domingo, 5 de junio de 2016

El dinero no existe

De todas las artes y ciencias esotéricas, no creo que haya ninguna más desconcertante e insondable que la economía. El famoso gato de Schrödinger, paradigma de la física cuántica (otra ciencia esotérica donde las haya), que está vivo y muerto a la vez dentro de su caja, es una bagatela comparado con lo que es capaz de hacer el dinero: tú metes un euro en una caja, la cierras, la vuelves a abrir, y allí puede haber, indistintamente, dos euros, ninguno o siete mil. Todo es circunstancial, cambiante, probabilístico, especulativo… Y ello se debe a una razón fundamental: el dinero, que es la materia prima de la economía, en realidad no existe. Entendámonos: no existe tal como lo pensamos, como algo sólido, concreto, medible, pesable y contable como un átomo, una piedra o un planeta. Para nada. En realidad es un sutil e inasible concepto, que acaso podría equipararse, con bastante licencia, a “confianza”.


¿Recordáis lo que ponía en los billetes de antiguos de pesetas?: “El Banco de España pagará al portador Cien —o mil, o lo que fuera— pesetas” Es decir, aquel trocito de papel no era en realidad nada en sí mismo, sino la promesa de que si lo llevabas ante cierta etérea entidad, ésta te lo cambiaría por un número determinado de pesetas… la cuales cabía suponer que sí eran algo en concreto; pero, ¿el qué?

Los billetes actuales, ya, ni eso: una serie de letras (BCE, EBC, EZB... que supongo son siglas de lo mismo: el equivalente europeo del antiguo Banco de España), un número, la palabra EURO (también en alfabeto griego), y listo. Ya ni siquiera se intenta aparentar que ese papel equivale a algo presuntamente físico que alguien guarda en alguna parte. 20 EURO, o 50, o los que sea, que viene a ser "X crédito" (o como antes sugería , "X confianza"), y arreando.

Hubo un tiempo en el que el dinero existía, era algo real. Cuando los salarios se abonaban en sal, ese polvo fino y cristalino imprescindible para nuestro metabolismo de primates, el dinero era sustantivamente cierto. Algo incontestablemente valioso y justificablemente canjeable. Pero luego llegó el oro, y todo comenzó a cambiar ¿Cómo era posible que el oro tuviera algún valor? Era un metal, de acuerdo, y servía para hacer cosas. Pero no dejaba de ser un metal mediocre y limitado, muy inferior al hierro o el cobre… y sin embargo “valía” más ¿Por qué? Muy sencillo: porque era bonito y escaso. Todo el mundo quería tenerlo. Tenerlo daba prestigio, estatus…
¿Os dais cuenta?: todos los conceptos que han aparecido en los últimos renglones tienen que ver con cosas contextuales, circunstanciales, informacionales… incluso metafóricas si queréis. Pero las metáforas son difícilmente medibles o pesables. Mete una metáfora en una caja. Ciérrala y vuelve a abrirla ¿Qué te encuentras al hacerlo? Pues cualquier cosa, nada, o un poema, o razones para creer, o para declarar una guerra. Exactamente lo mismo que sucede si en la caja en cuestión hubieras metido un euro o un dólar.
Aquí os dejo un cuento que hace poco oí contar por ahí y que ilustra bien acerca de lo etéreo, insustancial y meramente emocional que es el dinero.
“Una tarde primaveral de tormenta un viajante de comercio para en un hotel de carretera, en una localidad apartada. Pregunta por una habitación y le dicen que el hotel está prácticamente vacío, que puede escoger la que quiera. Pero como nuestro viajante es un poco maniático solicita que le permitan ver las habitaciones disponibles para decidir en cuál alojarse. Por adelantado, deja en el mostrador los 100 € que le han informado que le costará la noche.
Mientras el viajante recorre el hotel, el recepcionista y propietario del mismo decide aprovechar para acercarse a la tienda de alimentación de al lado, y usar los 100€ que acaban de dejarle en el mostrador para saldar la deuda que tiene allí contraída. El tendero, por su parte, vuela con los 100 € a pagar a su proveedor de vinos, que hace tiempo le reclama. Éste, con los 100 € en la mano, resuelve liquidar lo que le debía al dueño del taller, que le cambió el otro día dos ruedas y aún no se las había abonado. El dueño del taller, que no contaba con ese cobro, interpreta que lo suyo es ir a ver a la Rosi, la prostituta del pueblo, a la que le debe ya un par de servicios. Rosi, que en ese momento anda razonablemente bien de cuartos, acude al hotel del pueblo, que ocasionalmente usa como local de trabajo y en donde debe dos pernoctaciones, al precio especial que a ella le hacen (50 €/noche).
La primavera, que es así de caprichosa, hace que la tormenta apenas dure media hora. Cuando nuestro viajante baja a la recepción del hotel tras recorrer todos los cuartos disponibles comprueba que el sol está empezando de nuevo a brillar, y decide continuar viaje. Toma los 100 € que había dejado en el mostrador, se disculpa, se monta en su coche y se aleja del pueblo.
El microcosmos económico que es esa pequeña localidad apenas ha recibido una fugaz visita, que se ha ido tal como llegó, sin dejar allí absolutamente nada. Pero el hotelero ya no le debe al tendero, ni este al bodeguero, ni el bodeguero al mecánico, ni este a la prostituta, ni la prostituta al hotelero.”
Si el viajante no se ha gastado nada, ni un solo euro ¿Qué es lo que ha fluido por allí, de mano en mano, bajo la forma circunstancial de un papelito de colores? ¿Confianza? ¿Compromiso? ¿Expectativas?...
El dinero no existe. No, al menos, como todos tendemos a creer inercialmente que lo hace. Y en el caso de que exista… ¿qué es lo que es, realmente?

Acepto cualquier explicación, siempre y cuando no venga de un economista: o no le entendería, o no podría creerle.

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