viernes, 11 de noviembre de 2016

Lo que amo de USA; lo que odio de USA


Los habitantes de países pequeños sentimos siempre una mezcla de admiración y envidia hacia los países grandes. Qué tíos, cómo son, menudo país tienen, no les falta de nada. Menuda producción artística, científica, tecnológica, menudo poderío. Qué cantidad de medallas ganan en todas las olimpiadas, qué de premios Nobel, lo que inventan, lo que nos venden. Qué maravilla… Y al tiempo, qué cabrones, qué asco.
Estoy seguro de que lo anterior es universal y vale lo mismo para un español hablando de USA que para un lituano hablando de Rusia o un vietnamita hablando de China. Pero para el caso concreto de los países que antaño fueron poderosos creo que hay un factor añadido que contribuye a inclinar la balanza del lado de la admiración o del de la envidia, y es el tiempo transcurrido desde su pasada grandeza.
Hace cuatro mil años Egipto era el cénit de la humanidad, en todos los sentidos. Cabe considerar a Grecia su relevo, y allí fue donde nacieron las concepciones filosóficas, científicas y políticas sobre las que apoya la actual sociedad planetaria (nada menos). Roma, que sería la siguiente referencia (ya sé que China, India y América siguieron sus propios itinerarios; pero sé poco de ellos y obviarlos ahora no creo que comprometa mi argumentación), alcanzó su hegemonía tras absorber y reciclar cuanto pudo de las culturas helena y egipcia. Pues bien: ¿dónde está la chulería, prepotencia y resentimiento de egipcios, griegos o italianos? No hay tal. Hace ya demasiado que estuvieron arriba, y cuando miran a los grandes no se comparan.
Vamos a echar ahora la cuenta al revés, de adelante hacia atrás. Hace poco más de un siglo el Imperio Británico abarcaba, redondeando, a 500 millones de almas y 30 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivalía al 25% de la población mundial y el 20% de las tierras emergidas. Los británicos alcanzaron en parte su esplendor tras acabar con la hegemonía francesa; y unos y otros solo pudieron montar sus negocios tras acabar con quien había sido su predecesor, el Imperio Español, que si sería planetario que en él no se ponía nunca el sol.
Pues bien, es más que manifiesta la soberbia nacional, orgullo patrio y mirada de soslayo (mezcla de condescendencia, envidia y desprecio), de británicos, franceses y españoles hacia las potencias contemporáneas en general, y hacia los EEUU en particular. Y además en ese orden: los que más, los británicos (difícil encontrar a alguien más enamorado de su propio ombligo); a considerable distancia los franceses (aunque éstos también tienen lo suyo), que a su vez nos aventajan claramente a los españoles, maestros en la autocrítica despectiva pero con un irrenunciable orgullo de fondo que nos hace mirar a los yanquis como a nuevos ricos.
Puff, perdonad por la larga introducción; pero es que, ya me conocéis, soy apóstol de la perspectiva, y siempre me parece preferible dar datos por exceso que por defecto, antes de comenzar con las opiniones.
Vamos a ello.
Este españolito siempre ha sentido fascinación por USA, y al tiempo una considerable aprensión. Parte de mi admiración es la misma que supongo sentirán la inmensa mayoría de los habitantes del planeta ante el descomunal poderío americano, a todos los niveles. Pero esa admiración, en mi caso, no es ni de lejos la más relevante. Lo que realmente me pone de ellos son las cosas que he llegado a conocer y de las que he podido disfrutar. Y todo a pesar de no haber estado nunca allí, aunque tenga amigos que residen en ese país, otros nacidos allí pero asentados en España, y conozca además a mucha gente que han visitado USA. Y lo anterior por citar fuentes más o menos directas, porque las indirectas, la información de todo tipo que nos llega desde allí es inabarcable.
En el lado positivo, y por encima de todo, tengo que destacar la auténtica esencia del American Dream: la valoración del esfuerzo personal, la fe en el individuo, el respeto a la iniciativa, la firme creencia en que todos estamos autorizados para intentar lo que sea, y que a priori nada es imposible, acabe al final la cosa como acabe. Yo soy uno de los millones de cándidos adolescentes que empezó a hacer fondo tras ver Roky en 1976… y acabé corriendo maratones. Thanks forever.
Siguiendo de cerca a lo anterior, su capacidad para la fantasía, para la creación artística. Y ahí tengo que meter desde mis lecturas de Whitman, Poe, Hemingway, Asimov o King hasta las películas de Spielberg, Allen, Disney, Welles, Coppola, Scorsese, Lucas… Si pasamos a la música mi amor puede acabar convirtiéndose en idolatría, y no ya tanto por la obra de autores en concreto (ahí, me temo que la mayor parte de mis dioses son europeos: alemanes, rusos y franceses de hace entre 300 y 100 años, y británicos contemporáneos), sino por ser los “inventores” de la inmensa mayoría de lo que es la música contemporánea, empezando por el jazz, siguiendo por el rock y terminando por donde queráis.
Y puestos a hablar de inventos, entre los siete mil asuntos que le debemos a su ingenio se encuentra nada menos que Internet. La globalización/planetarización bien entendida que yo tanto defiendo no existiría sin tal cosa.
Podemos rematar diciendo que amo todo lo que tenga que ver con la exploración espacial (y si no fuera por la NASA apenas existiría), la ecología y otras cuarenta materias que no serían lo que son si no fuera por lo que han aportado tantos hombres y mujeres norteamericanos que necesitaría diez páginas solo para relacionarlos.
Y para colmo tienen Las Rocosas, el Gran Cañón, Yellowstone, Yosemite, Florida, Alaska, Haway… (soy más ratón de campo que de ciudad, y por eso no cito New York ni ninguna otra de sus apabullantes megaurbes)
Como decía al principio: ¡Qué maravilla…! ¡Qué cabrones…!
Peeeero….
A pesar de todo lo anterior, la sociedad estadounidense incluye una serie de rasgos y elementos desconcertantes que hacen que me refiera con frecuencia a ellos como “una panda de adolescentes”, “gente subdesarrollada”, o cosas aún peores. Adjunto algunas reseñas de lo que más me cruje. Y ya sé que cada uno de los 50 Estados que conforman esa nación tiene sus peculiaridades; pero como referencias globales, valen:
Su relación con las armas
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI se considere normal que los civiles vayan armados por la calle y que a los niños Santa Claus les regale fusiles de asalto? ¡Eso es una reliquia del Far West, de cuando el Estado caía lejos y no podía garantizar la seguridad de nadie, de modo que mejor era autoprotegerse! Ahora es inaceptable que siga siendo así. O si no, si realmente nadie está seguro en ese país si no es empuñando un arma… lo primero, ese país es una mierda; y lo segundo ¿para qué pagan impuestos? Si yo no me fiase de las fuerzas y cuerpos de seguridad de mi Estado, no daría un euro para su mantenimiento. Y para qué vamos a hablar de las consecuencias de que todo el mundo, indistintamente gente honrada, psicópatas, niños, quien sea, tenga tan fácil acceder a un arma como a un móvil: a) Todo el mundo está inseguro, porque cualquiera con quien te cruces puede ser una amenaza. b) Cualquier tonta disputa, que debería acabar con tres gritos, o a lo sumo con dos mamporros, puede acabar con varios muertos. c) La policía dispara primero y pregunta después, pues es casi seguro su interlocutor que ira armado. d) Todo lo anterior se traduce en: ¡más de 90 muertos al día…! Mucho más que en la mayoría de las guerras contemporáneas. TENENCIA LIBRE INDIVIDUAL DE ARMAS= SUBDESARROLLO.
 Pena de muerte
La pena de muerte es pura y simplemente Venganza de Estado, Ley del Talión cuyo único objetivo es reconfortar a los perjudicados por el condenado. Es conceptualmente amoral, paleolítica, y no resuelve absolutamente nada, pues está más que demostrada su ineficacia preventiva. Que quien quiera mire dónde se aplica en la actualidad la pena de muerte: salvo en Japón (otros que tenían que hacérselo mirar), y en EEUU, únicamente está vigente en dictaduras, sociedades feudales y lo más profundo del tercer mundo PENA DE MUERTE= SUBDESARROLLO.
 Criterios morales desquiciados
Si en una película sale una teta, eso la califica de moralmente peligrosa, lo que restringe su ámbito de distribución, con todo lo que conlleva (yo llegué a creer de adolescente que las yanquis nunca se quitaban el sujetador para mantener relaciones). Pero que alguien se tome la justicia por su mano para asesinar a quien se le ponga por delante, hombres, mujeres, niños o lo que sea (asunto que centra el 90% de las películas populares), no tiene nada de reprochable, y la película es apta para todos los públicos. Leyes restrictivas de las relaciones sexuales, incluso consentidas y entre adultos, estuvieron vigentes en medio país… ¡hasta 2003…!
Esto de sus disparates morales/legales es tan delirante que merece como mínimo otra reseña: la mayoría de edad, en 47 de los 50 Estados, está establecida a los 18 años; pero la edad penal no está tan clara, y hay muchos estados que la sitúan por debajo de los 14 años, por lo que en EEUU hay varios miles de niños ¡condenados a cadena perpetua…! Pero la edad a la que se autoriza beber alcohol sí está más estandarizada en los 19 años. Total, que UN ESTADOUNIDENSE DE 18 AÑOS PODRÍA SER PRESIDENTE DEL PAÍS… PERO LE DETENDRÍAN SI SE BEBE EN PÚBLICO UNA CERVEZA.
Decir patético es decir poco.
 Segregación racial de hecho
De esta circunstancia me han informado de forma reiterada e inequívoca testigos directos: salvo en contadísimas excepciones, los estadounidenses negros viven en una sociedad ajena al resto. Se casan entre sí, viven en barrios de negros, van a escuelas de negros, apenas se relacionan más que con negros. Por eso apenas hay mestizos; excepto entre los latinos, clatro está, porque como en el resto de Sudamérica, casi todos son mezcla de cuarenta sangres. Los negros, por lo demás, son de largo los más pobres, menos cultos, los que ganan menos, los que llenan las cárceles… No es que existan hoy en día leyes segregacionistas; pero la realidad de hecho es que se trata de un país racialmente estratificado.
Incultura + proteccionismo + preservación de la impunidad = Desinterés por lo global
La inmensa mayoría de la población es rematadamente inculta y solo se interesa por asuntos directamente relacionados con sus respectivos microcosmos. Eso también pasa en España, lo reconozco, y en ambos casos, siendo generosos, apenas podríamos rescatar de la marea del burrerío a un 20% de personas curiosas y aceptablemente leídas (eso sumaría cosa de 60 y 9 millones de norteamericanos y españoles transitables, respectivamente). Pero la relevancia mundial de España es muy limitada, mientras que la de EEUU es crucial, de manera que si a los españoles se nos hubiera ocurrido el dislate de negar el cambio climático o no haber firmado en su día el Tratado de Kioto, no habría pasado nada; pero que lo hicieran los estadounidenses sí fue muy serio para el resto del planeta (vale, ahora han firmado el Acuerdo de París; pero ha habido que pelear con ellos 20 años para hacerles bajar del burro). Y entre el desinterés popular y el celo de su autonomía/impunidad, la lista de tratados y convenciones de importancia mundial que EEUU no tiene asumidos (ergo que torpedea), incluye desde el Tribunal Penal Internacional (una cosa es juzgar a genocidas yugoslavos y otra pretender hacerlo con los horrados gestores de Abu Graib), hasta la Convención de los Derechos del Niño.
Esto no es un examen, no toca contrastar virtudes y defectos para obtener una nota media. Eso daría completamente igual, porque fuera la que fuera nada haría cambiar las maravillas con las que empezaba y las miserias con las que terminé. Lo que me proponía era precisamente lo contrario: ayudar a reflexionar a los aduladores incondicionales de “los americanos”, para que no olviden lo mucho que aún les queda por delante a aquella gente, y en la media de las posibilidades de cada cual (más de las que todos sospechamos), que ayuden empujando en la buena dirección. E igualmente a los críticos despiadados e irreflexivos, para que reparen en lo muchísimo que la humanidad les debe a ese gran pueblo. Incluido que este escrito haya podido llegar hasta vosotros.

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