jueves, 4 de febrero de 2016

EL AGUA NO ES UN BIEN ESCASO: ES INAGOTABLE

Por aquello de tener más de hormiga que de cigarra, el ahorro está incrustado en nuestra memoria genética como una verdad absoluta y universal. Su aplicación, sin duda, le permitió a nuestra especie sobrevivir durante la era glacial, y prosperar meteóricamente desde el neolítico hasta nuestros días. Pero como sucede con tantas otras cosas, como la empatía o el altruismo, aunque el concepto sea en sí mismo valioso —desde el punto de vista evolutivo— e indisociable de nuestra naturaleza, su sacralización acaba desembocando en situaciones disparatadas. Vayamos a un ejemplo palmario: el agua.
El agua (que en el universo abunda hasta decir basta, como vamos comprobando), es uno de los componentes esenciales de este planeta, y a nivel global, no puede ni gastarse ni ahorrarse, se intente lo que se intente. Tírela usted para arriba, y acabará cayendo. Entiérrela tan hondo como quiera, que, más tarde o más temprano acabará saliendo. ¿Han oído hablar del ciclo hidrológico, cuya versión poética más lograda es sin duda “mi agüita amarilla”, de Toreros Muertos”? Pues eso.


Dos teorías intentan explicar de dónde salió el agua de la Tierra. La más antigua postula que se formó en el interior del planeta, por reacciones a altas temperaturas entre átomos de hidrógeno y oxígeno. Otra teoría más reciente defiende que procede de las aportaciones de intensas lluvias de asteroides. Al final parece ser que las dos están en lo cierto, y que nuestra agua tiene ambos orígenes. En todo caso, desde que acabó el periodo de formación de la Tierra, hace cosa de 4.000 millones de años, el volumen total de agua en este planeta se ha mantenido sin variaciones significativas entorno a los 1.386.000.000 Km3; cantidad que daría como para cubrir toda la superficie del globo terráqueo —si éste fuera liso— con una capa de casi tres kilómetros. No es poca.
Circunstancialmente puede tener toda la lógica del mundo ahorrar agua, como cualquier otro recurso vital, cuando éste escasea. Si me abastezco de un único pozo y no tengo alternativas, deberé ser cuidadoso para no agotarlo ni ensuciarlo. Pero a nivel global, EL AGUA NO ES UN BIEN ESCASO: ES INAGOTABLE.
También es una rotunda estupidez eso de que “el agua está mal repartida” ¿También están mal repartidas las montañas? (pobrecitos los holandeses, sin ninguna, mientras a los suizos les sobran) ¿Y las costas? (todos los veranos los madrileños comprobamos que, vaya vaya, aquí no hay playa).
Obviamente, los problemas son de planificación. Si queremos, podemos convertir el desierto de Almería en la huerta de Europa; pero para hacerlo tendremos que asumir el costo (económico, ambiental, etc.), de llevar hasta allí el agua que no hay —y que nunca hubo— trayéndola desde donde sea, sin venir con el cuento de que nos vemos obligados a hacerlo “porque el agua está mal repartida”. A mí me parece más razonable ir a esquiar a Suiza y a bañarse a Barcelona, en lugar de construir pistas de esquí artificiales en Holanda o un canal que haga llegar el Mediterráneo hasta Aranjuez. Pero poderse hacer se podría, y no para corregir el “mal reparto” en el que incurrieron Dios o la Historia Natural de nuestro planeta, sino porque somos monos testarudos a los que le encanta modificar nuestro entorno.
Que conste que despilfarrar por despilfarrar, incluso aunque se trate de un bien que no es escaso, es una actitud idiota de nuevo rico o de niño glotón, abiertamente reprobable. Y no ya por la posible pérdida de algo que crees que te sobra y que lo mismo más adelante podrías necesitar, sino por las propias consecuencias emocionales e incluso espirituales de ese acto: malgastar es despreciar, no dar valor, dejar una huella desproporcionada y negativa de tu paso por la existencia. Es empobrecer tu entorno y empobrecerte a ti mismo. Pero una cosa es eso y otra ahorrar compulsivamente, por principio y sin criterio; perspectiva que es casi tan idiota como la anterior y que además te vuelve totalmente manejable: una vez conseguido que la gente crea que el agua es un bien escaso y no renovable, que para colmo malgasta, queda abierta la puerta para subir a voluntad tasas, impuestos, privatizar en aras de la eficacia, lo que sea, que todo el mundo, tras repetir para sus adentros ese perverso mantra de “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…”, aceptará con santa resignación lo que le venga.
Veamos cuatro datos curiosos, que evidencian la distorsionada perspectiva que la mayoría tiene en relación con el agua.
A nivel planetario, el agua dulce explotada por el hombre (embalses, captaciones subterráneas, de ríos y de lagos, desalación de agua de mar, etc.), se reparte del siguiente modo:
-       Agricultura y ganadería: 70%
-       Industria: 22%
-       Uso domestico: 8%
Por regiones, a nivel mundial, la cosa queda como sigue:
En España, la proporción es de 80% para la agricultura, 6% para la industria y 14% para uso doméstico; de modo que cuando te fríen con campañas de ahorro (en la Comunidad de Madrid se pasan de cuando en cuando siete pueblos), te están instando a que actúes sobre el 14% del agua consumida: SI NUNCA MÁS VOLVIERAS A DUCHARTE NI A BEBER UN SOLO VASO DE AGUA, NI A REGAR UN JARDÍN O LAVAR UNA CALLE, EL GASTO GLOBAL DE AGUA PERMANECERÍA INVARIABLE EN UN 86%.
¿Fuerte? Pues la cosa en realidad es aún peor: del agua destinada a industria y a uso doméstico, se calcula que nada menos que la mitad se pierde por evaporación, fugas, etc.. El 50 %. De modo que del 14% que se supone te compete y podrías contribuir a ahorrar, la mitad se pierde por el camino. Así que EL 93 DEL CONSUMO DE AGUA PERMANECERÍA INVARIABLE AUNQUE TÚ NO VOLVIESES A GASTAR NI UNA SOLA GOTA.
Ahora, ““súmate al reto del agua”, con un par; que como seguro que te sientes culpable (de la culpa ya hablé en este foro, y a lo dicho me remito), ese gesto te ayudará a dormir mejor.

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