidad y las modas, y hay determinados procesos que no tienen vuelta atrás.
Un día, determinado primate dio con la forma de domesticar el fuego. Y no hubo vuelta atrás. Un descendiente suyo, millones de años después, consiguió domesticar a plantas y animales; y tampoco hubo vuelta atrás.
Cuando pasó lo de la domesticación de animales y plantas, dejamos de ser un puñado de micos correteando de acá para allá y nos convertimos en una ingente muchedumbre. Sembrar, cuidar y recoger, ya fuera seres vegetales o animales (que me perdonen los vegetarianos, pero este poliedro es biólogo, y hay ciertas cosas obvias para algunos que para mí no lo son en absoluto), generaba muchos más recursos que recolectar lo que la madre Natura tuviera a bien disponer, o abatir a los animales que pasasen por allí.

Si ya no hacía falta cazar ni pescar —que no es otra cosa que cazar gente de agua— ¿porqué esas actividades no se abandonaron definitivamente? La respuesta es desconcertantemente simple: ¡Porque molan…! Esta especie lleva cazando desde antes de existir como tal, millones y millones de años. La pulsión de acechar, de emboscarse y saltar sobre otro ser vivo, matarlo y comérselo después, late en nuestros genes con una fuerza comparable a la que nos hace buscar pareja o cuidar a nuestra prole. Es lo que hemos hecho “siempre”, es parte de nuestra identidad biológica, como lo es para una abeja construir un panal o para un gato perseguir ratones.
Peeeero…
Somos una cosa realmente rara. Un primate peculiar, una máquina de modificar nuestro entono y a nosotros mismos. Ya redundaré en otras entradas sobre temas filosófico/religioso/metafísicos. Pero ahora, entreabro la puerta y dejo caer algo:
Acaso somos un estadío evolutivo de la cristalización del Ser. Un puñadito de agua y polvo de estrellas que se trasciende a sí mismo y da sentido a cierta inercia cósmica. Una obstinación de lo que Es en su vocación barroca de complejidad, en ir desde la antimateria a la materia, desde el caos al orden, desde lo hipotético a lo concreto. Un sutil proceso geológico —sólo eso es la vida— que se lleva a Gaia más allá de sí misma, hasta quién sabe dónde. Si hay un arquitecto detrás de todo esto (el tal “Dios”, supongo), o si la obra y su autor son la misma cosa… ¿realmente importa?
Tras el desparrame anterior, lo de los toros… como que se queda en ná, ¿no? Pero démosle cancha, ya que estaba en el título. Y olé.
El toro de lidia solo existe porque existe la lidia, y el día que ésta desaparezca, éste también lo hará. Se trata del bicho domesticado más privilegiado y que mejor vive de cuantos ha intervenido la especie a la que pertenece el perverso primate que suscribe: comparar su vida a la de una gallina ponedora sería como comparar la de un príncipe a la de un mendigo. Pero la tauromaquia y su universo no son sino referencias neolíticas, cosas de antes de anteayer, ritos de exaltación del valor del hombre frente a la bestia, incluso regodeo del castigo infringido por el dominante al sometido… que tuvieron sentido en su momento, pero que ya —o casi ya— no.
Acaso, con un poco de suerte, lo de los encierros, los recortes en la plaza, y resto de lances sin sangre, perdure dos o tres siglos más. Y después, adiós. Gracias, fue bonito mientras duró. Ahora Gaia está muy entretenida en la terraformación de Ganímedes, en entender la biológica de los seres abisales de Europa —me refiero al satélite de Júpiter— y en pactar con la física puertas de atrás con las que poder acceder a vecinos menos cercanos…
El fanatismo, tanto el de los que matan a cómicos porque no entienden sus chistes como el de los que se benefician de ese disparate para hacer generalizaciones que parecen apoyar sus simplificaciones, siempre son hijos de los mismos padres: mamá Ignorancia, y papá Miedo.
Con un poco más de conocimiento, y un poco más de valor… joder, seguro que no iba a todos mucho mejor.
Bien venidos a 2015. Y a por él, que lo tenemos rodeado, somos más, tenemos razón… y él está lleno de cosas interesantes que podremos saborear… a nada que le echemos imaginación, tesón y ganas.
(pd: ¿a que ha sido más facilito que de costumbre…?).


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