viernes, 17 de junio de 2016

El deporte es la ritualización de la guerra

Llevo toda mi vida rodeado de deporte. En mi casa, desde siempre, el deporte ha estado ahí como una referencia fundamental, al igual que la música. De hecho, mi padre, que fue quien me enseñó a tocar la guitarra, estuvo toda su vida vinculado al deporte, practicándolos casi todos —con desigual fortuna— y asumiendo papeles de organización de considerable entidad. El caso es que me eduqué en un entorno en el que el deporte estaba sacralizado, como sucede en casi todo el planeta desde hace ya más de un siglo. Y si no, reflexionad un instante: ¿quién está “en contra del deporte” obviando situaciones personales o puntuales? Porque siempre habrá madres a las que no les guste que su hijo entrene bajo la lluvia, novias que no soporten que mires la tele en el bar por encima de su hombro o gente a la que le aburra el tenis. Pero, ¿en contra del deporte, así, con carácter general? Muy pocos perros verdes hay sueltos por el mundo de esa categoría. Por cierto, aprovecho la ocasión para regalaros algo que me soltó hace algunos años mi hijo, que es más deportista que el Barón de Couvertin (el padre de los modernos juegos olímpicos): “Papá, los intelectuales son los que no hacen deporte ¿verdad?”.
Considerarme a mí mismo intelectual me parecería el culmen de la pedantería, aunque desde ciertos ángulos habría quien pudiera llamármelo. Sin duda mi hijo no, que me ha visto siempre practicar y disfrutar del deporte, dentro de mis posibilidades: al comenzar mi treintena un accidente de tráfico me dejó semicojo, y desde entonces debo evitar correr, saltar, etc.
Todo anterior era una introducción contextualizante, para que quede claro que lo que se avecina no lo planteo desde la distancia o la ignorancia, sino todo lo contrario. Y lo que viene, como en tantas otras ocasiones, no es un posicionamiento maniqueo, sino una disección despiadada que arroja sobre el deporte luces y sombras; incluidas sombras muy oscuras y usualmente obviadas.
La primera pedrada que se llevó mi imagen sacrosanta del deporte se la pegó hará treinta años mi ex cuñado Alejo (supongo que es la denominación que corresponde al marido de la hermana de mi ex mujer). Anestesista de pro, es uno de los tíos más cultos que jamás conoceré y posee un versátil sentido del humor, de forma que a veces es difícil saber si anda por territorios de la ironía o del sarcasmo. Pues este hombre me dijo un día “Créeme, Miguel Ángel, el deporte es terriblemente perjudicial para la salud”. Yo interpreté aquello como una broma de las suyas, una tentadora provocación para incentivar mi reflexión. Supuse que se refería al deporte de élite, por lo que tiene de exigencia extrema para quienes lo practican. Pero él insistía en que no, en que el jugador del partidito del fin de semana maltrata su cuerpo de forma severa, y que aunque crea que está haciendo algo saludable en realidad se está machacando.
No tardé demasiado en entenderlo, y llevo desde entonces haciendo en cierto sentido un apostolado ligth al respecto. La cosa la veo así:
  • El deporte es siempre una exacerbación de las capacidades naturales de nuestro cuerpo, para competir y ganar. Para ganar a quien sea, incluso a nosotros mismos; y exacerbar las potencialidades del cuerpo, forzarlas, sin duda no es saludable.
  • Andar, nadar, saltar, correr, usar tu cuerpo para lo que está diseñado, no es ya que sea bueno, es que es imprescindible para garantizar su conservación y buen funcionamiento. Pero forzarlo, exigirle que vaya más allá —el célebre altius, citius, fortius— genera inevitablemente un desgaste prematuro e “innecesario” (luego explicaré estas comillas).
  • Por lo que se ha asociado tradicionalmente deporte a la salud es porque se ha mostrado como lo opuesto al sedentarismo. El ardid es tan idiota que no entiendo cómo puede pasar desapercibido. Es como si se dijese, “el vino es salud, porque si no bebieses morirías”; o “respirar humo es saludable, porque si no respiras te mueres”. Esas obvias tonterías son equivalentes al célebre eslogan “el deporte es salud”, habida cuenta de que lo que en realidad hay detrás de esa frase es “forzar tu cuerpo es saludable, porque si no lo usas se oxida”.
Vamos con las comillas: ”Innecesario” ¿Qué es en esta vida necesario o innecesario? Si el objetivo de la vida fuera exclusivamente estar vivo la mayor cantidad de tiempo posible, las tres cuartas partes de lo que hacemos serían innecesarias. Y voy a reparar en una que acaso no os esperabais: La música, que también es terriblemente perjudicial para la salud. Palabra de músico.
Tocar un instrumento, el que sea, es forzar repetitivamente alguna de tus potencialidades naturales, como por ejemplo mover los dedos; y hacerlo mil millones de veces, para generar ciertos sonidos. Los pobres dedos, y las muñecas, y los codos, acaban indefectiblemente machacados. Dependiendo de cuál sea el instrumento de tortura en cuestión las lesiones se focalizan en un lugar o en otros. Los bajistas se destrozan la espalda (¿sabéis lo que pesa un bajo?), los violinistas el cuello, los pianistas los codos… En definitiva: tocar un instrumento es malo para la salud, entendiendo ésta como la conservación óptima de nuestros cuerpos. Pero es que no somos nuestros cuerpos, somos mucho más, y yo no cambiaría lo que siento cuando toco por diez reencarnaciones en las que no pudiera tocar instrumento alguno ¡Pero si soy percusionista porque no soy capaz de aguantar una tarde entera sin hacer que algo suene, aunque sean mis propios pies o manos contra cualquier superficie! 


Así que soy músico, aunque eso no sea saludable, y adoro el deporte, aunque tampoco lo sea. Si continuo con la lista y meto también la cerveza, el cordero asado, escalar montañas… me da la sensación de que mi lista de actividades insalubres —e irrenunciables— sería más larga que la de las saludables, de modo que deberé agradecer a la genética de mis padres mi resistencia. Porque llevo casi 57 años maltratándome y aquí sigo, con la intención de seguir haciéndolo durante otros treinta .
Regresando al deporte. Vale, no es saludable; pero ¿Por qué me/nos pone tanto? ¿Para qué sirve, qué valores tiene? Sin intentar una tesis al respecto (en realidad hay ya escritas bibliotecas enteras sobre el tema), voy a sintetizar algunas ideas que considero relevantes:
- El deporte es un juego, y jugar, mola. Somos las nutrias del universo, los seres más juguetones de este planeta. Nunca dejamos del todo atrás nuestra fase de cachorros (por eso somos capaces de aprender, sorprendernos y crear cosas nuevas a lo largo de toda nuestra vida), y nos sentimos atraídos e identificados con todo lo lúdico. Primer puntazo. Un diez para el deporte.
- El deporte es un vehículo extraordinario de socialización. A través de los juegos reglados que son el deporte los individuos aprendemos a relacionarnos, tanto con los de nuestro grupo como con los de otros grupos, a aceptar la existencia de reglas que deben respetarse para posibilitar la convivencia. Otro diez para el deporte.
- El deporte es una magnífica escuela de introspección y autoconocimiento. Pocos entornos comparables para aprender a superarte, a mejorar, para tomar conciencia del valor del esfuerzo, para aprender a sufrir (asignatura vital imprescindible y que en casi ningún foro se imparte), para alcanzar y saborear el reconocimiento merecido. Tercer diez.
- El deporte permite canalizar una serie de pulsiones primarias que forman parte de todos los seres humanos, y singularmente:
  • La pertenencia a un grupo y la defensa de éste frente a otros grupos, a base de altruismo, esfuerzo y capacidad de superación.
  •  La posibilidad de crear héroes, campeones dentro de cada grupo que idolatrar y con los que identificarse.
  •  La consecución de objetivos, éxitos, triunfos, tanto individuales como colectivos; y su imagen especular: la asunción de derrotas y fracasos, tanto individuales como colectivos.

El deporte, en definitiva, es un magnífico invento (acaso sea mejor decir una cristalización de la humanidad), que permite encauzar algunas de nuestras pulsiones vitales más primarias para que solo causen problemas menores —entre ellos, aunque no sólo, los relativos a la salud— desactivando otros cauces tradicionales y mucho más destructivos. Concretando: el deporte es un sucedáneo de la guerra.

Lo anterior es algo tan evidente como que las ruedas son redondas. Está más que estudiado y explicado, y no pretendo venir aquí a descubrir el Mediterráneo; pero acaso sí a indignarme con la ignorancia/indiferencia popular al respecto, y más aún con el nauseabundo cinismo oficial. Me refiero a frases tan recurrentes como las de “el fútbol sólo es fútbol”, “esto es un juego, nada más” “la violencia no tiene cabida en el deporte”, “el deporte nada tienen que ver la política”… ¿somos todos imbéciles, o qué?
¿Existe hoy en día alguna exaltación patriótica más descarada y universal que cualquier competición deportiva internacional? ¿Por qué todos los grupos que se reivindican como nación lo primero que exigen es tener su propia Selección”? ¿Por qué se pita a los himnos? ¿Por qué se exhiben símbolos políticos? ¿Por qué los Estados del Este, durante la guerra fría (a saber cuántos aún lo sigue haciendo), montaron un sistema de dopaje organizado de todos sus atletas? ¿Por qué americanos y soviéticos se boicotearon mutuamente las olimpiadas de 1980 y 1984? ¿Hace falta que siga…?
El Barça es el embrión simbólico del Ejercito dels Països Catalans, y Mesi e Iniesta son las versiones actualizadas de Aquiles e Ulises.

Cuando los madridistas cierran los ojos y se arrancan a cantar vuelven a sentirse un Imperio, seguros que esta vez la Armada Invencible sí derrotará a la Pérfida Albión.

Tampoco seguiré con más ejemplos, pero los aficionados/seguidores/hinchas de cada rincón del mundo saben perfectamente porqué aman sus colores, qué representan y lo absolutamente justificado que está el odio que sienten hacia sus eternos rivales.
El deporte solo es deporte ¿verdad? Un juego, algo que no tiene nada que ver con la política ¿verdad?
Siempre será preferible que te sometan a una goleada que a un bombardeo. Siempre será menos dramático que alguien conquiste un título que un país. No creo que nadie dude de que la humanidad muestra signos de evolución cuando vitorea a sus héroes al levantar trofeos, frente a los vítores que lanzaba no hace tanto al verlos levantar la cabeza cortada del campeón enemigo.
La política es la prolongación de la guerra por otros medios (cita inversa de la célebre frase de Karl von Clausewitz); y el deporte, a su vez, es la prolongación de la política por otros medios. Magnífico invento, qué duda cabe. Pero es lo que es, qué le vamos a hacer.
Ahora, eso sí: donde estén el golazo de Zidane o el solo de Jimmy Page en Stairway to Heaven... que se quite la salud.   

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